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viernes, 29 de abril de 2016

San Hugo, abad (29 de abril)



San Hugo, abad de Cluni.

(† 1109.)

El glorioso y venerable abad de Cluni, san Hugo, nació en Semur, de una ilustre y antigua familia de Borgoña. Su padre llamado Dalmacio era señor de Semur, y su madre Aremberga, descendiente de la antigua casa de Vergi. Quería el padre que su hijo Hugo siguiese, como noble, la carrera de las armas, pero sintiéndose él más inclinado al retiro y a la piedad que a la guerra, recabó licencia para ir a cultivar las letras humanas en Châlon-sur-Saône, donde la santidad de los monjes de Cluni, gobernados por el piadoso abad Odilón, le movió a dar libelo a todas las cosas de la tierra, y a tomar el hábito en aquel célebre monasterio. Hizo allí tan extraordinarios progresos en las ciencias y virtudes, que corriendo la fama de su eminente santidad, sabiduría y prudencia por toda Europa, el emperador Enrique le nombró padrino de su hijo; y Alfonso rey de España, hijo de Fernando, acudió a él para librarse de la prisión en que le tenía su ambicioso hermano Sancho, lo cual recabó el santo con su grande autoridad, y también puso fin a las querellas del prelado de Autún y del duque de Borgoña que devastaba las posesiones de la Iglesia. Y no fue menos apreciado de los sumos pontífices, por su rara prudencia y santidad. Lo nombró León IV para que lo acompañase en su viaje a Francia, y su sucesor Víctor II previno al cardenal Hildebrando, después Gregorio VII, que lo tomase por socio y consejero en la legacía cerca del rey de los franceses; Esteban X que sucedió a Víctor, lo llamó y quiso morir en sus brazos. El gran pontífice Gregorio VII se aconsejaba con este santísimo abad de Cluni en todos los negocios más graves de la cristiandad. Es increíble lo mucho que trabajó este santo en la viña del Señor, edificándola con sus heroicas virtudes, defendiéndola de sus enemigos, y acrecentándola con su celo apostólico. Finalmente después de haber fundado el célebre monasterio de monjas de Mareigni, y echado los cimientos de la magnífica iglesia de Cluni, lleno de días y mere cimientos falleció en la paz del Señor a la edad de ochenta y cinco años.


Reflexión:

Entre las muchas cartas de san Hugo, se halla una escrita a Guillermo el Conquistador, el cual le había ofrecido para su monasterio cien libras por cada monje que le enviase a Inglaterra. Le responde el santo abad que él daría la misma suma por cada buen religioso que le enviasen para su monasterio si fuese cosa que se pudiese comprar, en cuyas palabras manifestaba el temor de que se relajasen los monjes que enviase a Inglaterra no pudiendo vivir allí en monasterios reformados. Y si todas estas preocupaciones juzgaba el santo necesarias para conservar la virtud de aquellos tan fervorosos monjes, ¿cómo imaginamos nosotros poder estar seguros de no perder la gracia divina, si temerariamente nos metemos en medio de los peligros y lazos del mundo? Se quejan muchos de las tentaciones que padecen, y murmuran de la Providencia por los recios y continuos combates que les dan los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne: pero día vendrá en que Dios se justifique recordándoles que ellos mismos se metían las más de las veces en las tentaciones, y haciéndose sordos a las voces de la gracia y de la conciencia, se ponían voluntariamente en las ocasiones de pecar, y se rendían a sus mortales enemigos.

Oración:

Te suplicamos, Señor, que nos recomiende delante de Ti la intercesión del bienaventurado Hugo, abad, para que alcancemos por su patrocinio, lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 1 de abril de 2016

San Hugo, obispo de Grenoble (1 de abril)

San Hugo en el refectorio (Zurbarán)

San Hugo, obispo de Grenoble.

(† 1132.)


Fue el glorioso san Hugo de nación francés, y nació de nobles y virtuosos padres, en Castel-Nuevo, en la provincia del Delfinado, cerca de la ciudad de Valencia. Su padre Odilón, caballero y militar, acabó santamente su vida en la Cartuja siendo de edad de cien años y recibió los sacramentos de manos de su hijo obispo. El mismo consuelo alcanzó su virtuosa madre. No tenía san Hugo sino veintisiete años, cuando el legado del Papa le apremió para que aceptase el obispado de Grenoble, y se fuese con él a Roma para ser consagrado del sumo Pontífice Gregorio VII. Estaba a la sazón en Roma la condesa Matilde, señora no menos piadosa que poderosa, la cual le presentó grandes dones y todo lo necesario a la consagración. Muy lleno de espinas y malezas halló san Hugo el campo de aquella iglesia de Grenoble; los clérigos llevaban vida relajada, los legos estaban enredados en logros y usuras, los hombres sin fidelidad, las mujeres sin vergüenza, los bienes de la Iglesia enajenados, y todas las cosas en suma confusión por lo cual a los dos años, pareciendo al santo que hacía poco fruto, tomó el hábito de monje de la orden de san Benito y pasó un año de noviciado en el monasterio llamado Domus Dei, Casa de Dios; pero sabiéndolo el Papa, le mandó volver a su obispado, y él obedeció con presteza y resignación. Pasados tres años, vino al santo obispo, guiado de Dios, san Bruno con otros seis compañeros, para comenzar en su diócesis la sagrada religión de la Cartuja; y les acogió, animó y acompañó hasta un lugar fragoso y áspero, que se llamaba la Cartuja, donde dieron principio a su santo instituto, y san Hugo muchas veces se iba también a aquel lugar sagrado y se estaba con ellos y les servía en las cosas más viles y bajas de la casa. Por sus muchos ayunos, oraciones y estudios, nuestro Señor le probó con un dolor de cabeza y de estómago muy grande, que le duró cuarenta años. Se hacía leer la Sagrada Escritura a la mesa y prorrumpía en lágrimas con tanta abundancia que le era necesario dejar la comida, o que se dejase la lección. No perdonó su anillo ni un cáliz de oro que tenía, para remediar la necesidad de los pobres. Siendo ya viejo, fue en persona a Roma y suplicó a Honorio II que le descargase del obispado; después hizo la misma instancia a Inocencio II, mas el Papa con razón le negó lo que pedía, porque cuando el santo entró en su iglesia, la halló muy estragada y perdida, y cuando murió, la dejó muy reformada y acrecentada en todo. Finalmente, a los ochenta años de su edad, el Señor lo llevó para sí y le dio el premio de la retribución eterna. 


Reflexión: 

Fue tan extremado el recato de este santo varón, que con haber sido obispo más de cincuenta años, y tratado muchos negocios con muchas señoras principales que por razón de su oficio acudían a él, afirmó que no conocía de rostro a ninguna mujer de su obispado, sino a una vieja y fea que servía en su casa. Preguntaron una vez al santo por qué no había reprendido a una mujer que había venido a hablarle con galas profanas. Y él respondió: "Porque no vi que estaba así compuesta". Y a este propósito, decía el santo que no sabía cómo podía dejar de tener malos pensamientos, el que no sabía refrenar los ojos; pues, como dice Jeremías: "Muchas veces entra por ellos la muerte en el alma". Guarda, pues, esas puertas de tus sentidos; que más fácil es estorbar a los enemigos la entrada en el alma, que vencerlos cuando ya están dentro. 

Oración: 

Te suplicamos, Señor, que oigas benignamente los ruegos que te hacemos en la festividad del bienaventurado Hugo, tu confesor y Pontífice, y que nos perdones nuestros pecados por los merecimientos de aquel que tan dignamente te sirvió. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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