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domingo, 17 de abril de 2011

Sufragio Universal: Árbol de Muerte y Desesperación


Sufragio Universal: Árbol de Muerte y de Desesperación


-Josef Florian me envía copia de una carta del obispo de Brünn, al clero de su diócesis, en ocasión de las elecciones. Todos los lugares comunes estúpidos y sofísticos sobre el deber de votar.

Sólo una cosa tengo que decir, y la misma de siempre:

-Se espera la salvación por el sufragio universal, porque habiendo perdido la fe, créese que un mal árbol puede dar frutos buenos. Por supuesto, el sufragio universal es un árbol de muerte y de desesperación. El mal apóstol se ahorcó en él. El sufragio universal no es un mal accidental, sino un mal absoluto.

El voto familiar, propuesto últimamente, parece una idea justa, puesto que por ese medio se reconstruiría la familia. Pero, para ello, sería menester abolir previamente el divorcio. Hoy nada es posible. Parece que Dios hubiese abandonado esta sociedad miserable.


LEON BLOY, El Invendible, 24/4/1906

sábado, 15 de enero de 2011

San Expedito, Inexistente y Condenado


NO SABER A QUÉ SANTO ENCOMENDARSE

Es una queja que está frecuentemente en boca de gente que no cree en los santos y que es incapaz de hacer por sí misma un voto cualquiera de santidad. A esa gente yo le aconsejaría encomendarse a san Expedito, que tiene sobre los demás santos la ventaja de no haber existido jamás. Este pretendido mártir, cuya historia es un misterio, fue inventado, creo, en los últimos veinte años del siglo XIX. Se lo invocaba para los negocios que iban con lentitud y cuya expedición rápida se deseaba.

Una imagen edificante que se vendía en una tienda de artículos de piedad, en los alrededores del Bon Marché, lo representaba blandiendo una espada, en cuya hoja estaba inscripta la palabra "Hodie", hoy, y pisando a un negro cuervo que exhalaba el odioso adverbio "Cras", significativo de mañana. Así, si uno no tenía un vencimiento para hoy, san Expedito lo sacaba inmediatamente del trance. Del mismo modo, si el tren se retrasaba y uno tenía necesidad de llegar en el día, bastaba invocar a san Expedito para tener la seguridad de que el tren entraría en la estación cinco minutos antes de la medianoche. Si una malignidad cualquiera amenazaba ser infructuosa después de la puesta del sol, san Expedito intervenía de inmediato. Y así en todo, hasta en las cosas insignificantes. Un puñetazo en pleno rostro o un puntapié en el trasero llegaban con la misma rapidez que una carta certificada o una esposa vagabunda, y el negro cuervo expiraba graznando.

Es infinitamente lamentable que la autoridad eclesiástica haya condenado esta devoción, tan adecuada a la inteligencia y a la talla de nuestros burgueses.


Leon Bloy, Exégesis de Lugares Comunes, 1913

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