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lunes, 2 de mayo de 2016

San Atanasio, patriarca de Alejandría (2 de mayo)



San Atanasio, patriarca de Alejandría.

(† 373.)


El valeroso defensor de la fe católica san Atanasio, nació de nobles padres en Alejandría, para ser una de las más brillantes lumbreras del orbe cristiano. Acabados sus estudios, se retiró por algún tiempo en el yermo, donde conversó con san Antonio abad, a quien dio dos túnicas para el abrigo y reparo de su cuerpo. Era todavía diácono cuando asistió al gran concilio de Nicea, donde confundió al mismo Arrio en las disputas que tuvo con él; y habiendo fallecido cinco meses después del concilio san Alejandro, obispo de Alejandría, fue elegido Atanasio por común consentimiento de todo el pueblo. Los herejes que ya le conocían, se hicieron a una para derribarle, y en el conciliábulo de Tiro, entre otros cargos, le acusaron de haber violado una mujer, la cual, por persuasión de los arrianos y dineros que le dieron, exclamaba allí que habiendo hospedado a Atanasio, le había quitado por fuerza la virginidad. Pero luego se conoció el embuste de la mala hembra, porque Timoteo, presbítero de Atanasio, fingiendo que era él mismo Atanasio, le dijo: "Di, mujer, ¿yo fui huésped en tu casa? ¿Yo he mancillado tu castidad?". Y como ella respondiese a grandes voces y con muchas lágrimas fingidas que sí, y lo jurase, y pidiese a los jueces que le castigasen, vino a descubrirse toda aquella maraña, y paró en risa aquella acusación. Es imposible decir las calumnias y persecuciones que armaron los herejes contra este santísimo patriarca. Cuatro emperadores le persiguieron: Constantino Magno con buen celo, pensando que acertaba, y Constancio su hijo, Juliano el Apóstata y Valente como enemigos de Dios. Escribió el símbolo que llaman de Atanasio, el cual como regla certísima de nuestra santa fe ha sido recibido y usado de toda la Iglesia. Padeció largos destierros; cinco mil hombres de guerra entraron para prenderle en su iglesia, y tuvo que esconderse en los yermos, en una cisterna, donde estuvo seis años, y hasta en la misma sepultura de su padre. Cuando volvía a su Iglesia, lo recibían como si viniera del cielo, y era tal el fruto de su predicación y ejemplo, y tan grande la porfía en las gentes sobre el darse a la virtud, que como él mismo escribe, cada casa y cada familia parecía una iglesia de Dios. Así ilustró y defendió la fe cristiana durante medio siglo, y acabó su vida en santa vejez hasta que el Señor fue servido de llevarle para sí y darle el galardón de sus largos trabajos. 


Reflexión: 

En la vida de este santo se ve la firmeza que el verdadero católico debe tener en todo lo que toca a la pureza y entereza de nuestra santa religión; y los embustes y artificios que usan los herejes para contaminarla y corromperla, valiéndose del favor de los malos príncipes, los cuales, aunque algunas veces por razón de estado, favorecían a Atanasio, pero nuestro Señor que quiere ser servido de los príncipes con verdad, al cabo los castigó, a Constancio con una apoplejía, a Juliano con una saeta, y a Valente con haberle quemado los bárbaros en una choza; pero san Atanasio quedó triunfador de estos infelices tiranos y de todos los herejes que con tan porfiada rabia y crueldad le persiguieron. Seamos, pues, como este gloriosísimo doctor, fieles a Dios, y a su santa Iglesia, y el Señor nos esforzará de manera que toda la potencia de nuestros enemigos no podrá prevalecer contra nosotros. 

Oración: 

Te rogamos, Señor, que oigas benigno las súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y pontífice Atanasio, y que por los méritos de aquel que te sirvió con tanta fidelidad, nos libres de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 12 de abril de 2016

San Julio, papa (12 de abril)


San Julio, papa.

(† 352.)

Al tiempo que murió el glorioso pontífice san Marcos, pusieron todos los ojos en san Julio, porque por su rara prudencia, doctrinas y excelentes virtudes parecía el más digno de sentarse como Vicario de Cristo en la silla de san Pedro. Y bien era menester una entereza y santidad, como la de este insigne pontífice para defender la causa de san Atanasio, patriarca de Alejandría, contra los herejes arrianos; los cuales con el favor de los emperadores pretendían derribarle, y con él, a toda la Iglesia de Jesucristo. Volvía san Julio, cuando los herejes nombraron por patriarca a un Gregorio de Capadocia, hombre facineroso, hereje insolente y atrevido, el cual entrando en la ciudad con mucha gente de guerra y bárbara, hizo un estrago en toda aquella población tan extraño y lastimoso, como si fuera un ejército de enemigos, no perdonando a doncellas ni casadas, ni a viejos ni a niños, ni a seglares, ni a eclesiásticos, ni a cosa sagrada ni profana, divina ni humana, con tan gran impiedad y fiereza que no se puede explicar. Y viendo san Atanasio esta calamidad tan lastimosa, salió a escondidas de la ciudad y vino a Roma para ver si con la autoridad del sumo pontífice podría hallar algún remedio para detener el ímpetu furioso de los herejes y apagar aquel incendio que abrasaba no sólo a Alejandría, mas también a Egipto y a todas las partes de Oriente. Lo recibió muy bien el santo pontífice Julio y celebró un concilio en Roma en el cual aprobó su inocencia, y declaró que era valeroso capitán del Señor, e invencible defensor de su Iglesia, y cuatro años después con el consentimiento del emperador Constante convocó un concilio ecuménico y universal en Sárdica, el cual fue de trescientos obispos de todas las provincias de la Iglesia occidental y setenta y seis de la oriental, presidiendo en él, Osio, español, obispo de Córdoba con otros dos legados de la sede apostólica. Y con la sentencia de este concilio, y las cartas que el santo papa Julio escribió a los prelados de Alejandría, volvió san Atanasio a su iglesia, y fue privado de aquella silla el usurpador, a quien acababa de matar el mismo pueblo por no poder sufrir sus desafueros. Finalmente habiendo aprobado el santo pontífice los veintiún cánones del concilio general de Sárdica y dado sabios reglamentos a la Iglesia, que gobernó santísimamente por espacio de quince años, descansó en la paz del Señor. Se conserva una excelente carta suya, o de su concilio, en la cual defiende la verdad con una entereza y vigor digno del vicario de Cristo. 


Reflexión: 

Decía el santo papa Julio en su carta a los fieles de Alejandría: "Recibid, amados míos, a vuestro obispo Atanasio, con entera gloria y alegría espiritual, y con él a todos los que han sido sus compañeros en sus grandes y trabajosas persecuciones. Yo ciertamente tengo particular alegría cuando me pongo a pensar la que cada uno de vosotros ha de tener cuando llegue vuestro pastor a esa ciudad, como toda ella ha de salir a recibirle, y la fiesta que se ha de hacer. ¡Qué día tan regocijado será para vosotros, cuando nuestro hermano vuelva a veros, y los males pasados tendrán fin y el corazón de todos será uno!" Como ésta ha de ser la unión de paz y amor que ha de reinar entre el pastor y las ovejas del rebaño de Jesucristo. No turbemos jamás esta santa concordia, como suelen turbarla por cualquier motivo los herejes, antes, como obedientes hijos de la Iglesia, procuremos a todo trance conservarla. 


Oración: 

Te rogamos, Señor, que oigas las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Julio, y que por la intercesión y merecimientos de aquel que dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 11 de enero de 2012

Puñado o Puñadito, Fiel a la Tradición


"Incluso si los católicos, fieles a la tradición, son reducidos a un puñado, ellos son la verdadera Iglesia de Jesucristo"


San Atanasio, + 373 d. C

lunes, 19 de diciembre de 2011

AYUNO Y ABSTINENCIA




AYUNO Y ABSTINENCIA

(Estudio Bíblico de Cornelio A Lapide)

NECESIDAD DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA

Ya en la antigua ley, ya en la nueva, Dios ordena el ayuno. La Iglesia hace de él un precepto. "Quitad la leña del fuego, si queréis que mengüe la llama", dice un poeta. Mas, la concupiscencia es un fuego devorador: es pues preciso hacer ayunar la carne.

"Vale mucho mejor para vosotros, dice San Jerónimo, que padezca más bien vuestro estómago que vuestra alma; vale mucho más mandar a la carne, que obedecerle, vacilar con pie incierto y débil que caer en impurezas. Es con el rigor de los ayunos y de las vigilias que pueden rechazarse los dardos envenenados del demonio: muerto está el que vive en medio de las delicias". (Epist)

El mismo Platón prohibía comer carne dos veces al día, y saciarse. (Lib. de Legib.)

Necesidad del ayuno y de la abstinencia para evitar el pecado...
Necesidad del ayuno y de la abstinencia para expiar los pecados cometidos...
Necesidad del ayuno y de la abstinencia para vencer y rechazar al demonio.

"¿En qué consiste que no hemos podido arrojar a este demonio?, decían los discípulos a Jesucristo. El les respondió: "Estos demonios no pueden ser arrojados sino por medio de la oración y del ayuno" (Mc. 9, 27-28).

Es imposible ser casto si uno no se mortifica.

El ayuno es obligatorio bajo pena de pecado mortal desde la edad de veintiún años, a menos que razones legítimas lo dispensen.


EJEMPLOS DE AYUNO Y ABSTINENCIA

Los ejemplos que tenemos del ayuno y de la abstinencia, nos prueban su necesidad.

Moisés, Elías y Jesucristo, ayunaron durante cuarenta días. Y la Iglesia, á imitación de estos ayunos, estableció el de cuarenta días de la cuaresma.
Los primeros cristianos ayunaban todos los días, y no tomaban más que una sola comida, que tenía lugar al ponerse el sol.

Los ermitaños, los anacoretas ayunaban constantemente. En todos los siglos los religiosos han ayunado. Los verdaderos fieles siempre han sido exactos en ayunar. Judith ayuna; Esther, sentada en el trono, ayuna. Los judíos tenían sus ayunos. Los mahometanos tienen también los suyos, y los observan religiosamente.
Juan Bautista, en el desierto, ayunó e hizo abstinencia todos los días durante treinta años; su alimento consistía en miel salvaje y langostas. Todos los Ninivitas, desde el más pequeño al más grande, desde el más joven al más viejo, desde el pobre hasta el rey, hicieron un riguroso ayuno; y hasta obligaron a ayunar a los animales.


EXCELENCIA DEL AYUNO, SUS ADMIRABLES EFECTOS Y SUS VENTAJAS

Dice San León: "El ayuno engendra los pensamientos castos, las voluntades razonables y rectas, y los más saludables consejos: con esta aflicción voluntaria, la carne muere para las concupiscencias, y el espíritu se renueva con las virtudes". (Serm. 2).

Oíd a San Ambrosio: "¿Qué es el ayuno, sino la imagen del cielo y el precio con que puede adquirirse? El ayuno es el alimento del alma, el alimento del espíritu. El ayuno es la vida de los ángeles; el ayuno es la muerte del pecado, la destrucción de los crímenes, el remedio de la salvación, el manantial de la gracia, el fundamento de la castidad. Por medio del ayuno se llega pronto a Dios". (De Elia et jejun.)

"El ayuno, dice San Efrén, es el carro que conduce al cielo. El ayuno suscita profetas, y enseña sabiduría a los legisladores. El ayuno es el guarda perfecto del alma, cohabita con el cuerpo sin dañarle. El ayuno es un arma a toda prueba para los soldados valientes y los intrépidos atletas. El ayuno resiste a las tentaciones; da unción a la piedad. El ayuno apaga la violencia del fuego, cierra las fauces de los leones, y encamina las oraciones al cielo. La abstinencia es madre de la santidad, disciplina de la juventud y adorno de la vejez". (De Jejun. c. IX).

"No sólo es el ayuno una virtud perfecta, sino el cimiento de las demás virtudes; es la santificación, la pureza, la prudencia, virtudes sin las cuales nadie puede ver a Dios". (Lib. II. ad Demetrid).

"El hambre, dice San Ambrosio, es amiga de la virginidad, y enemiga de la lujuria; pero los excesos en la mesa ahogan la castidad y alimentan las pasiones" (Serm. de Quadrag.)

"Así como el soldado no es nada sin armas, dice S. Crisóstomo, y las armas no son tampoco nada sin el soldado, de la misma manera la oración no es nada sin el ayuno, ni el ayuno sin la oración" (In Matth., c. VI).

"El ayuno, dice San Basilio, hace que los hombres sean semejantes a los ángeles" (De Jejun.)

"El ayuno es el alimento del alma", dice San Crisóstomo (In Matth., c. VI).

"El ayuno, añade el mismo Santo, purifica el alma, alivia los sentidos, sujeta la carne al espíritu, hace que el corazón esté contrito y humillado, disipa las nubes de la concupiscencia, apaga los ardores de las pasiones abrasadoras, y enciende la antorcha de la castidad". (In cap. IV. Matth)

"Ved lo que hace el ayuno, dice S. Alanasio: cura las enfermedades, calma la impetuosidad de la sangre, ahuyenta los demonios, arroja los malos pensamientos, da más belleza y blancura al alma, más pureza al corazón, y hace que el cuerpo esté más sano y robusto". (Lib. I de Virgis)

"Por medio del ayuno es como Elias sube al cielo en un carro triunfal", dice San Ambrosio (De Elia et Jejun.)

"Sabemos, dice S. Pedro de Ravena, que es el ayuno el alcázar de Dios, el campo de Jesucristo, la muralla inexpugnable del Espíritu Santo, el estandarte de la fe, el signo de la castidad, el trofeo de la santidad" (Serm. de Jejun.)

"Puesto que por gula perdimos las alegrías del paraíso, dice San Gregorio, esforcémonos en conquistarlas de nuevo con el ayuno y la abstinencia" (Homil. de Jejun.)

"¿A qué debió Sansón el ser tan fuerte e invencible? dice San Basilio. ¿No fue el ayuno el que hizo merecer a su madre la gracia de concebirlo? El ayuno le concibió, el ayuno le alimentó, y el ayuno hizo de él un prodigio de fuerza. (Homil. de Jejun.)

"El ayuno, añade aquel gran Doctor, engendra profetas, da más fuerza a los fuertes; el ayuno da sabiduría a los que dictan leyes, es el escudo de los que combaten con valor. El ayuno es el que dio fuerza a Sansón, y en tanto que éste fue fiel en guardarlo, derribó a millares de enemigos en cada combate, arrancó las puertas de las ciudades, y los leones no pudieron resistir al vigor de su brazo. Pero desde el momento en que la embriaguez del vino y de la voluptuosidad se apoderaron de él, en seguida le prendieron los enemigos, le arrancaron los ojos, y fue juguete de los niños. (Idem.)
"Cuando el alma derrama lágrimas de arrepentimiento, dice San Gregorio, es también indispensable que la carne, que ha sido esclava de los criminales placeres, sea castigada con el ayuno" (Homil. de Jejun.)

"Samuel, dice San Jerónimo, reunió el pueblo en Masfath, le fortificó con un ayuno que impuso, y así le hizo victorioso de sus enemigos". (In Lib. Reg.).
"A fin de poder combatir a sus enemigos, dice San León, repararon las fuerzas de su alma y de su cuerpo por medio de un ayuno severo. Se abstuvieron de comer y de beber; se impusieron esta ruda penitencia, y para vencer a sus enemigos, empezaron por vencer en sí mismos el atractivo de la gula. (Serm. de Quadrag.)

"Los ayunos, añade el mismo San León, nos hacen fuertes contra el pecado; triunfan sobre las concupiscencias, rechazan las tentaciones, calman el orgullo, templan la ira, y alimentan todos los afectos de la buena voluntad para hacernos practicar perfectamente todas las virtudes".

"El ayuno, dice San Atanasio, eleva al hombre hasta el trono de Dios" (Tract. de Virgin.)

"Judith ayunaba todos los días de su vida menos el día del sábado", dice la Escritura (Judith 8, 6).
"Holofernes y sus soldados, amigos de beber mucho, se embriagaban, dice San Ambrosio; pero había una mujer, Judith, que no bebía, ayunaba todos los días, menos los festivos. Armada con el ayuno, se adelanta y destruye todo el ejército de los Asirios. Por medio de la energía de una resolución formada en la abstinencia, corta la cabeza a Holofernes, salva su pudor y alcanza la victoria. Fortificada con el ayuno, se introduce en el campo extranjero; Holofernes queda sumergido en el vino, y no siente el golpe mortal. Así el ayuno de una sola mujer anonada el numeroso ejército de los Asirios y salva el pueblo de Dios". (Serm. de Orat. et Jejun.)

"Por causa del odio y de la crueldad de Aman, el rey Asuero ordenó el exterminio de los judíos que estaban cautivos. Al momento, dice la Escritura, la reina Esther, asustada del inminente peligro, acude al Señor. Dejando todos sus adornos de reina, se pone vestidos de luto; en vez de usar perfumes, cubre su cabeza con cenizas y polvo, castiga su cuerpo con ayunos, y manda decir a Mardoqueo: Id, reunid a todos los judíos que encontréis en Lusan, y rogad por mí: no comáis ni bebáis nada durante tres días y tres noches: yo ayunaré también con mis criadas; y entonces, a pesar de la ley que lo prohíbe, entraré sin ser llamada a las habitaciones del rey, y me expondré al peligro y a la muerte para salvar a mi pueblo". (Esther 4, 16)

"Esther, dice San Ambrosio, se volvió más hermosa con el ayuno; porque el Señor aumentaba su gracia en aquella alma sobria" (Lib. de Elia et jejun.). "Asi es que desde el momento en que se presentó al rey, dice la Escritura, Dios cambió el corazón de Asuero, el cual se lanzó en sus brazos. ¿Qué tenéis, Esther? le dijo: soy vuestro hermano, nada temáis, no moriréis." (Esther 15, 11-13). De este modo Esther, con su ayuno y su oración, se conquistó un nombre inmortal, alcanzando libertad para su pueblo, un patíbulo para el cruel Aman, justicia para Asuero y gloria para Dios.

"La que ayunó tres días, dice San Ambrosio, gustó al rey y obtuvo lo que pedia, la salvación de su pueblo. Y entre tanto Aman, sentado en un regio festín, en medio de su intemperancia pagó la pena que su embriaguez merecía. El ayuno es pues el sacrificio de la reconciliación y el aumento de las virtudes" (Lib. de Eliaet Jejun.). "Esther con su ayuno, dice Clemente de Alejandría, es más fuerte que todos sus enemigos; desgarra el decreto tiránico que hacía perecer a su pueblo, y calma al tirano; reprime a Aman y hace triunfar a los suyos". (Lib. VI Strom.)

"Judas Macabeo y sus soldados obtienen con sus ayunos los socorros del cielo, y numerosas victorias sobre sus poderosos y temibles enemigos". (Lib. Machab.)

"El Ayuno, dice San Ambrosio, es el dueño de la continencia, la disciplina de la pureza, la humildad del espíritu, la flagelación de la carne corrompida, la expresión de la sobriedad, la regla de la virtud, la purificación del alma, la mano de la misericordia, el principio de la dulzura, el atractivo de la caridad, la gracia de la vejez, el custodio de la juventud. El ayuno es el alivio de las enfermedades, el alimento de la salvación, el viático del buen camino, el tesoro de toda la vida". (De Elia et Jejun).

Los Ninivitas son condenados por la justicia de Dios a ser destruidos; se dedican a un riguroso y universal ayuno, y al momento Dios les perdona.

Los Apóstoles ayunan y oran; el Espíritu Santo baja sobre ellos, los llena de sus dones y los convierte en hombres heróicos

San Ambrosio atribuye todos los milagros de Elías a sus ayunos. "Con sus ayunos, dice, Elías cierra el cielo al criminal pueblo judaico; con su ayuno resucita al hijo de la viuda; su ayuno detiene las inundaciones; su ayuno hace bajar el fuego del cielo; su ayuno le hace subir al cielo en un carro de fuego; con su ayuno de cuarenta días consigue conversar con Dios y hallarse en su presencia. Cuanto más ayuna, más poderoso es; detiene también las aguas del Jordán con su ayuno". (De Elia et Jejun.)

El ayuno es la salud del cuerpo, del alma, de la memoria y de la inteligencia. El ayuno prolonga la vida, nos libra de mil enfermedades precoces y crueles ¿Cuál es siempre el primer mandato de un médico? ¿Cuál es su primero y principal remedio? La dieta, que es un ayuno y una abstinencia absolutos


FALSOS PRETEXTOS QUE SE ALEGAN PARA NO AYUNAR

Alegamos mil razones falsas para librarnos de la ley del ayuno: la edad, la debilidad de estómago, las ocupaciones, la rigidez de la ley, etc.

Los pecadores no pueden ayunar, es decir, no tienen fuerza para salvarse, y la tienen para condenarse; pero es más costoso ir al
infierno que ir al cielo. El mundo tiene tormentos, sacrificios,
privaciones, exigencias, órdenes mil veces más penosas que el Evangelio.

¿Y no ha de haber ninguna energía para el bien, habiendo tanta fuerza para el mal? Los que se creen demasiado débiles para ayunar y hacer abstinencia, saben perfectamente imponerse privaciones cuando se trata aunque no sea más que de ganar una corta cantidad de dinero; y cuando se les asegura que obtendrán la gracia, el cielo y la gloria eterna con algunos días de ayuno, son demasiado débiles!

¡Ah! no es la debilidad del temperamento la verdadera causa de la violación de una ley tan santa y tan ventajosa; las verdaderas causas de este desorden, son la pérdida de la fe, la indiferencia, la gula y la impiedad.

Quiero que vuestra salud sea débil; pero ¿no tenéis la culpa de haber perdido vuestra salud? ¿No la destruis con la avaricia, la lujuria, la vanidad, la gula, la embriaguez, la cólera, los juegos y otros excesos? Muchas veces la salud sólo está alterada por el desorden de las pasiones. ¡Oh! ¡cuántos hay que abusan de esta salud, don tan precioso de Dios!


HAY VARIAS ESPECIES DE AYUNO

Hay el ayuno de la voluntad. Hemos ayunado, dicen algunos, y ¿por qué no ha tenido en cuenta nuestros ayunos? Porque, dice Isaías, "seguís vuestros caprichos y voluntades en los días de ayuno" (Isaías 58, 3). "¿Acaso el ayuno que yo estimo, dice el Señor por medio de Isaías, no es más bien el que tú deshagas los injustos contratos, que canceles las obligaciones usurarias que oprimen, que dejes en libertad a los que han quebrado, y quites todo gravamen?" (Is. 58, 6). "¡Que partas tu pan con el hambriento, y que a los pobres y a los que no tienen hogar los acojas en la casa, y vistas, al que veas desnudo, y no desprecies tu propia carne" (Is. 58, 7). "Si esto haces, amanecerá tu luz, como la aurora, y llegará presto tu curación; y delante de ti, irá siempre tu justicia, y la gloria del Señor le acogerá en su seno. (Is. 58, 8). "Entonces invocarás al Señor, y Él te oirá benigno: clamarás, y Él te dirá: Aquí estoy". (Is. 58, 9)

Notad aquí que el Señor enseña y explica cuál debe ser el ayuno de los cristianos durante la cuaresma y los demás días de ayuno. Es preciso:

1.º "que el alma se abstenga de los vicios, así como el cuerpo se abstiene del alimento", dice San Jerónimo (Ad Celant.). "Porque el objeto del ayuno es humillar el cuerpo y sujetarlo al alma, sujetar el alma a la razón, la razón a la virtud y al espíritu, y el espíritu a Dios; y si no os encamináis a este fin, en vano emplearéis el remedio de los ayunos, de la misma manera que el enfermo toma inútilmente el remedio, si no se abstiene de lo que puede dañarle", dice San Crisóstomo (In Gen. I, homil. VIII)
"El mérito de nuestros ayunos, dice S. León, no estriba solamente en la abstinencia de los alimentos; de nada sirve quitar al cuerpo su nutrición, si el alma no se aparta de la iniquidad, y si la Iengua no deja de hablar mal". (Serm. IV. in Quadrag.)
"Si sólo la boca ha pecado, dice, San Bernardo, que ayune ella tan sólo, y basta; pero si todo peca en nosotros, ¿ por qué todo no ha de ayunar? Que ayune pues la vista y se prive de las miradas y de toda curiosidad vana; que ayune el oído, y no se abra ni a las fábulas, ni a los rumores; que ayune la lengua y se prive de la maledicencia y de la murmuración; que ayunen las manos huyendo de la pereza; y sobre todo que ayune el alma, alejándose de los pecados y de su propia voluntad. Porque sin semejante ayuno, Dios rechaza los demás". (Serm III. de Jejun. Quadrag.)
Es pues preciso hacer que el ayuno del cuerpo sea meritorio por medio del ayuno del alma, y del corazón y la abstinencia de los pecados. Este es el ayuno que prescribe el profeta Joel: "Santificad vuestro ayuno" (Joel 1, 25). "Porque, como explica San Gregorio, santificar el ayuno es dedicarse a oír las buenas obras, ofreciendo a Dios la abstinencia de la carne. Cese la ira, cálmense las querellas; porque, en vano se mortifica el cuerpo, si no se pone un freno a las malas inclinaciones". (Homil. XVI in Evang.)
San Jerónimo nos dice: "¿De qué sirve debilitar el cuerpo con el ayuno, si el espíritu se subleva de orgullo? ¿Qué alabanzas puede merecernos la palidez que imprime el ayuno, si estamos llenos y manchados de envidia? ¿Qué virtud hay en no beber vino, y en embriagarse de ira y de odio?" (Ad Celant).

2.° "Partid vuestro pan con el que tiene hambre" (Is. 58. 7) Esta es la segunda condición que Dios exige en el ayuno para que lo acepte. "El ayuno, dice San Gregorio, debe ir acompañado de piedad y de limosna; es preciso dar al pobre lo que quitamos al estómago: Es preciso dar pan a los pobres, hospitalidad al extranjero, y vestidos al desnudo". (Homil XVI. in Evang.)
"Aquello de que os priváis, dice el mismo Doctor, es menester darlo a otro, a fin de que el medio que empleáis para castigar vuestra carne, sirva para reparar las fuerzas de vuestro prójimo" (Homil. XVI. in Evang.)
Santificad vuestro ayuno. "Que vuestro ayuno tenga alas para penetrar hasta el cielo, dice San Bernardo: el ala de la oración y el ala de la justicia. Santifiquen el ayuno, para que la intención pura y la oración ferviente lo ofrezcan a la Majestad divina" (Serm. IV de Jejun. Quadrag.)

viernes, 24 de abril de 2009

LA VERDAD Y EL NÚMERO



LA VERDAD Y EL NÚMERO


Homilía contra los que consideran al número como prueba de la verdad
o que no juzgan de la verdad sino por el número



De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: "Yo soy la Verdad", Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: "Tened confianza, Yo he vencido al mundo".


Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy pequeño.


No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse vencido.

¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata!

Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme

Cuando diez mil hombres se hubiesen reunido para hacerme creer en pleno día que es de noche, para hacerme aceptar una moneda de cobre por una moneda de oro, para persuadirme a tomar un veneno descubierto y conocido por mí, como un alimento útil y conveniente, ¿estaría obligado por eso a creerles?

Por consiguiente, puesto que no estoy obligado a creer en el gran número, que está sujeto a error en las cosas puramente terrestres, ¿Por qué cuando se trata de los dogmas de la religión y de las cosas del cielo, estaría yo obligado a abandonar a los que están apegados a la Tradición de sus Padres, a quienes creen con todos los que han sido antes que ellos, lo que se ha creído en los siglos más remotos, y confirmado además, por la Sagrada Escritura? ¿Por qué, digo, estaría yo obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no da ninguna prueba de lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había muchos llamados, pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que la vía que lleva a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por consiguiente, ¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este pequeño número, que entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del gran número que corre y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de vosotros, si hubiese estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto a los insultos del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese deseado ser de su partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al pueblo, que por el testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la verdadera fe?

Un solo hombre de una probidad reconocida merece más fe y más atención que otros diez mil que no cuentan sino con su número y su poder. Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas. Leed el Antiguo Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25] quien se presenta solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la matanza de los israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si se hubiese contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse aun número tan grande que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la multitud? ¿de qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena? ¿habría obrado valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran número? No, sin duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no habría perdonado a ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por consiguiente, que se prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que obra y habla con la libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas corrompidas de una multitud.

En cuanto a vosotros, seguid si queréis al gran número que perece en las aguas y abandonad a Noé, el único que es conservado; pero al menos no me impidáis salvarme en el Arca con el pequeño número. Seguid si queréis al gran número de los habitantes de Sodoma; en cuanto a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él esté solo, no lo abandonaré para seguir a la multitud de la que se separó para buscar su salvación.

No creáis, sin embargo, que desprecio el gran número; no, lo respeto, y sé los miramientos que hay que tener con él: pero es ese gran número que da prueba y hace ver la verdad de lo que afirma, y no ese gran número que teme y evita la discusión y el examen; no ese gran número que parece siempre dispuesto al asalto y que ataca con orgullo, sino ese gran número que reprende con bondad; no ese gran número que triunfa y se complace en la novedad, sino ese gran número que conserva la heredad que sus Padres le han legado y está apegado a ella.

Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál es ese gran número del que os jactáis? Qué decir de los individuos vencidos, seducidos y ganados por las caricias, los presentes, de los individuos enceguecidos y arrastrados por su incapacidad y su ignorancia, de los individuos que, unos por timidez y otros por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y vuestro crédito, de los individuos que prefieren un placer de un momento, aunque pecando, a la vida que debe ser eterna.

¿Así, por consiguiente, pretendéis sostener el error y la mentira por medio del gran número, y establecerlo con perjuicio de la Verdad, que un grandísimo número no enrojeció en confesar públicamente a expensas de su vida? ¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del mal y hacéis conocer la profundidad de la llaga, pues la desgracia es tanto mayor cuanto más individuos se encuentran envueltos en ella!

"No sigáis la muchedumbre para obrar mal,
ni el juicio te acomodes al parecer del mayor número,
si con ello te desvías de la verdad"
SAN ATANASIO

martes, 8 de julio de 2008

La Verdad y el Número

LA VERDAD Y EL NÚMERO
Homilía contra los que consideran al número como prueba de la verdad o que no juzgan de la verdad sino por el número

De Dios debemos esperar la fuerza y las luces necesarias para combatir la mentira y el error y a Él recurriremos para obtenerlas. Él es el Dios de la Verdad, Él nos ha sacado del seno del error y de la ilusión, Él nos dice en el fondo del corazón: "Yo soy la Verdad", Él sostiene nuestra esperanza y anima nuestro celo, cuando nos dice: "Tened confianza, Yo he vencido al mundo". Después de eso, ¿cómo no sentir compasión por los que sólo miden la fuerza y el poder de la Verdad por el gran número? ¿Han olvidado por consiguiente, que Nuestro Señor Jesucristo no eligió sino doce discípulos, gentes simples, sin letras, pobres e ignorantes, para oponerlos, con una misericordia totalmente gratuita, al mundo entero y que no les dio, como única defensa, sino la confianza en Él? ¿Ignoran acaso que les dio como instrucción a estos doce enviados, no el seguir al gran número, y a esos millones de hombres que se perdían, sino ganar a esa multitud y comprometerla a seguirlos? ¡Cuán admirable es la fuerza de la Verdad! Sí, la Verdad es siempre vencedora, aunque no esté sostenida sino por un número muy pequeño.
No tener otro recurso sino el gran número, recurrir a él como a una muralla contra todos los ataques, y como a una respuesta para todas las dificultades, es reconocer la debilidad de su causa, es convenir en la imposibilidad en que se está de defenderse, es, en una palabra, reconocerse vencido.
¿Qué pretendéis, en efecto, cuando nos objetáis vuestro gran número? ¿Queréis como en otro tiempo, levantar una segunda Torre de Babel, para tener a raya a Dios y atacarlo en caso de necesidad? ¡Qué ejemplo el de esa multitud insensata!
Que vuestro gran número me presente la Verdad en toda su pureza y su brillo, estoy dispuesto a rendirme y mi derrota es segura; pero que no me dé como prueba y razón nada más que su propio gran número y su autoridad: es querer causar terror y dar miedo, pero de ningún modo persuadirme
Cuando diez mil hombres se hubiesen reunido para hacerme creer en pleno día que es de noche, para hacerme aceptar una moneda de cobre por una moneda de oro, para persuadirme a tomar un veneno descubierto y conocido por mí, como un alimento útil y conveniente, ¿estaría obligado por eso a creerles?
Por consiguiente, puesto que no estoy obligado a creer en el gran número, que está sujeto a error en las cosas puramente terrestres, ¿Por qué cuando se trata de los dogmas de la religión y de las cosas del cielo, estaría yo obligado a abandonar a los que están apegados a la Tradición de sus Padres, a quienes creen con todos los que han sido antes que ellos, lo que se ha creído en los siglos más remotos, y confirmado además, por la Sagrada Escritura? ¿Por qué, digo, estaría yo obligado a abandonarlos para seguir a una multitud que no da ninguna prueba de lo que afirma? ¿Acaso el Señor mismo no nos dijo que había muchos llamados, pero pocos escogidos; que la puerta de la vida es pequeña, que la vía que lleva a ella es estrecha y que son pocos los que la encuentran? Por consiguiente, ¿cuál es el hombre razonable que no prefiriese ser de este pequeño número, que entra a la vida eterna por ese camino estrecho, a ser del gran número que corre y se precipita a la muerte por el camino ancho? ¿Quién de vosotros, si hubiese estado en los tiempos en que San Esteban fue lapidado y expuesto a los insultos del gran número, no hubiese preferido e incluso no hubiese deseado ser de su partido, aunque él estuviese solo, antes que seguir al pueblo, que por el testimonio y la autoridad de la multitud creía estar en la verdadera fe?
Un solo hombre de una probidad reconocida merece más fe y más atención que otros diez mil que no cuentan sino con su número y su poder. Buscad en las Escrituras y encontraréis las pruebas. Leed el Antiguo Testamento, allí veréis a Fineés [nieto de Aarón, Éxodo 6,25] quien se presenta solo ante el Señor, solo apacigua su cólera y hace cesar la matanza de los israelitas, de los que acababan de perecer veinticuatro mil. Si se hubiese contentado con decirse entonces, ¿quién osará oponerse aun número tan grande que está unido para cometer el crimen? ¿qué puedo yo contra la multitud? ¿de qué me serviría oponerme al mal que cometen con voluntad plena? ¿habría obrado valientemente y habría detenido el mal que cometía el gran número? No, sin duda, el resto de los israelitas habría perecido y Dios no habría perdonado a ese pueblo gracias al celo de Fineés. Es necesario, por consiguiente, que se prefiera el sentimiento de un hombre con probidad, que obra y habla con la libertad que da la Religión, a las opiniones y a las máximas corrompidas de una multitud.
En cuanto a vosotros, seguid si queréis al gran número que perece en las aguas y abandonad a Noé, el único que es conservado; pero al menos no me impidáis salvarme en el Arca con el pequeño número. Seguid si queréis al gran número de los habitantes de Sodoma; en cuanto a mí, yo acompañaré a Lot; y aunque él esté solo, no lo abandonaré para seguir a la multitud de la que se separó para buscar su salvación.
No creáis, sin embargo, que desprecio el gran número; no, lo respeto, y sé los miramientos que hay que tener con él: pero es ese gran número que da prueba y hace ver la verdad de lo que afirma, y no ese gran número que teme y evita la discusión y el examen; no ese gran número que parece siempre dispuesto al asalto y que ataca con orgullo, sino ese gran número que reprende con bondad; no ese gran número que triunfa y se complace en la novedad, sino ese gran número que conserva la heredad que sus Padres le han legado y está apegado a ella.
Pero, en cuanto a vosotros, ¿cuál es ese gran número del que os jactáis? Qué decir de los individuos vencidos, seducidos y ganados por las caricias, los presentes, de los individuos enceguecidos y arrastrados por su incapacidad y su ignorancia, de los individuos que, unos por timidez y otros por temor, sucumbieron ante vuestras amenazas y vuestro crédito, de los individuos que prefieren un placer de un momento, aunque pecando, a la vida que debe ser eterna.
¿Así, por consiguiente, pretendéis sostener el error y la mentira por medio del gran número, y establecerlo con perjuicio de la Verdad, que un grandísimo número no enrojeció en confesar públicamente a expensas de su vida? ¡Ah, por cierto, hacéis ver la magnitud del mal y hacéis conocer la profundidad de la llaga, pues la desgracia es tanto mayor cuanto más individuos se encuentran envueltos en ella!

"No sigáis la muchedumbre para obrar mal, ni el juicio te acomodes al parecer del mayor número, si con ello te desvías de la verdad"
SAN ATANASIO

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