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domingo, 20 de marzo de 2016

¡Oh Rey Soberano de los Corazones! (Aspiración de Domingo de Ramos)



¡Oh Rey Soberano de los Corazones! 
(Aspiración de Domingo de Ramos)


¡Oh Rey soberano de los corazones, por quien suspiran todos los castos amores! ¡Cómo se llena mi alma de regocijo al veros caminar por entre las aclamaciones de alegría y de contento; por entre las palmas y los vestidos de vuestros admiradores, los que os sirven de tapete! Los honores que se os tributan arrebatan mi admiración; mi corazón se dilata al contemplar las  delicias de vuestra gloria; celebro vuestros triunfos: ¿Por qué no ha de estar toda la tierra sujeta a vuestra ley? ¿Por qué todas las voces de los diferentes pueblos no han de formar una sola voz, que os reconozca como a Monarca del cielo y de la tierra? Pero al menos, ya que triunfáis en los corazones de vuestros fieles, oh magnífico maestro mío, haced un arco triunfal compuesto de todos corazones; aplicadle el fuego con vuestra sacratísima mano; comunicadle una pavesa de aquellas ascuas que viniste a esparcir por la tierra. Haced que todo arda para Vos, que todo se consuma por vuestro amor: Yo ofrezco irrevocablemente mi corazón a la magnificencia de vuestro triunfo; y más quiero ser esclavo vuestro, que saludado por Rey de todo el universo.


Fuente: "La sabiduría evangélica", P. Nicolás Caussin, 1797

jueves, 22 de enero de 2015

Exhortación a los Niños y Jóvenes sobre su COMPORTAMIENTO en la Oración



Exhortación a los Niños y Jóvenes sobre su 
COMPORTAMIENTO en la Oración

I. ¿No parece ocioso el recordar aquí a niños y jóvenes cristianos que, cuando hacen oración, no han de derramar por todas partes sus miradas, sino estar con aquel recogimiento, con aquella mesura, con aquella modestia y gravedad que tendrían delante de un rey o grande de la Tierra? ¿No parece ocioso repetirles que han de pensar en lo que dicen, y no despachar sus oraciones con injuriosa liviandad? ¿Ignoran, por ventura, que para ser atendidos por Dios, han de atenderse a sí mismos; y que la plegaria, más que de los labios, ha de brotar del corazón?

II. Estos defectos excusaréis si, antes de la oración, fijáis el pensamiento en Dios. Hay varios métodos para ello.

1º Unos se representan a Dios sentado en un trono, en medio de los Ángeles y Santos, a manera de poderoso monarca rodeado de su corte, que pone leyes a todo lo criado, que guía los acontecimientos, y descansa regaladamente los ojos en los que le invocan.

2º Gustan otros de representarse su inmensidad, cual océano sin suelo ni orillas, que ciñe al universo mundo, y lo lleva en su fecundo seno, dando vida y movimiento a cuanto vive y se mueve, penetrando hasta lo más recóndito de nuestro ser, del corazón, de la conciencia, leyendo nuestros más ocultos pensamientos, y haciendo el recuento de nuestras obras más secretas; y todo eso va conforme a la pura verdad.

3º Imagínanse otros que ven a Jesucristo en los diversos pasos de su apostolado. Siéntanse a sus pies, beben sus enseñanzas; asisten señaladamente al Calvario, en cuyas cumbres tuvo su desenlace  el más conmovedor e imponente de los dramas, que jamás vieron ni piensan ver los siglos.

III. De imaginaros así muy al vivo esa soberana Majestad siempre atenta a vuestras oraciones, y de la consideración de vuestra bajeza e innúmeros pecados, surgirá dentro de vos un hondo sentimiento de humildad, templado con un afecto de filial abandono, en que se regala dulcemente el corazón.


Devocionario y Cánticos Religiosos, Preámbulo de la Oración de la Mañana, Buenos Aires, 1923

martes, 28 de agosto de 2012

Banda de Ladrones


San Agustín:

"Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a UNA GRAN BANDA DE LADRONES"


Fuente: Acción Nacional Católica

domingo, 8 de enero de 2012

Parábola: "VENGA A NOSOTROS TU REINO"


Parábola: "VENGA A NOSOTROS TU REINO"

La siguiente es una majestuosa parábola parusíaca, el fiel de buen oído podrá encontrar y recordar en ella que así como Cristo vino una vez, VOLVERÁ PRONTO; que es necesario QUE CRISTO REINE EN NUESTRA SOCIEDAD aunque haya ascendido al Cielo, en sus delegados (en quienes se depositan las minas) y en su DOCTRINA; y que aquel que no haya aprovechado las gracias recibidas, el que no dio fruto, será castigado y el que no quiso que Cristo Reine (Nuestra sociedad actual, antitipo de la judería que mató a N.S.J., mundialmente laica, desacralizada y anticatólica) será particularmente destrozada ante Cristo Rey. Muchos exégetas santos ven unánimente el reinado de los 1000 años después de la Parusía en la administración de aquellos SANTOS que gobernará 11 ciudades o 5, etc.

LUCAS 19, 11-27:

"Oyendo ellos esto, prosiguió diciéndoles una parábola, con ocasión de estar cerca de Jerusalén, y porque pensaban que luego se manifestaría el reino de Dios. Dijo pues: "Un hombre noble fue a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse. Y habiendo llamado a diez de sus siervos les dio diez minas, y les dijo: traficad entre tanto que vengo: Mas los de su ciudad le aborrecían: y enviando en pos de él una embajada, le dijeron: No queremos que reine éste sobre nosotros. Y cuando volvió, después de haber recibido el reino, mandó llamar a aquellos siervos a quienes había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Llegó, pues, el primero, y dijo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Y le dijo: Está bien, buen siervo: pues que en lo poco has sido fiel, tendrás potestad sobre diez ciudades. Y vino otro y dijo: Señor, tu mina ha ganado cinco minas. Y dijo a éste. Tú tenla sobre cinco ciudades. Y vino el tercero, y dijo: Señor, aquí tienes tu mina, la cual he tenido guardada en un lienzo: Porque tuve miedo de ti, que eres hombre recio de condición, llevas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te condeno: sabías que yo era hombre recio de condición, que llevo lo que no puse y siego lo que no sembré. ¿Pues por qué no diste mi dinero al banco, para que cuando volviese lo tomara con las ganancias? Y dijo a los que estaban allí: Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas. Y ellos le dijeron: Señor, que tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo aquel que tuviere, se le dará y tendrá más: mas al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Y en cuanto a aquéllos mis enemigos, que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá y matadlos delante de mí".

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salmo 109: TRIUNFO DE CRISTO REY Y SACERDOTE




SALMO 109 (110)
TRIUNFO DE CRISTO REY Y SACERDOTE

1 Salmo de David.

Oráculo de Yahvé a mi Señor:
"Siéntate a mi diestra,
hasta que Yo haga de tus enemigos
el escabel de tus pies."

2 El cetro de tu poder
lo entregará Yahvé (diciéndote):
"Desde Sión impera
en medio de tus enemigos."

3 Tuya será la autoridad
en el día de tu poderío,
en los resplandores de la santidad;
Él te engendró del seno antes del lucero.

4 Yahvé lo juró y no se arrepentirá:
"Tú eres Sacerdote para siempre
a la manera de Melquisedec."

5 Mi Señor está a la diestra de (Yahvé).
En el día de su ira destrozará a los reyes.
6 Juzgará las naciones,
amontonará cadáveres,
aplastará la cabeza de un gran país.
7 Beberá del torrente en el camino;
por eso erguirá la cabeza.



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Traducción Bíblica y Comentarios de Monseñor Straubinger:

Versículo 1: "Breve por el número de las palabras, grande por el peso de las sentencias" (San Agustín), este Salmo, paralelo del Salmo 2 y "el más célebre de todo el Salterio" (Vaccari), goza del privilegio de haber sido interpretado por Jesús mismo (Mt. 22, 41-46). Después de señalar allí como autor a David, de modo que nadie pudiese negarlo (Comisión Bíblica, 1º de mayo de 1910), el Señor prueba con él a los judíos la divinidad de su Persona. Prueba también que el Padre le reservaba el asiento a su diestra glorificándolo como Hombre (Salmo 2, 7 y nota) -según dice el Credo: "Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre"- y destaca sus derechos como Mesías Rey, que Israel desconoció cuando Él vino y "los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11; cf. Is. 35, 5 y nota). Estos derechos los ejercerá cuando el Padre le ponga a todos sus enemigos bajo sus pies para "reunirlo todo en Cristo, las cosas del cielo y de la tierra" (Ef. 1, 10) y someterlo todo a Él (v. 2), en el día de su glorificación final (v. 3) porque "al presente no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas" (Heb. 2, 8; 10, 12-13; cf. Mc. 16, 11 y nota). No hay pasaje, en todo el Antiguo testamento que no sea tan citado en el Nuevo como este Salmo, y San Pablo no se cansa de citarlo como mesiánico (I Cor. 15, 24 ss.; Ef. 1, 20 ss.; Col 3, 1; Heb. 1, 3; 5, 6; 7, 17; 8, 1; 10, 12-13), porque el Mesías es aquí proclamado Hijo de Dios (vv. 1 y 3), Rey futuro (vv. 2 y 3) y Sacerdote para siempre (v. 4). Para cada una de estas proclamaciones habla Dios en Persona, es decir, el Padre, tres veces sucesivas (vv. 1, 2, 4). En lo restante es David quien confirma la profecía explicando su sentido. "A mi Señor": A Cristo, al cual David llama proféticamente mi Señor (en hebreo Adoní; cf. v. 5 y nota) como Hijo de Dios (Salmo 2, 7). Vano parece detenerse a mostrar que esto no pudo dirigirse a Salomón, ni siquiera como "tipo" de Cristo, pues "aquel rey pacífico" nunca se pareció en nada al formidable Guerrero que aquí vemos. "Siéntate a mi diestra": Que esto no se refiere al Verbo eterno antes de su Encarnación, sino a Cristo después de su Ascensión, consta de muchos textos (Hech. 2, 34; 7, 55; Rom. 8, 34; Heb. 1, 8; I Ped. 3, 22). Sentarlo a su diestra como Hombre, equivale a otorgar a su Humanidad santísima la misma gloria que como Verbo tuvo eternamente y que Él había pedido en Jn. 17, 5 cf. Salmo 2, 7 y nota. "Hasta que Yo ponga, etc": Esto es hasta que llegue la hora (Heb. 10, 12 s.) en que el Padre se disponga a decretar el triunfo difinitivo del divino Hijo (v. 2 y 3) que en su primera venida fue humillado (v. 7). Equivale al otro artículo del Credo, según el cual desde la diestra del Padre "vendrá otra vez con gloria a juzgar a vivos y muertos y su reinado no tendrá fin".

Versículo 2: "Lo entregará Yahvé": Como lo anuncia Él en Salmo 2, 6: "Yo he constituído a mi Rey sobre Sión mi santo monte", diciendo luego a Cristo: "Pídeme y te daré en herencia las naciones y en posesión los términos de la tierra" (Salmo 2, 8). "El Héroe está asociado a Dios con una intimidad que hace pensar en la del Hijo del Hombre en Dn. 7, 13 s. y aún la sobrepuja por la precisión con que está expresada" (Calès). "Desde Sión impera, etc.": Así también Rembold, Ubach y otros. Esta puntuación es más exacta que si dijera: "Lo entregará Yahvé desde Sión": Pues, como bien dicen Calès, Lesêtre y otros, "su imperio partirá desde Sión (Is. 2, 3) y se extenderá sin límites, sin que ningún adversario pueda resistirle"; y así acabamos de ver que en Salmo 2, 6 el Rey es constituído "sobre" Sión y no "desde" Sión (cf. Miq. 4, 1 ss.; Salmo 43, 3; 64, 2; 67, 16 s.; 75, 3; 131, 13, etc). Es, como dice el Crisóstomo, una predicción de que un día Cristo someterá a su Reino la totalidad de sus enemigos, los judíos (Rom. 11, 26 s.) y los gentiles (Salmo 71, 11).

Versículo 3: El T.M. (Texto Masorético) está muy lastimado (algunos piensan que intencionalmente para destruir la riqueza mesiánica de la profecía), siendo muchas las variantes que se proponen. Felizmente se conserva el texto de los LXX, fundado en uno hebreo mucho más antiguo que el masorético, y a él podemos atenernos en estos casos. Como explica Teodoreto, el sentido de este v. es el mismo de Salmo 92, 2 (cf. nota), a saber: aunque Tú eres omnipotente, pues el Padre te engendró igual a Él desde la eternidad, manifestarás ese poder cuando vengas para el juicio y llenes de esplendor a tus santos.
"Tuya será la autoridad en el día, etc": Literalmente: "Contigo el principado en el día, etc". La Vulgata tradujo "principado" por "principio". El hebreo dice aproximadamente: "Tu pueblo (o "los prícipes") presuroso estará contigo el día de tu fortaleza sobre las santas montañas" (cf. v. 5; Zac. 13, 9; Rm. 11, 25 ss.). Otros, en vez de "fortaleza", dicen "llamado" (cf. Salmo 88, 16 y nota). En vez de "tu poderío" algunos vierten: "tu nacimiento", pero como así lo anunció el ángel a María (Lc. 1, 32 s.), sabemos que "el primer advenimiento fue en la humildad y despreciado" (Canon de Muratori, Ench. Patr. 268), y Aquel a quien los Magos buscaron como el Rey de los judíos (Mt. 2, 2) de a
cuerdo con Miq. 5, 2 (cf. Mt. 2, 6) lejos estuvo de ejercer entonces tal reinado sobre su ingrato pueblo (ni menos esa violencia con las naciones, descrita en los vv. 5 y 6). Así Él mismo lo declaró a Pilato sin perjuicio de de confirmar su dignidad real (Jn. 18, 33-38). "En los resplandores de la santidad (tuya)", pues el Salmo es un elogio de Cristo mismo, y destaca de este modo el resplandor de su aspecto el día de su venida en gloria, como lo mostró en la Transfiguración (cf. Mc. 9, 1 y nota). Otros vierten: "En los esplendores de tus santos (cf. Judas 14 y nota; Fil. 3, 20 s.; I Tes. 4, 16 s.). Bover-Cantera traduce: "entre sagrada pompa", Prado: "en fulgor santo".
"El te engendró":
Wutz, Rembold y otros usan aquí también el verbo en tercera persona, lo cual, como dice Calès, queda bien al contexto. Después de hablar el Padre en v. 2b, es el salmista quien habla en el v. 3. Mientras en el v. 1 y en el Salmo 2, 7 se trata de la glorificación de Cristo Hombre a la diestra del Padre, este texto, así vertido, alude a la generación eterna del Verbo, de donde se deduce la divinidad de Jesucristo por identidad de su naturaleza con la del Padre (cf. Heb. 1, 3; Sab. 7, 26 y notas).
"Del seno": Otros: como "Rey" (Wutz); "cual rocío" (Bover Cantera, Nácar Colunga, Prado). Rembold vierte así el último
hemistiquio: "El Señor te eligió Rey en los montes santos (cf. Salmo 2, 6). Otros, según el T.M. leen así este final: "En las bellezas de la santidad en el seno de la aurora: tú tienes el rocío de tu juventud", cosa, como se ve, demasiado insegura frente al texto que adoptamos, sólidamente apoyado, como hemos visto, por el contexto y los lugares paralelos. Sobre la procedencia divina de Jesús, cf. Is. 4, 2; 7, 14; 9, 6; Miq. 5, 2; Zaq. 13, 7, etc.
"Antes del lucero": Esto es, antes de toda creatura. Quizá podría verse en el "Lucero" una alusión a Satanás cuya derrota por el Mesías anuncia precisamente este Salmo. Es de notar que fuera de algunas menciones intrascendentes en Job (11, 17 y 38, 32), el nombre de Lucero (Lucifer) sólo se usa una vez más en el Antiguo Testamento: en Is. 14, 12 donde es aplicado al rey de Babilonia, figura de Satanás o en todo caso de la potestad anticristiana (cf. Jer. 51, 53; Apoc. 17 y 18). En cambio en el Nuevo Testamento ese mismo nombre (en griego "Heósforos", variante: "Fósforos") es usado una sola vez (II Pedro 1, 19), con referencia a la Parusía de Cristo, el cual había sido simbolizado por la Estrella de Jacob (Num. 24, 17) y anunciado en su Nacimiento por una estrella (Mt. 2, 2). En su segunda venida se llama a Sí mismo la Estrella Matutina (Apoc. 22, 16), anunciando con ese nombre el galardón de su Reino (Apoc. 2, 28), galardón que es Él mismo (Apoc. 22, 12).

Versículo 4: San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, es el gran intérprete de este Salmo y especialmente de este pasaje, al que dedica casi íntegramente seis capítulos (de 4, 14 a 10, 25) citándolo constantemente para armonizarlo con el v. 1 (Heb. 5, 5-10; 6, 20; 7, 28; 8, 6; 10, 12 s.) y también con Salmo 2, 7 (Heb. 5, 5 s.), lo que muestra una vez más la correlación de ambos oráculos. Revela así maravillosamente el celestial sacerdocio de Cristo, que no se arrogó Él, sino que esperó a que el Padre se lo diera con el juramento que aquí vemos (Heb. 5, 4-6; 7, 17 y 28; 8, 6). Y así "una vez perfeccionado (por su Pasión) vino a ser causa de sempiterna salud para todos los que le obedecen, siendo constituído por Dios Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec" (Heb. 5, 9 s.; 6, 20), es decir, con un sacerdocio "para siempre" porque su vida es "indestructible" (Heb. 7, 16), dado que Él, resucitado, ya no puede morir como morían los demás sacerdotes (Heb. 7, 23). "El permanece siempre" (Heb. 7, 24; Rom. 6, 9; I Tim. 6, 16; Apoc. 1, 18) y vive para interceder por nosotros (Heb. 7, 25; 9, 24), "sentado a la diestra del Padre" (vv. 1 y 5; Heb. 8, 1) como Ministro del Santuario celestial (Heb. 8, 2; 9, 11 y 24) y Mediador del Testamento nuevo (cf. Heb. 8, 6-13; 9, 15; 10, 15-18), lo cual exigía la previa muerte del testador (Heb. 9, 16 s.; cf. Hech. 3, 22 y nota); y como el sacerdocio requiere víctima que ofrecer (Heb. 8, 13), Él ofrece su Sangre (Heb. 9, 14) pues "como Sumo Sacerdote de los bienes venideros... por la virtud de su propia sangre entró una vez para siempre en el Santuario, después de haber obtenido redención eterna" (Heb. 9, 11-12). Por lo cual "hemos sido santificados una vez para siempre por la oblación del Cuerpo de Jesucristo" (Heb. 10, 10), quien, "ofreciendo por los pecados un solo sacrificio" (Heb. 10, 12), a diferencia de los antiguos sacerdotes que sacrificaban víctimas cada día, "para siempre está sentado a la diestra de Dios aguardando lo que resta para que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies" (Heb. 10, 12-13). Muestra en fin el Apóstol a los Hebreos, cuán grande es la significación de este versículo que él llama "juramento posterior a la Ley" (Heb. 7, 28) y merced al cual tenemos "confiado acceso al Santuario celestial" (Heb. 10, 19) para recurrir al "gran Sacerdote establecido sobre la casa de Dios" (Heb. 10, 21), al cual, dice, "lleguémonos con corazón sincero, en plenitud de fe" (Heb. 10, 22) y caridad de unos con otros (ibíd. 24) y "confesión de nuestra esperanza" en su gloriosa venida (ibíd. 23 y 25).
"A la manera de Melquisedec": (Así también Vaccari, Bover-Cantera, Calès, Wutz, Ubach, Sánchez Ruiz, etc.). Véase sobre esto Heb. 7, 1 ss. donde San Pablo muestra la admirable figura de Cristo que fue Melquisedec, sacerdote y rey (Gn. 14, 18; cf. Zac. 6, 12 s.; Ez. 44, 3; 45, 15 ss. y 22 ss.; 46, 2 ss.) de Salem o Jerusalem (Salmo 86, 3 y nota), de paz (cf. Salmo 45, 10; Is. 11, 6-9) y de justicia (cf. Salmo 71, 2 y 7; Is. 32, 1; Jer. 23, 5 ss.; 33, 15 ss.). Su sacerdocio fue distinto del de Aarón, no obstante las promesas hechas a éste y a sus descendientes (Ex. 40, 12 s.; Núm. 25, 13; Ecli. 45, 19; cf. Salmo 105, 30; 117, 2), porque ellos murieron, en tanto que Melquisedec "vive" (Heb. 7, 8) y "permanece sacerdote a perpetuidad" (ibíd. v. 3). Sobre sacerdocio cf. Ecli. 24, 14; Heb. 8, 4; I Ped. 2, 9; Apoc. 1, 6; 5, 10.

Versículo 5: El Hijo está hoy a la diestra del Padre como en el v. 1, ejerciendo su Sacerdocio (v. 4) en una continua intercesión por nosotros (Heb. 7, 24 s.), a la espera de que el Padre le cumpla la promesa del v. 2 (Heb. 10, 12 s.), para cumplir Él a su vez las hazañas del v. 6. Leemos, pues, al principio "Adoní" (mi Señor) y no "Adonai" (el Señor), lo mismo que Ubach, Wutz, Calès y otros porque, como muy bien lo dice este último: "es el Mesías quien está a la diestra de Yahvé, de igual modo que en el v. 1 s., y quien realiza lo que se expresa por verbos de los vv. 5-7. No hay otra solución posible para el v. 7, porque no es Dios Padre quien "bebe del torrente en el camino". Y por lo tanto tampoco es Él quien ejecuta los actos enumerados en los vv. 5 y 6, a menos de admitirse una incoherencia (cf. Mt. 26, 64; Lc. 22, 69)".
"Destrozará, etc.": Algunos vierten "destroza, etc." poniendo los verbos en presente profético (cf. Salmo 2, 9; 44, 4-6; 67, 22).
"En el día de su ira": Esto es, de "la ira del Cordero" (Apoc. 6, 17). Cf. v. 6; Sof. 1, 14 ss.,; Mt. 23, 41; Rm. 2, 5 y 8; II Tes. 1, 7-10. Como observan los comentadores, este juicio, en el cual no se alude a la suerte de los justos, es descrito con los caracteres de una batalla terrible, donde el Mesías no economiza sus fuerzas pero en la que obtiene también un triunfo deslumbrante. Cf. Apoc. 16, 14 y 16; 17, 14; 19, 19.


Versículo 6: "Juzgará": Otros vierten: "hará justicia". Sobre el significado de esta expresión véanse los Salmos 92-99; 100, 2 y nota. Cf. Salmo 88, 28; Apoc. 11, 15.
"Las naciones": Literalmente: "los gentiles", como en el Salmo 2, 8 (cf. Ez. 30, 3; Dn. 2, 45; Lc. 21, 24; Rm 11, 25).
"Amontonará cadáveres": También en esta violencia concuerda con el Salmo 2, 9. Cf. Salmo 110, 7; Joel 3, 9-17; Zac. 14, 1-4; Mt. 25, 32; Lc. 19, 27; Apoc. 19, 11-21 s.
"La cabeza": Así literalmente y en singular. El sentido parece ser: "al jefe", como leen algunos, refiriéndose al Anticristo. Cf. v. 5 y nota; Salmo 149, 6-9; Apoc. 2, 27; 19, 15. Rembold vierte así:
"Juzgará a los gentiles inflados de soberbia".

Versículo 7: Los SS. PP. (Santos Padres) han visto en este versículo el contraste entre ambas venidas del Mesías (cf. v. 3 y nota), o sea, entre este gran triunfo anunciado a Cristo Rey y el supremo rebajamiento de su Encarnación (cf. Fil. 2, 7 s. y nota) y de su Pasión, en la cual, para ir del Cenáculo a Getsemaní, atravesó y quizá bebió "del torrente Cedrón" (Jn. 18, 1), como lo había dicho, en un momento semejante, el mismo David, que tantas veces fue figura de Él (II Rey. 15, 23). Cf. Is. 61, 1 s. y nota). Los modernos tienden a interpretar este pasaje en el sentido de que el Héroe divino, como los guerreros de Gedeón (Juec. 7, 5 s.), apenas beberá un sorbo de agua al pasar, no dándose tregua ni retirándose a descansar hasta el completo aniquilamiento de los enemigos. Entonces, cuando no existan ya los que dijeron como en la parábola: "No queremos que este reine sobre nosotros" (Lc. 19, 14 y 27), lo veremos a nuestro amable Rey, que tiene "un Nombre sobre todo nombre" (Fil. 2, 9), levantar triunfante para siempre la sagrada Cabeza que nosotros coronamos de espinas (Jn. 19, 2 s.) y que los ángeles adoraron (Jn. 20, 7). Lo veremos y lo verán todos (Apoc. 1, 7), aun los que le traspasaron (Zac. 12, 10; Jn. 19, 37) y celebrarán su triunfo los ángeles, que están deseando ver aquel día (I Ped. 1, 7-12).






(Los subrayados "parusíacos" son nuestros)

domingo, 30 de octubre de 2011

"Yo Soy Rey"







"YO SOY REY"


Esto es lo que nuestro buen Maestro nos quiso demostrar. Pero antes quiso hacernos ver la vana opinión que los hombres tenían de su reino, tanto los gentiles como los judíos, a quienes Pilato la había oído, como si hubiese cometido un crimen digno de muerte por haber supuesto un reino que ellos creían ilegítimo. O bien, como aquellos que están en posesión del poder acostumbran envidiar a los que han de sucederles, los romanos y los judíos querían precaver que este nuevo poder les fuese contrario. Porque si a la pregunta de Pilato hubiese contestado en seguida, habría parecido que su respuesta se dirigía sólo contra la falsa opinión de los gentiles, y no a la de los judíos. Pero después de la respuesta de Pilato, la respuesta de Jesús se dirige a los gentiles y a los judíos, como si dijera: Judíos y gentiles, oíd: no impido vuestra dominación en este mundo. ¿Qué más queréis? Creyendo, venid al reino que no es de este mundo. ¿Cuál es, pues, su reino sino el de los que creen en El, a quienes dice no sois de este mundo, aunque quiera que estéis en este mundo? Por lo que no dice: Mi reino no está en este mundo, sino "no es de este mundo" ( Jn 8,23). Es, pues, de este mundo todo lo que en la humanidad, si bien creado por Dios, fue generado de la raza viciada de Adán. Fue, pues, hecho un reino, no ya de este mundo, de todo aquello que fue regenerado en Cristo. Así, pues, Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor.

(...)


Habiendo probado que su reino no es de este mundo, añadió: "Ahora, pues, mi reino no es de aquí". No dice: No está aquí, porque aquí está su reino hasta el fin de los tiempos, conteniendo dentro de sí la mala yerba mezclada con el trigo hasta la siega; pero, sin embargo, no es de aquí, sino que peregrina en este mundo.

(...)


No porque temiera declararse Rey, sino porque habló de modo que ni se negó Rey, ni confesó ser tal Rey que se creyera que su reino era de este mundo. Las palabras: "Tú lo dices" quieren decir: Como hombre carnal hablas correctamente. En seguida añadió: "Yo he nacido para esto". La sílaba de este pronombre debe pronunciarse de tal manera que no pueda entenderse en este sentido: Yo he nacido en tal condición, sino en este otro: "Para esto he nacido", recordando aquella expresión "A esto vine al mundo", por la que manifestó claramente que se refería a su nacimiento, por el que encarnado vino al mundo; no a aquel nacimiento sin principio por el cual era Dios.

SAN AGUSTÍN, "UT SUPRA"

¡Cristo Rey!

domingo, 24 de mayo de 2009

MIRARI VOS


MIRARI VOS
GREGORIO XVI
Sobre los errores modernos

1. Los males presentes
Admirados tal vez estáis, Venerables Hermanos, porque desde que sobre Nuestra pequeñez pesa la carga de toda la Iglesia, todavía no os hemos dirigido Nuestras Cartas según Nos reclamaban así el amor que os tenemos como una costumbre que viene ya de los primeros siglos. Ardiente era, en verdad, el deseo de abriros inmediatamente Nuestro corazón, y, al comunicaros Nuestro mismo espíritu, haceros oír aquella misma voz con la que, en la persona del beato Pedro, se Nos mandó confirmar a nuestros hermanos. Pero bien conocida os es la tempestad de tantos desastres y dolores que, desde el primer tiempo de nuestro Pontificado, Nos lanzó de repente a alta mar; en la cual, de no haber hecho prodigios la diestra del Señor, Nos hubiereis visto sumergidos a causa de la más negra conspiración de los malvados.
Nuestro ánimo rehuye el renovar nuestros justos dolores aun sólo por el recuerdo de tantos peligros; preferimos, pues, bendecir al Padre de toda consolación que, humillando a los perversos, Nos libró de un inminente peligro y, calmando una tan horrenda tormenta, Nos permitió respirar. Al momento Nos propusimos daros consejos para sanar las llagas de Israel, pero el gran número de cuidados que pesó sobre Nos para lograr el restablecimiento del orden público, fue causa de nueva tardanza para nuestro propósito.

La insolencia de los facciosos, que intentaron levantar otra vez bandera de rebelión, fue nueva causa de silencio. Y Nos, aunque con grandísima tristeza, nos vimos obligados a reprimir con mano dura la obstinación de aquellos hombres cuyo furor, lejos de mitigarse por una impunidad prolongada y por nuestra benigna indulgencia, se exaltó mucho más aún; y desde entonces, como bien podéis colegir, Nuestra preocupación cotidiana fue cada vez más laboriosa.


2. La Sma. Virgen es la celestial patrona de la presente carta
Mas habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la costumbre establecida por Nuestros mayores, lo
que habíamos retrasado por las causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este gratísimo día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en las mayores calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra mente con celestial inspiración para daros los consejos que más saludables puedan ser para la grey cristiana.

3. Confianza en los pastores de la Iglesia.
Afligid
os, en verdad, y con muy apenado ánimo Nos dirigimos a vosotros, a quienes vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de
elección. Sí; la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna.

4. Rebelión del espíritu del mal contra todo lo bueno.

Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las lenguas malvadas. Se combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad.


5. Se niega toda autoridad y toda obediencia a la Iglesia.
Las sectas secretas.

Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre. Se niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos. Universidades y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima, por la que solamente subsisten los reinos y se confirma el vigor de toda potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego, subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de todos los tiempos.


6. La oración, el trabajo constante, la unión, son las armas de la Iglesia.
Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros más, quizá más graves, enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que, constituidos en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey católica, Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo ánimo, Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristes como desgarradores. Deber Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece el conducir las ovejas tan sólo a pastos saludables, sin mancha de peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del pueblo cristiano.


7. Ser fieles a la tradición de la Iglesia.

Desconfiar del espíritu de novedad.

Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la Iglesia sufre con cualquier novedad, y que, según consejo del pontífice San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido. Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas tienen la fuente de todos sus derechos. Para reprimir, pues, la audacia de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia.



8. Fidelidad de los Obispos al Sumo Pontífice y de los Presbíteros a los Obispos

Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe, precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el régimen y administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron los Padres del Concilio de Florencia. Por lo tanto, cada Obispo debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas; y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohíbe desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas. Finalmente téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.



9. La doctrina de la Iglesia no permite críticas.

Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afán caprichoso de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.

10. La Iglesia, institución divina, no requiere nunca restauración ni regeneración.
En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento, que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, se haga cosa humana. Piensen pues, los que tal pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro, juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar, después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a los tiempos y al interés de las Iglesias.


11. Defensa del celibato eclesiástico.
Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga que, en daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar, reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en los cánones, esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes los dardos de los libertinos.


12. Santidad del matrimonio cristiano. - Su indisolubilidad.
Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, reclama también toda nuestra solicitud, por parte de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vínculo conyugal.

Esto mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca insistencia, en sus Cartas.

Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan ante sus ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por él significados.


13. El indiferentismo. - Su condena.

Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable
que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha; que oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él.

Falsamente, alguien acariciaría la idea que le basta con estar regenerado por el bautismo, a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?


14. La libertad de conciencia. - Sus malas consecuencias.
De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes,

llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.


15. La libertad de prensa. - Su refutación.

Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos; libertad, por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos, venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa haya sido arrebatado a la muerte?

16. Doctrina de la Iglesia acerca de la libertad de prensa.

El índice de libros prohibidos.

Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran número de libros.

Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles. A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Índice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser prohibidos. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad. Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y ejercitarla.


17. La desobediencia a las autoridades legítimas, sobre todo a las eclesiásticas.

Sabiendo Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien.

Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos. Por ello, tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.

Por aquélla razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo.

18. Los mártires dan el verdadero ejemplo de obediencia.

Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: "Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro... ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veríais castigados hasta con la destitución. No hay duda de que os espantaríais de vuestra propia soledad...; no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos.

19. Estos ejemplos refutan las teorías de los modernos libertarios.


Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.


20.
Concordia que debe reinar entre el poder eclesiástico y civil.

Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así para la religión como para los pueblos.


21. Condena de las asociaciones y asambleas que conspiran contra la Iglesia.

A otras muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor, deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea.
22. Exhortación a ser diligentes en la lucha contra estos males modernos.

Con el ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados en Aquel que manda a los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos estas cosas, Venerables Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe, peleéis valerosamente las batallas del Señor. A vosotros os toca el mostraros como fuertes murallas, contra toda opinión altanera que se levante contra la ciencia del Señor. Desenvainad la espada espiritual, la palabra de Dios; reciban de vosotros el pan, los que han hambre de justicia. Elegidos para ser cultivadores diligentes en la viña del Señor, trabajad con empeño, todos juntos, en arrancar las malas raíces del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de vicio, florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad especialmente con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a la filosofía, exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de sus fuerzas, se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos.

23. Confiar ante todo en Dios.


Entended que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios, y que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo enseña a los hombres a conocer a Dios. Sólo los soberbios, o más bien los ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios de la fe, que exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón, que, por condición propia de la humana naturaleza, es débil y enfermiza.
24. Llamado a los príncipes cristianos y a los gobernantes para que colaboren con la Iglesia.

Q
ue también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será,
digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.
25. Invocación final a la Sma. Virgen y a los Ss. Apóstoles Pedro y Pablo.

Y para que todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías, que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza. Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.

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Gráfica y Resaltados: Guillermo Carlos Pérez Galicia


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