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martes, 13 de enero de 2015

Los Católicos que mueren con algún Pecado Mortal NO SE SALVAN


Los Católicos que mueren con algún Pecado Mortal 
NO SE SALVAN

Papa Benedicto XII, Benedictus Deus, 1336, ex cathedra:

“Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son atormentados con penas infernales…” 

(Denzinger 531).

domingo, 11 de enero de 2015

Una Infalible Definición Doctrinal que es Fundamental Conocer y Aceptar en nuestros tiempos


Una Infalible Definición Doctrinal 
que es Fundamental Conocer 
y Aceptar en nuestros tiempos

Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, “Cantate Domino”, 1441, ex cathedra: 

“[La Iglesia] Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles (Mt. 25, 41), a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica” 

(Denzinger 714).

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Las Trompetas del Apocalipsis en el Holocausto de la Iglesia




Las Trompetas del Apocalipsis en el Holocausto de la Iglesia


2 Crónicas 29, 27-28:
"Entonces Ezequías mandó ofrecer el holocausto sobre el altar. Cuando el holocausto comenzó, también comenzó el canto al Señor con las trompetas, acompañado por los instrumentos de David, rey de Israel. Mientras toda la Igesia adoraba, también los cantores cantaban y las trompetas sonaban; todo esto continuó hasta que se consumió el holocausto."

La Pasión de la Iglesia es la mística participación de la Pasión de Cristo. Si sufre y muere la Cabeza; sufre y muere el Cuerpo. La historia de la Iglesia refleja la historia de su Divino fundador. Y en ese sentido; puede hablarse del holocausto de la Iglesia. Y, por eso mismo, en ese sentido, puede pensarse que el coro trompetístico sacerdotal, acompaña ese holocausto.

Muchos son los signos evidentes que se relacionan en estos tiempos con Las Trompetas del Apocalipsis. Un sonido particular que se repite en la atmósfera a nivel mundial; y que cuyas interpretaciones variadas dan muestras claras de que, innegablemente, un suceso físico es objeto de interpretación.

Podría habérsele dado cualquier nombre al fenómeno, pero, aunque sea por un capricho; ha querido la historia contemporánea que lleve ese nombre y no otro.

No pretendemos explicar el fenómeno (Ver más aquí); ni hacer una reducción exegética del mismo. Simplemente, si de algo fuera útil (creemos que sí), mostrar cómo se relacionan las Trompetas en las Sagradas Escrituras con el sacerdocio, y con el Sacrificio Perpetuo. Ambas cosas que escasean (por la Gran Apostasía (2 Tesalonicenses 2); y por la Falta de Fe (Lucas 18, 8) en los últimos tiempos), en los tiempos que nos tocan vivir.

Nehemías 12, 41:
"Y los sacerdotes Eliacim, Maasías, Miniamín, Micaías, Elioenai, Zacarías y Hananías, con trompetas"

2 Crónicas 29, 26:
"Los levitas se colocaron con los instrumentos musicales de David, y los sacerdotes con las trompetas"


1 Crónicas 16, 6:
"Y los sacerdotes Benaía y Jahaziel tocaban trompetas continuamente delante del arca del pacto de Dios"


Números 10, 8:
"Además, los hijos de Aarón, los sacerdotes, tocarán las trompetas; y os será por estatuto perpetuo por vuestras generaciones"

¿Podría decirse que a falta de sacerdotes válidamente ordenados (ver más aquí), en nuestros tiempos, el sacrificio perpetuo, y las trompetas sacerdotales han de restablecerse en la restauración de la Iglesia y del Orbe; no por mano humana, sino por intervención divina?

Apocalipsis 8, 6:
"Entonces los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocarlas"

¿Será que la Doctrina que siempre ha predicado la Santa Iglesia (hoy reducida a un remanente); resuena en todas partes como un icono, como un vitral, como un "sonido apocalíptico"?


Cristo nos asegura la visibilidad y audibilidad de la Iglesia. Y por eso, antes del versículo que narra las lágrimas de Ntro. Señor Jesucristo ante la Gran Apostasía del que dejaría de ser el Pueblo Elegido, se lee: "Respondiendo El, dijo: Os digo que si éstos callan, las piedras clamarán" (Lc 19, 40)











miércoles, 31 de octubre de 2012

Del amor desordenado a los Parientes

"El sacrificio de Abraham" del Veronés

Del amor desordenado a los Parientes

Punto Primero

Considera que no nos prohíbe Cristo amar a los parientes, sino amarlos más que a Él. De suerte que si se ofrece alguna ocasión en que el amor al padre, a la madre, a la mujer, a los hijos éntre en balanza con el amor de Dios, y no se puedan componer ambos amores, entonces debemos aborrecer con un odio Santo a los parientes, y conservar inviolablemente el amor a nuestro Dios. Es decir, que debemos amar a Jesucristo más que a todo cuanto amemos más en este mundo, más que a nuestra misma vida, y que todo lo debemos renunciar si fuere necesario, antes que separarnos de nuestro Criador. ¿Qué cosa mas justa? Esto no es aborrecer a los parientes, sino amarlos con un amor subordinado al amor que debemos a Dios; es dar a Dios la preferencia. ¿Y no nos la merece bien? ¿No sería insigne impiedad posponerle a una criatura? ¿Qué mayor desorden? ¿Se deberá cosa alguna a los parientes, que no se deba a Dios? Éste soberano Dueño es nuestro Criador, y este Criador es nuestro Padre; ningún bien gozamos que no le hayamos recibido de su mano; todos cuantos esperamos han de venir de Él; Él nos sustenta, nos conserva y nos protege. Pídenos todo el corazón, pero ¿y no se lo debemos? ¿Le daremos más de lo que le toca si se lo damos todo? Cuando este Dios, este Salvador y este soberano Padre mandó a los hombres que le amasen sobre todas las cosas, ¿exceptuó a los padres y a los hijos? Y cuando se trate de desobedecer a Dios o a los parientes, de desagradar a aquél o a éstos, ¿habrá en qué deliberar? ¿Estará bien buscar temperamentos, discurrir arbitrios, para componer estas dos obligaciones de nuestro amor y de nuestra obediencia? ¿Será justo disgustar a Dios por no disgustar a mis parientes? ¿Será justo desobligar a Aquel por no oponerme a éstos? El amor a la carne y sangre, la complacencia de los amigos, el interés de una familia, ¿podrán más de lo que debo a mi Dios; y consiguientemente a mi salvación, que absolutamente depende de mi amor a Dios, de mi resignación en su voluntad, y de mi obediencia a sus preceptos? ¡Mi Dios, qué materia no dan estas verdades a la reflexión y al arrepentimiento!


Punto Segundo

Considera qué perniciosa es para la salvación esta dominante inclinación de la carne y de la sangre, y qué consecuencias produce tan fatales, cuando se dan oídos a su voz. ¡Pero, y cuándo no se les dan en la corrupción general del corazón! Si concurre Dios con los parientes, ¿en qué ocasión se le concede la preferencia? ¿Mas de aquí, cuántas injusticias se siguen en el comercio? ¿Cuántos lazos se arman a la verdadera virtud? ¿Cuántas vocaciones al estado religioso han abortado? Ya no es Dios el que hace elección de sus ministros, ni de sus particulares siervos; al estar prevaleciendo el amor de los parientes al amor de Dios, sólo se consultan los intereses temporales de la familia. ¿Y qué parte tendrá entonces Dios en el destino de los hijos? Llama Dios para el ministerio de los altares a aquellos a quienes desde la eternidad tiene destinados para el sacerdocio; pero se apela al tribunal de la carne y sangre, y éste pretende trastornar toda la economía de la divina Providencia, y desconcertar al mismo tiempo la serie de la predestinación; y ya no es privilegiada la tribu de Leví; en vano llama Dios a la Iglesia a aquel primogénito, en vano le ha dotado de talentos muy propios para los sagrados ministerios de la religión; es primogénito, y no puede ir por el estado eclesiástico. Pero que un segundo o un tercero no tenga talentos, ni vocación, no importa; sus padres la tienen por él; la familia le ha destinado para una capa de coro, o para la religión. No nació para ella aquella doncellita, ciertamente se perderá si entra religiosa. ¿Y qué importa eso? Piérdase, porque así lo han decretado sus padres. Conoce la otra que Dios la llama a este estado; pero es el ídolo de la madre, y no puede ser, se ha de quedar precisamente en el mundo; y las que no tienen tantas prendas ni tantos atractivos sean sacrificadas al interés del primogénito. Ya se sabe que la predilección de los padres ha de hacer el destino de los hijos. Se les dice continuamente que la casa está alcanzada, que no hay bastantes medios para colocarlos con decencia, para darles estado correspondiente a su calidad, en que lo luzcan y sobresalgan en el mundo. Este es el oráculo que se consulta, el único que se sigue. Conoce claramente aquel joven que Dios lo llama para sí; que lo destina para que le sirva con alguna especialidad; está muy descubierta su vocación al estado eclesiástico o religioso; pero lo detiene el amor a sus parientes, y se desvanecen todos sus proyectos. Por más que Dios lo solicite, no tiene valor para romper los lazos. ¡Qué desgraciada flaqueza! ¡Pero qué desdichas no se siguen de esta desventurada cobardía! Erró el camino; ¿pues qué maravilla será si después se extravía y se precipita? Se prefiere el amor de los parientes al amor de Dios; preciso es que después de todo, se convierta en mayor daño. ¡Qué dolor en la hora de la muerte, cuando se reconozca esta irracionalidad!

La conozco, Señor, desde ahora, y penetro muy bien toda la injusticia y toda la impiedad de un proceder tan ajeno de razón. No, mi Dios, no daré ya oídos a la carne y a la sangre cuando se trate de daros gusto; resuelto estoy a sacrificar todo cuanto más amo en el mundo, antes que ofenderos.

Jaculatorias

"Enseñadme, Señor, el camino de vuestra divina voluntad, que yo os prometo de no seguir otro" (Salmo 118) 

"Mi Dios, mi auxiliador, mi protector, guía de mi salvación y mi único Salvador" (Salmo 17)



Propósitos

"Sígueme a Mí, y deja que los muertos entierren a sus muertos" dijo el Salvador a un mancebo que le pidió licencia para ir a enterrar a su padre. ¿Pues, qué diría Jesucristo a sus discípulos de profesión, a aquellas personas religiosas, que después de haber renunciado solemnemente a todo lo que más amaban en el mundo, después de haber hecho pedazos los vínculos de la carne y sangre, vuelven después a estrecharse voluntariamente con estos lazos más que nunca; se engolfan con más ardor y con mayor viveza en los intereses de sus parientes que los parientes mismos? Ocupados más en las conveniencias de sus sobrinos, en el esplendor de su familia que en las obligaciones de su estado, sólo se sirven del crédito que les han merecido en el mundo su carácter, su profesión y sus talentos para fomentar el orgullo y la vanidad de sus parientes. No es otra aquella apostasía del corazón de la que habla el Profeta. ¡Puede haber mayor desorden, ni más escandaloso, que ver convertidos a los religiosos en agentes y en procuradores de los hombres del mundo! ¡Que un religioso se ocupe en solicitar un empleo, en ajustar una boda, en adquirir una heredad para sus parientes! ¡Qué cosa más indecente, ni más indigna de su estado! "Deja a los muertos enterrar a sus muertos" Guárdate bien de mezclarte jamás en esos negocios puramente seculares, y acuérdate de lo que dice san Jerónimo, que "el que conserva todavía esas solicitudes, esas ansias aseglaradas; no tiene de religioso más que el nombre". 

Ama en hora buena a tus parientes; pero ámalos con un amor cristiano; interésate en lo que toca a su salvación, y en nada más. Cuando trates con ellos, edifícalos con tus conversaciones y sean todas en orden a su bien espiritual. Ten presente que hasta los mismos seglares de algún juicio y de mediana capacidad hacen muy poco aprecio de su interior, y les parecen muy mal aquellos religiosos en quienes notan tanto espíritu del mundo. Si estás en el siglo ama con ternura a tus parientes, pero con una ternura subordinada siempre al amor que debes a Dios. En los negocios de la familia, consulta siempre  a tu conciencia antes que a tu corazón. Te cause horror la menor sombra de injusticia o de venganza. Mira en buena hora los intereses de tus parientes; pero sin perder de vista su salvación y la tuya. Desconfía mucho de las solicitaciones de la carne y sangre; todas son sospechosas. ¿Eres hijo de familia?, pues aconséjate con Dios, y con sólo Dios, sobre el estado que has de tomar; observa constantemente el consejo de San Jerónimo a los que llama Dios al estado religioso: "Per calcatum perge patrem; per calcatum perge matrem" ("Pisotea a tu padre; pisotea a tu madre"); deja tu casa, tu país, tu parentela por obedecer a la voz de Dios, que te llama aunque sea menester convertirte en piedra; hacerte insensible a los movimientos de la más viva ternura, no deliberes ni un solo momento. Esta doctrina parecerá dura a los hombres del mundo, pero es la pura doctrina del mismo Jesucristo.



Fuente: "Año Cristiano" de Jean Croiset, 1851 (Extracto)


domingo, 23 de septiembre de 2012

Jesucristo se ESCONDE de los Fariseos


Jesucristo se ESCONDE de los Fariseos

"JESÚS dijo estas cosas, y se retiró, y escondió de ellos" (Jn. 12, 36)
 ¡Qué estado el de un alma, cuando no solamente se retira ella de la luz, sino que también, por un justo castigo, la luz se retira de ella, y no sólo se retira, ¡sino que se esconde! Tal es la situación de aquellos, cuyo entendimiento está envuelto, y obscurecido con tinieblas, por la ignorancia que hay en ellos, a causa de la ceguedad de su corazón, y que desesperando de su enmienda, se abandonan a toda deshonestidad, y acción impura. ¡Ah! Ciertamente que no os ha enseñado eso Jesucristo, si es que por ventura le oísteis, ha llegado a vosotros su voz.

Lo que dice San Juan en este versículo parece tiene relación con el de San Mateo, donde se dice que Jesús, después que respondió a las reconvenciones que los Fariseos le hacían, los dejó, y salió de la Ciudad para retirarse a Betania (Mt. 21, 17); y a esto llama San Juan irse, y esconderse de ellos. Se retiró, pues, a Betania, adonde regularmente se escondía en casa de sus amigos, y Discípulos, y regularmente sería en la de Lázaro, María, y Marta. De lo cual se infiere, que todo esto acaeció el dia de la Entrada triunfante del Salvador: quiero decir, que en ese día hizo el Padre oír aquella voz del Cielo, de la que ya hemos hablado, que entonces explicó Jesús todo el misterio de su exaltación, de la propagación de su Doctrina, y de la Gloria que había de tener después de muerto. ¡Qué magnífico fue aquel día! ¡Qué agregado, y concurso de maravillas! ¡Qué consuelos tan benignos, y suaves!

¡Qué recogimiento, qué espantos, qué dulce admiración, qué atención, qué amor, y qué temor nos debe inspirar este día! Si queremos que no todo haya sucedido en un día, y que algo acaeciese en el dia siguiente, como parece más regular, sin embargo, siempre será cierto que todo ello fue como consecuencia y resulta del Triunfo de Jesús, y de haber lanzado del Templo de su Padre, con tanta autoridad, y zelo, los ladrones que hacían una caberna de él.

¡Oh, día admirable! Aun no había yo hasta ahora contemplado tus luces, ni comprehendido las maravillas de que estás lleno!"


J. Bossuet; "Meditación sobre el Evangelio", D. 18

lunes, 3 de septiembre de 2012

La Iglesia Visible en la Gran Apostasía

 Santos mártires Nabor y Felix

La Iglesia Visible en la Gran Apostasía

Mateo 18, 20: "Porque donde están dos o más (católicos) reunidos en mi Nombre; allí estoy Yo en medio de ellos"


Cfr 2 Corintios 6, 14-18: "No comuniquéis con los infieles, antes bien, huid de su conversación como pestífera, y guardaos sobre todo de contraer matrimonio con ellos. No os obligo a esto sin razón, porque ¿qué union puede haber entre la justicia y el pecado? ¿Qué sociedad puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿Qué relación entre Jesucristo y Belial? ¿Qué proporción entre los premios de un fiel y los castigos de un idólatra? ¿Ni qué semejanza entre el templo de Dios y el templo de los ídolos? Vuestra condición, hermanos míos, es más noble de lo que pensais. Vosotros sois verdaderos templos de Dios vivo, y de vosotros habla el Levítico así: Yo habitaré en medio de ellos y en medio de ellos andaré y seré su Dios. Y en Isaías dice: "Salid de en medio de ellos, apartaos y no toquéis a estas gentes inmundas e impuras: Si las abandonáis, Yo no os abandonaré, sino os recibiré. Yo seré vuestro Padre; y vosotros seréis mis hijos y mis hijas". 

San Ignacio de Antioquía: "Allí donde está Jesuscristo; está la Iglesia Católica"





viernes, 31 de julio de 2009

LOS JUDÍOS SEGÚN LA DOCTRINA CRISTIANA


LOS JUDÍOS SEGÚN LA DOCTRINA CRISTIANA


Ya en el Nuevo Testamento, la doctrina cristiana sobre los judíos es muy clara. En cualquier caso, ningún católico puede creer nada que vaya contra el sentir unánime de los Santos Padres [1]. Pues bien, todos los Padres de la Iglesia manifiestan unánimemente el mismo sentir respecto a los judíos. Veremos también que el Magisterio conciliar y pontificio reitera la misma enseñanza, como no podía ser de otra manera. Harían falta muchos libros para recopilar todo lo que los Padres dicen contra el pueblo deicida. Veamos sólo unos pocos de los textos más importantes.San Juan Crisóstomo, Padre y Doctor de la Iglesia, proclamado por San Pío X patrón de todos los predicadores católicos del mundo, es el más importante de los Padres Orientales; aparte de que a ningún judaizante actual le agradaría lo que San Juan dice en cada una de sus obras sin contradecirse, nos ha dejado nada menos que ocho extensas homilías contra los judíos. Veamos algunos fragmentos:"Siempre que el judío os dice a vosotros: fueron los hombres los que nos hicieron la guerra, fueron los hombres los que conspiraron contra nosotros; contestadles: los hombres no os hubieran hecho la guerra si Dios no lo hubiera permitido." "Mi verdadera guerra es contra los judíos... los judíos han sido abandonados por Dios, y por el crimen de este Deicidio no hay expiación posible."
[2] "Pero ahora vosotros habéis eclipsado todas las maldades del pasado, pero de ningún modo dejasteis atrás el grado sumo del delito, mediante vuestra locura cometida contra Cristo. Por ello estáis ahora siendo castigados peor aún que en el pasado. Toda vez que, si ésa no es la causa de vuestra actual deshonra, ¿por qué motivo, aun siendo vosotros unos asesinos de niños, Dios se contentó con vosotros en otro tiempo y en cambio vuelve ahora la espalda a quienes llegan a tales atrevimientos? Verdaderamente está claro que os atrevisteis a un delito mucho mayor y peor que el infanticidio y que cualquier delito asesinando a Cristo". [3] También entre los Padres Orientales nos encontramos con San Eusebio de Cesarea, a quien debemos gran parte de lo que conocemos sobre los cristianos de los primeros siglos. Martirizado el año 308, San Eusebio nos enseña cosas como la siguiente:"Se pueden oír los gemidos y lamentaciones de cada uno de los profetas, gimiendo y lamentándose característicamente por las calamidades que caerán sobre el Pueblo Judío a causa de su impiedad a Aquél que han abandonado. Cómo su reino ... debería ser totalmente destruido después de su pecado contra Cristo; cómo la Ley de su Padre debería ser abrogada, ellos mismos privados de su antiguo culto, despojados de la independencia de sus antepasados y convertidos en esclavos de sus enemigos en vez de ser hombres libres. Cómo su metrópolis real debería ser arrasada por el fuego. Su santo altar experimentar las llamas y la extrema desolación, su ciudad no más tiempo habitada por sus antiguos poseedores, sino por razas de otro tronco, mientras ellos deberían ser dispersados entre los gentiles por el mundo entero sin tener nunca una esperanza de cesación alguna del mal o espacio para respirar de su congoja".
El mismo sentir es el que manifiestan el resto de Padres Orientales. Entre los Padres Occidentales, cabe citar, para no extenderse, a San Ambrosio de Milán y a San Jerónimo.A San Jerónimo debemos la Vulgata, texto canónico oficial de las Sagradas Escrituras [4]. Entre otras muchas cosas sobre los judíos (todas, sin excepción, en la misma dirección) él nos enseñó: "Esta maldición continúa hasta el día de hoy sobre los judíos, y la sangre del Señor no cesará de pesar sobre ellos".San Ambrosio, aparte de ser el maestro de San Agustín [5], ha sido siempre considerado el modelo a seguir para todos los obispos católicos. Como él nos explica, la Sinagoga es: "una casa de impiedad, un receptáculo de maldades, que Dios mismo había condenado" [6]. La Santa Madre Iglesia continuará siempre enseñando a sus hijos las mismas enseñanzas de doctrina apostólica que habían sido firmemente defendidas por los Santos Padres. Así nos adentramos en la esplendorosa Edad Media, con un doctor tan importante para los siglos venideros como San Bernardo de Claraval
afirmando tajantemente: "Los judíos han sido dispersados por todo el mundo, para que mientras paguen la culpa de tan gran crimen, puedan ser testigos de nuestra Redención" [7].Las mismas enseñanzas van encontrarse en los grandes santos de la Edad Media, el Renacimiento y los siglos posteriores hasta nuestros días. Entre los Doctores de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, máximo expositor de la Doctrina de la Iglesia y que debe tomarse como guía segura para todo católico [8], no se desvía un ápice de la doctrina de los Padres de la Iglesia sobre los judíos, ni tampoco de las enseñanzas de los santos que le precedieron.El Aquinate, consultado por la Duquesa de Brabante sobre si era conveniente que en sus dominios los judíos fueran obligados a llevar una señal distintiva para diferenciarse de los cristianos, contesta: "Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo a lo establecido en el Concilio general [9], que los judíos de ambos sexos en todo territorio de cristianos en todo tiempo deben distinguirse en su vestido de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, es a saber, que en los cuatro ángulos de sus mantos haya orlas por las que se distingan de los demás".El Doctor Angélico también sostuvo doctrinalmente que: "Los judíos no pueden lícitamente retener lo adquirido por usura, estando obligados a restituir a quienes hayan extorsionado ... Los judíos por razón de sus culpas están en perpetua servidumbre, los señores pueden por lo tanto, tomarles sus cosas, dejándoles lo indispensable para la vida"
[10]. Y además: "A los judíos no se les debería permitir quedarse con lo obtenido por medio de la usura; lo mejor sería que se les obligara a trabajar para ganarse la vida, en vez de no hacer otra cosa que hacerse más avaros" [11]. Y respecto a la postura que los judíos tomaron hacia Nuestro Señor: "Pues veían en Él todas las señales que los profetas dijeron que iba a haber [...] pues veían con evidencia las señales de la Divinidad de Él, mas por odio y envidia hacia Cristo, las tergiversaban; y no quisieron confiar en las palabras de Éste, con las cuales se confesaba Hijo de Dios" [12]. Los concilios de la Iglesia, así como los papas, han ido siempre en la misma dirección del sentir unánime de los Padres y de los santos [13]. Aunque podamos extraer testimonios de todos los papas de la historia que como tales se han manifestado al efecto [14], baste con que citemos a tres: uno a caballo entre la Antigüedad Tardía y la Edad Media (San Gregorio Magno), otro del Renacimiento (San Pío V) y otro de época moderna (Benedicto XIV).Benedicto XIV, dejando al margen otros documentos [15]
en que trata la cuestión judía mostrándose firme en preservar lo que dice la tradición, en la encíclica A quo primum nos enseña:"Los judíos se ocupan de asuntos comerciales, amasan enormes sumas de dinero de estas actividades, y proceden sistemáticamente a despojar a los cristianos de sus bienes y posesiones por medio de sus exacciones usurarias. Aunque al mismo tiempo ellos piden prestadas sumas de los cristianos a un nivel de interés inmoderadamente alto, para el pago de las cuales sus sinagogas sirven de garantía, no obstante sus razones para actuar así son fácilmente visibles. Primero de todo, obtienen dinero de los cristianos que usan en el comercio, haciendo así suficiente provecho para pagar el interés convenido, y al mismo tiempo incrementan su propio poder. En segundo lugar, ganan tantos protectores de sus sinagogas y de sus personas como acreedores tienen".A San Pío V le debemos, entre otras cosas, haber sido el artífice de la victoria de Lepanto y haber extendido el Santo Rosario, además de codificar el rito romano de la Santa Misa. Entre sus numerosos escritos tratando la cuestión judía [16], podemos citar la famosa bula Hebraeorum Gens [17], de la que extraemos lo siguiente:"El pueblo judío ... llegado el tiempo de la plenitud, ingrato y pérfido, condenó indignamente a su Redentor a ser muerto con muerte ignominiosa ... omitiendo las numerosas modalidades de usura con las que por todas partes, los hebreos consumieron los haberes de los cristianos necesitados, juzgamos como muy evidente ser ellos encubridores y aun cómplices de ladrones y asaltantes que tratan de traspasar a otro las cosas robadas y malversadas u ocultarlas hasta el presente, no sólo las de uso profano, mas también las del culto divino. Y muchos con el pretexto de tratar asuntos propios de su oficio, ambicionando las casas de mujeres honestas, las pierden con muy vergonzosos halagos; y lo que es más pernicioso de todo, dados a sortilegios y encantamientos mágicos, supersticiones y maleficios, inducen a muchos incautos y enfermos a los engaños de Satanás, jactándose de predecir el futuro, tesoros y cosas escondidas... Por último tenemos bien conocida e indagada la forma tan indigna en que esta execrable raza, usa el nombre de Cristo, y a qué grado sea dañosa a quienes, habrán de ser juzgados con
dicho nombre y cuya vida pues está amenazada con los engaños de ellos".Citemos, por último, a San Gregorio Magno [18], por haber conjugado en su persona el ser el último de los Padres latinos y Papa a la vez. Puesto que ahora hay quien cree que los judíos son hermanos en Abraham, no está de más traer a colación la siguiente enseñanza: "Si nosotros, por nuestra fe, venimos a ser hijos de Abraham, los judíos, por su perfidia, han dejado de serlo" [19].Lógicamente, también los concilios, tanto locales como universales, siempre que se han pronunciado sobre el problema judío, lo han hecho homogéneamente con las enseñanzas de los Padres, Doctores y Sumos Pontífices.De los concilios locales [20] nos limitaremos a citar un par de cánones de concilios toledanos, por la particular autoridad dogmática de valor universal que la Santa Iglesia Romana siempre les ha concedido:"... Cualquier obispo, presbítero, o seglar, que en adelante les prestare apoyo (a los judíos) ... bien sea por dádivas bien por favor, se considerará como verdaderamente profano y sacrílego, privándole de la comunión de la Iglesia Católica, y reputándole como extraño al reino de Dios, pues es digno que se separe del cuerpo de Cristo el que se hace patrono de los enemigos de este Señor"
[21]. "De la perfidia de los judíos. Aunque en la condenación de la perfidia de los judíos, hay infinitas sentencias de los Padres antiguos y brillan además muchas leyes nuevas; sin embargo como según el vaticinio profético relativo a su obstinación, el pecado de Judá está escrito con pluma de hierro y sobre uña de diamante, más duros que una piedra en su ceguera y terquedad. Es, por lo tanto, muy conveniente que el muro de su infidelidad debe ser combatido más estrechamente con las máquinas de la Iglesia Católica, de modo que, o lleguen a corregirse en contra de su voluntad, o sean destruidos de manera que perezcan para siempre por juicio del Señor" [22]. Finalmente, entre los ecuménicos, baste recordar el IV Concilio de Letrán, concilio importantísimo que definió dogmas como el Extra Ecclesiam nulla salus, la Transubstanciación o la existencia del Infierno. Este concilio, en su canon 68, es diáfano expresando cómo los judíos, malditos de Dios, deben llevar un distintivo especial en sus ropas.
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[1] Pío IV, bula Iniunctum nobis, 13 de noviembre de 1564: "...el verdadero sentido de las Sagradas Escrituras tampoco lo aceptaré ni interpretaré jamás sino conforme al sentir unánime de los Padres".
León XIII, encíclica Providentissimus Deus, 18 de noviembre de 1893: "los Santos Padres que 'después de los Apóstoles plantaron, regaron, edificaron, apacentaron y alimentaron a la Iglesia y por cuya acción creció en ella', tienen autoridad suma siempre que explican todos de modo unánime".[2] Oratio IV Adversus Iudaeos.[3] Oratio VI, 2 Adversus Iudaeos.[4] El Concilio de Trento establece: "Si alguno no recibiere esos mismos libros íntegros con todas sus partes, como ha sido costumbre leerlos en la Iglesia católica y se contienen en la vieja edición de la Vulgata latina, como sagrados y canónicos, o si sabiéndolo y con deliberación despreciare las tradiciones anteriormente dichas, sea excomulgado".[5] San Agustín es el Doctor de la Iglesia más importante de todos los tiempos, después de Santo Tomás de Aquino. Además de su Tratado contra los judíos, su tratamiento del tema no se desvía un ápice del resto de Doctores en todas sus demás obras, donde frecuentemente habla de la cuestión judía. [6] Epístola IX al emperador Teodosio.[7] Epístola 363 a la Iglesia de Francia Oriental.[8] El Papa San Pío X, en la encíclica Pascendi, proclama solemnemente: "Es importante notar que, al prescribir que se siga la filosofía escolástica, Nos referimos a la que enseñó Santo Tomás de Aquino: todo lo que Nuestro Predecesor decretó acerca de la misma, queremos que siga en vigor y, por si fuera necesario, lo repetimos y lo confirmamos, y mandamos que se observe estrictamente por todos". Y el papa Pío XII, en la encíclica Humani generis (1950), enseña que la filosofía tomista es la guía más segura para la doctrina católica y condena toda desviación de ella.
[9] IV de Letrán, año 1215, c. 68.[10] Opera Omnia. Edición Pasisills, 1880. Tábula 1 a-o, tomo XXXIII, p. 534.[11] De regimine principum.[12] Summa Theologica, 3 p., qu. 47, art. 5.[13] Es famoso el caso de San Juan de Capistrano, muy conocido como "azote de los judíos"; este santo franciscano capuchino, de gran ascetismo y virtud, fue empleado como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes diócesis, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos. Se le confiaron misiones delicadas, como la detracción de los Fraticelli, la lucha en Moravia contra la herejía husita (obra del judío Jean Huss), las negociaciones para la incorporación de los griegos a la Iglesia Romana, la vigilancia de los judíos, la contención del cisma de Basilea, etc. Por iniciativa de santos como él, los judíos tenían que llevar un gorro de dos cuernos (pileteum cornutum), que simbolizaba su filiación diabólica (Cf. Jn. 8, 44), así como una estrella amarilla identificativa para guardarse de su maldad, y se les recluía en guetos. Por la influencia de San Juan de Capistrano, el Papa Martín V, inicialmente indulgente con los judíos por ignorancia, cambió de actitud.[14] Entre otros: Honorio III (1217 y 1221), Gregorio IX (1233), Inocencio IV (1244), Clemente IV (1267), Gregorio X (1274), Nicolás III (1278), Nicolás IV (1288), Juan XXII (1317 y 1320), Urbano V (1365), Gregorio XI (1375), Martín V (1425), Eugenio IV (1442), Calixto III (1456), Sixto IV (1478), Pablo III (1535, 1542 y 1543), Julio III (1554), Pablo IV (1555 y 1556), Pío IV (enero y febrero de 1562), Gregorio XIII (1577, 1581 y 1584), Sixto V (1586), Clemente VIII (1592 y 1593), Pablo V (1610), Urbano VIII (1625, 166, 1635 y 1636), Alejandro VII (1657, 1658, 1662 y 1663), Alejandro VIII (1690), Inocencio XII (1692), Clemente XI (1704, 1705 y 1712), Benedicto XIII (1726, 1727 y 1729), Pío IX (1858).
[15] Tal es el caso de Postremomens (28 de febrero de 1747), Apostolici Ministerii munus (16 de septiembre de 1747), Singulari Nobis consolationi (9 de febrero de 1749), Elapso proxime Anno (20 de febrero de 1751), Probe te meminisse (15 de diciembre de 1751) y Beatus Andreas (22 de febrero de 1755).[16] Algunos otros son Romanus Pontifex (19 de abril de 1566), Sacrosanctae catholicae ecclesiae (29 de noviembre de 1566) o Cum nos nuper (19 de enero de 1567).[17] Mediante esta bula, el Papa expulsó a los judíos de los Estados Pontificios (26 de febrero de 1569).[18] Entre otras cosas, se puede recordar que San Gregorio Magno escribió también una carta a Recaredo en la que le felicita por no haber aceptado un soborno de 30.000 sueldos de los judíos de Toledo, que pretendían manipular al rey para que ejerciese presión en el Concilio a fin de que no se promulgasen leyes de protección frente al peligro judío.[19] Sermones dominicales de los Santos Padres, Papa San Gregorio Magno.[20] Aparte del Concilio de Jerusalén, que fue el primero y se dedicó a la condena de la herejía judaizante, contamos con el planteamiento del problema judío en el Concilio de Elvira (306), el Concilio de Agde (506) celebrado bajo los auspicios de San Cesáreo, el Concilio de Clermont (535), el Concilio III de Orleans (538), el Concilio de Mâcon (581), el Concilio Trulano (692) considerado siempre el suplemento de los Concilios Ecuménicos V y VI, el Concilio de Gerona (1078), el Concilio de Oxford (1222), el Concilio de Narbona (1235), los Concilios de Vienne y Breslau (1267), el Concilio de Mainz (1310), el Concilio de Basilea (1434), etc.
[21] Concilio IV de Toledo, Canon LVIII.[22] Concilio XVI de Toledo, canon I.


Autor: Guillermo P.


jueves, 16 de abril de 2009

El Amor-Malo y el Odio-Bueno



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El sentimentalismo y el progresismo católico de tal manera nos han deformado la noción de caridad, que somos propensos a amar más a las personas porque nos tratan o caen bien, porque nos son útiles, porque nos parecen atractivas, porque estamos muy habituados a su compañía, porque somos parientes, etc., que por las verdaderas razones por la cual se debe amar al prójimo. Por todo esto, creemos fundamental exponer brevemente la doctrina católica referente al tema del amor al pecador ya que nos dice que no se debe amar de igual manera al justo que al pecador.
Por ejemplo, un maestro debe preferir a los alumnos disciplinados, estudiosos, piadosos, a los que, no teniendo estas cualidades, sean sin embargo, eximios en caer bien y divertir a los profesores. Un padre debe preferir a un hijo bueno, aunque sea más feo o menos inteligente que a un hijo brillante, pero impío o de vida impura. Lo mismo en lo referente a la amistad: no podemos dar al alguien el tesoro de nuestra amistad sin saber si tal persona es o no, enemiga de Dios: el hombre que vive en pecado grave es enemigo de Dios, y si amamos a Dios sobre todas las cosas, no podemos amar indiferentemente a los que Lo aman y a los que Lo ofenden. ¿Qué diríamos de un hijo que fuese amigo de personas que injurian gravemente, injustamente, públicamente a su padre? Pues es eso lo que hacemos cuando admitimos en nuestra amistad a los apóstatas, fautores de herejía, gente de conducta escandalosa, etc. Entonces, ¿cómo debemos amar a los pecadores?
Santo Tomás dedica a esta cuestión dos artículos en la Suma Teológica (II-II 25, 6 - 7). Helos aquí en forma de conclusión:
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1° Los pecadores han de ser amados como hombres capaces todavía de eterna bienaventuranza; pero de ninguna manera en cuanto pecadores.
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Dos cosas hay que considerar en los pecadores: la naturaleza y la culpa.Por la naturaleza que han recibido de Dios, son capaces de la bienaventuranza, en cuya comunicación se funda la caridad, como está dicho; por tanto, por su naturaleza han de ser amados con caridad.
Su culpa, en cambio, es contraria a Dios y es impedimento de la bienaventuranza; de aquí que por la culpa, que los enemista con Dios, han de ser odiados todos los pecadores, aunque se trate del propio padre, madre o familiares, como leemos en el Evangelio (Lc. 24, 26).
Debemos, pues, odiar en los pecadores el serlo, y amarles como hombres capaces todavía de la eterna bienaventuranza (mediante el arrepentimiento de sus pecados). Y esto es amarles verdaderamente en caridad por Dios.
La caridad no nos permite excluir absolutamente a ningún ser humano que viva todavía en este mundo, por muy perverso y satánico que sea. Mientras la muerte no les fije definitivamente en el mal, desvinculándoles para siempre de los lazos de la caridad – que tiene por fundamento la participación en la futura bienaventuranza –, hay que amar sinceramente, con verdadero amor de caridad, a los criminales, ladrones, adúlteros, ateos, masones, perseguidores de la Iglesia, etc. No precisamente en cuanto tales – lo que sería inicuo y perverso – pero sí en cuanto hombres, capaces todavía, por el arrepentimiento y la expiación de sus pecados, de la bienaventuranza eterna del cielo. La exclusión positiva y consciente de un solo ser humano capaz todavía de la bienaventuranza destruiría por completo la caridad (pecado mortal), ya que su universalidad constituye precisamente una de sus notas esenciales.
Amar no significa sentir mucha ternura, pues el verdadero amor reside esencialmente en la voluntad. Querer bien a alguien, es querer seriamente para esa persona todo cuanto según la recta razón y la fe es bueno: la gracia de Dios y la salvación del alma primeramente, y después, todo cuanto no desvíe de este fin, sino que lo conduzca a él.
Las sabias y célebres palabras de San Agustín que decía: “Hay que odiar el error y amar a los que yerran”, suelen frecuentemente interpretarse por los progresistas como si el pecado estuviese en el pecador a la manera de un libro en un estante. Se puede detestar el libro sin tener la menor restricción contra el estante, pues, aun cuando una cosa esté dentro de la otra, le es totalmente extrínseca. Sin embargo, la realidad es otra. El error está en el que yerra como la ferocidad está en la fiera. Una persona atacada por un oso, no puede defenderse dando un tiro en la ferocidad evitando herir al oso y aceptándole, al mismo tiempo, recibir un abrazo con los brazos abiertos. Santo Tomás, sobre esto, se explaya con claridad meridiana. El odio debe incidir no sólo sobre el pecado considerado en abstracto sino también sobre la persona del pecador. Sin embargo, no debe recaer sobre toda esa persona: no lo hará sobre su naturaleza, que es buena, las cualidades que eventualmente tenga, y recaerá sobre sus defectos, por ejemplo en su lujuria, su impiedad o en su falsedad. Pero, insistimos, no sobre la lujuria, la impiedad o la falsedad en tesis, sino sobre el pecador en cuanto persona lujuriosa, impía o falsa. Por eso el profeta David dice de los inicuos: “los odié con odio perfecto” (Ps. 138, 22). Pues, por la misma razón se debe odiar lo que en alguien haya de mal y amar lo que haya de bien. Por lo tanto, concluye Santo Tomás, este odio perfecto pertenece a la caridad. No se trata de un odio hecho apenas de irascibilidad superficial. Es un odio ordenado, racional y, por tanto, virtuoso. Así es que, odiar recta y virtuosamente es un acto de caridad.
Claramente se ve que odiar la iniquidad de los malos es lo mismo que odiar a los malos en cuanto son inicuos. Odiar a los malos en cuanto malos, odiarlos porque son malos, en la medida de la gravedad del mal que hacen, y durante todo el tiempo en que perseveren en el mal. Así, cuanto mayor el pecado, tanto mayor el odio de los justos. En este sentido, debemos odiar principalmente a los que pecan contra la fe, a los que blasfeman contra Dios, a los que arrastran a los otros al pecado, pues los odia particularmente la justicia de Dios.

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2° Los pecadores, al amarse desordenadamente a sí mismos, en realidad no se aman, sino que se acarrean un grave daño como si realmente se odiaran.

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El amor propio, principio de todo pecado, es el amor característico de los malos, que llega “hasta el desprecio de Dios” como dice San Agustín; porque los malos de tal manera codician los bienes exteriores, que menosprecian los espirituales.
Aunque el amor natural no quede del todo pervertido en los malos, sin embargo, lo degradan del modo dicho.Los malos, al creerse buenos, participan algo del amor a sí mismos. Con todo, no es éste verdadero amor, sino aparente. Pero ni siquiera este amor es posible en los muy malos.
Está dentro del recto orden del amor el amarse a sí mismo, pero este amor, al igual que el amor al pecador, debe ser por amor de Dios. Y así como que se debe odiar a los pecadores por la culpa de su pecado, así también debemos odiar lo culpable que hay en nosotros. Por tanto, en cuanto pecadores nosotros mismos, si realmente amamos a Dios, debemos odiar todo aquello que en nosotros se opone a dicho amor­. Por lo cual, debemos entender cuán loable es la virtud de la penitencia que busca reparar las ofensas a Dios que hemos cometido.
Creemos que con lo expuesto hasta aquí, queda claro en lo fundamental, cuál es el alcance de la caridad católica en relación al amor a los pecadores.

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Fuentes de este artículo: Santo Tomás de Aquino, SUMA TEOLOGICA; A. Royo Marín OP, TEOLOGIA DE LA CARIDAD; Revista CATOLICISMO N°35.

¿Odiar es siempre pecado?
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No siempre odiar es pecado. La doctrina católica enseña que el odio al prójimo es un pecado opuesto directamente a la caridad fraterna y este odio se llama “odio de enemistad” y es siempre pecado mortal. Sin embargo, el llamado “odio de abominación” que recae sobre el prójimo en cuanto que es pecador, perseguidor de la Iglesia o por el mal que nos causa injustamente a nosotros, puede ser recto y legítimo si se detesta, no la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella; pero, si se odia por lo que hay en ella de bueno o por el mal que nos causa justamente a nosotros (v.gr., si se odia al juez que castiga legítimamente al delincuente), se opone a la caridad, y es pecado de suyo grave, a no ser por parvedad de materia o imperfección del acto. No hay pecado alguno en desearle al prójimo algún mal físico, pero bajo la razón de bien moral (v.gr. una enfermedad para que se arrepienta de su mala vida). Tampoco sería pecado alegrarse de la muerte del prójimo que sembraba errores o herejías, perseguía a la Iglesia, etc., con tal que este gozo no redunde en odio hacia la persona misma que causaba aquel mal. La razón es porque odiar lo que de suyo es odiable no es ningún pecado, sino de todo obligatorio cuando se odia según el recto orden de la razón y con el modo y finalidad debida. Sin embargo, hay que estar muy alerta para no pasar del odio de legítima abominación de lo malo al odio de enemistad hacia la persona culpable, lo cual jamás es lícito aunque se trate de un gran pecador, ya que está a tiempo todavía de arrepentirse y salvarse. Solamente los demonios y condenados del infierno se han hecho definitivamente indignos de todo acto de caridad en cualquiera de sus manifestaciones.

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Cfr. Antonio Royo Marín OP, TEOLOGIA DE LA CARIDAD

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fuente de los dos artículos:


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