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domingo, 17 de julio de 2016

San Alejo, confesor (17 de julio)



San Alejo, confesor.

(† 417.)

El humildísimo siervo de Cristo san Alejo, nació en la ciudad de Roma y fue hijo de un gran caballero rico y poderoso que se llamaba Eufemiano. Por obedecer a sus padres, se desposó con una doncella de esclarecido linaje: mas inspiróle Dios que hiciese un perfecto holocausto de sí mismo y de todos los deleites del mundo. Obedeció Alejo; entró en el aposento donde estaba su esposa, y le dio un anillo de oro y una cinta muy rica envuelta en un velo colorado de seda, y le dijo que guardase aquellas joyas en prenda de su amor hasta que Dios otra cosa ordenase; y tomando luego algunos dineros, mudó el traje y partió a Laodicea, y de allí a Edesa, en la Mesopotamia, donde se vistió de pobre y comenzó a mendigar. Lo más del tiempo vivía debajo de un portal de una iglesia de Nuestra Señora. Quedaron atónitos los padres de Alejo, sabiendo que no se hallaba en casa, la madre en un perpetuo llanto, la esposa deshaciéndose en lágrimas, y el padre, enviando por todas partes criados que le descubriesen a su hijo. Por señas que algunos de ellos tuvieron, llegaron a Edesa, donde Alejo estaba; pero le hallaron tan trocado, que le dieron limosna y no le conocieron. Diecisiete años estuvo en Edesa, y haciéndose después a la vela hacia Tarso de Cilicia para visitar el templo del apóstol san Pablo, una brava tempestad lo llevó a Italia, y viéndose ya en el puerto de Ostia, determinó entrar en Roma, y para triunfar más gloriosamente de sí mismo, irse a la casa de sus mismos padres, donde entendía que no sería conocido. Lo acogió en efecto su padre, que era muy caritativo y amigo de socorrer a los pobres, y el santo se aposentó en una camarilla estrecha y oscura en el portal de la casa, donde padeció grandes molestias de los criados: porque como si fuera un simple e insensato, le daban bofetadas, le echaban cosas inmundas y le hacían otras muchas befas y agravios. Diecisiete años pasó el santo en esta vida tan abatida y admirable, hasta que teniendo revelación del día de su muerte, escribió en un papel su nombre y el de sus padres y de su esposa, y el viernes siguiente entregó su espíritu al Creador. Estaba a la sazón el papa diciendo misa delante del emperador, y se oyó una voz del cielo que decía: "Buscad al siervo de Dios en casa de Eufemiano", y lo hallaron tendido en el suelo, cercado de gran resplandor y hermoso como un ángel. Ecio, cancelario, por mandato del pontífice y del emperador, leyó la carta que el santo tenía apretada en sus manos, en ella halló los nombres de sus padres y de su esposa, la cual derribándose sobre el sagrado cadáver, dijo tales cosas que ablandaran corazones de piedra. Fue sepultado el día siguiente con grandísima pompa en la iglesia de san Bonifacio, y el Señor le glorificó con grandes prodigios. 


Reflexión: 

Es Dios (coma dice el real profeta) admirable en sus santos: pero lo es muy particularmente en su humildísimo siervo san Alejo. ¡Qué castidad tan entera y pura infundió en su alma! ¡qué obediencia para menospreciar los regalos de su casa y dejar a sus padres, esposa, deudos y amigos! ¡qué pobreza de espíritu para vivir tantos años como mendigo! y sobre todo esto ¡qué fortaleza y sufrimiento para triunfar de sí y del mundo con un género de victoria tan nuevo y glorioso! Sea el Señor bendito y glorificado para siempre en sus santos y a nosotros nos de gracia para hacer por su amor, siquiera los pequeños sacrificios que nos pide. 


Oración: 

Oh Dios que cada año nos alegras con la solemnidad del bienaventurado Alejo tu confesor, concédenos que imitemos las acciones de aquel, cuyo nacimiento al cielo celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 13 de marzo de 2016

Los verdaderos hijos de Dios creen con humilde rendimiento sus palabras


Domínica de Pasión

"Qui ex Deo est verba Dei audit" ("El que es de Dios, escucha la Palabra de Dios") (Jn. 8, 47).
La primera señal que dio el Señor para conocer sus ovejas, fue oír sencillamente su voz y seguirla. Por ella se puede conocer el que es de Dios y el que es del diablo.



Los verdaderos hijos de Dios creen 
con humilde rendimiento sus palabras

Esta es la señal de los verdaderos hijos de Dios, oír sus palabras con sinceridad y rendimiento, como el mismo Dios explicó por su profeta: "Populus quem non cognovi, servivit mihi; 'in auditu auris obedivit mihi" ("Un pueblo que no conocía me sirve; con atento oído me obedece") (Salmo 17, 44-45).
Arguye de pérfida ingratitud y rebeldía a los judíos que sin embargo de estar obligados por tan singulares beneficios a creer en las promesas de su Dios y servirle con humildad y verdadero amor, resisten su predicación, desprecian su doctrina, intentan sujetar a su examen y vanas investigaciones los dogmas de la verdadera religión que les propone. Les arguye con la sinceridad y buena fe de los gentiles, que a la primera noticia que tienen de su Dios, a las primeras palabras que oyen de sus ministros, luego que se les proponen los misterios de su gracia, aunque escondidos e impenetrables, se humillan a la voz de Dios, creen en su palabra, adoran su bondad y omnipotencia, y desprecian los movimientos de su natural curiosidad: "In auditu auris obedivit mihi".
"Ved aquí, dice san Juan Crisóstomo, la nota y carácter glorioso de las ovejas dóciles de Dios, que le rinden como a supremo Señor, una obediencia absoluta y sin reserva".

Fuente: "Discursos Predicables", Msr. Gerónimo Bautista de Lanuza OP, 1803

sábado, 26 de mayo de 2012

Crucifixión: Pureza y Obediencia


Crucifixión: Pureza y Obediencia

Si pudiéramos hacer una sola meditación del Cuarto Misterio Gozoso y el Quinto Misterio Doloroso del Santo Rosario, y entrelazar el mismo amor e intención divina que se encuentran en ambas escenas (La Presentación de Jesús en el Templo; y la Crucificción y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo); la Virgen nos concedería innumerables riquezas espirituales y doblegaría en nuestra alma el orgullo pertinaz y la impureza persistente. Dos virtudes principales pueden obrar en nuestro espíritu: La Humildad y la Santa Mortificación.

Someterse a la Ley de Dios y a su Santa Iglesia es circuncidarse, purificarse del mundo, de la carne, de las tendencias al pecado.

Mortificarse, sacrificarse y sufrir a causa de Cristo por los pecados del mundo, pero principalmente por los nuestros; es estar dispuesto a esperar cumplida en uno la más terrible profecía,  la más temible muerte o el más aterrador suplico. 

Expirar los propios y carnales impulsos; trabajar por hacer la Voluntad del Padre; a pesar de las conveniencias personales; corresponde notoriamente a la Santificación de la Vida cristiana que siempre está saliendo a luz con sus dolores de parto; y que sin esos dolores, difícilmente renazca.

Un sacerdote Judío (Simeón) proclama al Salvador; otro sacerdote Judío (Caifás) lo humilla y lo manda a matar. Ambos intervienen en la Purificación y Redención; uno adhiriendo a la obra redentora; otro oponiéndosele. Y a pesar del hombre, Cristo es Rey. Y para todos será su fuego.

A unos pocos encontrará arrodillados y los levantará para Gloria Eterna.

A otros muchísimos arrodillará y humillará, para ruina sin fin.

¡Ay de los que no purifican sus "ideologías" tan acordes al siglo! ¡Ay de los que no obedecen los Dogmas pronunciados una vez para siempre!

¡Señor, Ten Piedad! ¡Santísima Madre, que no falte tu Rosario!


viernes, 20 de febrero de 2009

La obligada custodia

Dom Gueranger O.S.B.

Dom Gueranger O.S.B.


“Cuando el pastor se transforma en lobo, el rebaño debe en primer lugar defenderse...en el tesoro de la Revelación, hay puntos esenciales respecto a los cuales todos los cristianos, en virtud de su propio título de cristianos, tienen el conocimiento necesario y la obligada custodia...Los verdaderos fieles son los hombres que encuentran en su propio bautismo, en tales circunstancias, la inspiración para saber cómo comportarse; no así los pusilánimes que bajo el pretexto aparente de sumisión a los poderes establecidos, esperan para hacer huir al enemigo o para oponerse a sus ataques, un programa que no es necesario y que ni siquiera se les debe dar” (El año litúrgico, fiesta de San Cirilo de Jerusalén,).

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