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lunes, 11 de abril de 2016

San León el Magno, papa y doctor (11 de abril)



San León el Magno, papa y doctor.

(† 461.)


El muy grande y santísimo pontífice León, primero de este nombre, fue romano de nacimiento, e hijo de Quinciano, originario de Toscana. Siendo aún acólito, llevó a los obispos de África las Letras apostólicas del papa Zósimo, que condenaba a los heresiarcas Pelagio y Celestio, y con esta ocasión trabó amistad con san Agustín: y cuando fue ordenado diácono, el papa san Celestino le hizo su secretario. Lo mandó después Sixto III a las Galias, donde compuso ciertas diferencias muy graves que había entre Accio y Alvino, generales del ejército romano, y que amenazaban la ruina del imperio; y como en esta sazón muriese el papa, fue León recibido en Roma con grandes aplausos, y reverenciado como vicario de Cristo en la silla de san Pedro. En aquel tiempo muchos herejes maniqueos, donatistas, arrianos y priscilianistas inficionaban la Iglesia del Señor, y en Oriente las herejías de Nestorio, de Eutiques y Dióscoro procuraban turbar y oscurecer la fe católica: mas el santo pontífice arrancó estas malezas del campo de la Iglesia, desterrando a los maniqueos de toda la cristiandad, y condenando al hereje Juliano, cabeza de los pelagianos, (el cual murió de mala muerte en país remoto), y convenciendo a los priscilianistas de España, con las epístolas que envió a los obispos españoles. Y para acabar de una vez con los errores y herejías de Oriente, procuró con gran fuerza y eficacia que se celebrase el concilio Calcedonense, en el cual hubo seiscientos treinta obispos; y que estando presentes sus legados, fuesen condenados en él Eutiques y Dióscoro, y establecida la santa fe católica. En tiempo de san León, por los pecados del mundo hubo grandes calamidades, porque Atila, rey de los hunos, que se llamaba Azote de Dios, entrando ya por Italia, arruinando y abrasando todo lo que hallaba, determinó con su ejército copiosísimo acometer a Roma, y destruirla y hacerse señor de Italia. Entonces el santo pontífice León, armado de espíritu del cielo, salió al encuentro de Atila, vestido de pontifical, y estando todo el senado de Roma postrado delante del rey bárbaro, le habló con tanta gravedad, prudencia y elocuencia que le persuadió a no pasar adelante, y dejar aquel mal intento y salir de Italia. Y cuando algunos años después Genserico, rey de los vándalos entró en Roma, mandó a ruegos del santo pontífice, que no se quemase la ciudad, ni matasen a nadie, ni saqueasen las principales iglesias. Finalmente después de haber rescatado el santo Papa a muchos cautivos, y reparado los templos, y dejado con sus muchas y buenas obras muy floreciente la cristiandad, a los setenta años de su vida, y veintiún años de su pontificado, pasó a recibir la corona inmortal de sus altos merecimientos en la eterna bienaventuranza. 


Reflexión: 

Cuando este gran pontífice se vio en la cátedra de san Pedro, dijo llorando en su sermón al pueblo: "Señor, yo oí vuestra voz y temí; consideré vuestras obras y me espanté: porque ¿qué cosa hay tan insólita y nueva y tanto para temer como el trabajo al flaco, la alteza al bajo, y la dignidad al que no la merece?" Y porque es tan grave el peso de las dignidades de la Iglesia, nunca hemos de olvidarnos de encomendar a nuestro Señor así al sumo pontífice como a los demás obispos y prelados para que iluminados por la gracia de Jesucristo, guíen seguramente su rebaño por el camino de la eterna salvación. 


Oración: 

Te suplicamos, Señor,, que oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la festividad del bienaventurado León, tu confesor y pontífice, y que nos perdones nuestros pecados por los merecimientos de aquél que mereció servirte dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 6 de abril de 2016

San Celestino, papa (6 de abril)


San Celestino, papa.

(† 432)

El glorioso celador de la dignidad de la Madre de Dios, san Celestino, primero de este nombre, fue hijo de Prisco, romano, y nació en Campania, que es tierra de Nápoles. Habiendo resplandecido a los ojos de todos por sus virtudes y sabiduría, lo consagraron obispo de Ciro en la Siria y le honraron con el título de cardenal de la iglesia de Roma, y después, por muerte de Bonifacio primero, fue elegido con universal aplauso vicario de nuestro Señor Jesucristo en la tierra. Este fue el santo Pontífice que envió al glorioso san Patricio a Irlanda, para que convirtiese aquellas gentes ciegas a la fe de Cristo, lo cual hizo san Patricio, con tan maravilloso suceso, que mereció ser llamado Apóstol de aquella nación. Por este tiempo se quitó la máscara el diabólico heresiarca Nestorio, el cual con boca sacrilega negaba la unión hipostática del Verbo eterno con la naturaleza humana en el vientre de la purísima Virgen, y juntamente afirmaba que esta serenísima Reina de los ángeles no había concebido y parido a un hombre que juntamente era Dios, sino a un hombre puro; y que así no se había de llamar Madre de Dios, sino Madre de Cristo, en quien reconocía y confesaba dos personas, divina y humana, poniendo en estas tanta distinción como en las naturalezas. Contra este Luzbel que trajo a su error la tercera parte de las estrellas, armó el cielo a otro ángel que fue san Celestino, el cual mandó que se celebrase en el año cuatrocientos treinta y uno el concilio general de Éfeso, que fue el tercero de los ecuménicos, donde asistió como legado apostólico el glorioso doctor y patriarca san Cirilo. Allí fue condenada y anatematizada la herejía de Nestorio, y porque llamado, no quiso comparecer al concilio, ni retractarse, fue depuesto de la cátedra de Constantinopla, y recluso en el monasterio de San Euprepio de Antioquía, donde acabó miserablemente su vida, llenándosele de gusanos aquella lengua que tanto había blasfemado contra la Madre de Dios. Entonces añadió la Iglesia, como artículo de fe, a la oración angélica aquellas palabras: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros; y el pueblo con luminarias y regocijos, celebró la definición dogmática del más excelso título de nuestra Señora. Finalmente habiendo el santo Pontífice Celestino logrado del emperador Teodosio que hiciese leyes para la observancia de las fiestas, y edificado y enriquecido muchos templos de Roma con gran magnificencia, a los ocho años de su pontificado descansó en la paz del Señor. 


Reflexión: 

No hagas ningún caso de los actuales impíos que tomando en su boca las antiguas blasfemias de Nestorio dicen que la Virgen María no es Madre de Dios, porque no dio a su Hijo más que el ser de hombre, y no el ser de Dios. Responde tú que tampoco las madres humanas dan a sus hijos más que el cuerpo, y no obstante se llaman y son realmente madres de sus hijos animados y vivos, aunque el alma no se la hayan dado ellas, sino Dios. Así, María es Madre verdadera de Jesucristo Dios: porque aunque no le haya dado más que el ser de hombre, ese ser de hombre está divinamente unido en un solo compuesto personal con el ser de Dios. Pues, como dice el símbolo Atanasiano, así como el alma racional y el cuerpo forman un hombre, así la divinidad y la humanidad constituyen una sola persona en Cristo. El compuesto que nació de María es Dios; y por esta causa es y se llama María verdadera Madre de Dios. ¿Ves ahora cuán sin fundamento es la blasfemia de los herejes? 

Oración: 

Te suplicamos, Señor, que nos haga recomendables la intercesión de san Celestino papa, para que logremos por su protección, lo que no podemos alcanzar por nuestros propios merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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