miércoles, 31 de octubre de 2012

Del amor desordenado a los Parientes

"El sacrificio de Abraham" del Veronés

Del amor desordenado a los Parientes

Punto Primero

Considera que no nos prohíbe Cristo amar a los parientes, sino amarlos más que a Él. De suerte que si se ofrece alguna ocasión en que el amor al padre, a la madre, a la mujer, a los hijos éntre en balanza con el amor de Dios, y no se puedan componer ambos amores, entonces debemos aborrecer con un odio Santo a los parientes, y conservar inviolablemente el amor a nuestro Dios. Es decir, que debemos amar a Jesucristo más que a todo cuanto amemos más en este mundo, más que a nuestra misma vida, y que todo lo debemos renunciar si fuere necesario, antes que separarnos de nuestro Criador. ¿Qué cosa mas justa? Esto no es aborrecer a los parientes, sino amarlos con un amor subordinado al amor que debemos a Dios; es dar a Dios la preferencia. ¿Y no nos la merece bien? ¿No sería insigne impiedad posponerle a una criatura? ¿Qué mayor desorden? ¿Se deberá cosa alguna a los parientes, que no se deba a Dios? Éste soberano Dueño es nuestro Criador, y este Criador es nuestro Padre; ningún bien gozamos que no le hayamos recibido de su mano; todos cuantos esperamos han de venir de Él; Él nos sustenta, nos conserva y nos protege. Pídenos todo el corazón, pero ¿y no se lo debemos? ¿Le daremos más de lo que le toca si se lo damos todo? Cuando este Dios, este Salvador y este soberano Padre mandó a los hombres que le amasen sobre todas las cosas, ¿exceptuó a los padres y a los hijos? Y cuando se trate de desobedecer a Dios o a los parientes, de desagradar a aquél o a éstos, ¿habrá en qué deliberar? ¿Estará bien buscar temperamentos, discurrir arbitrios, para componer estas dos obligaciones de nuestro amor y de nuestra obediencia? ¿Será justo disgustar a Dios por no disgustar a mis parientes? ¿Será justo desobligar a Aquel por no oponerme a éstos? El amor a la carne y sangre, la complacencia de los amigos, el interés de una familia, ¿podrán más de lo que debo a mi Dios; y consiguientemente a mi salvación, que absolutamente depende de mi amor a Dios, de mi resignación en su voluntad, y de mi obediencia a sus preceptos? ¡Mi Dios, qué materia no dan estas verdades a la reflexión y al arrepentimiento!


Punto Segundo

Considera qué perniciosa es para la salvación esta dominante inclinación de la carne y de la sangre, y qué consecuencias produce tan fatales, cuando se dan oídos a su voz. ¡Pero, y cuándo no se les dan en la corrupción general del corazón! Si concurre Dios con los parientes, ¿en qué ocasión se le concede la preferencia? ¿Mas de aquí, cuántas injusticias se siguen en el comercio? ¿Cuántos lazos se arman a la verdadera virtud? ¿Cuántas vocaciones al estado religioso han abortado? Ya no es Dios el que hace elección de sus ministros, ni de sus particulares siervos; al estar prevaleciendo el amor de los parientes al amor de Dios, sólo se consultan los intereses temporales de la familia. ¿Y qué parte tendrá entonces Dios en el destino de los hijos? Llama Dios para el ministerio de los altares a aquellos a quienes desde la eternidad tiene destinados para el sacerdocio; pero se apela al tribunal de la carne y sangre, y éste pretende trastornar toda la economía de la divina Providencia, y desconcertar al mismo tiempo la serie de la predestinación; y ya no es privilegiada la tribu de Leví; en vano llama Dios a la Iglesia a aquel primogénito, en vano le ha dotado de talentos muy propios para los sagrados ministerios de la religión; es primogénito, y no puede ir por el estado eclesiástico. Pero que un segundo o un tercero no tenga talentos, ni vocación, no importa; sus padres la tienen por él; la familia le ha destinado para una capa de coro, o para la religión. No nació para ella aquella doncellita, ciertamente se perderá si entra religiosa. ¿Y qué importa eso? Piérdase, porque así lo han decretado sus padres. Conoce la otra que Dios la llama a este estado; pero es el ídolo de la madre, y no puede ser, se ha de quedar precisamente en el mundo; y las que no tienen tantas prendas ni tantos atractivos sean sacrificadas al interés del primogénito. Ya se sabe que la predilección de los padres ha de hacer el destino de los hijos. Se les dice continuamente que la casa está alcanzada, que no hay bastantes medios para colocarlos con decencia, para darles estado correspondiente a su calidad, en que lo luzcan y sobresalgan en el mundo. Este es el oráculo que se consulta, el único que se sigue. Conoce claramente aquel joven que Dios lo llama para sí; que lo destina para que le sirva con alguna especialidad; está muy descubierta su vocación al estado eclesiástico o religioso; pero lo detiene el amor a sus parientes, y se desvanecen todos sus proyectos. Por más que Dios lo solicite, no tiene valor para romper los lazos. ¡Qué desgraciada flaqueza! ¡Pero qué desdichas no se siguen de esta desventurada cobardía! Erró el camino; ¿pues qué maravilla será si después se extravía y se precipita? Se prefiere el amor de los parientes al amor de Dios; preciso es que después de todo, se convierta en mayor daño. ¡Qué dolor en la hora de la muerte, cuando se reconozca esta irracionalidad!

La conozco, Señor, desde ahora, y penetro muy bien toda la injusticia y toda la impiedad de un proceder tan ajeno de razón. No, mi Dios, no daré ya oídos a la carne y a la sangre cuando se trate de daros gusto; resuelto estoy a sacrificar todo cuanto más amo en el mundo, antes que ofenderos.

Jaculatorias

"Enseñadme, Señor, el camino de vuestra divina voluntad, que yo os prometo de no seguir otro" (Salmo 118) 

"Mi Dios, mi auxiliador, mi protector, guía de mi salvación y mi único Salvador" (Salmo 17)



Propósitos

"Sígueme a Mí, y deja que los muertos entierren a sus muertos" dijo el Salvador a un mancebo que le pidió licencia para ir a enterrar a su padre. ¿Pues, qué diría Jesucristo a sus discípulos de profesión, a aquellas personas religiosas, que después de haber renunciado solemnemente a todo lo que más amaban en el mundo, después de haber hecho pedazos los vínculos de la carne y sangre, vuelven después a estrecharse voluntariamente con estos lazos más que nunca; se engolfan con más ardor y con mayor viveza en los intereses de sus parientes que los parientes mismos? Ocupados más en las conveniencias de sus sobrinos, en el esplendor de su familia que en las obligaciones de su estado, sólo se sirven del crédito que les han merecido en el mundo su carácter, su profesión y sus talentos para fomentar el orgullo y la vanidad de sus parientes. No es otra aquella apostasía del corazón de la que habla el Profeta. ¡Puede haber mayor desorden, ni más escandaloso, que ver convertidos a los religiosos en agentes y en procuradores de los hombres del mundo! ¡Que un religioso se ocupe en solicitar un empleo, en ajustar una boda, en adquirir una heredad para sus parientes! ¡Qué cosa más indecente, ni más indigna de su estado! "Deja a los muertos enterrar a sus muertos" Guárdate bien de mezclarte jamás en esos negocios puramente seculares, y acuérdate de lo que dice san Jerónimo, que "el que conserva todavía esas solicitudes, esas ansias aseglaradas; no tiene de religioso más que el nombre". 

Ama en hora buena a tus parientes; pero ámalos con un amor cristiano; interésate en lo que toca a su salvación, y en nada más. Cuando trates con ellos, edifícalos con tus conversaciones y sean todas en orden a su bien espiritual. Ten presente que hasta los mismos seglares de algún juicio y de mediana capacidad hacen muy poco aprecio de su interior, y les parecen muy mal aquellos religiosos en quienes notan tanto espíritu del mundo. Si estás en el siglo ama con ternura a tus parientes, pero con una ternura subordinada siempre al amor que debes a Dios. En los negocios de la familia, consulta siempre  a tu conciencia antes que a tu corazón. Te cause horror la menor sombra de injusticia o de venganza. Mira en buena hora los intereses de tus parientes; pero sin perder de vista su salvación y la tuya. Desconfía mucho de las solicitaciones de la carne y sangre; todas son sospechosas. ¿Eres hijo de familia?, pues aconséjate con Dios, y con sólo Dios, sobre el estado que has de tomar; observa constantemente el consejo de San Jerónimo a los que llama Dios al estado religioso: "Per calcatum perge patrem; per calcatum perge matrem" ("Pisotea a tu padre; pisotea a tu madre"); deja tu casa, tu país, tu parentela por obedecer a la voz de Dios, que te llama aunque sea menester convertirte en piedra; hacerte insensible a los movimientos de la más viva ternura, no deliberes ni un solo momento. Esta doctrina parecerá dura a los hombres del mundo, pero es la pura doctrina del mismo Jesucristo.



Fuente: "Año Cristiano" de Jean Croiset, 1851 (Extracto)


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