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viernes, 12 de agosto de 2016

Santa Clara, fundadora (12 de agosto)



Santa Clara, fundadora.

(† 1253)


La seráfica virgen santa Clara, fundadora de las religiosas del seráfico padre san Francisco, fue, como este santo, natural de Asís, y de claro y nobilísimo linaje. Siendo aún muy niña y no teniendo aún rosario para llevar la cuenta de sus oraciones, las iba contando con piedrecillas, y aunque por voluntad de sus padres vestía ropas preciosas, mas interiormente usaba de un áspero cilicio, y ofrecía a Dios su virginidad con gran resistencia de sus padres, que deseban casarla. Había Dios enviado en este tiempo al mundo para renovarlo, al seráfico padre san Francisco, el cual estaba en la misma ciudad de Asís; y por su consejo dejó la santa doncella la casa de sus padres y renunciando a todas las grandezas del mundo, entró en la iglesia de santa María de la Porciúncula que está a una milla de Asís. Allí la aguardaban san Francisco y todos sus santos religiosos con velas en las manos y entonando el Veni Creator Spiritus; y ella, al pie del altar, se desnudó de todas sus galas y preciosas vestiduras, se cortó las trenzas de su rubia cabellera, y recibió de manos del seráfico patriarca el hábito penitencial. Pretendieron sus deudos y parientes llevársela por fuerza, mas la santa se asió tan fuertemente al altar, que al quererla sacar por fuerza, dejó en sus manos la mitad de sus vestiduras, y aun se quitó la toca, para que viesen que había también sacrificado a Cristo la hermosura de sus cabellos. Premió el Señor tan ilustre victoria que su sierva alcanzó de la carne y de la sangre, con dar la misma vocación a su hermana Inés y a otras nobilísimas doncellas, parientas suyas, hasta el número de dieciséis; las cuales formaron la primera comunidad de religiosas de santa Clara. No solamente en aquella ciudad, sino en la Umbría y por todo el mundo se extendió el resplandor de las virtudes de santa Clara. Ayunaba a pan y agua todas las vigilias de la Iglesia y toda la cuaresma, llevaba por vestidura interior una asperísima piel de jabalí, y dormía sobre la tierra teniendo un haz de sarmientos por almohada; pero el amor de Cristo le hacía tan suaves éstas, y otras espantosas penitencias, que no había rostro más alegre y apacible que el de la santa. Y ¿qué lengua podrá decir las inefables dulzuras, éxtasis seráficos y dones de milagros y de profecía con que Jesucristo la regalaba y correspondía a su amor? Cuando los bandidos y sarracenos con que el malvado Federico II talaba el valle de Espoleto, cercaron la ciudad de Asís y escalaban ya los muros del monasterio de santa Clara, ella, aunque enferma, se hizo llevar a las puertas, y sacando del seno una custodia del santísimo Sacramento, oyó la voz de Jesús, que le decía: "Sí, Clara, yo te protegeré": y huyeron al punto aquellos bárbaros, dejando muchos cadáveres, heridos como si hubiesen peleado contra los rayos del cielo. Finalmente toda la vida de la santa fue como la de un serafín sacrificado por amor de Jesucristo, y a la edad de sesenta años, visitada por un coro celestial de santas vírgenes, entregó su alma purísima al divino esposo. 


Reflexión: 

Los monasterios de santa Clara han llegado a la crecida suma de cuatro mil; y en ellos se han santificado mucha nobilísimas doncellas, condesas, duquesas y princesas, y sobre todo un gran número de almas heroicas que practicando la regla más austera de todas, han sido en la tierra las delicias de Dios, el ornamento de la Iglesia católica, y el más elocuente ejemplo del mundo.


Oración: 

Óyenos, Señor y Salvador nuestro, y haz que la alegría que sentimos en la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Clara, sea acompañada de los afectos de una verdadera devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890


viernes, 29 de julio de 2016

Santa Marta, virgen (29 de julio)




Santa Marta, virgen. 

(† 84.)

La virgen santa Marta, devotísima huéspeda de Jesucristo, fue hebrea de nación, hija de padres nobles y ricos, y hermana de santa María Magdalena y de san Lázaro. Ella misma quiso aderezar la comida cuando el Señor se hospedó en su casa de Betania; y pareciéndole poco todo lo que hacía, quería que su hermana Magdalena, que se estaba a los pies de Jesús oyendo sus dulcísimas palabras, se levantara y la ayudase. Se quejó, pues, de esto al Señor, pero el Señor, aunque no reprendió el solícito afecto con que Marta le servía, alabó la quietud suave con que Magdalena, dejados los otros cuidados, atendía a lo que más importa, que es oír a Dios y gozar de Dios. Se ve así mismo la familiaridad que nuestro Señor Jesucristo tuvo con estas dos santas hermanas, cuando estando enfermo y peligroso su hermano Lázaro, enviaron a decirle: "Señor, el que amas está enfermo"; y aunque el Señor permitió que Lázaro muriese y estuviese cuatro días en la sepultura, lloró sobre él por la ternura y compasión que tenía a sus dos hermanas, y luego resucitó gloriosamente al hermano difunto, y llenó aquella casa de bendición. Después de la Ascención del Señor, aquellos mismo judíos que lo crucificaron, movieron una gran persecución contra los fieles, y se dice que echaron mano de santa Marta y santa Magdalena, y habiéndoles confiscado sus bienes, las pusieron con Lázaro su hermano y con Maximino y toda su casa, en un navío sin velas ni remos para que pereciesen en el mar; mas el navío, guiado de Dios aportó a Marsella, en cuya ciudad enseñaron aquellos santos la doctrina del Evangelio, y convirtieron a muchos a la fe, y lo mismo hicieron en otra ciudad llamada Aix. Se gloría Marsella de haber tenido por obispo a san Lázaro, y Aix de haber tenido a Maximino, uno de los setenta discípulos del Señor. Santa Magdalena se apartó a un áspero y solitario monte para emplearse toda en oración y meditación; y se refiere que santa Marta, con una criada suya llamada Marcela, edificó un monasterio, fuera de poblado, y en compañía de otras muchas doncellas que la siguieron, sirvió muchos años en santo recogimiento al Señor, alzando la bandera (después de la Madre de Dios) de la virginidad, y haciendo voto de ella, y viviendo con tanta aspereza de vida, que san Antonio, obispo de Florencia, escribe que no comía carne, ni huevos, ni queso, ni bebía vino, y que con la señal de la cruz ahuyentaba al demonio, que en figura de un dragón infernal quería espantarla y estorbar su oración. Ocho días antes de su muerte vio cómo los santos ángeles llevaban al cielo el ánima de su dulcísima hermana Magdalena, y a la hora de su dichoso tránsito se apareció a nuestra santa Jesucristo, nuestro Redentor, y le dijo: "Ven, huéspeda mía muy querida, que como tú me recibiste en tu casa, así yo te recibiré en mi reino". 


Reflexión: 

Muy bien pagó nuestro Señor Jesucristo los buenos servicios que recibió de su devotísima huéspeda santa Marta; la instruyó en las cosas del Reino de Dios, resucitó a su hermano Lázaro, la hizo una gran santa, la amparó en los peligros del mar, la llenó de celo apostólico, la hizo fundadora del primer colegio de santas vírgenes, y la recibió llena de méritos, en el palacio de su gloria. Y nosotros ¿a qué pensamos servir sino a Jesucristo, porque los que sirven al mundo no sacan otra recompensa que funestos desengaños en la vida, angustias en la muerte y tormentos en la eternidad? 


Oración: 

Oh Dios, salud y vida nuestra, dígnate oír nuestras súplicas, para que así como la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Marta nos llena de espiritual alegría, así también nos alcance una piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890



miércoles, 20 de julio de 2016

Santa Margarita, virgen y mártir (20 de julio)






Santa Margarita, virgen y mártir.


(† 175)


La gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores llaman Marina, fue natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija de un famoso sacerdote de los dioses, llamado Edisio. La crió una buena mujer, la cual le infundió con la leche la fe cristiana y la educó en santas costumbres. Se enternecía sobremanera cuando oía decir los suplicios con que los santos mártires eran despedazados, y la constancia y fortaleza con que los padecían; y le venía gran deseo de imitarlos y de morir como ellos por Jesucristo. Por esta causa era aborrecida y maltratada de su padre idólatra y sacerdote de los ídolos, el cual llevó su inhumanidad hasta el extremo de acusarla y de ponerla en manos del impío presidente Olibrío. Se había enamorado este tirano de la belleza de Margarita, y no pudiendo atraerla a su voluntad con astucia ni con fuerza, trocó todo el amor en odio, y quiso vengarse de ella con tormentos. La mandó tender en el suelo, y azotar cruelísimamente, hasta que de su delicado cuerpo saliesen arroyos de sangre, lo cual, aunque hizo derramar lágrimas de pura lástima al pueblo que estaba presente, no ablandó el pecho de la santa virgen, que parecía no sentir aquellos despiadados azotes como si no descargaran sobre ella. La llevaron después arrastrando a la cárcel, donde rogando la santa con gran devoción al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin. oyó un temeroso ruido, y vio al demonio en figura de un dragón terrible que con silbidos y un olor intolerable se llegó a ella como que la quería tragar. Mas la cristiana virgen, armándose con la señal de la cruz, lo ahuyentó, y luego aquel oscuro calabozo resplandeció con una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo: "Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido". Al día siguiente la mandó el juez comparecer delante de sí y con gran asombro observó que estaba sana de sus heridas, y llamándola hechicera, la mandó desnudar y con nachas encendidas abrasar los pechos y costados. Después ordenó que trajesen una gran tina de agua, y que echasen en ella a la santa virgen atada, de suerte que sin poderse menear se ahogase. Y cuando la sumergían en el agua, bajó una claridad grandísima, y una paloma que se asentó sobre la cabeza de la santa. Por este milagro se convirtieron muchos de los que presentes estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad, dando sentencia que así ellos como la santa fuesen degollados. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en la mano para ejecutar la sentencia, tembló la tierra con súbito terremoto, y animando la misma santa al verdugo, fue degollada y recibió de mano de su amorosísimo y celestial Esposo la corona doblada de su virginidad y martirio.



Reflexión:

En el martirio de esta santa doncella vemos cumplida aquella palabra del Señor que dijo: "Vine a separar el hijo de su padre y la hija de su madre", porque siendo tan contraria la santidad del Evangelio a la impiedad de la antigua superstición, era imposible que en una misma familia viviesen en paz cristianos e idólatras. Estos infieles, a falta de verdad, echaban mano de la fuerza y violencia contra los fieles de Cristo, como se ve en el martirio de nuestra santa. Y ¿de dónde nacen ahora las persecuciones que padecen los buenos católicos de los impíos, sino de la enemistad irreconciliable de la impiedad con la fe y del vicio con la virtud?


Oración:

Te suplicamos, Señor, que nos alcances el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Margarita, que tanto te agradó, por el mérito de su castidad y por la manifestación de tu soberana fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890




Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 17 de julio de 2016

San Alejo, confesor (17 de julio)



San Alejo, confesor.

(† 417.)

El humildísimo siervo de Cristo san Alejo, nació en la ciudad de Roma y fue hijo de un gran caballero rico y poderoso que se llamaba Eufemiano. Por obedecer a sus padres, se desposó con una doncella de esclarecido linaje: mas inspiróle Dios que hiciese un perfecto holocausto de sí mismo y de todos los deleites del mundo. Obedeció Alejo; entró en el aposento donde estaba su esposa, y le dio un anillo de oro y una cinta muy rica envuelta en un velo colorado de seda, y le dijo que guardase aquellas joyas en prenda de su amor hasta que Dios otra cosa ordenase; y tomando luego algunos dineros, mudó el traje y partió a Laodicea, y de allí a Edesa, en la Mesopotamia, donde se vistió de pobre y comenzó a mendigar. Lo más del tiempo vivía debajo de un portal de una iglesia de Nuestra Señora. Quedaron atónitos los padres de Alejo, sabiendo que no se hallaba en casa, la madre en un perpetuo llanto, la esposa deshaciéndose en lágrimas, y el padre, enviando por todas partes criados que le descubriesen a su hijo. Por señas que algunos de ellos tuvieron, llegaron a Edesa, donde Alejo estaba; pero le hallaron tan trocado, que le dieron limosna y no le conocieron. Diecisiete años estuvo en Edesa, y haciéndose después a la vela hacia Tarso de Cilicia para visitar el templo del apóstol san Pablo, una brava tempestad lo llevó a Italia, y viéndose ya en el puerto de Ostia, determinó entrar en Roma, y para triunfar más gloriosamente de sí mismo, irse a la casa de sus mismos padres, donde entendía que no sería conocido. Lo acogió en efecto su padre, que era muy caritativo y amigo de socorrer a los pobres, y el santo se aposentó en una camarilla estrecha y oscura en el portal de la casa, donde padeció grandes molestias de los criados: porque como si fuera un simple e insensato, le daban bofetadas, le echaban cosas inmundas y le hacían otras muchas befas y agravios. Diecisiete años pasó el santo en esta vida tan abatida y admirable, hasta que teniendo revelación del día de su muerte, escribió en un papel su nombre y el de sus padres y de su esposa, y el viernes siguiente entregó su espíritu al Creador. Estaba a la sazón el papa diciendo misa delante del emperador, y se oyó una voz del cielo que decía: "Buscad al siervo de Dios en casa de Eufemiano", y lo hallaron tendido en el suelo, cercado de gran resplandor y hermoso como un ángel. Ecio, cancelario, por mandato del pontífice y del emperador, leyó la carta que el santo tenía apretada en sus manos, en ella halló los nombres de sus padres y de su esposa, la cual derribándose sobre el sagrado cadáver, dijo tales cosas que ablandaran corazones de piedra. Fue sepultado el día siguiente con grandísima pompa en la iglesia de san Bonifacio, y el Señor le glorificó con grandes prodigios. 


Reflexión: 

Es Dios (coma dice el real profeta) admirable en sus santos: pero lo es muy particularmente en su humildísimo siervo san Alejo. ¡Qué castidad tan entera y pura infundió en su alma! ¡qué obediencia para menospreciar los regalos de su casa y dejar a sus padres, esposa, deudos y amigos! ¡qué pobreza de espíritu para vivir tantos años como mendigo! y sobre todo esto ¡qué fortaleza y sufrimiento para triunfar de sí y del mundo con un género de victoria tan nuevo y glorioso! Sea el Señor bendito y glorificado para siempre en sus santos y a nosotros nos de gracia para hacer por su amor, siquiera los pequeños sacrificios que nos pide. 


Oración: 

Oh Dios que cada año nos alegras con la solemnidad del bienaventurado Alejo tu confesor, concédenos que imitemos las acciones de aquel, cuyo nacimiento al cielo celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 15 de julio de 2016

San Enrique I, emperador de Alemania (15 de julio)




San Enrique I, emperador de Alemania.

(† 1024)


El admirable emperador de Alemania san Enrique, por sobrenombre "el piadoso", nació en el castillo de Abaudia, sobre el Danubio, y fue hijo de Enrique, duque de Baviera, y de Gisela, hija de Conrado, rey de Borgoña. Lo bautizó el santo obispo de Ratisbona, Wolfango, el cual tomó a su cuenta la educación del niño y lo hizo letrado, y aficionado a toda virtud. Habiendo heredado el santo príncipe los estados de su padre, fue elegido con gran conformidad por emperador de Alemania, sucediendo en el imperio a Otón III. Consultaba con Dios todo lo que había de disponer en el gobierno de sus vasallos, orando fervorosamente, dando largas limosnas, y tomando el parecer de los varones más santos y prudentes. Estando un día para asistir a unos espectáculos o fiestas públicas que parecieron mal a san Popón, abad, el cristiano príncipe luego las dejó y mandó que no se hiciesen. Reparó muchas iglesias que estaban destruidas de los esclavones y otros bárbaros, y amplificó en todo su imperio la religión católica y el culto divino. Habiendo vencido a Roberto, rey de Francia, y hecho paces con él, juntó un buen ejército contra los infieles, especialmente los polacos, bohemios, moravos y esclavones, y ciñéndose la espada que había sido de san Adriano mártir, salió a campaña, haciendo voto a san Lorenzo de reedificar su iglesia de Merseburgo si le alcanzaba victoria. Y cuando le salieron al encuentro los príncipes enemigos con un formidable ejército de gente innumerable, mandó que todas sus tropas se confesasen y comulgasen, como solían hacer, en semejantes ocasiones, y los exhortó a pelear animosamente, esperando el favor del cielo. Dio el Señor entera victoria de sus enemigos al santo emperador, el cual hizo tributarias a Polonia, Bohemia y Moravia, y declaró luego guerra a los borgoñones, que aunque estaban muy poderosos y armados, se le rindieron sin querer pelear. Pasó más tarde a Italia para restituir, como lo hizo, a la silla de san Pedro a Benedicto VIII, de la cual había sido injustamente despojado. Recobró con gran valor la provincia de la Pulla, que le habían usurpado los griegos, y fue coronado en Roma con gran solemnidad por el papa Benedicto. Cuando volvió a Alemania, quiso pasar por Francia y visitar el monasterio cluniacense que florecía con gran fama de santidad, y estando allí oyendo misa de la Cátedra de san Pedro, llevado de un gran fervor ofreció en ella su corona de oro llena de preciosísimas piedras. Finalmente, después de tantas victorias y obras heroicas de virtud, viendo que llegaba su última hora, llamó a los príncipes del imperio, y tomando por la mano a su mujer, santa Cunegunda, se la encomendó encarecidamente, declarando que era virgen, y que ambos habían guardado castidad y vivido como hermanos. Murió el santo emperador a la edad de cincuenta y dos años. 


Reflexión: 

Grande es la obligación que tienen los príncipes y gobernantes cristianos de amparar nuestra santísima religión. Del cumplimiento de este sagrado deber depende, como has leído, la prosperidad de los estados, porque la religión inspira, así a los gobernantes como a los pueblos gobernados, sentimientos de toda virtud y justicia, que son la mejor garantía de la paz y felicidad de las naciones. Pero ¿qué ha de suceder si en la corte y en el reino imperan la irreligión, el egoísmo, la inmoralidad y la falta de toda justicia y temor de Dios? 


Oración: 

¡Oh Dios! que en este mismo día trasladaste al bienaventurado Enrique, tu confesor, desde el trono de la tierra al reino de la gloria; te rogamos humildemente que nos des tu ayuda para despreciar, como él, los halagos de este mundo, y llegar a ti por la inocencia de nuestras costumbres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 23 de junio de 2016

Santa Ediltrudis, reina y abadesa (23 de junio)



Santa Ediltrudis, reina y abadesa. 

(† 679)

La gloriosa reina Ediltrudis, fue hija de Anas, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual la casó con Tombrecto, príncipe de los girvios australes. Viviendo con este príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y aunque por muerte de su esposo, fue segunda vez casada con Ecfrido, rey de los nordanimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y amaba más que a todas las cosas de esta vida. Le suplicó muchas veces le diese licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce años lo consiguió, y entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido. Fue nombrada después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fue ejemplo de vida celestial. Desde que entró en el monasterio no quiso traer más vestidura de lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sierva de todas sus hermanas, se ejercitaba con gran humildad en los más bajos oficios del monasterio. No comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que había de morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como sucedió. Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba continuamente gracias al Señor, sufriéndola con gran paciencia y alegría; y diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su juventud, cuando llevaba en la corte preciosos collares de perlas y diamantes. Finalmente después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de admirables virtudes, entregó su alma al Creador, y fue sepultada humildemente en un sepulcro de madera, como ella lo había dispuesto. A los diez años de su muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen curado los cirujanos.


Reflexión:

¡Qué bella parece la flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana! Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria. Tengamos pues en gran estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo.


Oración:

Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 21 de junio de 2016

San Luis Gonzaga (21 de junio)



San Luis Gonzaga. 

(† 1591.)

El angelical patrón de la juventud san Luis Gonzaga nació en Castellón, y fue hijo primogénito de don Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castellón, y de doña María Tana Santena de Chieri del Piamonte, dama muy principal y muy favorecida de la reina doña Isabel, mujer del rey don Felipe II. Lo criaron sus padres con gran cuidado como heredero suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de suceder. Siendo de cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra con más ánimo que discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día estuvo en peligro de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de artillería. Entonces se le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía decir a los soldados sin entender lo que significaban, pero siendo avisado y reprendido por su ayo nunca jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que tuvo éste por el mayor pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se crió en la corte del duque de Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de la Anunciada, y tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el santo cardenal Belarmino, que lo confesó generalmente, jamás sintió estímulo en el cuerpo ni imaginación torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural, sanguíneo, vivo y amoroso. No dejaba él de ayudarse para conservar aquella preciosa joya, refrenando sus sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar jamás el rostro a las damas, ni a la emperatriz, ni aun a su propia madre. Ayunaba tres días por semana, traía a raíz de las carnes las espuelas de los caballos y se disciplinaba rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción en el colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta que le decía se hiciese religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer los medios que tomó su padre para divertirle de su vocación; mas después de muchas y recias batallas, rindió el santo joven el corazón del padre y renunciando sus estados en favor de su hermano Rodolfo, entró en el noviciado de san Andrés de Roma, a la edad de dieciocho años no cumplidos. Entonces resplandecieron con toda su claridad celestial las virtudes de aquel angelical mancebo. Era tan dado a la oración que parece vivía de ella, y preguntado si padecía en ella distracciones, dijo al superior que todas las que había padecido en el espacio de seis meses no llegarían a tiempo que es menester para rezar un Ave María. De sólo oír hablar de amor divino se le encendía súbitamente el rostro como un fuego, y cuando oraba delante del santísimo Sacramento, parecía un abrasado serafín en carne mortal. Finalmente habiendo asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fue víctima de su ardentísima caridad, y como tuviese revelación del día de su muerte, cantó el Te Deum laudamus, y besando tiernísimamente el crucifijo, dio su bendita alma al Criador, siendo de edad de veintitrés años. 


Reflexión: 

El sumo pontífice Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo de los santos, lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa. Mírense pues en este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan de él a conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar con la penitencia la pérdida de joya tan preciosa. 


Oración: 

¡Oh Dios! repartidor de los dones celestiales, que juntaste en el angelical mancebo Luis una gran inocencia de alma con una maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión y por sus merecimientos, que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado en la inocencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890


martes, 22 de marzo de 2016

Santa Catalina de Suecia, virgen (22 de marzo)



Santa Catalina de Suecia, virgen


(† 1381.)


La adorable virgen santa Catalina de Suecia, fue hija de Ulfón, príncipe de Noricia, y de santa Brígida, bien conocida por sus revelaciones en la Iglesia del Señor. La entregó su santa madre, después que la destetó, a una abadesa muy religiosa para que la criase, y llegando a la edad competente, su padre le mandó que tomase marido, y ella lo aceptó, confiada en la bondad de Dios y en el favor de la Santísima Virgen María su madre, que podía casarse sin detrimento de su virginidad, como le sucedió: Porque habiéndose casado con un caballero nobilísimo llamado Etghardo, de tal manera le habló, que los dos hicieron votos de castidad, y la guardaron toda su vida. Yendo una vez con su madre, santa Brígida, a Asís y a Santa María de Porciúncula, les sobrevino la noche y se recogieron en una pobre casilla para guarecerse de la nieve y agua que caía. Estando allí, ciertos salteadores entraron donde estaban las santas madre e hija con otra gente; y con mucha desvergüenza quisieron verles los rostros, y como santa Catalina era hermosísima, comenzaron a hablar palabras torpes; mas ellas se volvieron a Dios, y al improviso se sintió un gran ruido como de gente armada, con lo cual huyeron espantados aquellos atrevidos ladrones. Pasó santa Catalina veinticinco años en compañía de su santa madre, la cual la llevaba consigo a los hospitales, y las dos curaban sin asco las llagas de los enfermos, y los consolaban como dos ángeles de paz, y visitaban y socorrían a los pobres. Era tan grande la fama de los milagros que obraba el Señor por su sierva Catalina, que habiendo salido una vez el Tíber de madre, inundando de tal manera la ciudad de Roma que todos temían la última ruina y destrucción de ella, rogaron a la santa que se opusiera a las ondas; y como ella por su humildad se excusase, la arrebataron y llevaron así por fuerza junto a las aguas, y tocándolas la santa con los pies, volvieron atrás y cesó aquel diluvio peligroso. Después de haber cumplido con el entierro de su madre, volvió a Suecia y se encerró en un monasterio de monjas de Wadstein donde fue prelada, instruyéndolas según la Regla que su santa madre había dejado. Finalmente, llena de méritos y virtudes, dio su espíritu al que la había creado para tanta gloria suya; y honraron su entierro muchos obispos, abades y prelados de los reinos de Suecia, Dinamarca, Noruega y Gotia, y el príncipe de Suecia llamado Erico, con otros señores y barones, por su devoción llevaron sobre los hombros el cuerpo de la santa virgen a la sepultura, ilustrándola nuestro Señor con muchos milagros.



Reflexión:

Entre las excelentes virtudes de la gloriosa santa Catalina de Suecia, resplandece sin duda aquella castidad y entereza virginal que conservó aún en el estado del matrimonio. Esta maravillosa pureza sólo es propia de los moradores del cielo y de muchos santos y santas de nuestra divina religión. "A esta virtud, dice el V. M. Luis de Granada, toca tener un corazón de ángel, y huir cielo y tierra de todas las pláticas, conversaciones y visitas que en esto pueden perjudicar. Se ha de procurar que los ojos sean castos, y las palabras castas, y la compañía casta, y la vestidura casta, y castas la cama, la mesa y la comida; porque la verdadera y perfecta castidad todas las cosas quiere que sean castas: Y una sola que falte, a las veces lo desluce todo".


Oración:

Señor Dios, castísimo Esposo de las vírgenes, que quisiste que la bienaventurada virgen Catalina se conservase intacta, aun en el matrimonio; concédenos tu gracia, para que refrenando nuestros sensuales apetitos, merezcamos llegar a la presencia de tu rostro purísimo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 3 de marzo de 2016

Santa Cunegunda, emperatriz y virgen (3 de marzo)



Santa Cunegunda, emperatriz y virgen

(† 1040.)

Era santa Cunegunda princesa de muy alta sangre, hija de los condes palatinos del Rhin, y dotada de extremada hermosura y de todas las gracias que se estiman en las mujeres. La tomó por esposa el emperador Enrique, príncipe no menos poderoso que honestísimo, en tanto grado, que se concertó con ella de guardar perpetua castidad y amarse como hermano y hermana y no como marido y mujer. ¡Gloria a Dios que a príncipes tan poderosos y magníficos dio aliento para aspirar a tan ilustre victoria en la flor de su edad, emulando la limpieza de los ángeles en medio de las grandezas de la corte, sin quemarse en tantos años, estando cerca del fuego! Viviendo, pues, estos santos casados en tan gran pureza y conformidad, como eran no menos piadosos que castos, se dieron de todo punto a la devoción y a amplificar el culto de Dios y edificar muchas iglesias y monasterios con imperial magnificencia. Mas, envidioso el demonio, quiso sembrar discordia donde había tanta unión; y engendró en el ánimo del emperador Enrique algunas falsas sospechas de la emperatriz, pareciéndole que estaba aficionada a cierto hombre y no guardaba la fe prometida. Pero ella confirmó con un testimonio del cielo su castidad; porque en prueba de su inocencia, con los pies descalzos anduvo quince pasos sobre una barra de hierro ardiendo sin quemarse y oyó una voz que le dijo: ¡Oh virgen pura, no temas, que la Virgen María te librará! Con esto quedó la santa casada y doncella victoriosa, y el emperador, su marido, arrepentido y confuso; y de allí en adelante vivió en paz y admirable honestidad con ella, hasta que el Señor le llevó a gozar de sí y acreditó su santidad con muchos milagros. Cunegunda dio entonces libelo de repudio al mundo y determinó pasar el resto de su vida en el monasterio de monjas de san Benito que había edificado, en el cual habiendo vivido  quince años con rara edificación de las monjas y admiración de todo el mundo, entregó su alma inocentísima y santísima al Señor; y fueron tantos los que concurrieron a venerar su cadáver, que en tres días no se pudo enterrar; porque Dios lo glorificó con grandes y estupendas maravillas, con que acreditó la admirable santidad de su sierva.


Reflexión:

Cuando la santa emperatriz tomó el hábito, la ceremonia de la investidura resultó bellísima y sublime. Habían acudido al templo del monasterio algunos obispos y prelados para consagrar aquella iglesia; y saliendo la santa emperatriz a la misa, con gran acompañamiento, y vestida conforme a la imperial majestad, ofreció una cruz del santo madero de nuestra redención, y acabado el Evangelio, se desnudó de sus ropas imperiales y se vistió con el hábito pobre que ella misma se había hecho por sus manos, y se hizo cortar su hermosa cabellera que después se guardó por reliquia. Lloraban muchos de los circunstantes, unos porque perdían tan gran princesa y amorosa señora, y otros de pura devoción, considerando el ejemplo que les daba la que menospreciaba el cetro y la corona y los arrojaba a los pies de Jesucristo. Anímate, pues, hijo mío, a hacer algo por amor de aquel Señor que se lo merece todo, los bienes, la salud, la honra y la vida. Si no puedes hacer mucho en su obsequio y alabanza, haz lo poco que puedas, supliendo con el deseo lo que no puedes hacer con las obras.


Oración:

Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada emperatriz Cunegunda, se conservase intacta virgen, antes y después del matrimonio, concédenos que sepamos dígnamente estimar la virtud de la continencia, y podamos observarla cada uno conforme a su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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