San Alejo, confesor.
(† 417.)
El humildísimo siervo de Cristo san Alejo, nació en la ciudad de Roma y fue hijo de un gran caballero rico y poderoso que se llamaba Eufemiano. Por obedecer a sus padres, se desposó con una doncella de esclarecido linaje: mas inspiróle Dios que hiciese un perfecto holocausto de sí mismo y de todos los deleites del mundo. Obedeció Alejo; entró en el aposento donde estaba su esposa, y le dio un anillo de oro y una cinta muy rica envuelta en un velo colorado de seda, y le dijo que guardase aquellas joyas en prenda de su amor hasta que Dios otra cosa ordenase; y tomando luego algunos dineros, mudó el traje y partió a Laodicea, y de allí a Edesa, en la Mesopotamia, donde se vistió de pobre y comenzó a mendigar. Lo más del tiempo vivía debajo de un portal de una iglesia de Nuestra Señora. Quedaron atónitos los padres de Alejo, sabiendo que no se hallaba en casa, la madre en un perpetuo llanto, la esposa deshaciéndose en lágrimas, y el padre, enviando por todas partes criados que le descubriesen a su hijo. Por señas que algunos de ellos tuvieron, llegaron a Edesa, donde Alejo estaba; pero le hallaron tan trocado, que le dieron limosna y no le conocieron. Diecisiete años estuvo en Edesa, y haciéndose después a la vela hacia Tarso de Cilicia para visitar el templo del apóstol san Pablo, una brava tempestad lo llevó a Italia, y viéndose ya en el puerto de Ostia, determinó entrar en Roma, y para triunfar más gloriosamente de sí mismo, irse a la casa de sus mismos padres, donde entendía que no sería conocido. Lo acogió en efecto su padre, que era muy caritativo y amigo de socorrer a los pobres, y el santo se aposentó en una camarilla estrecha y oscura en el portal de la casa, donde padeció grandes molestias de los criados: porque como si fuera un simple e insensato, le daban bofetadas, le echaban cosas inmundas y le hacían otras muchas befas y agravios. Diecisiete años pasó el santo en esta vida tan abatida y admirable, hasta que teniendo revelación del día de su muerte, escribió en un papel su nombre y el de sus padres y de su esposa, y el viernes siguiente entregó su espíritu al Creador. Estaba a la sazón el papa diciendo misa delante del emperador, y se oyó una voz del cielo que decía: "Buscad al siervo de Dios en casa de Eufemiano", y lo hallaron tendido en el suelo, cercado de gran resplandor y hermoso como un ángel. Ecio, cancelario, por mandato del pontífice y del emperador, leyó la carta que el santo tenía apretada en sus manos, en ella halló los nombres de sus padres y de su esposa, la cual derribándose sobre el sagrado cadáver, dijo tales cosas que ablandaran corazones de piedra. Fue sepultado el día siguiente con grandísima pompa en la iglesia de san Bonifacio, y el Señor le glorificó con grandes prodigios.
Reflexión:
Es Dios (coma dice el real profeta) admirable en sus santos: pero lo es muy particularmente en su humildísimo siervo san Alejo. ¡Qué castidad tan entera y pura infundió en su alma! ¡qué obediencia para menospreciar los regalos de su casa y dejar a sus padres, esposa, deudos y amigos! ¡qué pobreza de espíritu para vivir tantos años como mendigo! y sobre todo esto ¡qué fortaleza y sufrimiento para triunfar de sí y del mundo con un género de victoria tan nuevo y glorioso! Sea el Señor bendito y glorificado para siempre en sus santos y a nosotros nos de gracia para hacer por su amor, siquiera los pequeños sacrificios que nos pide.
Oración:
Oh Dios que cada año nos alegras con la solemnidad del bienaventurado Alejo tu confesor, concédenos que imitemos las acciones de aquel, cuyo nacimiento al cielo celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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