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miércoles, 31 de octubre de 2018

Que NINGUNA definición doctrinal católica sea vedada por otra de mayor consenso





Que NINGUNA definición doctrinal católica sea vedada por otra de mayor consenso

¿Acaso podemos confiarnos de algún demonio porque enarbola la bandera de la PAZ, o la bandera de la Familia; de la LIBERTAD tal vez; o del patriotismo? Más aún en nuestros días postreros; ¿creeremos ingenuamente que porque un laicista, o un "libre pensador", o un modernista de cualquier talante lucha contra las proclamas gomorritas a favor de la pedofilia; por ello mismo está de nuestra parte; que lucha acaso por el verdadero reinado de Nuestro Señor Jesucristo? Estúpidos y necios seremos; ¡cómplices aún! si negamos las verdades que la Santa Iglesia Católica de Siempre (No la usurpadora secta del falso Papa Francisco) para siempre ha proclamado una vez.

¿Qué significa eso de rezar con sectarios protestantes para que las legislaciones apóstatas de países otrora católicos no asesinen a niños que aún no nacen y no se bautizan; debiendo morir bajo el yugo del Pecado Original y del Demonio? No hay motivo para rezar con protestantes ni realizar congresos "pancristianos".

"Podrá parecer que dichos “pancristianos” tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que SAN JUAN, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de JESUCRISTO: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis. Siendo, pues, la fe integra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe". (S.S. Pio XI, "Mortalios Animos")

¿Qué significa aquello de proclamar la Educación Sexual del Estado y la concientización de acotar obligadamente el número de los hijos que Dios quiere enviarle a los matrimonios por cuyo fin han sido consumados? Para evitar la lujuria impuesta y corruptora de la Ideología degenerada; no se han de negar los principios católicos de familia, castidad y pureza.

"Peligroso en sumo grado es, además, ese naturalismo que en nuestros días invade el campo educativo en una materia tan delicada como es la moral y la castidad. Está muy difundido actualmente el error de quienes, con una peligrosa pretensión e indecorosa terminología, fomentan la llamada educación sexual, pensando falsamente que podrán inmunizar a los jóvenes contra los peligros de la carne con medios puramente naturales y sin ayuda religiosa alguna; acudiendo para ello a una temeraria, indiscriminada e incluso pública iniciación e instrucción preventiva en materia sexual, y, lo que es peor todavía, exponiéndolos prematuramente a las ocasiones, para acostumbrarlos, como ellos dicen, y para curtir su espíritu contra los peligros de la pubertad" (S.S. Pio XI "Divini Illius Magistri" )

¿Cómo aprobar las ridiculeces seudocreativas de la Secta Modernista que para luchar contra el día de Halloween, el día principal de todo satanista, disfrazan a sus hijos de esos falsos santos que la Roma Ecuménica y Masónica ha decretado; ya sea Juan Pablo II, la Madre Teresa o ahora Pablo VI (uno peor que otro); o si no; de verdaderos santos; pero que, como acostumbran los modernistas; son edulcorados con pacifismos hinduistas o caricaturizados con la sumatoria de todas las herejías? Un católico no celebra Halloween. Pero tampoco entra por la misma puerta ancha y por los mismos dulces; con eufemismos como Holywins. No caigamos en redadas.

No hace falta negar, o esconder o negociar todos los enunciados de la Fe para perderla por completo. Basta negar un solo y único punto de la Fe; para estar fuera de la Santa Madre Iglesia Católica. Y ya bien se sabe, y nunca es inoportuno recordarlo, que Fuera de la Santa Iglesia Católica No hay Ninguna Salvación.

"¿Puede ser permitido a alguien rechazar alguna de esas verdades sin precipitarse abiertamente en la herejía, sin separarse de la Iglesia y sin repudiar en conjunto toda la doctrina cristiana? Pues tal es la naturaleza de la fe, que nada es más imposible que creer esto y dejar de creer aquello. La Iglesia profesa efectivamente que la fe es ‘una virtud sobrenatural por la que, bajo la inspiración y con el auxilio de la gracia de Dios, creemos que lo que nos ha sido revelado por Él es verdadero; y lo creemos no a causa de la verdad intrínseca de las cosas, vista con la luz natural de nuestra razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo, que nos revela esas verdades y que no puede engañarse ni engañarnos’ (Conc. Vat. I, ses. 3, cap. 3). (…) Al contrario, quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe" (S.S. León XIII, "Satis cognitum")

Extra Ecclesiam Nulla Salus.

¿Qué otra lucha puede ocupar la primera de todas; que es la de salvar nuestras propias almas? He ahí el motivo de nuestro existir; he ahí la razón de ser de nuestra terrenal residencia.

¡Viva Cristo Rey!


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sábado, 4 de febrero de 2012

LA DUDA CATÓLICA

¿Cruz o Araña?




LA DUDA CATÓLICA

La Duda en sí misma: Duda Anticristiana

Ciertamente, la Duda en sí misma, no es ninguna virtud, al contrario: Es la gran enemiga de la Fe. Por ello en las Sagradas Escrituras se encuentran innumerables sentencias contra la Duda, propiamente dicha. Pues la Duda aplicada a las Verdades Reveladas, a la Religión, a la Divina Encarnación, a la Santísima Trinidad y a toda su Corte Celestial; es satánica, maléfica y revolucionariamente subversiva. Ejemplo de ello son las siguientes citas bíblicas:

"Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?" (Mt. 14, 31)

"En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: "Quítate y arrójate al mar, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a suceder, le será concedido" (Mc. 11, 23)

"Pero que pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra" (Sant. 1, 6)

"Pero el que duda, si come se condena, porque no lo hace por fe; y todo lo que no procede de fe, es pecado" (Rom. 14, 23)

Esta DUDA que aquí se reprueba, no es la duda católica, lícita o, mejor expresada, DESCONFIANZA, de la que se trata en este artículo. La duda reprobada es la DUDA ANTICRISTIANA, que engendró todos los males contra la Fe Cristiana y su Doctrina Inmutable. Si en la Cristiandad se hubiese dudado más de las apariencias de verdad y creído más firmemente en la Verdad; no habría penetrado jamás la Duda Radical y Anticristiana que aniquiló todo lo que de civilizado en ella había.

La Duda en la teología engendró el modernismo y las herejías de los liberales y progresistas como Rahner, Lubac, Theilard y la unanimidad de los pastores de la falsa y nueva iglesia, con Benedicto XVI a la cabeza; cuyo fundamento infernal es profesar que el dogma puede reinterpretarse, evolucionar o cambiarse por un conocimiento más profundo.

No obstante, la Verdad Indudable los Condena:

Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 2 sobre la revelación, 1879, EX CATHEDRA: “De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de un conocimiento más profundo”


Papa Pío IX, Concilio Vaticano I, sesión 3, cap. 4, canon 3, EX CATHEDRA: “Si alguno dijere que es posible que en algún momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas propuestos por la Iglesia un sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea anatema”


Papa Gregorio XVI, Mirari vos, # 7, 15 de agosto de 1832: “Nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro, tanto en la palabra como en el sentido”


La duda en la filosofía engendró la Revolución Humanística, teniendo a Descartes como padre; y luego, a todos los racionalistas, empiristas, idealistas siguientes como constructores, arquitectos de babélicas torres cimentadas sobre la Duda y el cuestionamiento de cualquier verdad revelada. Es por la ideología de la duda que el hombre moderno, de Dios duda; pero al hombre endiosa y en él cree, con todo el corazón.

La Contra-Revolución: Solución Eterna

El hombre actual (en estos tiempos finales de la Gran Apostasía, estando Ntro Señor tan cercano a regresar y por el que ansiosos aguardamos), el neopagano y casi todo el mundo, han dejado de creer en Dios. El hombre actual le ha dado la espalda con todas sus dudas y desprecios. Para darle cara y corazón al mundo, al mismo hombre. El hombre ¡en el mismo hombre! pone su confianza y su credo absoluto.

Ante esta irreverente postura y pecado principal; la única solución es la Contra-Revolución: Dudar del hombre y creer en Dios.

La duda en sí misma no es nada; pero católicamente hablando y aplicada al mal, es la mejor reacción contra el demonio y sus artimañas. Dudar de las doctrinas de los falsos profetas, de las sugerencias del demonio, que se disfraza de ángel de luz, que nos tienta con las Sagradas Escrituras; de los lobos disfrazados de corderos, de los fariseos que se pavonean en los primeros puestos, con los mejores títulos y en las mejores "órdenes religiosas", y dudar de todo posible mal, es defenderse, es preservarse. Para discernir y examinar los espíritus es necesario dudar. Pero esta Duda, para no caer en la talismánica palabra herética y enemiga de la Fe; se la entiende mejor como Desconfianza. Dudar, Desconfiar de nosotros mismos; es el mejor camino para mantenernos firmes en la Fe, firmes hasta el fin.

Para los que tengan dudas de que hay una duda católica, dude de sus propias fuerzas y doctrinas; porque he aquí la verdad eterna:


Job 4, 18: "Dios no confía ni aún en sus propios siervos; y a sus ángeles atribuye errores"

Job 15, 15: "He aquí, Dios no confía en sus santos, y ni los cielos son puros ante sus ojos"

Jeremías 17, 5: "Así dice el Señor: Maldito el hombre que confía en el hombre, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor se aparta su corazón"

Salmo 118, 8: "Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en el hombre"

Salmo 146, 3: "No confiéis en príncipes, ni en hijo de hombre en quien no hay salvación"

1 Cor 10, 12: "Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga"

2 Pedro 3, 17: "Por tanto, amados, sabiendo esto de antemano, estad en guardia, no sea que arrastrados por el error de hombres libertinos, caigáis de vuestra firmeza"

1 Juan 4, 1: "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo"


Cornelio Lapide: "El tercer medio para resistir a las tentaciones y vencerlas es DESCONFIAR de nosotros mismos. Tenga cuidado de no caer el que se cree firme dice el Gran Apóstol (1 Cor 10, 12)"

San Roberto Belarmino: "Nuestra mejor política es poner toda nuestra confianza en la gracia de Dios, y desconfiar enteramente de nuestra propia fuerza"

Santa Teresa de Ávila: "No permite Dios que engañe el demonio al alma que desconfia de sí y está fuerte en la fe"

Monseñor Straubinger ("Las Pruebas del Justo"):
"No es eso lo que aprendemos de Jesús; es más bien una sana y veraz desconfianza de nosotros mismos y una filial sumisión a los designios de Dios, lo que el Divino Maestro nos pone por delante, tanto en la humilde oración de Getsemaní, pidiendo que el Padre aparte de Él el cáliz, cuanto en la caída de Pedro que reniega de Él tres veces, ante la servidumbre, después de haber jurado que daría por Él la vida, y que sin duda no habría incurrido en tal miseria si hubiera desconfiado de sí mismo".

"Negarse a sí mismo es entonces, en primer lugar, desconfiar de nosotros y buscar consuelo y fuerza en los pensamientos revelados por Dios. Es la receta que da el mismo Jesús a los discípulos en el pasaje antes citado, durante las angustias de Getsemaní: “Velad y orad para no entrar en la tentación” (Mat. 26, 41)"

"Estas admirables enseñanzas, que el mundo nos hace fácilmente olvidar, nos dan la fórmula básica para renunciar a nosotros mismos: desconfiar."


Abate Barran (De los Dogmas): "Una duda hay no obstante que se permite y es la que los teólogos llaman negativa o por mejor decir, duda de precaución. Esta duda consiste en tomar medidas para prevenir el daño a que podríamos vernos expuestos así cuando recibimos en casa a un desconocido, podemos procurar, por la seguridad de nuestros bienes, sin concebir una duda positiva sobre la probidad de esta persona, porque esta medida lo es de precaución autorizada y aun prescrita por la prudencia, que en nada ofonde al forastero" 


miércoles, 5 de agosto de 2009

Las Herejías de María Valtorta


APRECIACION GENERAL


La obra María Valtorta presenta tantas irregularidades que es difícil entender como es que ha podido tener aceptación en los medios católicos, aún tradicionalistas, al parecer. En general, por las herejías que sustenta- y otras cuestiones negativas adyacentes- no comprendemos como pudo ser aceptada por sacerdotes de formación antigua, como un Romualdo Miglirini asistente espiritual de Valtorta, y un Fray Juan de Escobar, avalador de las ediciones de la obra, por lo menos de 1976.

O bien no leyeron éstos detenidamente los escritos de María Valtorta –lo cual es difícil de suponer, dada la seriedad de la cuestión-, o actuaron – y actúa como Escobar- como cómplices de la propagación de una obra que presenta gravísimos errores en materia de fe. Sea como fuere. En la obra de Valtorta hay un misterio de complejidad con la herejía, que envuelve en particular últimamente a los “comentaristas” de la obra que evidentemente son postconciliares, y que en notas al calce delas páginas insertan comentarios haciendo notar la coincidencia de muchas doctrinas de María Valtorta con los errores del Vaticano II .

El asunto es que a través de varias ediciones producidas últimamente por un llamado “Centro Editorial Valtortiano” central de la edición en varios idiomas de El hombre Dios, la obra está recibiendo amplia difusión.

El editor un señor Emilio Pisani, en compañía de Fray Escobar, traductor al castellano de la obra, esta evidentemente confiado en la ignorancia de los católicos (aunque las herejías fundamentales de la obra son evidentes hasta para un niño del catecismo) para conseguir, como lo ha estado haciendo hasta hoy, el éxito de librería de la obra Valtorta.

Es preciso hacer notar algo importante respecto a las ediciones de la obra de Valtorta. En ninguna de las ediciones en castellano –desde 1976- aparece constancia de la Censura Eclesiástica. Ciertamente para nosotros, católicos, la censura de libros ,- con la cual hicieron un astuto juego los postconciliares, suprimiéndola por unos años después del Vaticano II para dejar correr las herejías, y renovándola posteriormente a su manera- no es válida-. La valida para nosotros es la del antiguo y permanente Código de Derecho Canónico anterior a la reforma efectuada por orden de Juan Pablo II. Ahora bien, en la edición de 1976, - castellano que es la que tenemos a la vista junto con la de 1989 – no aparece ninguna Censura o “Nuhil Obstat”- . Conocemos la ligereza de los postconciliares en esto de la censura, pero lo que hay que hacer notar, repetimos, es el hecho de que valiéndose de los textos de la Valtorta para apoyar las doctrinas del Vaticano II, no aparezca el apoyo de la Censura postconciliar. ¿No han querido comprometerse para poder dejar la puerta abierta a una autodefensa ante la acusación de hereje cómplices del libro que por otra parte comenta favorablemente ?. Bien que ellos así son. Mas no deja de ser un dato interesante.

Por otra parte, se dice en la Introducción a la edición en castellano de 1976, que María Valtorta “ el 18 de abril de 1949 ofreció a Dios el sacrificio de no ver la aprobación de su obra, uniendo a este sacrificio el precioso don de su inteligencia”. Esto significa evidentemente o da a entender, que la obra de Valtorta fue sometida a censura y no logró la aprobación eclesiástica. Eran los tiempos de S.S. Pío XII. y repite el P. Escobar: “María no pudo tener la satisfacción de ver que su obra era aprobada” (P.9) No explica si por fin la obra tuvo o no la aprobación. Pero tratándose de una cuestión tan seria, lo menos que podía hacer Escobar es consignar la fecha de la aprobación, si es que hubo posteriormente, después de aquel rechazo de 1949. Que hubo rechazo de la obra por parte de la autoridad eclesiástica, lo indica claramente Escobar al mencionar el sacrificio de Valtorta, y la fecha que seguramente fue en la que recibió la negativa. “El 18 de abril de 1949. Los motivos para el rechazo más que nada en aquel entonces, eran más que suficientes,

Algo sobre las leyes canónicas de la Santa Iglesia respecto a la censura eclesiástica de libros, escritos diversos, revelaciones, etc.

Lo que en el Código de Derecho Canónico se expresa. – el antiguo –sobre la publicación de libros, artículos, textos de revelaciones privadas, imágenes religiosas, todo tema religioso, en fin, está contenido en los cánones del 1384 al 1400 principalmente. Ahí se expresa:

1.,- Que la Santa Iglesia tiene derecho de exigir que los fieles no publiquen libros que ella no hay previamente examinado, y a prohibir con justa causa todo lo que haya sido publicado sin su autorización por cualquier persona.

2.- Todos los escritos antes de su publicación deben ser aprobados por el obispo de la diócecis dentro de la cual se publica la obra. Este obispo tendrá nombrado un censor de oficio, clérigo dedicado a examinar el contenido de lo que se piensa publicar, para determinar si no contiene errores contra la fe y costumbres. Una vez aprobada la obra se incluirá en las primeras páginas el Nihil Obstat con la firma del censor y aprobación del obispo. También se expresa con la frase Con las debidas licencias o Imprimatur – puede imprimirse- Si la obra presentada para ser examinada contiene algún error. Es rechazada y se niega la aprobación, por lo cual el autor no puede publicarla, o si la publica sin la constancia de censura incurre en grave delito al que se refiere el Canon Núm .2318 que dice:

2318. Incurren en excomunión ipso facto reservada de un modo especial a la Santa Sede, una vez que la obra es del dominio público, (ipso facto quiere decir sin necesidad de ninguna declaración) los editores de libros apostatas, herejes o cismáticos, en los que se defiende la apostasía, la herejía o el cisma y asimismo los que defienden dichos libros u otros prohibidos nominalmente por letras apostólicas, o los que a sabiendas y sin la licencia necesaria, los leen o los retiene en su poder. ( Sin la licencia necesaria significa que a determinadas personas cuyo criterio católico es confiable, la Iglesia puede conceder la lectura de libros prohibidos en particular para estudiarlos para su refutación) continúa...

Los autores y editores que sin la debida licencia, hacen imprimir libros de las Sagradas Escrituras o sus anotaciones y comentarios, incurren ipso facto en excomunión no reservada.

Ahora bien, aquí cabe una observación: no existiendo al presente autoridades canónicamente jerárquicas que juzguen según el Derecho sobre los libros, ¿a qué nos atenemos los católicos respecto a los libros que en defensa de la Fe se publican sin aparecer licencia?... En primer lugar, hay que tener en cuenta la intención con la que escriben los sacerdotes y laicos que al momento presente escriben en defensa de la Fe católica y de la Iglesia verdadera. Esta intención conlleva ya el deseo de conformar sus escritos con la Doctrina verdadera. Por lo general, son personas preparadas doctrinalmente que han podido detectar los errores de la Iglesia postconciliar, y han comentado unos con otros los mismos temas. El Magisterio de la Santa Iglesia ha determinado clara y abundantemente a través de veinte siglos cuál es la recta Doctrina, de modo que no es difícil compararla con las novedades heréticas, colaborando a que la Doctrina verdadera se mantenga y los fieles logren rechazar los errores. Pero además, hay que hacer notar que siendo el deseo manifiesto de los escritores tradicionalistas defender la Fe, seguramente todos están dispuestos, si se les hace notar algún error, a conformar su pensamiento con el de la Santa Iglesia. Esto vale por la situación presente en que quedaría un inmenso hueco sin llenar, de no existir quien tomase la defensa escrita de la Doctrina; mucho antes de aparecer los cánones censurando los libros, millares de católicos escribieron difundiendo y defendiendo la Fe. La censura se hizo necesaria en particular al aparecer los errores difundidos por Lutero.

Ahora bien, más que nunca son válidos los cánones que previenen contra libros heréticos que personas con una elemental cultura religiosa pueden detectar, y es deber de quienes pueden comprobar comparándolos con la doctrina verdadera, que una obra o escrito contienen herejías, al advertir sobre todo en este momento acerca de dichos errores. La manera de probar con seguridad, es comparar la doctrina errónea con la Doctrina de la Iglesia. Esta prueba es irrefutable de por sí.



VOLVIENDO A LA OBRA DE MARÍA VALTORTA

Aquí se trata de un comentario a su obra, haciendo notar los errores, algunas herejías, en que ella incurre, comparadas con la Doctrina de la Santa Iglesia. No se trata de un juicio de su personalidad ni de su intención, sólo de hacer notar lo que una censura eclesiástica normal no aceptaría de sus escritos.

Una observación más

Antes de pasar adelante en este comentario queremos recordar que la Santa Iglesia no obliga, sino que deja en libertad a los católicos de aceptar o no las revelaciones privadas. Lo único que está obligado un católico a aceptar son los dogmas de la Fe.

Por otra parte, la Santa Iglesia reconoce que hasta en los escritos de los ya llamados “ siervos de Dios” es posible que se encuentren errores. “ Siervos de Dios” son aquellos cuyos juicios para la posible beatificación se ha iniciado, y cuyas personas y vida pueden ser dados a conocer. No obstante, en su constante solicitud por mantener libre de error la manifestación de la Fe incluso en los escritos de estos siervos, la Iglesia somete estos escritos a una Comisión especial sobre cuyo resultado dictamina el mismo Romano Pontífice, quien decide según el resultado si puede o no llevarse adelante la causa. Por lo general se ha encontrado – si los escritos hubieran sido publicados durante la vida del autor ­que éstos no contienen error alguno, mas son sometidos a estudio los inéditos principalmente, dado que en general los siervos de Dios que han escrito lo han hecho con abundancia, aunque no todos incluyen revelaciones. "Los escritos de los Siervos de Dios en los cuales se encuentre alguna cosa que pueda escandalizar a los fieles, o no conformes con la fe, son juzgados en última instancia por el Romano Pontífice, quien decide si se puede o no seguir adelante". (Canon 2071, Derecho Canónico)

Pero hay algo más sobre lo cual juzga la Santa Iglesia en su solicitud. El Canon Núm. 2072 dice que "El juicio favorable del Romano Pontífice no constituye la aprobación de los escritos, ni es obstáculo para que el Promotor de la fe y los consultores, puedan y deban proponer en la discusión de las virtudes las objeciones sacadas de los escritos del Siervo de Dios". Aclaramos en este caso el Papa no está definiendo sobre cuestiones de fe, y de los errores del considerado puede deducirse algo que hable mal de las virtudes del mismo. Tal es, en una palabra, lo que la Iglesia determina sobre escritos, y por lo mismo revelaciones privadas, -supuestamente revelaciones- de los que escriben sobre cuestiones religiosas en particular de orden místico.

En última instancia, no es por sus escritos (aunque su contenido cuente mucho para el caso) por lo que la Santa Iglesia canoniza a un individuo, sino por sus virtudes que se tiene que demostrar que practicó heroicamente. La cuestión de sus escritos es cosa secundaria aunque mucho cuenten, sobre todo si hizo con ellos durante su vida labor apostólica y pueden ser útiles para la promoción de la vida espiritual y difusión de la Fe o su defensa.

La Iglesia toma mucho en cuenta la actitud general que respecto de la obediencia a la misma tuvo durante su vida el escritor, y si en el caso de los Siervos de Dios se puede suponer que si escribió algún error, si viviera se retractaría. Respecto a las revelaciones (supuestas) privadas, podemos demostrar cómo aún en el caso de los santos pueden ser falsas; tal es el caso de San Vicente Ferrer, (año 1415) quien siendo eminente defen­sor de la Iglesia en su tiempo, cayó en el error de predicar que el fin del mundo estaba cercano, lo cual creyó1a mayoría de la cristiandad, habiendo resultado falso el anuncio. Esto nos puede prevenir contra predicciones semejantes.

Por último, podemos recordar que el gran Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, quien abundantemente escribió sobre cuestiones de Fe y también místicas, queriendo permanecer en fidelidad a la Iglesia y previendo que en sus escritos pudiera hallarse algún error contra la Fe, (que por otra parte Jamás se encontró) no obstante su gran sabiduría, con gran humildad escribió como culminación de su obra escrita lo siguiente, que resumimos: "Someto al juicio de la Santa Iglesia todos mis escritos". Este ha sido posteriormente durante siete siglos el lema de muchos escritores católicos, que de antemano manifiestan someterse a este juicio para no quedar fuera de la Santa Iglesia por algo involuntario.

En el caso que tratamos de María Valtorta, queremos suponer que ella con buena fe se hubiera retractado de las herejías que escribió, si alguien con autoridad se las hubiera hecho notar, lo que lamentablemente no sucedió, ni aún por parte de los sacerdotes de formación antigua que la dirigieron espiritualmente e impulsaron. En el caso de los errores de sus obras, lo que es de lamentar no es que ella, por ignorancia, hubiera escrito cosas contra la Fe, sino que aún al presente se difunda su obra, y nada menos que por una casa editora fundada especialmente para esta difusión, careciendo sus obras de censura ninguna ni aún por parte de los postconciliares, que otorgan al presente dicha censura, -aunque ellos tampoco sean de fiar- pero al menos por la seriedad del caso.

Por lo cual es necesario y urgente proporcionar un ligero análisis de los principales errores de esta obra así divulgada.

LOS VISIBLES ERRORES CONTRA LA FE CONTENIDOS EN LA OBRA SON LOS SIGUIENTES:

1. Asegura la autora que la Revelación divina continúa, y que ella es la continuadora, llamándola el mismo Cristo "mi María Juan", o sea, una especie de "hermana" de San Juan evangelista, cuya prolongación sería ella, encargada de proseguir y explicitar la Revelación, admitiendo una evolución de los dogmas ya definidos. Esta evolución dogmática está condenada por la Santa Iglesia.

La Revelación divina que comenzó en el Antiguo Testa­mento, se cierra y clausura con el Apocalipsis de San Juan, donde al respecto escribe el Apóstol: "Yo atestiguo a todo el que escucha mis palabras de la profecía, de este libro, que, si alguno añade algo a estas cosas, Dios añadirá sobre él las plagas descritas en este libro, y si alguno quita algo de las palabras de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de la vida". (Apoc. 22, 18, 19)

La Santa Iglesia enseña que la divina Revelación terminó así pues con este libro, que clausura el Nuevo Testamento, y es contra la doctrina de la misma enseñar que la Revelación puede continuar por medio de otros "profetas" o ser explicitada contrariando lo ya definido dogmáticamente.

Ningún católico puede, pues, aceptar dicha "prolongación de la revelación" por medio de una "vidente", quizá ignorante ella misma en su equívoco, de la doctrina de la Iglesia al respecto. La autora asegura haber recibido todo lo que describe y narra como una revelación, no sólo sobre puntos secundarios, sino para aclarar los evangelios mismos, o sea que hasta la venida de ella no teníamos los católicos por medio de la Iglesia una visión clara. Según eso Cristo mismo diría a la Valtorta acerca de la obra escrita por ella que "esta obra tiene por objeto iluminar ciertos puntos que un conjunto de circuns­tancias han cubierto de oscuridad y forman así unas zonas obscuras en la luminosidad del cuadro evangélico y puntos que parecen fisuras, y no son sino puntos obscurecidos entre uno y otro episodios, puntos indescifrables y en aclararlos está la llave para comprender exactamente ciertas situaciones..." y así largas pero ratas a favor de la revelación valtortiana que -decimos- no sólo dan la impresión de querer asegurar que algo faltaba a la Revelación, sino de hecho lo aseguran, y esto en boca de Cristo mismo.

Es Cristo, según lo que se escribe, Quien asegura en las visiones a la Valtorta, que sus escritos son inspiraciones del Espíritu Santo, y quien exhorta a los lectores -dice- a escuchar a la que llama muchas veces su "pequeño J uan " (por lo del apóstol) o su "María Juan " a manera de identificación de am­bos. El desprecio de la doctrina de la Iglesia que enseña que la divina Revelación terminó con el último Apóstol, es evidente y contradictorio cuando la "vidente" pone en boca del mismo Cristo la contradicción a la doctrina. Por ejemplo, dice que le habla el Señor amonestando a los que leen la obra de ella y no la aceptan por saber que la Revelación está terminada:

"Si objetáis que la Revelación terminó con el último de los Apóstoles y no habría nada más que agregar, ¿y si yo me he querido complacer en reconstruir el cuadro de mi caridad divina así como hace un restaurador de mosaicos que repone las piezas deterioradas y que faltan, y quise hacerlo hasta este siglo en que el linaje humano se precipita en las tinieblas... ? ... En verdad deberíais bendecirme, porque he aumentado con nuevas luces la luz que tenéis, y que ya no es más suficiente para ver a vuestro Salvador". (Págs. 887 y sig. de la obra)

Respecto a lo anterior, es verdad que cualquiera puede decirse iluminado por Dios, asegurar que le habla el mismo Cristo, y que le son reveladas cosas. Lo inadmisible es, (los mencionados iluminados pueden ser ignorantes, psíquicamente inadaptados, escribiendo tal vez sin mala fe,) que herejías y extravagancias sean aceptadas por personas cultas en materia religiosa, y repetimos una vez más, por sacerdotes avalado res de la superchería a sabiendas de que se trata del fruto de una imaginación exaltada, donde la fantasía llega a la negación de la Fe.

¡La Santa Iglesia según eso, esperó durante siglos a que apareciera María Valtorta para que continuara y reformara el Evangelio!... y si esto fuera verdad, claro está que pecaríamos todos los que no podemos aceptar sus explicitaciones, dado que son "divinamente reveladas". Las páginas de la 879 al final de la obra contienen en particular todas las herejías sobre la Revelación expuestas por la Valtorta, en el capítulo titulado "Despedida de la Obra".

Por otra parte los editores de El Hombre Dios refiriéndose a la más reciente edición en español de la obra, se salen, como vulgarmente se dice, por la tangente, defendiendo la obra de acusación de herejía (y defendiéndose ellos mismos) afirmando que "toca a la autoridad eclesiástica juzgar si el fenómeno de esta obra se puede o se debe considerar todo o en parte explicar como algo sobrenatural"... En este comentario estamos asegurando que por lo que expone como "revelado", la autora incurre en herejía manifiesta. Los editores pasan por alto este hecho, -imposible pensar que con desconocimiento de causa, tratándose del Padre Escobar-, y se limitan a asegurar que la Valtorta "no añade ningún dogma" en su obra. No lo añade, decimos, porque no es ella quien tiene que proclamarlo en todo caso, pero s;, con abundancia de pruebas que podemos presentar, arremete contra varios dogmas, no en el sentido de negarlos explícitamente, diciendo "niego esto o aquello", pero sí inventando doctrinas contrarias a las ya infaliblemente proclamadas como verdades de fe. y en esto es en lo que hay mayor peligro.

Los editores, hay que hacer notar, que a lo largo de toda la obra no han dejado pasar la ocasión de poner al calce de las páginas, abundantes Notas en las que se hace notar la coincidencia de las doctrinas de la Valtorta con las del Vaticano II, lo toman también en defensa de su visionaria y sus teorías afirmando, que "esta obra pudiera explicarse acudiendo a los carismas ordinarios o extraordinarios de que habla el Vaticano II." (pág. 888) Y como los carismas son dones reales del Espíritu Santo, claramente se atribuye aquí a la Valtorta el ser una carismática que entra en el cuadro de los inspirados. Este aval a una obra herética es imperdonable por parte de quienes sí deben conocer la doctrina de la Iglesia Católica.

Los postconciliares están dejando correr la obra de Valtorta seguramente porque es un vivo exponente del evolucionismo dogmático y un auxiliar en la propagación de las herejías postvaticanistas.

2. María Valtorta afirma que la Virgen María es después de Cristo, "la Primogénita del Padre". (Pág. 3, Tomo 1)

Alude al "segundo lugar" después del Hijo. Según eso, no sería María la "primogénita", sino en expresión forzada la "secondogénita". Esto constituye una herejía, ya que sólo Nuestro Señor, Cristo, es el Unigénito, o sea, el único engendrado por el Padre, consubstancial a Él, según el Credo (Creo en Jesucristo su único Hijo) "Primogénito entre todas las criaturas", es también Cristo, al participar de la naturaleza humana el Verbo. Pero nunca la Iglesia dio este título o prerrogativa a la Madre de Dios, con todo y reconocer todas sus glorias y grandezas. No puede haber "secondogénitos" del Padre, o sea, igualados al único Hijo. Si Cristo es el único Hijo, se sobreentiende que no puede existir un segundo.

3. María Valtorta sustenta la herejía de la Redención universal incondicional. (Págs. 544, 788)

Con esto se hace eco de las herejías del Vaticano II, en particular de ésta que predica Juan Paulo II de quien damos una cita: "Todos los hombres desde el principio del mundo hasta su final, han sido redimidos y justificados por Cristo y por su cruz". (Signo de Contradicción, pág. 112)

María Valtorta manifiesta que le reveló el mismo Jesús a ella que:

"La pareja Jesús-María es la antítesis de la pareja Adán y Eva. La primera está destinada a anular todo lo que hicieron Adán y Eva, y devolver el linaje humano al punto en que fue creado, rico en gracia y en todos los dones que el Creador le dio. La raza humana se ha encontrado con una regeneración total, por obra de la pareja Jesús-María que son sus nuevos fundadores. Todo el tiempo pasado ha sido borrado. El tiempo y la historia del hombre empiezan desde este momento en que la nueva Eva, por un cambio de la creación, saca de su seno al nuevo Adán". (Pág. 544)

La doctrina de la Santa Iglesia es como sabemos, que "Cristo Redentor se colocó en sustitución nuestra para expiar, pero el hombre para actuar en sí la salvación obrada por Cristo debe adherirse a Él libremente con la Fe y la Caridad". (Diccionario de Teología Dogmática, Pietro Parente, pág. 312) Así pues, sabemos que si bien Cristo murió por todos, no todos los hombres se salvan, como explicita el Concilio de Trento al definir la doctrina dogmática de la Eucaristía, sino sólo aquellos que el Tridentino llama "muchos".

4. María Valtorta afirma que Cristo le reveló que la Redención no la consumó Él sino Su Madre. (Pág. 600) He aquí otra herejía, pues si bien la Iglesia considera a María como "corredentora", de ningún modo ha enseñado que ella haya "consumado " la Redención. Esta la efectuó completamente Nuestro Señor en la Cruz. Pero Valtorta dice que le dijo Jesús:

"Todos creen que la Redención terminó con mi último aliento. No. La terminó mi Madre, añadiendo la triple tortura para redimir la triple concupiscencia". No es necesario hacer notar, pues, lo herético de esta afir­mación puesta nada menos que en boca de Cristo. En cuanto a la "triple concupiscencia" que dice que, venciendo, hizo que María consumara la redención, Valtorta afirma a lo largo de su obra que tanto Nuestro Señor como Su Madre sufrieron durante toda su vida "terribles tentaciones carnales" ¡! contra las que tuvieron que luchar mucho para vencerlas. Sobre esto veremos más adelante.

5. Valtorta afirma heréticamente que el pecado origi­nal consistió en el acto sexual realizado por los primeros padres. (Págs. 98, 254, 257, 258)

Son prolongadas las "revelaciones" que dice Valtorta tener al respecto, por lo que presentaremos sólo lo elemental de su herejía (pág. 254). Afirma que los primeros padres Adán y Eva desconocían la manera de engendrar hijos realizando su unión. Que la procreación se iba a realizar por intervención especial de Dios, sin unión sexual. Que el conocimiento de esta unión les estaba vedado a Adán y Eva, y que fue el motivo o señuelo con el que la serpiente tentó a Eva; en resumen, afirma:

"...Eva se acercó al árbol del bien y del mal, para llegar a conocer este misterio, estas leyes de la vida... Se acercó dispuesta a recibir este misterio, no de la revelación de la enseñanza pura y del influjo divino, sino de la enseñanza impura y del influjo satánico..." "Eva quiso ser semejante a Dios en la procreación..." Añade que el demonio tomó como motivo de la prohibición divina respecto al árbol el negarles Dios a Adán y Eva "ser siquiera libres como los animales" (textual) "ya que la fiera puede amar con un verdadero amor y ser creadora como Dios". Según eso Dios quería "reservarse para él solo el poder creador". (Pág. 254) No sería necesario repetir más necedades. Baste con añadir que en la descripción que hace Valtorta sobre la tentación del demonio a Eva, dice tales obscenidades que bastarían para despertar al más ignorante de la convicción de que todo esto sea "revelación divina" sobre la cuestión.

La doctrina de la Iglesia sobre el pecado original no enseña que éste haya consistido en el acto sexual. Según la exposición teológica de esta cuestión, " Adán y Eva no eran desco­nocedores del uso del matrimonio, pues Adán dice: "Dejará el hombre a su padre ya su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne", (Génesis 2) 20). En esto obedecían naturalmente al precepto divino: "Creced y multiplicaos". Lo que sucedió fue, según el Concilio de Orange que trata la cuestión, que los primeros padres creados en integridad, por causa de su desobediencia perdieron la gracia santificante y demás dones". Entre estos dones perdidos se hallaba la falta de un desorden en la concupiscencia, o deseo desordenado de los goces sensibles, entre ellos el del goce sexual. El pecado original consistió en un acto de desobediencia que nada tuvo que ver Con la sexualidad. Véase por ejemplo una obra accesible como la Teología del Dogma Católico de Abanuza, (pág. 644)

Pero Valtorta insiste una y otra vez en la afirmación Con detalles que, unidos a otros relatos SUyoS dizque "revelados" hacen pensar en una inclinación morbosa a tratar lo sexual.

6. Valtorta afirma que tanto Nuestro Señor Jesucristo como la Santísima Virgen sufrieron durante toda su vida terribles tentaciones sexuales, que tuvieron que vencer mediante arduas luchas.

En esta afirmación, que dice la escritora que es fruto de una revelación hecha a ella por el mismo Cristo, se encuentra de manifiesto una vez más la total ignorancia de Valtorta de la doctrina dogmática católica en puntos elementales.

Ni Jesucristo, Dios hecho hombre, ni la Santísima Virgen pudieron padecer tentaciones porque carecían de lo que la Iglesia llama el "fomes peccati o inclinación al mal, producto de los efectos del pecado original. Cristo por ser el Hijo de Dios, estuvo como hombre exento de tal inclinación, siendo impecable. La Santísima Virgen como destinada a ser Madre de Dios, por la gracia de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en orden a su maternidad divina, no tuvo las consecuencias del pecado original, siendo según la doctrina de la Iglesia, también impecable, o sea, incapaz de pecar. Inmunes el Hijo Dios, y la Madre de Dios, así pues, de todo aquello que como inclinación al mal aqueja al resto de los hijos de Adán. No tuvieron, no pudieron, ser tentados de hacer el mal. Se ve tentado a hacer el mal, uno que es capaz de hacerlo. Ni mucho menos pudieron haber sido tentados en el aspecto sexual, como insiste Valtorta en afirmar varias veces poniendo en boca del mismo Cristo el relato de estas tentaciones, como las principales que habría sufrido. Las tentaciones de Cristo en el desierto fueron puramente externas, -enseña la Iglesia- para darnos ejemplo, no porque Nuestro Señor hubiera tenido tentaciones como todo hombre heredero del pecado original.

Exponiendo en concreto la doctrina de la Santa Iglesia en la cuestión que estamos tratando, es como sigue:

"Cristo se vio libre de todo pecado, de hecho". (Doctrina de fe divina católica, definida) "En virtud de la Unión Hipostática, la voluntad humana de Cristo estuvo siempre y en todo sometida a la voluntad divina". "Cristo no pudo pecar, ni hubo en Él capacidad alguna de pecar. Fue absolutamente impecable" (Teología del Dogma Católico, J. de Abarzuza, O.F.M., págs. 737-38) El Padre Abarzuza en su magnífico Compendio de Teología resume la doctrina católica al respecto y la explicita. Abundar en la explicación de estas doctrinas de la impecabilidad de Cristo y María Su Madre, llevaría muchas páginas, pero los católicos fácilmente podemos entender y aceptar que siendo Cristo el Verbo de Dios encarnado no podía tener inclinación al mal, ni sentirse tentado de realizarlo. Lo mismo se dice de la Virgen María en virtud de su Inmaculada Concepción en orden a su maternidad divina.

En sus innobles relatos de las supuestas tentaciones sexuales que dice Valtorta que le relató el mismo Cristo, ésta abunda en detalles que ofenden la divina Persona del Salvador y de su Santísima Madre. Nos hacen pensar en "Jesucristo Super Estrella" y otras obras creadas para mofarse de la divinidad de Nuestro Señor. Sobre las tentaciones impuras contra las cuales dice Valtorta que luchó toda su vida la Virgen María; dice Valtorta:

"Teniendo en cuenta nuestro querer ilinútado (habla aquí también de Cristo, quien le está hablando, supuestamente) tuvimos que juntar una práctica constante de todo lo que era opuesto al modo con que obró la pareja Adán-­Eva. Pero el Eterno sabe cuánta heroicidad fue necesaria en determinados momentos y en determinados casos. No quiero hablar más que de mi Madre, no de Mí. De la nueva Eva que rechazó, desde sus tiernos años, lisonjas de Satanás para seducirla a que mordiese el fruto y saborear la dulzura que. hizo necia a la compañera de Adán..." (pág. 545).

y según Valtorta, Cristo le revela que "María Su Madre sufrió el tormento de asaltos periódicos de tentaciones desde el viernes de la crucifixión hasta el alba del domingo". Que "la atacó con una terrible tentación, tentación en la carne de María..." (pág. 600).

Parecería que tras de leer esta aberración no sería preciso mayor comentario, pero es necesario citar algo más para abrir los ojos de los lectores. Dice Valtorta sobre lo que asegura le reveló Nuestro Señor sobre sus propias tentaciones de impureza:

"Satanás se preocupó ante todo de arrastrarme a la impureza... La tentativa de Satanás se enderezó con este objetivo para vencerme" (pág. 285). Por cierto, Valtorta añade una tentación de impureza a las que narra el Evangelio en el desierto. y en una de las conversaciones con Judas con quien según eso se explaya el Señor hablándole de sus tentaciones, Cristo narra a Valtorta lo siguiente:

"Dice Judas a Jesús: "Jesús, ¿jamás has pecado?" A lo que habría respondido Jesús: "Jamás he querido pecar. Tengo treinta años, Judas, y no he vivido en una cueva ni en algún monte, sino entre los hombres. Y aun cuando hubiese vivido en el lugar más solitario, ¿crees que no hubiera llegado hasta ahí la tentación? ... Todos tenemos en nosotros el bien y el mal (comentario nuestro: o sea, que Cristo es presentado como un puro hombre que tiene en sí la semilla del mal). Todos los llevamos en nosotros... Cuando uno que tiene hambre no tiene comida, el olor de los platillos le hace la boca agua. Entonces la tentación es fuerte como este deseo, Judas; (está hablando según eso Cristo de la tentación sexual) Satanás la hace más aguda y tentadora para llevar a cabo cualquier acción. Después de que el acto ha sido terminado y tal vez provoque náuseas, la tentación con todo esto no sucumbe, sino que como un árbol podado, produce más ramas..."

"¿y jamás has cedido?" -dice Judas- "Jamás he cedido"

"¿Cómo lo has logrado?" "He dicho: Padre, no me dejes caer en la tentación"... ¿Cómo, Tú el Mesías, Tú que obras milagros, has pedido ayuda del Padre?" "No tan sólo ayuda; he pedido no inducirme a la tentación"...

En este relato hay que considerar tres cuestiones, además de lo ya expuesto sobre la impecabilidad de Cristo y por lo mismo la imposibilidad de ser tentado.

1. Valtorta falsea el Evangelio. En ninguno de los cuatro evangelios se lee sobre más tentaciones que las del desierto, y mucho menos se habla de tentaciones sexuales del Señor .

2. En segundo, trata de inclinar al lector a la aceptación de las tentaciones de Cristo, al recordar las palabras fi­nales del Padre Nuestro donde Jesús enseña a sus discípulos a orar, pidiendo al Padre no ser inducidos, o no permitir la caída en la tentación, como si esto último fuese una peti­ción que abarcase a Cristo. El Padre Nuestro contiene peticiones propias de los hombres, entre las cuales se incluye esta última. No porque Cristo enseñase a los suyos a pedir no caer en tentación, puede deducirse de que esta petición fuera propia suya, ya que Él no podía caer en tentación, y al referirse a su Padre hacía la distinción sobre el modo de ser "el Padre" Padre suyo, y Padre en forma distinta de los hombres, cuando decía: "Mi Padre y vuestro Padre".

3. En tercero, a lo largo de la obra de Valtorta se observa una sinuosa intención de hacer aparecer a Cristo como un puro hombre, sujeto a miserias incluso de la carne, en desmedro de Su Divinidad. Se diría que la obra ha sido escrita por judíos, ya que el estilo sinuoso y hasta sarcástico en ocasiones parece ser de enemigos de Cristo. La burla es evidente, bajo el disfraz de una fantasía sentimentaloide y una melosidad chocante. Por ejemplo, el hacer llamar a Cristo "mamá" a la Santísima Virgen, con término empleado sólo en México como diminutivo de "Madre" (dicen los editores que se trata de una traducción del italiano al castellano) hace cursi una obra donde debería privar el sentido reverencial. Si la traducen al inglés seguramente harán llamar a Cristo "mamy" o "mom" a Su Madre Santísima. Esto, repetimos, es una burla.

Pero pensamos que sería irrespetuoso continuar transcri­biendo las narraciones de las tentaciones de la carne que atribuye la Valtorta a Cristo y la Santísima Virgen falseando el Evangelio, como cuando hace aparecer al Señor tentado por una corte de mujeres semidesnudas que Anás hace acercarse lascivamente al Señor durante su estancia en su casa en la Pasión.

Abundan estas falsificaciones de la Escritura con sobrada intención. Hay ciertamente una intención oculta para los ignorantes de la Biblia, por ejemplo cuando la Valtorta pone en boca de la Santísima Virgen la afirmación de que "Jerusalén no es ciudad santa, porque Jesús no murió dentro de sus murallas". Que "Jerusalén, -por el contrario-lo arrojó fuera de sí como un vómito". y para esto al calce pone la cita del Levítico cap., 1ó, sin poner el versículo.

Al respecto, al tiempo en que se escribió el Levítico no existía la ciudad de Jerusalén, la que fue conquistada mucho después por el rey David; como propiedad de los hebreos. Si quisiera decir la Valtorta que se trata de una profecía, tendría que mencionar, ( como David a Belén) el autor del Levítico el nombre de la ciudad de Jerusalén, pero ni aparece el nombre de esta ciudad en la cita que da, ni menos, pues, que haya arrojado de sí a Cristo, ni menos como un "vómito". Lo del "vómito" parece un desahogo judío. En el Levítico, -consulte el lector- no aparece nada de esto. En cuanto a la cita que hace de San Pablo, tampoco aparece Cristo como ningún "vómito" arrojado de Jerusalén. Se refiere el Apóstol a la muerte de los corderos, símbolo de Cristo, que eran llevados, cargando simbó1icamente los pecados del pueblo, según el Levítico, a morir fuera del campamento. El pueblo judío andaba en ese tiempo del Levítico, errante y viviendo en campamentos, no en Jerusalén.

Pero si nos atenemos a lo que hay detrás de la afirmación sinuosa de que "Jerusalén no es santa" hay que recordar que para los postconciliares ahora son ciudades santas los centros capitales de reunión de los paganos, como lo expresa el documento titulado "La Peregrinación en el Gran Jubileo del Año Dos Mil", donde Juan Paulo n además de hacer aparecer a Cristo como un "peregrino" más, declara ciudades santas a la Benarés de los hindúes, la Meca de los Musulmanes, y la ciudad de Auswicht por lo del "holocausto" de los judíos, que los postconciliares consideran el único en el mundo.

El objeto de afirmar que Jerusalén no es santa porque Nuestro Señor no murió dentro de sus muros (por la cos­tumbre romana de sacar al campo a los condenados a la cruz es negar la santidad de esta ciudad, tenida por santa por los católicos, ya que ciertamente, los alrededores de Jerusalén donde estuvo la Cruz son sus aledaños, y dentro de ella comenzó la Pasión, incluso el camino al Calvario. De este tipo son las sinuosas afirmaciones de la Valtorta que van dejando dudas entre los ignorantes admiradores de la "visionaria".

El documento sobre la gran peregrinación aparece en el semanario del Vaticano L 'Osservatore Romano del 8 de mayo de 1998.



OTROS ASPECTOS DE LA OBRA DE VALTORTA

Además de numerosísimas falsificaciones de la Sagrada Escritura en su sentido, adiciones como aquello de que "la última palabra de Cristo en la Cruz fue "mamá" y no lo que aparece en el evangelio, existen cuestiones doctrinales que siguen la pauta herética del Vaticano II. Por ejemplo, errores acerca de la naturaleza del Sacerdocio. Errores sobre las palabras de la consagración, que la Valtorta pone en labios de Cristo, distintas de las dogmáticamente formuladas por la Santa Iglesia para la realización del Sacramento. Falsedades sobre la doctrina de la salvación y santificación, ya que dice que "los mandamientos solos bastan, guardados, para santificarse", y que esto se lo revela el Señor. Esto en oposición a la necesidad de pertenecer a la Iglesia, y afirmando que los dones del Espíritu Santo que producen la santidad se pueden dar fuera de la Iglesia. Errores sobre la naturaleza de la Iglesia, diciendo que Cristo le ha manifestado que todos son un mis-mo pueblo de Dios, creyentes y no en Él. Lo del "mismo pueblo de Dios" es doctrina del Vaticano II como sabemos, para favorecer a los judíos en particular, ya la masónica teoría de la igualdad de religiones.

CONCLUSIÓN

En una palabra, un estudio exhaustivo sobre la obra titulada "El Hombre Dios", cuyo título original en italiano se dice que es "El Poema del Hombre Dios", título significativo, -pues significaría que la vida de Cristo es un poema imaginario-, ya que la poesía es imaginación y no historia, un estudio, decimos, de este tipo, se llevaría un gran volumen más pesado de leer que una pura obra de teología. Si el sentido de la fe no delata a los católicos la perversidad del mamotreto que constituye la obra de la Valtorta, es difícil instruirles palabra por palabra acerca de lo que es erróneo e innoble respecto de Nuestro Señor y Su Madre Santísima. El objeto de este breve comentario ha sido alentar a quienes con buena fe y entusiamados por los relatos sentimentales de la vida de Cristo, que hace la Valtorta, crean encontrar un alimento espiritual en sus páginas cayendo sin querer en la trampa que constituye dicha obra.

Que es evidente que es un gran auxiliar para los postconciliares, no se puede negar. Son sus doctrinas, sus teorías, sus herejías, las difundidas a través de estos escritos, y además es el favorecimiento del judaísmo religioso, con muchos términos iguales que los que emplean los del Vaticano II para inclinar a los católicos a "amar a Israel", dándoles un curso sobre judaísmo como lo hacen a través del Nuevo Catecismo, con pretexto de estas "revelaciones" hechas su­puestamente a María Valtorta.

Se dice que un sacerdote le ordenó escribir su auto-biografía; si la escribió y publicó alguien, sería interesante conocerla. Carecemos de muchos datos necesarios para tener una idea completa de las motivaciones de alguien que sigue con fidelidad los lineamientos doctrinales del Vaticano II. Evidentemente, por las numerosas citas del seudoconcilio que los comentaristas de la obra ponen al calce de las páginas, la obra de Valtorta constituye un impulso a las herejías del Vaticano II y doctrinas posteriores de él emanadas.

Dios quiera estas páginas abran los ojos de quienes con buena fe y ávidos de lectura espiritual, buscan encontrar un alimento en lo que no es sino veneno hábilmente difundido para abatir en las almas de Fe en Jesucristo Dios y Hombre.



COMENTARIO

A la obra “El Hombre Dios”, de María Valtorta.

La conclusión después de examinar minuciosamente la obra a la luz de la doctrina dogmática de la Santa Iglesia y en lo referente a otras cuestiones, es la siguiente, de todo lo cual presentaremos las pruebas:

1. La obra es herética en puntos fundamentales, respecto a la doctrina dogmática de la Iglesia.

2. Obscena. Por las descripciones que hace acompañando por ejemplo a la herejía que sustenta sobre el Pecado Original.

3. Favorecedora de la nuevas herejías sustentadas por el Vaticano II, que secunda, y aprovechada por los postconciliares que explican las doctrinas postvaticanistas confirmándolas, valiéndose de textos de la obra, como aparece en las notas al calce de muchas páginas.

4. Favorecedora de las tesis a favor del Judaísmo que sustentan los postconciliares.

5. Manifiestamente errada en cuestiones que tratándose de una obra que se dice fruto de revelaciones, no cabrían en el contexto, como por ejemplo, lo que dice que el demonio "deja un olor a azufre" y que "los ángeles tienen alas".

6. Canónicamente irregular, aún en lo que respecta a la censura de la iglesia postconciliar; esto significaría el deseo de no comprometerse con la obra ni aún los postconciliares, y otras irregularidades serias que se harán notar.

7. Por todo esto, inadmisible y peligrosa para los católicos, inductora de la herejía, que debe ser rechazada.

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Anselmo de la Cruz

fuente: http://www.geocities.com/asociacionmariana/Valtorta.htm

domingo, 24 de mayo de 2009

MIRARI VOS


MIRARI VOS
GREGORIO XVI
Sobre los errores modernos

1. Los males presentes
Admirados tal vez estáis, Venerables Hermanos, porque desde que sobre Nuestra pequeñez pesa la carga de toda la Iglesia, todavía no os hemos dirigido Nuestras Cartas según Nos reclamaban así el amor que os tenemos como una costumbre que viene ya de los primeros siglos. Ardiente era, en verdad, el deseo de abriros inmediatamente Nuestro corazón, y, al comunicaros Nuestro mismo espíritu, haceros oír aquella misma voz con la que, en la persona del beato Pedro, se Nos mandó confirmar a nuestros hermanos. Pero bien conocida os es la tempestad de tantos desastres y dolores que, desde el primer tiempo de nuestro Pontificado, Nos lanzó de repente a alta mar; en la cual, de no haber hecho prodigios la diestra del Señor, Nos hubiereis visto sumergidos a causa de la más negra conspiración de los malvados.
Nuestro ánimo rehuye el renovar nuestros justos dolores aun sólo por el recuerdo de tantos peligros; preferimos, pues, bendecir al Padre de toda consolación que, humillando a los perversos, Nos libró de un inminente peligro y, calmando una tan horrenda tormenta, Nos permitió respirar. Al momento Nos propusimos daros consejos para sanar las llagas de Israel, pero el gran número de cuidados que pesó sobre Nos para lograr el restablecimiento del orden público, fue causa de nueva tardanza para nuestro propósito.

La insolencia de los facciosos, que intentaron levantar otra vez bandera de rebelión, fue nueva causa de silencio. Y Nos, aunque con grandísima tristeza, nos vimos obligados a reprimir con mano dura la obstinación de aquellos hombres cuyo furor, lejos de mitigarse por una impunidad prolongada y por nuestra benigna indulgencia, se exaltó mucho más aún; y desde entonces, como bien podéis colegir, Nuestra preocupación cotidiana fue cada vez más laboriosa.


2. La Sma. Virgen es la celestial patrona de la presente carta
Mas habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la costumbre establecida por Nuestros mayores, lo
que habíamos retrasado por las causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este gratísimo día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en las mayores calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra mente con celestial inspiración para daros los consejos que más saludables puedan ser para la grey cristiana.

3. Confianza en los pastores de la Iglesia.
Afligid
os, en verdad, y con muy apenado ánimo Nos dirigimos a vosotros, a quienes vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de
elección. Sí; la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna.

4. Rebelión del espíritu del mal contra todo lo bueno.

Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las lenguas malvadas. Se combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad.


5. Se niega toda autoridad y toda obediencia a la Iglesia.
Las sectas secretas.

Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre. Se niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos. Universidades y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima, por la que solamente subsisten los reinos y se confirma el vigor de toda potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego, subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de todos los tiempos.


6. La oración, el trabajo constante, la unión, son las armas de la Iglesia.
Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros más, quizá más graves, enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que, constituidos en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey católica, Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo ánimo, Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristes como desgarradores. Deber Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece el conducir las ovejas tan sólo a pastos saludables, sin mancha de peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del pueblo cristiano.


7. Ser fieles a la tradición de la Iglesia.

Desconfiar del espíritu de novedad.

Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la Iglesia sufre con cualquier novedad, y que, según consejo del pontífice San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido. Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas tienen la fuente de todos sus derechos. Para reprimir, pues, la audacia de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia.



8. Fidelidad de los Obispos al Sumo Pontífice y de los Presbíteros a los Obispos

Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe, precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el régimen y administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron los Padres del Concilio de Florencia. Por lo tanto, cada Obispo debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas; y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohíbe desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas. Finalmente téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.



9. La doctrina de la Iglesia no permite críticas.

Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.

10. La Iglesia, institución divina, no requiere nunca restauración ni regeneración.
En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento, que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, se haga cosa humana. Piensen pues, los que tal pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro, juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar, después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a los tiempos y al interés de las Iglesias.


11. Defensa del celibato eclesiástico.
Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga que, en daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar, reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en los cánones, esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes los dardos de los libertinos.


12. Santidad del matrimonio cristiano. - Su indisolubilidad.
Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, reclama también toda nuestra solicitud, por parte de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vínculo conyugal.

Esto mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca insistencia, en sus Cartas.

Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan ante sus ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por él significados.


13. El indiferentismo. - Su condena.

Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable
que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha; que oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él.

Falsamente, alguien acariciaría la idea que le basta con estar regenerado por el bautismo, a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?


14. La libertad de conciencia. - Sus malas consecuencias.
De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes,

llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.


15. La libertad de prensa. - Su refutación.

Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos; libertad, por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos, venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa haya sido arrebatado a la muerte?

16. Doctrina de la Iglesia acerca de la libertad de prensa.

El índice de libros prohibidos.

Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran número de libros.

Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles. A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Índice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser prohibidos. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad. Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y ejercitarla.


17. La desobediencia a las autoridades legítimas, sobre todo a las eclesiásticas.

Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien.

Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos. Por ello, tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.

Por aquélla razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo.

18. Los mártires dan el verdadero ejemplo de obediencia.

Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: "Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veríais castigados hasta con la destitución. No hay duda de que os espantaríais de vuestra propia soledad...; no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos.

19. Estos ejemplos refutan las teorías de los modernos libertarios.


Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.


20.
Concordia que debe reinar entre el poder eclesiástico y civil.

Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así para la religión como para los pueblos.


21. Condena de las asociaciones y asambleas que conspiran contra la Iglesia.

A otras muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor, deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea.
22. Exhortación a ser diligentes en la lucha contra estos males modernos.

Con el ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados en Aquel que manda a los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos estas cosas, Venerables Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe, peleéis valerosamente las batallas del Señor. A vosotros os toca el mostraros como fuertes murallas, contra toda opinión altanera que se levante contra la ciencia del Señor. Desenvainad la espada espiritual, la palabra de Dios; reciban de vosotros el pan, los que han hambre de justicia. Elegidos para ser cultivadores diligentes en la viña del Señor, trabajad con empeño, todos juntos, en arrancar las malas raíces del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de vicio, florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad especialmente con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a la filosofía, exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de sus fuerzas, se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos.

23. Confiar ante todo en Dios.


Entended que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios, y que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo enseña a los hombres a conocer a Dios. Sólo los soberbios, o más bien los ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios de la fe, que exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón, que, por condición propia de la humana naturaleza, es débil y enfermiza.
24. Llamado a los príncipes cristianos y a los gobernantes para que colaboren con la Iglesia.

Q
ue también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será,
digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.
25. Invocación final a la Sma. Virgen y a los Ss. Apóstoles Pedro y Pablo.

Y para que todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías, que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza. Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.

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Gráfica y Resaltados: Guillermo Carlos Pérez Galicia


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