jueves, 30 de junio de 2016

San Pablo, apóstol de las gentes (30 de junio)



San Pablo, apóstol de las gentes.

(† 67)

El gloriosísimo apóstol de las gentes san Pablo fue hebreo de nación y de la tribu de Benjamín: nació en la ciudad de Tarso (como él mismo lo dice). Tuvo padres honrados y ricos, y de ellos fue enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel, famoso letrado, fuese enseñado en la ley de Moisés. Entendiendo que los discípulos de Jesucristo eran contrarios a aquella doctrina, los comenzó a perseguir cruelísimamente; y no contentándose con haber procurado la muerte de san Esteban y de guardar los mantos de los que le apedreaban para apedréarle con las manos de todos, él mismo se ofreció al sumo sacerdote para perseguir a los cristianos; y con gente armada partió para la ciudad de Damasco para traer aherrojados a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo, y hacerlos infame y cruelmente morir. Pero en el mismo camino de Damasco se le apareció el Señor, y cegándolo primero con su luz, lo alumbró y con su voz poderosa como trueno lo asombró y derribó del caballo, y de lobo lo hizo cordero, y de perseguidor, defensor de su Iglesia, y vaso escogido para que llevase su santo nombre por todo el mundo, como se dijo en el día de su conversión. No se puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y padeció predicando el Evangelio en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Pisidia, en Lystra, en Jerusalén, en muchas regiones de Siria, Galacia y Macedonia, y en las populosas ciudades de Filipos, de Atenas, de Efeso, de Corinto, y de Roma, alumbrando como sol divino tantas naciones, islas y regiones que estaban asentadas en las tinieblas y sombras de la muerte. Él mismo dice de sí que fue encarcelado más veces que los otros apóstoles, y que se vio lastimado con llagas sobremanera, y muchas veces en peligro de muerte. Su vida no parecía de hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que con verdad pudo decir: "Vivo yo, más no yo, sino Cristo vive en mí". El fue el grande intérprete del Evangelio que sin haber aprendido nada de los demás apóstoles, fue enseñado por el mismo Dios, y descubrió a los hombres las riquezas y tesoros que están escondidos en Cristo, confirmando su predicación con divinos portentos, como decía a los fieles de Corinto: "Las señales de mi apostolado ha obrado Dios sobre vosotros, en toda paciencia, en milagros y prodigios, y en obras maravillosas". Y escribe san Lucas, que con poner los lienzos de san Pablo sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias. Después de haber estado el santo apóstol dos años preso en Roma, es fama que sembró también la semilla y doctrina del cielo por Italia y Francia y que vino a España donde predicó con gran fruto. Finalmente volviendo a Roma a los doce años del imperio de Nerón, fue degollado, en el lugar llamado de las tres fontanas, sellando con su sangre la fe de Cristo. 


Reflexión: 

Alabemos pues y glorifiquemos a los príncipes de la Iglesia san Pedro y san Pablo; porque ellos son las lumbreras del mundo, las columnas de la fe, los fundadores del reino de Cristo, los ejemplos de los mártires, los maestros de la inocencia y los autores de la santidad, alabados del mismo Dios. Amémoslos como buenos hijos a sus padres, oigámoslos como discípulos a sus maestros, sigámoslos como oveja a sus pastores; imitémoslos como a santos, y pidámosles socorro y favor como a bienaventurados. 


Oración: 

¡Oh Dios! que alumbraste a los gentiles por medio de la predicación del apóstol san Pablo; te suplicamos nos concedas sea nuestro protector para contigo aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 29 de junio de 2016

San Pedro, príncipe de los apóstoles (29 de junio)



San Pedro, príncipe de los apóstoles.

(† 67 de Cristo)

El gloriosísimo príncipe de los apóstoles san Pedro fue de nación Galileo, y natural de Bethsaida, y vivía del arte de pescar. Fue hermano de san Andrés, y se dice que estaba casado con una mujer llamada Perpetua, y que tuvo una hija que fue santa Petronila. San Andrés fué quien lo llevó a Cristo, y el Señor así que lo vio le dijo: "Tú eres Simón; pero de hoy más te llamarás Pedro, que vale lo mismo que piedra"; porque había de ser piedra fundamental de su Iglesia. Viendo otro día el Señor a los dos hermanos que estaban pescando, les dijo: "Venios en pos de mí para ser pescadores, no de peces sino de hombres". Y ellos dejando sus redes lo siguieron. San Pedro era el que siempre acompañaba al Señor aun en las cosas más secretas, como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó a la hija de Jairo, y cuando se apartó a orar en el huerto. El fue, en cuya barca entró nuestro Señor a predicar: él quien confesó a Cristo por Hijo de Dios vivo, y se ofreció con gran denuedo a cualquier peligro y muerte por su amor. Y aunque permitió el Señor que lo negase para que conociese su flaqueza humana, con todo después de la resurrección, le preguntó el Señor si le amaba más que todos los otros apóstoles; y confesando Pedro que mucho lo amaba, Jesucristo lo hizo pastor universal de toda su Iglesia. El día de Pentecostés, fue el primero que predicó, convirtiendo en un sermón tres mil almas y en otro cinco mil. También hizo los primeros y estupendos milagros con que comenzó a acreditarse la predicación apostólica, dando la salud a innumerables enfermos que traían de toda la comarca de Jerusalén, a los cuales ponían en las plazas, para que cuando él pasaba, tocando siquiera la sombra de su cuerpo a alguno de ellos, todos quedasen sanos. Tuvo san Pedro su cátedra de Vicario de nuestro Señor Jesucristo, siete años en Antioquía, y veinticuatro años en Roma; y como entre los innumerables ciudadanos romanos que habían recibido la fe de san Pedro y de san Pablo, hubiese dos damas amigas de Nerón que con el bautismo habían recibido el don de la castidad, y se habían apartado del trato ruin con el emperador, aquel monstruo de crueldad y lujuria mandó encerrar a los dos santos apóstoles en la cárcel de Mamertino, y luego dio sentencia que san Pedro como judío fuese crucificado, y san Pablo como ciudadano romano fuese degollado. De esta manera acabó su vida el príncipe de los apóstoles, imitando con su muerte la muerte de Cristo clavado en la cruz, aunque por tenerse por indigno de morir en la forma que el Señor había estado, rogó a los verdugos que lo crucificasen cabeza abajo.  


Reflexión: 

¡Jesucristo crucificado! ¡San Pedro muerto también en la cruz! ¡San Pablo degollado! ¿Qué dicen a tu corazón estos adorables testigos de la verdad evangélica? ¿Quién podrá mirarlos y osará decir que nos engañaron? Para persuadir a los hombres la divinidad de su doctrina resucitaron muertos, y para que nadie pudiera sospechar siquiera que nos engañaban, se dejaron matar como mansísimos corderos. ¡Ay de aquellos, que con los lazos de sus malas pasiones tienen aprisionada la verdad de Dios tan clara y manifiesta a los sabios e ignorantes! 

Oración: 

Oh Dios que consagraste este día con el martirio de tus apóstoles Pedro y Pablo; concede a tu Iglesia la gracia de seguir en todo la doctrina de aquellos a quienes debió su principio y fundamento de la Religión cristiana. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 28 de junio de 2016

San Ireneo, obispo y mártir (28 de junio)



San Ireneo, obispo y mártir.

(† 202.)

El apostólico obispo, antiquísimo escritor y fortísimo mártir de Cristo, san Ireneo, dicen algunos que fue francés de nación; pero lo más cierto es que nació en Asia, porque él mismo escribe de sí, que siendo muchacho, oyó a san Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo de san Juan Evangelista, y conoció y trató a Papías y otros varones del tiempo de los apóstoles. Lo llaman leonés, porque fue obispo de León de Francia, a donde fue enviado desde Asia por san Policarpo su maestro, para alumbrar con la luz del Evangelio aquella ciudad. Siendo aún presbítero, fue enviado como legado de aquella iglesia al sumo pontífice san Eleuterio, el cual le recibió con gran benignidad, y con esta ocasión se informó el santo de todos los ritos, costumbres y tradiciones que los gloriosos príncipes de los apóstoles san Pedro y san Pablo habían ensebado a la Iglesia romana. Habiendo sido martirizado Fotino obispo de León, por voluntad de Dios fue elegido san Ireneo de todo el pueblo cristiano por sucesor de Fotino. Procuró primeramente recoger la grey de Cristo que estaba asombrada y descarriada con la persecución, y desarraigó la gentilidad de las provincias comarcanas, enviando a la ciudad de Besanzón a Ferreolo, presbítero, y a Ferrución diácono, y a la de Valencia a Félix presbítero, y Aquileo diácono y Fortunato. Y porque los herejes Valentino, Marción y otros monstruos inficionaban la Iglesia católica, san Ireneo escribió en griego divinamente contra ellos, deshaciendo sus errores, y declarando la sincera y verdadera doctrina, que él había aprendido de los varones apostólicos. Habiéndose levantado aquel tiempo en la Iglesia una muy reñida cuestión, acerca del día en que se había de celebrar la Pascua de Resurrección, queriendo algunas iglesias de Oriente que se celebrase a los catorce días de la luna de marzo, como la celebró Cristo, según la ley vieja, y la celebran los judíos), y queriendo por otra parte el papa san Víctor, que se celebrase el primer domingo siguiente en que el Salvador había resucitado, (por haberlo enseñado así el Príncipe de los apóstoles) ; san Ireneo se puso de por medio, y escribió a los prelados y a las iglesias que se sujetasen a la Iglesia romana, ya que era maestra y cabeza de las demás. Finalmente en el tiempo que Septimio Severo derramó tanta sangre de cristianos especialmente en León de Francia, donde, como dice san Gregorio Turonense, corrían arroyos de sangre por las calles, san Ireneo como pastor celoso murió en esta persecución con casi toda la ciudad, siendo de edad de noventa años.


Reflexión: 

Para que los libros en que san Ireneo escribió la sincera y verdadera doctrina que había aprendido de los varones apostólicos, fuesen trasladados fielmente, puso el santo en ellos al fin esta cláusula: "Yo te conjuro, dice, a ti, que trasladas este libro, por Jesucristo nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero, y por su glorioso advenimiento, por el cual ha de juzgar a los vivos y a los muertos, que después que le hubieres trasladado, le confieras y enmiendes diligentísimamente con el original de donde le trasladaste". Esto es de san Ireneo: donde se echa de ver con cuánto solicitud quería se guardase las tradiciones de los apóstoles, que son el arma más fuerte contra los herejes, y contra las nuevas invenciones de los que se apartan del camino de su salvación. 

Oración: 

¡Oh Dios! que concediste al bienaventurado Ireneo, tu mártir y pontífice, la gracia de vencer a los herejes y asegurar felizmente la paz de la Iglesia, te rogamos des a tu pueblo constancia en la santa religión, y la paz deseada en nuestros tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

lunes, 27 de junio de 2016

San Ladislao, rey de Hungría (27 de junio)



San Ladislao, rey de Hungría. 

(† 1096.)

Modelo perfectísimo de príncipes cristianos fue el gloriosísimo rey de Hungría san Ladislao I. Nació en Polonia, donde se había refugiado su padre Bela, huyendo de la persecución del rey Pedro. Se crió en la corte de Polonia, y después en la de Hungría, y por muerte de Geiza su hermano, fue coronado por rey de Hungría, con general aplauso de todo el reino. Un antiguo rey llamado Salomón, que por sus exorbitantes excesos y crueldades había sido arrojado del trono levantó a los Hunos en armas contra Ladislao, mas fue vencido y derrotado por el ejército real, y sólo con la fuga pudo salvar la vida. Libre ya Ladislao de este cuidado, convocó una junta de los prelados, de la nobleza y del pueblo para restablecer el orden en todo su reino. Lo presidió él mismo en persona: y las sabias ordenanzas que se dictaron en ella se recopilaron en tres libros, y son como la quinta esencia de la política cristiana. Envidiosos los príncipes vecinos de la felicidad de Ladislao, hicieron varias irrupciones en sus estados; mas el santo puesto a la cabeza del ejército, reprimió a los Bohemios, ahuyentó a los Hunos y les obligó a pedir la paz; tomó a Cracovia, domó a los Polacos y a los Rusos, quitó a los bárbaros la Dalmacia y la Cracovia, humilló a los Tártaros, y conquistó gran parte de la Bulgaria y de la Rusia. El número de sus batallas fue el de sus victorias. Con esta paz alcanzada de todos los enemigos, florecieron en el reino las artes, la industria, el comercio y la agricultura, y juntamente la religión y las buenas costumbres, que hicieron de aquel reino, el reino más feliz de toda la cristiandad. Y aunque era magnífica y espléndida la corte del santo rey, su vida era un dechado de todas las virtudes. Asistía cada día a los divinos oficios, ayunaba tres días cada semana, dormía sobre la dura tierra, maceraba su carne con rigurosas penitencias, y tuvo tan gran amor y estima de la castidad, que jamás pudieron persuadirlo para que se casase. Cuando comulgaba, se le encendía el rostro con un fuego de amor divino; y no era menor la devoción que tenía a la Madre de Dios, en cuya honra edificó la célebre basílica de nuestra señora de Waradín. Para los pobres levantó hospitales y casas de beneficencia: él mismo les hacía justicia, acomodaba sus diferencias, y socorría todas sus necesidades. Todos sus vasallos le amaban como a padre. Finalmente habiendo aceptado el mando general de un ejército de trescientos mil cruzados que le ofrecieron los príncipes de España, Francia e Inglaterra, movidos por el fervoroso celo del papa Urbano II, cuando hacía los aprestos de aquella guerra santa, el Señor le llamó para sí, a los cincuenta y cuatro años de su edad, y al décimo quinto de su reinado. Su muerte fue muy sentida en toda la cristiandad, y llenó de luto y de lágrimas todo su reino. 


Reflexión: 

Tal es el acertado gobierno de un rey santo, y tal la felicidad nacional que resulta de un santo gobierno. Se quejan muchos de que Dios tolere esos gobiernos actuales que en lugar de mirar por el bien de los pueblos, los tiranizan y explotan. Pero ¿qué culpa tiene Dios ni su providencia, si los mismos pueblos por universal sufragio les dan sus votos, sólo porque les prometen libertad y más libertad para el mal, y no piensan siquiera en elegir hombres cristianos que gobernarían conforme a la ley de Dios y de la conciencia? 


Oración: 

Oye, Señor, agradablemente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor, el bienaventurado rey Ladislao, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por los ruegos del que tuvo la dicha de agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 26 de junio de 2016

Los santos Juan y Pablo, mártires (26 de junio)



Los santos Juan y Pablo, mártires. 

(† 362)

El martirio de los valerosos mártires de Cristo san Juan y san Pablo escribió Terenciano, el cual siendo capitán de la guardia imperial de Juliano el Apóstata, por su mandato los hizo matar, y después se convirtió a la fe de Jesucristo nuestro Señor. Eran pues estos dos santos hermanos italianos de nación y cortesanos muy favorecidos del emperador Constantino, el cual los escogió para que sirviesen a su hija la princesa Constancia en los más nobles oficios de su palacio. Habían estado también con Galiciano en la guerra contra los Escitas, y convertido en ella a aquel capitán general del ejército romano, y alcanzado milagrosa victoria de aquellos bárbaros. Mas habiendo subido al imperio Juliano el Apóstata, hizo matar a Galiciano, y sabiendo que Juan y Pablo repartían con largas manos a los pobres las grandes riquezas que Constancia les había dado, buscó algún color para quitarles también la hacienda y la vida, y mandó a Terenciano a decirles que de buena gana se serviría de ellos y los honraría en su palacio, si adoraban a los dioses del imperio; mas que, si no lo quisiesen hacer así, les costaría caro. A esto respondieron los dos santos que no querían la amistad de Juliano, ni entrar en el palacio de aquel apóstata; y como Terenciano les concediese diez días para que mejor lo pensasen, ellos le dijeron que hiciese de cuenta que ya los días eran pasados y que ejecutase lo que su amor mandaba. Entendiendo pues que presto habían de morir por Cristo, dieron a los pobres en aquellos diez días cuanto tenían, ocupándose de día y de noche en hacer largas limosnas. Al onceno día, a la hora de cena vino Terenciano con gran acompañamiento de soldados a la casa de ellos y los halló puestos en oración; y les mostró una estatua pequeña de Júpiter, hecha de oro, que llevaba consigo, y les dijo que el emperador mandaba que la adorasen y le ofreciesen incienso, y si no, que allí fuesen degollados, porque no quería que muriesen en público por ser perdonas tan principales (aunque a la verdad lo que le movió a hacerles morir en secreto fue el temor de algún alboroto en la ciudad) . Ellos con gran constancia respondieron que se preciaban de no tener por Señor sino a Jesucristo: por lo cual Terenciano los mandó allí, degollar y enterrar secretamente en una hoya que se hizo en la misma casa, y publicar por la ciudad que habían sido desterrados. Pero muchos energúmenos comenzaron a publicar que allí estaban los santos mártires Juan y Pablo, y fueron libres de los demonios por su intercesión; y entre ellos un hijo de Terenciano, lo cual fue ocasión para que este reconociese su culpa, y postrado ante los mártires, les pidió perdón, y se convirtió a la fe, y escribió el martirio de estos dos santos hermanos, que es el que aquí queda referido. 


Reflexión: 

¿Quién pudo engañar a Dios o librarse de sus manos? Un año después de este martirio, fue el apóstata Juliano a la guerra contra los Persas, y murió infelicísisimamente el mismo día en que hizo degollar a aquellos santos hermanos. Casi todos los perseguidores de la religión han acabado sus días con muerte desastrosa; para que entendamos cuán celoso es Dios de su Iglesia divina, y que no pueden sus enemigos perseguirla y afligirla impunemente, sin recibir el castigo que merecen por tan gran crimen, en esta vida o en la otra. 


Oración: 

Te suplicamos, oh Dios todo-poderoso, que nos consueles con duplicado gozo por la doblada gloria que alcanzaron los santos Juan y Pablo, hermanos,, en la constancia de la fe y en la corona, del martirio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 25 de junio de 2016

San Guillermo, abad (25 de junio)




San Guillermo, abad.

(† 1142.)

El venerable padre de los ermitaños del Monte-Virgen, san Guillermo nació en Vercelli de ilustre linaje, y aunque perdió en su infancia a sus padres, corrió su educación a cargo de unos parientes que le criaron noble y cristianamente. A los catorce años no cumplidos de su edad, tocado de Dios, dio libelo a todas las cosas del mundo, y en hábito de pobre peregrino, cubierto de un tosco sayal y descalzos los pies, vino a visitar el glorioso sepulcro de Santiago de Compostela. En este camino hizo jornada en la casa de un piadoso herrero que tenía devoción de hospedar a los peregrinos, y para añadir el santo mancebo nuevos rigores a su penitencia le rogó que le labrase dos cercos de hierro y luego le rodease con ellos el pecho, trabándoselos por los hombros de manera que jamás pudiesen desasirse ni caerse. Esta manera de cilicio llevó el santo todo el tiempo de su vida. Volviendo después a Italia pasó al reino de Nápoles y se retiró en lo más áspero de un monte llamado Virgiliano, que de entonces acá lleva el nombre de Monte-Virgen, donde el santo anacoreta edificó una iglesia en honra de la Virgen santísima, y echó los cimientos de su nueva religión. Era tan admirable la vida que allí hacía san Guillermo con los numerosos discípulos que se le juntaron, que no parecía sino que la Tebaida se había trasladado al Monte-Virgen. La regla viva de aquellos fervorosos monjes era el ejemplo de su santo abad, y sus constituciones los consejos del santo Evangelio. Y como se esparciese por todas partes el buen olor de sus religiosas virtudes, fue menester se edificasen en breve tiempo otros muchos monasterios. Cada día ilustraba el Señor la santidad de su siervo con nuevos dones y carismas celestiales: porque daba vista a los ciegos, oído a los sordos, habla a los mudos y salud a toda suerte de enfermos. Habiéndole llamado el rey de Sicilia, Rogerio, a su corte, le edificó un nuevo monasterio no lejos de su palacio, para tener consigo a aquel varón de Dios, y aprovecharse de sus consejos. En esta sazón unos malignos cortesanos, cuyos ojos no podían sufrir el resplandor de tan grandes virtudes, calumniaron al santo delante del príncipe, poniendo mácula en su honestidad, y echando mano de una mujer desenvuelta para que le tentase. Súpolo el siervo de Dios, y mandó encender una hoguera, en la cual se arrojó, a vista de aquella dama, con lo cual la convirtió y deshizo toda aquella trama infernal. Finalmente habiendo profetizado delante del rey y de muchos señores de la corte, que ya el Señor de los cielos le llamaba para sí, acabó su vida llena de virtudes y milagros con la preciosa muerte de los justos, y su santo cuerpo fue enterrado en un magnífico sepulcro de mármol, acreditando Dios la santidad de su siervo con numerosos prodigios. 


Reflexión: 

Cuando el rey de Nápoles y Sicilia, Rogerio llamó a su corte a nuestro santo, le encomendó toda la familia real y le pedía su consejo en todos los graves negocios del reino. Y ¿crees tú que aprovechaban menos los consejos de un santo, para la felicidad de todo el reino, que las maniobras de políticos ambiciosos, que sólo ponen los ojos en mezquinos intereses de partidos? ¿Qué otra cosa es ese malestar general, y ese desconcierto social de que todos se lamentan, sino un resultado necesario, y un castigo bien merecido de la sacrílega locura de los hombres, que prescindiendo de la ley de Dios, pretenden gobernarse a su antojo? 


Oración: 

Te suplicamos, Señor, que la intercesión del bienaventurado Guillermo, abad, haga nuestras preces aceptables ante tu divino acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 24 de junio de 2016

La natividad de san Juan Bautista (24 de junio)



La natividad de san Juan Bautista. 

(6 meses antes de J. C.)


El nacimiento del gloriosísimo Precursor de Cristo, san Juan Bautista, cuya festividad celebra la Iglesia con tanto gozo y regocijo, refiere el mismo sagrado Evangelio por estas palabras: "Entretanto le llegó a Elisabeth el tiempo del alumbramiento y dio a luz un hijo. Tuvieron noticia sus vecinos y parientes de la gran misericordia que Dios le había hecho, y se congratulaban con ella. El día octavo del nacimiento, vinieron a la circuncisión del niño, y llamábanle con el nombre de su padre Zacarías; pero su madre no lo consintió y dijo: No: en ninguna manera; sino que se ha de llamar Juan. Replicáronle: ¿No ves que nadie hay en tu parentela que tenga ese nombre? Y preguntaban por señas al padre del niño cómo quería que se llamase. Entonces, pidiendo él la tablilla de escribir, escribió así: Juan es su nombre. Maravilláronse todos; y en aquel instante se le abrió a Zacarías la boca y se le desató la lengua, y comenzó a hablar, bendiciendo a Dios. Con lo que un santo temor se apoderó de todas las gentes comarcanas, y se divulgó la noticia de esos extraordinarios sucesos por todo el país de las montañas de Judea, y cuantos los oían, los ponderaban en su corazón, y decíanse unos a otros: ¿Quién pensáis que ha de ser este niño? Porque en verdad se ostentaba en él admirablemente la poderosa mano del Señor. Sobre todo esto su padre Zacarías fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel; porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo. Ya nos ha suscitado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo; según lo tenía anunciado por boca de sus santos profetas, que vaticinaron en todos los tiempos pasados; a fin de librarnos de nuestros enemigos y de las manos de aquellos que nos odiaban; usando misericordia con nuestros padres, y acordándose de su santa alianza y del juramento con que prometió a nuestro padre Abraham que nos otorgaría la gracia de que, libertados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor todos los días de nuestra vida. Y tú, ¡oh niño! tú serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos; enseñando a su pueblo la ciencia de la salvación para que obtenga la remisión de los pecados por las misericordiosas entrañas de nuestro Dios, con que nos ha visitado de lo alto del cielo, amaneciendo cual sol naciente para alumbrar a los que están de asiento en las tinieblas y en las sombras de la muerte, y enderezar nuestros pasos por las sendas de la paz". (EVANG. S. Lc. 1). 



Reflexión: 

Se cumplieron maravillosamente a la letra todas las profecías que había hecho el arcángel san Gabriel. Nació el dichoso niño de padres ancianos y estériles; se llamó Juan que quiere decir gracia, y de gracia fue colmado desde que la Virgen visitó a su prima santa Elisabeth, y redundó aquella plenitud de gracia en el santo anciano Zacarías, que juntamente con el uso de la lengua recibió tan alto don de profecía. ¡Qué divinas son las palabras que habló a su infante recién nacido llamándole Profeta del Altísimo, y Precursor del Mesías deseado! Celebremos pues también nosotros con júbilo de nuestras almas tan alegre nacimiento disponiéndonos a recibir la gracia de Cristo anunciada por san Juan, que fue el más grande y glorioso de los profetas. 


Oración: 

¡Oh Dios! que hiciste este día tan solemne para nosotros por el nacimiento de san Juan Bautista, concede a tu pueblo la gracia de los espirituales regocijos, y endereza las almas de todos por el camino de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 23 de junio de 2016

Santa Ediltrudis, reina y abadesa (23 de junio)



Santa Ediltrudis, reina y abadesa. 

(† 679)

La gloriosa reina Ediltrudis, fue hija de Anas, rey de los ingleses orientales, varón muy religioso, el cual la casó con Tombrecto, príncipe de los girvios australes. Viviendo con este príncipe guardó siempre la bendita Ediltrudis su virginidad y entereza. Y aunque por muerte de su esposo, fue segunda vez casada con Ecfrido, rey de los nordanimbros, con quien vivió por espacio de doce años, conservó siempre su pureza virginal, con el beneplácito del rey su marido, a quien ella quería y amaba más que a todas las cosas de esta vida. Le suplicó muchas veces le diese licencia para servir en un monasterio al Rey de los cielos, y al cabo de doce años lo consiguió, y entró en un monasterio donde era abadesa Evacia, tía de su esposo, y allí tomó el velo de manos del santo obispo Wilfrido. Fue nombrada después por abadesa de dos monasterios que fundó en su mismo reino, donde gobernó santamente a muchas devotas monjas, a quienes fue ejemplo de vida celestial. Desde que entró en el monasterio no quiso traer más vestidura de lino, sino de lana. Entraba raras veces en los baños (tan usados por todas personas en aquellos tiempos), y estas en las fiestas principales, como el día de Pentecostés y Epifanía, y como si fuese sierva de todas sus hermanas, se ejercitaba con gran humildad en los más bajos oficios del monasterio. No comía más de una vez al día, sino en los días de gran fiesta. Desde la hora de maitines hasta el alba estaba siempre en la iglesia en oración. Tuvo espíritu de profecía y profetizó una pestilencia que había de venir, y que había de morir en ella, y nombró otros que también habían de morir en dicha peste, como sucedió. Viéndose afligida con una muy penosa llaga en el cuello, daba continuamente gracias al Señor, sufriéndola con gran paciencia y alegría; y diciendo que Dios castigaba con ella la vanidad que había tenido en su juventud, cuando llevaba en la corte preciosos collares de perlas y diamantes. Finalmente después de una larga enfermedad, y de una vida purísima y llena de admirables virtudes, entregó su alma al Creador, y fue sepultada humildemente en un sepulcro de madera, como ella lo había dispuesto. A los diez años de su muerte, su hermana Sexburga, viuda del rey de Cantua, que la sucedió en el gobierno del monasterio, mandó trasladar el santo cuerpo a un sepulcro de piedra, y lo hallaron sin corrupción alguna: y un famoso médico le miró la llaga que tenía y la halló cicatrizada como si estuviera viva, y se la hubiesen curado los cirujanos.


Reflexión:

¡Qué bella parece la flor de la virginidad resplandeciendo en la persona de una reina cristiana! Esta virtud guardó pura e intacta la gloriosa Ediltrudis, la cual, a pesar de ser esposa de dos reyes, no quiso perder el nombre de esposa del Rey de los cielos y Señor de los que dominan. Por esta causa enamorados los coros angélicos de la hermosura de aquella alma purísima la presentaron al trono del Rey de los reyes, el cual la coronó con inmarcesible diadema de gloria. Tengamos pues en gran estima y aprecio esta virtud celestial; y pensemos que si su hermosura es tan agradable a los ojos de Dios, que ha querido ser glorificado por ella en tantos santos, la fealdad de los vicios contrarios a esta virtud le son muy desagradables y dignos de aborrecimiento y severo castigo.


Oración:

Señor Dios, que quisiste que la bienaventurada reina Ediltrudis se conservase intacta aun en dos matrimonios: concédenos que sepamos dignamente estimar la virtud de la continencia; y podamos por la intercesión de la santa, observarla cada uno según pide su estado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 22 de junio de 2016

San Paulino, obispo de Nola (22 de junio)



San Paulino, obispo de Nola.

(† 431)

El santísimo obispo de Nola san Paulino fue de nación francés, y nació de padres muy nobles y ricos en la ciudad de Burdeos. Tuvo por maestro a Ausonio Galo, excelente poeta y muy estimado en aquellos tiempos; y llegado a la edad competente, se casó con una señora muy principal llamada Terasia, y como todos tenían en él puestos los ojos así por su sangre como por sus letras, riquezas y loables costumbres, llegó a ser cónsul y prefecto de la ciudad de Roma. No tuvo hijos de su mujer y así propusieron los dos esposos, tocados de Dios, vivir como hermanos, y se vinieron a España y estuvieron algún tiempo en Barcelona, donde por aclamación del pueblo, el obispo Lampio, contra la voluntad del santo, que quería servir a la Iglesia de sacristán, le ordenó de sacerdote, como el mismo santo lo refiere en sus escritos. Habiendo repartido a los pobres todos sus bienes, se retiró con su esposa a un campo de la ciudad de Nola, donde vivían en hábito y profesión de monjes; mas como ya la fama de sus virtudes se hubiese extendido por toda aquella tierra, muriendo el obispo de Nola, le compelieron a aceptar el gobierno de aquella Iglesia, donde edificó a todos no menos con sus admirables ejemplos, que con su celestial doctrina. Lo envió llamar al emperador Honorio para un concilio que se juntaba sobre ciertos negocios tocantes a la quietud de la Iglesia, llamándole santo y venerable padre y verdadero siervo de Dios. Cuando Alarico rey de los Godos tomó Roma y la saqueó, vino también a Nola y prendió al santo obispo. Dice san Agustín, que entonces se alegró el santo de no ser atormentado por el oro y la plata, porque todos sus tesoros tenía en el cielo; y habiendo saqueado después los vándalos la iglesia, procuró san Paulino desentrañarse y allegar lo que pudo para redimir a los cautivos. Y dice san Gregorio papa, que en esta sazón vino a san Paulino una pobre viuda a pedirle limosna para rescatar un hijo que los vándalos se habían llevado a África, y estaba en poder del yerno del rey. A la cual respondió el santo que ya no tenía cosa que darle, sino a sí mismo, y en efecto pasó a África, y se entregó al yerno del rey por el hijo de aquella viuda, haciendo todo el tiempo de su cautiverio oficio de hortelano, hasta que el rey de los vándalos sabiendo que Paulino era obispo, le mandó a su tierra cargado de dones y acompañado de los cautivos que pertenecían a su obispado. Finalmente después de haber gobernado largos años como santísimo pastor aquel rebaño de Cristo, fue consolado en su dichoso tránsito por los gloriosos santos Jenaro y Martín, que se le aparecieron y acompañaron su santa alma a los cielos. 


Reflexión: 

En el libro inmortal que nos ha dejado san Paulino sobre las Delicias de la antigua piedad cristiana, recomienda encarecidamente la caridad y misericordia, que es el principal mandamiento de la Ley evangélica, y la virtud que nos hace más semejantes al divino modelo Jesucristo. Por esta causa no dudó el santo en venderse por esclavo a trueque de rescatar al hijo de aquella viuda. ¡Oh, si prendiese el fuego de la caridad de Cristo en todos los corazones! ¿Habría por ventura en el mundo una sola familia menesterosa, un solo enfermo, una sola viuda, un solo huérfano, un solo pobre, que no hallase amparo y refugio bajo el manto de la caridad? 


Oración: 

Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable festividad de tu confesor y pontífice san Paulino acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 21 de junio de 2016

San Luis Gonzaga (21 de junio)



San Luis Gonzaga. 

(† 1591.)

El angelical patrón de la juventud san Luis Gonzaga nació en Castellón, y fue hijo primogénito de don Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castellón, y de doña María Tana Santena de Chieri del Piamonte, dama muy principal y muy favorecida de la reina doña Isabel, mujer del rey don Felipe II. Lo criaron sus padres con gran cuidado como heredero suyo y de otros dos tíos suyos, en cuyos estados había de suceder. Siendo de cinco años, y tratando con los soldados de cosas de guerra con más ánimo que discreción, disparó un arcabuz y se quemó la cara, y otro día estuvo en peligro de perder la vida por poner fuego a un tiro pequeño de artillería. Entonces se le pegaron algunas palabras desconcertadas, que oía decir a los soldados sin entender lo que significaban, pero siendo avisado y reprendido por su ayo nunca jamás las dijo, y quedó de esto tan avergonzado, que tuvo éste por el mayor pecado de su vida. Siendo ya de ocho años se crió en la corte del duque de Toscana e hizo voto de perpetua virginidad ante la imagen de la Anunciada, y tuvo un don de castidad tan perfecta, que, como aseguraba el santo cardenal Belarmino, que lo confesó generalmente, jamás sintió estímulo en el cuerpo ni imaginación torpe en el alma, a pesar de ser, de su natural, sanguíneo, vivo y amoroso. No dejaba él de ayudarse para conservar aquella preciosa joya, refrenando sus sentidos, y llevando bajos los ojos, sin mirar jamás el rostro a las damas, ni a la emperatriz, ni aun a su propia madre. Ayunaba tres días por semana, traía a raíz de las carnes las espuelas de los caballos y se disciplinaba rigurosamente. Comulgando la fiesta de la Asunción en el colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, oyó una voz clara y distinta que le decía se hiciese religioso de la Compañía de Jesús. No se puede creer los medios que tomó su padre para divertirle de su vocación; mas después de muchas y recias batallas, rindió el santo joven el corazón del padre y renunciando sus estados en favor de su hermano Rodolfo, entró en el noviciado de san Andrés de Roma, a la edad de dieciocho años no cumplidos. Entonces resplandecieron con toda su claridad celestial las virtudes de aquel angelical mancebo. Era tan dado a la oración que parece vivía de ella, y preguntado si padecía en ella distracciones, dijo al superior que todas las que había padecido en el espacio de seis meses no llegarían a tiempo que es menester para rezar un Ave María. De sólo oír hablar de amor divino se le encendía súbitamente el rostro como un fuego, y cuando oraba delante del santísimo Sacramento, parecía un abrasado serafín en carne mortal. Finalmente habiendo asistido a los pobres enfermos de mal contagioso, fue víctima de su ardentísima caridad, y como tuviese revelación del día de su muerte, cantó el Te Deum laudamus, y besando tiernísimamente el crucifijo, dio su bendita alma al Criador, siendo de edad de veintitrés años. 


Reflexión: 

El sumo pontífice Benedicto XIII, que puso al bienaventurado Luis en el catálogo de los santos, lo declaró también patrón y ejemplar de la juventud estudiosa. Mírense pues en este celestial espejo todos los jóvenes cristianos, y aprendan de él a conservar la inocencia de su alma, y, si la han ya perdido, a compensar con la penitencia la pérdida de joya tan preciosa. 


Oración: 

¡Oh Dios! repartidor de los dones celestiales, que juntaste en el angelical mancebo Luis una gran inocencia de alma con una maravillosa penitencia: concédenos por su intercesión y por sus merecimientos, que imitemos en la penitencia al que no hemos imitado en la inocencia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890


lunes, 20 de junio de 2016

San Silverio, papa y mártir (20 de junio)



San Silverio, papa y mártir.  

(† 538.)

El glorioso pontífice y mártir san Silverio fue natural de la campaña de Roma, e hijo de Hormisdas, el cual habiendo enviudado, se ordenó de Diácono de la iglesia Romana, y fue elevado después a la cátedra de san Pedro. No ascendió su hijo Silverio al sumo pontificado con puras y santas intenciones; mas apenas se vio sentado en la Silla apostólica sintió trocársele el corazón, lloró con amargas lágrimas su ambición pasada, edificó toda la cristiandad con el ejemplo de sus santas costumbres, y protegió la Iglesia de Dios hasta dar la vida en su defensa. Porque pretendiendo la emperatriz Teodora, que era hereje, restituir la silla de Constantinopla a Antimo, cabeza de los herejes eutiquianos, quiso que san Silverio, con su autoridad apostólica le volviese a aquella iglesia," y aun escribió a Belisario, general de sus tropas, que en caso que san Silverio se resistiese, le privase del pontificado. Propuso, pues, Belisario al pontífice lo que la emperatriz ordenaba, y el santo no hizo ningún caso de ello; sino que con gran constancia respondió que antes perdería el pontificado y la vida, que restituir a la silla de Constantinopla a un hereje impenitente y justamente condenado. Al ver Belisario lo poco que podían los fieros y amenazas con el santo pontífice, no quiso poner en él las manos sin algún justo o aparente pretexto. Entonces la mujer de Belisario, llamada Antonina, concertó con los herejes una gran maldad, fingiendo algunas cartas como escritas en nombre de Silverio a los godos, en que les prometía que si llegaban a Roma les entregaría la ciudad y al mismo Belisario que en ella estaba. Llamaron después Belisario y Antonina a su palacio al santo pontífice, y habiendo entrado, detuvieron a la otra gente que le acompañaba; y llegado al aposento donde estaba Antonina en la cama y Belisario a su cabecera, la descompuesta y loca mujer comenzó a dar voces contra el santo pontífice como si fuera un traidor que los quería vender y entregar en manos de sus enemigos; y diciendo y haciendo le despojaron de su hábito pontifical y le vistieron de monje, y con buena guardia le enviaron desterrado a Patara de Licia. Y aunque a suplicación del obispo de aquella ciudad, el emperador Justiniano le mandó volver a Roma, pudieron tanto los herejes con Belisario, que luego desterró al santo a una isla desierta del mar de Toscana, llamada Palmaria, donde afligido y consumido de pobreza, calamidades y miserias vino a morir. 


Reflexión: 

Caso extraño y lastimoso parece que nuestro Señor haya permitido que se tratase con tanto desacato a un vicario suyo en la tierra, pero debemos reverenciar sus secretos. Con estas calamidades quiso hacer santo a Silverio y honrarle como mártir con corona de eterna gloria; y a los que pusieron en él las manos les castigó severamente, porque Belisario que había sido uno de los más famosos capitanes del mundo perdió la gracia del emperador y fue despojado de su dignidad y hacienda; Teodora, la emperatriz, fue descomulgada y murió infelizmente, y Justiniano el emperador que era católico, cayó en la herejía de los monotelitas, y los Hunos, gente fiera y bárbara, le hicieron cruel guerra en Oriente, y los godos tornaron a hacerse señores de Roma, en castigo de lo que se había hecho contra el pontífice. ¡Así suele nuestro Señor castigar aun en esta vida con poderosa mano a los perseguidores de su santa Iglesia! 


Oración: 

Oh Dios omnipotente, mira compasivo nuestra humana fragilidad; y por la intercesión de tu bienaventurado pontífice y mártir Silverio, alívianos del peso de nuestras miserias. Por Jesucristo; nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 19 de junio de 2016

Los santos hermanos Gervasio y Protasio, mártires (19 de junio)



Los santos hermanos Gervasio y Protasio, mártires.

(† Siglo I)


Habiendo descubierto san Ambrosio por divina revelación los sepulcros de estos santos mártires de Milán, halló a la cabecera una escritura con estas palabras: "Yo, Filipo, siervo de Cristo, en compañía de mi hijo hurté los cuerpos de estos santos, y dentro de mi casa los sepulté. Su madre se llamó Valeria, y Vital su padre. Nacieron de un parto, y los llamaron Gervasio y Protasio. Siendo ya difuntos sus padres, y habiendo sucedido ellos abintestato en sus bienes, vendieron la casa propia en que habían nacido y toda su hacienda, y repartieron el precio de ella a los pobres y a sus esclavos, dándoles libertad. Diez años vacaron a sólo Dios, dándose a la lección y a la oración, y al onceno, alcanzaron la corona del martirio. A esta sazón pasó por Milán el general Astasio que iba a la guerra contra los bárbaros: le salieron al camino los sacerdotes de los ídolos, y le dijeron que si quería alcanzar victoria de sus enemigos apremiase a Gervasio y Protasio, que eran cristianos, para que sacrificasen a los dioses inmortales, los cuales estaban de ellos tan enojados, que no querían hacer a los pueblos el favor que solían con sus oráculos. Les mandó Astasio buscar y prender, y les rogó que le hiciesen el placer de ofrecer con él sacrificio a los dioses, para que prosperasen su jornada y tuviese buen suceso aquella guerra: a lo que respondió Gervasio: "la victoria ¡oh Astasio! la da del cielo el Dios verdadero y no las estatuas vanas y mudas de los dioses". Se enojó Astasio sobremanera con esta respuesta, y lo mandó luego azotar y herir con plomadas fuertemente hasta que allí muriese; y con este tormento Gervasio dio su espíritu al Señor. Quitado de aquel lugar el cadáver, hizo llamar a Protasio y le dijo: "¡Desventurado y miserable! mira por ti, y no seas loco como tu hermano". Respondió Protasio: "¿Quién de los dos es miserable, tú que me temes a mí, o yo que no te temo a ti, ni hago caso de tus dioses ni de tus amenazas?" Al oír el general estas palabras lo mandó moler a palos con unos bastones nudosos, y le dijo: "¿Quieres perecer como tu hermano? El santo respondió: "No me enojo contigo porque mi Señor Jesucristo no abrió su boca contra los que le crucificaron: te tengo lástima y te perdono porque no sabes lo que haces". Finalmente el general lo hizo degollar, y mandó arrojar los sagrados cadáveres de los dos hermanos en un muladar. Y yo Filipo, siervo de Cristo, con mi hijo tomé de noche los cuerpos de estos santos y los llevé a mi casa y siendo Dios sólo testigo los puse en un arca de piedra". 


Reflexión: 

Habiéndose aparecido los santos a san Ambrosio, arzobispo de Milán, convocó éste a todos los obispos comarcanos, y cavando la tierra en el lugar señalado que estaba en la iglesia de san Nábor y san Félix, hallaron el arca de piedra. La abrieron, y vieron los cuerpos de los mártires, y el fondo del sepulcro lleno de sangre, exhalando un maravilloso olor que se extendió por toda la iglesia, e ilustrándoles el Señor con estupendos milagros, señaladamente dando vista a un ciego muy conocido en toda aquella ciudad de Milán. Roguemos al Señor que estos auténticos prodigios referidos largamente por san Ambrosio que los presenció, abran los ojos de nuestra alma para ver con mayor luz del cielo la divinidad de la fe por la cual dieron sus vidas tan ilustres mártires. 


Oración: 

¡Oh Dios! que cada año nos alegras con la festividad de tus bienaventurados mártires Gervasio y Protasio; asístenos con tu gracia para que nos inflamen con sus ejemplos estos santos de cuyos méritos nos alegramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 18 de junio de 2016

San Marcos y san Marceliano, hermanos mártires (18 de junio)



San Marcos y san Marceliano, hermanos mártires. 

(† 286.)


Los valerosos y nobles caballeros de Jesucristo, Marcos y Marceliano, fueron romanos y hermanos de un vientre y de ilustre sangre, e hijos de Tranquilino y de Marcia, personas muy ricas y principales. Eran cristianos y ya casados, y con hijos. Los mandó prender por la fe de Cristo, Cromacio, prefecto de Roma, y los condenó a gravísimos tormentos y a ser después degollados, si dentro de treinta días no volvían en sí obedeciendo al mandamiento imperial y adorando a los dioses del imperio. En este espacio de tiempo no se puede fácilmente creer las máquinas que usó el demonio para derribarlos, las batallas que tuvieron, la batería y asaltos que les dieron su padre y su madre, sus mujeres e hijos, sus deudos, amigos y conocidos que eran muchos, por ser los santos mártires personas de tanta calidad y estima. El glorioso san Sebastián, que era a la sazón caballero de la corte imperial, y encubría exteriormente su fe para ayudar mejor a los cristianos perseguidos, se halló presente a todos estos encuentros y combates: y viendo que las entrañas de Marcos y Marceliano se ablandaban, con las lágrimas de sus padres, esposas e hijos, juzgó que era tiempo de declarar lo que tenía encerrado en su pecho, y manifestar que era cristiano, para que los dos hermanos no lo dejasen de ser; ni dejasen de exponer su cuerpo a la muerte por la fe de Jesucristo. Entonces les habló tan altamente de la brevedad, fragilidad y engaños de esta vida mortal, y de la certidumbre y gloria de la bienaventuranza de que presto gozarían, que los dos santos hermanos se determinaron a morir, y los que estaban presentes se convirtieron a la fe del Señor, y fueron compañeros en el martirio de aquellos mismos a quienes antes con palabras, llantos y gemidos persuadían a adorar los falsos dioses. Y así pasado el término de los treinta días, un juez llamado Fabián, que había sucedido a Cromacio, y era hombre cruelísimo, mandó atar a los santos hermanos en un madero y enclavar en él sus pies con duros clavos. En este tormento estuvieron un día y una noche, alabando al Señor y cantando a versos algunos salmos, repitiendo con singular afecto y ternura aquellas palabras del real Profeta: "¡Oh! ¡qué buena y qué alegre cosa es habitar dos hermanos en uno!" Finalmente, espantado el juez de la fortaleza y perseverancia de los dos santos hermanos, que en lugar de desear verse libres de aquellos grandes tormentos, le pedían que les dejase morir allí unidos de aquella manera en le amor de Jesucristo, mandó que los alanceasen y con este género de muerte dieron sus almas a Dios. 


Reflexión: 

Has visto como estos dos santos hermanos movidos por la falsa compasión de los que les amaban con sólo el amor de la carne y sangre, llegaron a blandear con sumo riesgo de perder la fe y la palma del martirio. ¡Alerta pues con las seducciones del amor carnal, y de las amistades y respetos mundanos! Porque si por una criminal condescendencia llegases a perder la amistad de Dios, el alma y el cielo; ¿por ventura podrían tus deudos o amigos librarte del infierno? Y aunque ellos también se condenasen, ¿acaso podrían darte allí algún alivio o consuelo con su presencia y maldita compañía? Deja pues su amistad, si no puede compadecerse con la amistad de Dios. Un corazón magnánimo no ha de temer a ningún hombre: sólo ha de temer a Dios omnipotente. 


Oración: 

Concédenos, oh Dios todopoderoso, que pues celebramos el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Marcos y Marceliano, seamos libres por su intercesión de todos los males que nos amenazan. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 17 de junio de 2016

San Avito, abad de Micy (17 de junio)




San Avito, abad de Micy.

(† 530)


El religiosísimo abad de Micy san Avito fue hijo de un pobre labrador del territorio de Orleans. Habiendo visto algunos monjes de la abadía de Micy, se echó a los pies del abad san Mesmino y le suplicó con los ojos llenos de lágrimas se dignase darle el sagrado hábito o por lo menos recibirlo como criado de su monasterio, añadiendo que antes se dejaría morir allí que volverse al mundo. Viendo el abad aquella humildad y resolución del fervoroso mancebo, lo admitió y contó entre sus hijos. Lo nombró procurador del monasterio; y él sustentaba con mucha caridad a los pobres que se llegaban a la puerta, con lo cual merecía que el Señor lloviese sus bendiciones sobre aquella sagrada comunidad. Mas al poco tiempo movido de Dios se retiró con licencia de su santo abad, a un bosque muy solitario que estaba no lejos de allí y se llamaba el desierto de Soloña. Por este tiempo pasó de esta vida mortal a la eterna son Mesmino; y por voz común de todos los monjes y del obispo de Orleans, el glorioso san Avito fue nombrado superior de aquellos religiosos; mas como el santo se juzgase indigno de aquel cargo, dejó su renuncia por escrito, y llevando consigo a uno de sus monjes se retiró secretamente a otro desierto llamado de la Percha. Allí dio habla a un mudo de nacimiento, y corriendo de boca en boca la noticia de este prodigio, concurrían de todas partes las gentes a visitarle y porque muchos querían acompañarle en aquella soledad, labró un monasterio que se llamó después el monasterio de san Avito, donde se vieron los admirables ejemplos que habían dado los discípulos de san Antonio en Oriente. Dejó algún tiempo el santo abad un retiro para ir a Orleans donde le llamaba el bien de las almas, y habiendo alumbrado allí a un ciego de nacimiento, el gobernador de la ciudad para celebrar este y otros prodigios del varón de Dios mandó abrir las cárceles y dar libertad a los presos. Volviendo Avito a su convento, halló en el féretro a su discípulo que había traído consigo del monasterio de san Mesmino, e hincándose de rodillas dijo al cadáver: "Yo te mando en nombre de Dios todopoderoso que te levantes". Y alzándose el difunto, se arrojó a los pies del santo y fue con él a dar gracias a Dios. El glorioso san Lubin, obispo de Chartres, asegura que oyó este prodigio de boca del mismo monje resucitado, el cual sobrevivió muchos años a nuestro santo. Finalmente lleno de méritos y virtudes, a la edad de sesenta años entregó su purísima alma al Señor.


Reflexión:

De varios santos leemos que han alcanzado con su autoridad y susprodigios la libertad de los presos, y el de los días de san Pablo que libró de la servidumbre el esclavo Onésimo y le llamó con el dulce nombre de hermano, hasta la obra de la Redención de Cautivos y actual rescate de los esclavos de África, siempre se ha mostrado la Religión cristiana amiga y favorecedora de la libertad. ¿Sabes por qué? Porque para obligar a los hombres al cumplimiento de sus deberes, tiene medios más eficaces que los recursos de la fuerza y de la violencia de que ha de echar mano la justicia humana: pues ésta sólo puede atar los brazos del cuerpo; mas la religión ata hasta los malos deseos del alma. Por esta causa vemos que los que temen solamente a la justicia de los hombres se ríen de ella muchas veces, mas el que teme a Dios, tiembla de sus amenazas, porque sabe que es imposible escaparse de las manos divinas.


Oración:

Te suplicamos, Señor, que nos recomiende delante de ti la intercesión del bienaventurado san Avito, para que alcancemos por su patrocinio lo que no de podemos conseguir por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 16 de junio de 2016

San Juan Francisco de Regis, confesor (16 de junio)



San Juan Francisco de Regis, confesor. 

(† 1640.)


El fervorosísimo misionero de los pobres Juan Francisco de Regis, de la Compañía de Jesús, fue natural de una aldea de Francia llamada Fontcuberta, que está en el obispado de Narbona. Nació de padres nobles y ricos, y desde su niñez fue muy inclinado a socorrer a los pobres. Habiendo entrado en la Compañía de Jesús a los diecinueve años de edad, hizo tales progresos en la virtud, que le llamaban la Regla viva de san Ignacio. Bien enseñado en las letras humanas y divinas y ordenado de sacerdote fue destinado al apostólico ministerio de evangelizar a los pobres. Predicaba dos y tres veces cada día; dormía dos o tres horas en el duro suelo, su ordinario alimento era pan y agua, y en los diez últimos años de su vida jamás se desnudó el áspero cilicio con que traía afligida su carne. Partía a sus misiones en tiempo de hielos muy rigurosos, llegándole la nieve algunas veces a la rodilla y a la cintura: pero como él estaba tan abrasado de amor de Dios y deseoso de padecer por la eterna salud de las almas, todo lo llevaba en paciencia y con alegría. Jamás fueron parte para estorbar sus intentos los rigores del frío, los vientos, los precipicios y la aspereza de las montañas. No hubo pueblo, aldea, choza ni cabaña en los obispados del Puy, Viena, Valencia y Viviers, donde no predicase la divina palabra. En Fai dio vista a dos ciegos; en Marlhes libró a un furioso endemoniado, en Montfaucon asistió con admirable caridad a los apestados y por sus oraciones cesó el contagio; y en una gran hambruna y carestía que afligió en Puy multiplicó tres veces el trigo destinado para el sustento de los pobres. Había fundado en varias principales ciudades, algunas casas de recogimiento para las mujeres arrepentidas: no es fácil decir los malos tratamientos que por esta causa padeció; porque fue calumniado, abofeteado, azotado, arrastrado y no pocas veces perseguido de muerte. Lo llamaron una vez unos hombres de vida licenciosa diciendo que se querían confesar con él: mas el santo sabiendo por divina revelación que llevaban intención de matarlo, les habló con tanto espíritu de Dios, que en efecto confesaron con gran sentimiento y lágrimas sus pecados. Finalmente, después de haber convertido a penitencia a innumerables herejes calvinistas y pecadores, y alcanzándoles la gracia señaladísima de la perseverancia, a los cuarenta y cuatro años de edad descansó en la paz del Señor. Su muerte fue muy llorada por todos, especialmente de los pobres, de los cuales siempre iba rodeado diciendo que eran la porción más escogida del rebaño de Jesucristo. 


Reflexión: 

El Señor ha querido ilustrar el sepulcro de san Juan Francisco de Regis con innumerables y estupendos prodigios. La aldea de Lalovesco, donde se halla, es ya una crecida población, célebre por el concurso de peregrinos que acuden de muchas provincias para hallar remedio en toda suerte de enfermedades: y el feliz suceso de tantas curaciones milagrosas que el santo está obrando, atrae peregrinos de muchas otras regiones apartadas. Al pie de aquel famoso sepulcro pueden también hallar seguramente los incrédulos, la fe y la salud de sus almas, viendo por sus ojos las maravillas que obra el Señor para acreditar la gloria de aquel gran santo. 


Oración: 

¡Oh Dios! que adornaste con una admirable caridad, y con una invencible paciencia a tu confesor el bienaventurado Juan Francisco, para que pudiese sufrir tantos trabajos por la salvación de las almas; concédenos benigno, que enseñados de sus ejemplos y protegidos con su intercesión, merezcamos el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestra Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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