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lunes, 18 de julio de 2016

San Camilo de Lelis, fundador (18 de julio)




San Camilo de Lelis, fundador. 

(† 1614.)

El ángel consolador de los enfermos y moribundos, san Camilo de Lelis, nació de padres ilustres por la nobleza de su sangre, en la villa de Voquíanico, en el arzobispado de Chieti del reino de Nápoles. Cuando su madre Camila dio a luz a nuestro santo, era ya de edad de sesenta años y tuvo un sueño misterioso, en que vio a su hijo con una cruz en el pecho, acompañado de otros muchos niños que llevaban también en el pecho unas cruces semejantes. Siguió Camilo, como su padre, los ejercicos de las armas, sirviendo en los ejércitos de Venecia y de España, y llevando una vida no menos trabajosa que licenciosa. Mas habiendo oído los santos consejos de un religioso capuchino, el día de la Purificación de Nuestra Señora, se sintió tocado de Dios de manera que saltando del caballo en que iba camino de Manfredonia, se hincó de rodillas sobre una piedra y empezó a deshacerse en llanto copiosísimo pidiendo a Dios perdón de sus pecados, y proponiendo hacer asperísima penitencia. Con este ánimo, se llegó al padre guardián de los capuchinos de Manfredonia, rogándole que le diese el santo hábito: mas no pudo llevarlo sino algunos meses, porque batiéndole de continuo en la corva del pie, le abría una llaga antigua que en él tenía, la cual no se le cerró en toda la vida. Pasó entonces a Roma, y se consagró enteramente al servicio de los enfermos en el hospital llamado de Incurables, donde echó los cimientos de su gran santidad, ayudado por los avisos del padre san Felipe Neri, que era su confesor. Se dolió mucho de ver cuánto padecían los enfermos por el descuido de los enfermeros asalariados; y pensó en instituir una congregación de enfermeros religiosos que sirviesen en los hospitales por sólo amor de Jesucristo, y encomendando esta obra al Señor, vio cómo Jesús, desclavando las manos de la cruz, le dijo: "Lleva adelante tu empresa, que yo te ayudaré". En esa sazón consideró Camilo que siendo seglar como era, no podría ayudar como deseaba a las almas de los enfermos, y así empezó a estudiar la gramática, no avergonzándose de aparecer en medio de los niños, siendo de edad de treinta y dos años, y con gran aplicación prosiguió sus estudios hasta ordenarse de sacerdote. Fundó después su nueva orden, en la cual se obligaban los religiosos con un cuarto voto, a asistir a cualesquiera enfermos de pestilencia: y en efecto, en una peste que hizo gran estrago en Roma, ejercitaron su heroica caridad con los apestados, entrando a veces con escalas en sus casas, por estar enfermos todos los que en ellas moraban, y no haber quien pudiese abrirles la puerta. Son indecibles las proezas de caridad que hizo en los numerosos hospitales que fundó en toda Italia; hasta que habiendo renunciado el generalato de su Orden y vuelto a servir en el Hospital del Espíritu Santo que había en Roma, dijo: "Aquí será mi descanso"; y en efecto, a los sesenta y cinco años de su edad, descansó en el Señor y recibió la corona de sus grandes trabajos y merecimientos. 



Reflexión: 

¿Qué te parece, cristiano lector? Si hubieses de parar como pobre enfermo en un hospital, ¿no preferirías la dulcísima caridad de san Camilo y de sus hijos religiosos, al servicio negligente, frío y puramente interesado de ciertos hospitales secularizados? Espanta lo que cobran los enfermeros laicos, y hace derramar lágrimas la inhumanidad que usan con los pobres enfermos, haciendo de su oficio de caridad un vilísimo negocio.



Oración: 

Oh Dios, que adornaste a san Camilo de una singular caridad para socorrer a los que luchan en la última agonía, infunde en nosotros el espíritu de tu amor, para que en la hora de nuestra muerte merezcamos vencer al común enemigo, y alcanzar la corona celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 5 de marzo de 2016

El beato Nicolás Factor (5 de marzo)



El beato Nicolás Factor

(†1583.)

El bienaventurado Nicolás Factor nació en Valencia de España, de padres humildes y piadosos. Desde muy niño comenzó a ejercitar la caridad con los enfermos; porque hallando a la edad de diez años en la puerta del hospital de san Lázaro a una pobre mujer cubierta de asquerosa lepra, con gran devoción se hincó de rodillas a sus pies y se los besó. Le preguntó otro niño cómo no tenía asco de poner los labios en cosa tan asquerosa. No he besado, respondió el santo niño, las llagas asquerosas de esta pobrecita, sino las llagas preciosas y amabilísimas de Jesucristo. Creciendo en edad salió muy aventajado en letras humanas, escribía santas poesías en lengua latina y castellana, tañía varios instrumentos, cantaba con voz excelente, y pintaba con singular habilidad imágenes de Cristo y de su Santísima Madre. Cuando su padre penaba casarle, nuestro Señor lo llamó para su servicio en el convento de Santa María de Jesús, que está a un cuarto de hora de la ciudad de Valencia. No hubo religioso alguno entre aquellos hijos de san Francisco que no se mirase en él como en un espejo de perfección. El Señor le glorificaba aún en el púlpito con raras y estupendas maravillas, porque casi siempre que predicaba e arrobaba con éxtasis seráficos elevándose algunas veces su cuerpo en el aire sin tocar con los pies en el suelo, y después que volvía en sí, proseguía el sermón tomando el hilo del discurso, donde lo había dejado. Y no sólo predicando gozaba el siervo de Dios de estas delicias divinas, sino que también celebrando el divino sacrificio, dando la Comunión, conversando de cosas santas, en su celda, en su confesionario, en las públicas procesiones; de suerte que por muchos años fue casi todos los días y por varias veces elevado en éxtasis, que alguna vez duraban horas enteras. Se le transformaba entonces el semblante, poniéndosele muy encendido y hermoso, despidiendo a veces rayos de luz, y ardiendo sus carnes como ascua. Predicando en Barcelona se elevó de la tierra más de un palmo en presencia de un concurso numerosísimo. Visitaba en Valencia con singular afición el hospital de San Lázaro; allí limpiaba a los leprosos, y los limpiaba con aguas odoríferas, les daba de comer, les hacía la cama, los desnudaba y ponía en ellas, y con gran devoción les besaba las llagas puesto de rodillas. Finalmente, después de una vida llena de maravillas y prodigios de caridad y penitencia, expiró pronunciando el dulcísimo nombre de Jesús, a la edad de setenta y tres años. Quedó su sagrado cadáver flexible y exhalando suavísima fragancia todo el espacio de nueve días que estuvo expuesto para satisfacer a la devoción de los fieles, como consta por el testimonio de un jurídico reconocimiento. Le dieron sepultura en un lugar señalado: y en vista de los continuos prodigios que dispensaba Dios a los que imploraban su patrocinio, el sumo Pontífice Pío VI le declaró beato en el año 1786.

Reflexión:

Este serafín extático ofrecía muchas veces, como otros muchos santos, un magnífico argumento de la divinidad de nuestra fe. Porque ningún hombre de sano juicio puede poner en duda su arrobamientos y elevaciones; pues semejantes maravillas eran públicas, repetidas, sensibles y manifiestas a los ojos de un numeroso concurso. Pues, ¿quién podía mirar cómo el cuerpo del santo se levantaba de la tierra y quedaba suspenso en el aire cercado de celestes resplandores, sin dejar de ver hasta con los ojos una brillantísima prueba de nuestra Religión celestial?

Oración:

Oh, Dios, que encendiendo con el fuego inefable de tu caridad al bienaventurado Nicolás tu confesor, hiciste que te siguiese con puro corazón, concédenos a tus siervos, que llenos del mismo espíritu, y ardiendo en caridad, corramos sin tropiezo por el camino de tus mandamientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890



sábado, 29 de marzo de 2014

Cuando la Caridad es NO AYUDAR

"Cristiana en las Catacumbas", Alejo Vera

Papa Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán, 1215: 

"Por otra parte, Nos determinamos que serán sometidos bajo excomunión aquellos creyentes que reciban, defiendan o ayuden a los herejes". 

Cuando la Caridad es NO AYUDAR 

Nukkapi es un nombre groenlandés que significa rebelde. Juan, en cambio, un nombre digno de un cristiano que significa "Fiel a Dios". 

Nukkapi: Me convertí a la iglesia de Francisco porque ellos ayudan... 


Juan:. Ellos ayudan a todo lo que no es Católico: El sincretismo, el feminismo, el comunismo, la herejía y la perversión. 


N:. Ustedes no ayudan a nadie, por eso no convierten a nadie. No ayudan a los masones, a los judios, a los protestantes, a las Grandes Organizaciones Humanitarias... 


J: No podemos financiar el error, la apostasía y la herejía. 


N: Ustedes no tienen caridad. 


J: Nuestra caridad no es la que dictamina el mundo, sino la que manda Dios. Nuestra caridad opera en lo secreto. Reza por vuestra conversión y ayuda no ayudando.


N: Ustedes no se unen con nadie por causas justas. Les importa más discriminar al que tienen al lado que luchar contra la pobreza y los males de este mundo.


J: También los romanos querían que los cristianos se les unieran en sus prácticas idolátricas y en sus ofrendas a sus dioses para erradicar la pobreza y conseguir mayor prosperidad y bienes sociales y políticos. Pero los cristianos morían martirizados por no unírseles y no ayudarlos. Esos mismos cristianos, desde el anonimato de las catacumbas, convertían desde un fervoroso apostolado secreto y una vida de oración, a más paganos y anticristianos; sin ninguna ayuda directa ni apoyo financiero; como los que hoy propaga Francisco y la Nueva Iglesia. 


N: ¿Por qué nadie te sigue? ¿Cuáles son los frutos de tu acción?


J: Los frutos son el reconocer los signos de este tiempo. Mientras más gente abandona a Dios y a su verdadera Iglesia Católica; mayor es la Misericordia profética de Nuestro Señor Jesucristo desde los Santos Evangelios. Mayor fuerza tienen los Concilios y los enunciados eternos de todos los Papas Verdaderos:



Papa Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán, 1215: 

"Por otra parte, Nos determinamos que serán sometidos bajo excomunión aquellos creyentes que reciban, defiendan o ayuden a los herejes".


domingo, 16 de marzo de 2014

¿Quién es el JUSTO y quién el Injusto?


¿Quién es el JUSTO y quién el Injusto?

¡Oh Verdadero Cristiano, Verdadero Católico, Verdadero Fiel!

Cuando nuestros enemigos intenten confundir y confundirte insultándote con sus propios nombres de pecadores, 

y nombrando tu Acción Católica con los nombres que les son propios a sus delitos;

mira a Cristo Enojado y piensa:


¿QUIÉN ES EL JUSTO Y QUIÉN EL INJUSTO?


¿Quién el Fariseo, quién el Reprensible y quién El que Violenta?

Mira esta imagen y medita en el Sagrado Látigo de Nuestro Señor:

¿Quién el Misericordioso, quién el Imitable y quién el Ofendido?

¿Contra Quién el Sacrilegio? 

¿Para Quién la Gloria y la Honra y el Poder (Ap. 4, 11)?


¡Oh Verdadero Cristiano!

Cuando te escupan con SOBERBIO, JUZGADOR, ODIADOR, FARISEO, VIOLENTO, DISCRIMINADOR, TEMERARIO, INMISERICORDE, IMPÍO, DESPRECIABLE, NECIO, DESALMADO, PRECIPITADO, CARNAL, FRÍVOLO, BANAL, CHISMOSO, COBARDE, ENGREÍDO, SATÁNICO, ILÍCITO, DELINCUENTE Y LO PEOR por defender como Dios manda a Cristo y su Iglesia,

Mira esta Imagen y el FUROR de Nuestro Señor te llene (Jer. 6, 11) 


miércoles, 30 de mayo de 2012

¡Gritar contra el Lobo!


San Francisco de Sales:

“Es un acto de caridad gritar contra el lobo, dondequiera que sea, cuando se encuentre entre las ovejas.”

S. Francisco de Sales, "Introducción a la Vida Devota"

jueves, 16 de abril de 2009

El Amor-Malo y el Odio-Bueno



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El sentimentalismo y el progresismo católico de tal manera nos han deformado la noción de caridad, que somos propensos a amar más a las personas porque nos tratan o caen bien, porque nos son útiles, porque nos parecen atractivas, porque estamos muy habituados a su compañía, porque somos parientes, etc., que por las verdaderas razones por la cual se debe amar al prójimo. Por todo esto, creemos fundamental exponer brevemente la doctrina católica referente al tema del amor al pecador ya que nos dice que no se debe amar de igual manera al justo que al pecador.
Por ejemplo, un maestro debe preferir a los alumnos disciplinados, estudiosos, piadosos, a los que, no teniendo estas cualidades, sean sin embargo, eximios en caer bien y divertir a los profesores. Un padre debe preferir a un hijo bueno, aunque sea más feo o menos inteligente que a un hijo brillante, pero impío o de vida impura. Lo mismo en lo referente a la amistad: no podemos dar al alguien el tesoro de nuestra amistad sin saber si tal persona es o no, enemiga de Dios: el hombre que vive en pecado grave es enemigo de Dios, y si amamos a Dios sobre todas las cosas, no podemos amar indiferentemente a los que Lo aman y a los que Lo ofenden. ¿Qué diríamos de un hijo que fuese amigo de personas que injurian gravemente, injustamente, públicamente a su padre? Pues es eso lo que hacemos cuando admitimos en nuestra amistad a los apóstatas, fautores de herejía, gente de conducta escandalosa, etc. Entonces, ¿cómo debemos amar a los pecadores?
Santo Tomás dedica a esta cuestión dos artículos en la Suma Teológica (II-II 25, 6 - 7). Helos aquí en forma de conclusión:
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1° Los pecadores han de ser amados como hombres capaces todavía de eterna bienaventuranza; pero de ninguna manera en cuanto pecadores.
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Dos cosas hay que considerar en los pecadores: la naturaleza y la culpa.Por la naturaleza que han recibido de Dios, son capaces de la bienaventuranza, en cuya comunicación se funda la caridad, como está dicho; por tanto, por su naturaleza han de ser amados con caridad.
Su culpa, en cambio, es contraria a Dios y es impedimento de la bienaventuranza; de aquí que por la culpa, que los enemista con Dios, han de ser odiados todos los pecadores, aunque se trate del propio padre, madre o familiares, como leemos en el Evangelio (Lc. 24, 26).
Debemos, pues, odiar en los pecadores el serlo, y amarles como hombres capaces todavía de la eterna bienaventuranza (mediante el arrepentimiento de sus pecados). Y esto es amarles verdaderamente en caridad por Dios.
La caridad no nos permite excluir absolutamente a ningún ser humano que viva todavía en este mundo, por muy perverso y satánico que sea. Mientras la muerte no les fije definitivamente en el mal, desvinculándoles para siempre de los lazos de la caridad – que tiene por fundamento la participación en la futura bienaventuranza –, hay que amar sinceramente, con verdadero amor de caridad, a los criminales, ladrones, adúlteros, ateos, masones, perseguidores de la Iglesia, etc. No precisamente en cuanto tales – lo que sería inicuo y perverso – pero sí en cuanto hombres, capaces todavía, por el arrepentimiento y la expiación de sus pecados, de la bienaventuranza eterna del cielo. La exclusión positiva y consciente de un solo ser humano capaz todavía de la bienaventuranza destruiría por completo la caridad (pecado mortal), ya que su universalidad constituye precisamente una de sus notas esenciales.
Amar no significa sentir mucha ternura, pues el verdadero amor reside esencialmente en la voluntad. Querer bien a alguien, es querer seriamente para esa persona todo cuanto según la recta razón y la fe es bueno: la gracia de Dios y la salvación del alma primeramente, y después, todo cuanto no desvíe de este fin, sino que lo conduzca a él.
Las sabias y célebres palabras de San Agustín que decía: “Hay que odiar el error y amar a los que yerran”, suelen frecuentemente interpretarse por los progresistas como si el pecado estuviese en el pecador a la manera de un libro en un estante. Se puede detestar el libro sin tener la menor restricción contra el estante, pues, aun cuando una cosa esté dentro de la otra, le es totalmente extrínseca. Sin embargo, la realidad es otra. El error está en el que yerra como la ferocidad está en la fiera. Una persona atacada por un oso, no puede defenderse dando un tiro en la ferocidad evitando herir al oso y aceptándole, al mismo tiempo, recibir un abrazo con los brazos abiertos. Santo Tomás, sobre esto, se explaya con claridad meridiana. El odio debe incidir no sólo sobre el pecado considerado en abstracto sino también sobre la persona del pecador. Sin embargo, no debe recaer sobre toda esa persona: no lo hará sobre su naturaleza, que es buena, las cualidades que eventualmente tenga, y recaerá sobre sus defectos, por ejemplo en su lujuria, su impiedad o en su falsedad. Pero, insistimos, no sobre la lujuria, la impiedad o la falsedad en tesis, sino sobre el pecador en cuanto persona lujuriosa, impía o falsa. Por eso el profeta David dice de los inicuos: “los odié con odio perfecto” (Ps. 138, 22). Pues, por la misma razón se debe odiar lo que en alguien haya de mal y amar lo que haya de bien. Por lo tanto, concluye Santo Tomás, este odio perfecto pertenece a la caridad. No se trata de un odio hecho apenas de irascibilidad superficial. Es un odio ordenado, racional y, por tanto, virtuoso. Así es que, odiar recta y virtuosamente es un acto de caridad.
Claramente se ve que odiar la iniquidad de los malos es lo mismo que odiar a los malos en cuanto son inicuos. Odiar a los malos en cuanto malos, odiarlos porque son malos, en la medida de la gravedad del mal que hacen, y durante todo el tiempo en que perseveren en el mal. Así, cuanto mayor el pecado, tanto mayor el odio de los justos. En este sentido, debemos odiar principalmente a los que pecan contra la fe, a los que blasfeman contra Dios, a los que arrastran a los otros al pecado, pues los odia particularmente la justicia de Dios.

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2° Los pecadores, al amarse desordenadamente a sí mismos, en realidad no se aman, sino que se acarrean un grave daño como si realmente se odiaran.

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El amor propio, principio de todo pecado, es el amor característico de los malos, que llega “hasta el desprecio de Dios” como dice San Agustín; porque los malos de tal manera codician los bienes exteriores, que menosprecian los espirituales.
Aunque el amor natural no quede del todo pervertido en los malos, sin embargo, lo degradan del modo dicho.Los malos, al creerse buenos, participan algo del amor a sí mismos. Con todo, no es éste verdadero amor, sino aparente. Pero ni siquiera este amor es posible en los muy malos.
Está dentro del recto orden del amor el amarse a sí mismo, pero este amor, al igual que el amor al pecador, debe ser por amor de Dios. Y así como que se debe odiar a los pecadores por la culpa de su pecado, así también debemos odiar lo culpable que hay en nosotros. Por tanto, en cuanto pecadores nosotros mismos, si realmente amamos a Dios, debemos odiar todo aquello que en nosotros se opone a dicho amor­. Por lo cual, debemos entender cuán loable es la virtud de la penitencia que busca reparar las ofensas a Dios que hemos cometido.
Creemos que con lo expuesto hasta aquí, queda claro en lo fundamental, cuál es el alcance de la caridad católica en relación al amor a los pecadores.

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Fuentes de este artículo: Santo Tomás de Aquino, SUMA TEOLOGICA; A. Royo Marín OP, TEOLOGIA DE LA CARIDAD; Revista CATOLICISMO N°35.

¿Odiar es siempre pecado?
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No siempre odiar es pecado. La doctrina católica enseña que el odio al prójimo es un pecado opuesto directamente a la caridad fraterna y este odio se llama “odio de enemistad” y es siempre pecado mortal. Sin embargo, el llamado “odio de abominación” que recae sobre el prójimo en cuanto que es pecador, perseguidor de la Iglesia o por el mal que nos causa injustamente a nosotros, puede ser recto y legítimo si se detesta, no la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella; pero, si se odia por lo que hay en ella de bueno o por el mal que nos causa justamente a nosotros (v.gr., si se odia al juez que castiga legítimamente al delincuente), se opone a la caridad, y es pecado de suyo grave, a no ser por parvedad de materia o imperfección del acto. No hay pecado alguno en desearle al prójimo algún mal físico, pero bajo la razón de bien moral (v.gr. una enfermedad para que se arrepienta de su mala vida). Tampoco sería pecado alegrarse de la muerte del prójimo que sembraba errores o herejías, perseguía a la Iglesia, etc., con tal que este gozo no redunde en odio hacia la persona misma que causaba aquel mal. La razón es porque odiar lo que de suyo es odiable no es ningún pecado, sino de todo obligatorio cuando se odia según el recto orden de la razón y con el modo y finalidad debida. Sin embargo, hay que estar muy alerta para no pasar del odio de legítima abominación de lo malo al odio de enemistad hacia la persona culpable, lo cual jamás es lícito aunque se trate de un gran pecador, ya que está a tiempo todavía de arrepentirse y salvarse. Solamente los demonios y condenados del infierno se han hecho definitivamente indignos de todo acto de caridad en cualquiera de sus manifestaciones.

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Cfr. Antonio Royo Marín OP, TEOLOGIA DE LA CARIDAD

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fuente de los dos artículos:


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