Mostrando entradas con la etiqueta Para Salvarse. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Para Salvarse. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de enero de 2016

La Biblia enseña que Pocos se Salvan



Muy pocos se salvan y la mayor parte del mundo, 
incluyendo la mayoría de los católicos, se condenan


Algunos no se dan cuenta o no lo creen, pero la Biblia claramente enseña que pocos se salvan. 1 Pedro 4, 18 dice: “… el justo a duras penas se salva…”.

En Mateo 7, versículos 13 y 14, Jesús dice que espacioso es el camino que lleva al infierno, y que el camino al cielo es angosto y son “… pocos los que atinan con él”.

Lucas 13, 23-24: “Le dijo uno: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’ Él le dijo: ‘Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán’”.

Estos pasajes bíblicos indican que, tristemente, sólo una pequeña parte de la humanidad no pasará la eternidad en el fuego perdurable del infierno.

Papa Gregorio III (739 d.C.): “… está escrito que estrecha es la puerta y angosto el camino que llevan a la vida”.

En el año 600, el Papa San Gregorio Magno habló sobre cuán pocos se salvan:

Papa San Gregorio Magno (600 d.C.): “Entre más abundan los malos, tanto más debemos sufrir con ellos en la paciencia; porque en la era pocos son los granos llevados a los graneros, pero altos son los montones de paja quemados en el fuego”.

Hablando de la futura Segunda Guerra Mundial, leemos que Jacinta de Fátima dijo lo siguiente:

“Lucía encontró a Jacinta sentada sola, quieta y muy pensativa, con la mirada perdida. ‘¿Qué estás pensando, Jacinta?’ – ‘De la guerra que está por venir. Tantas personas que morirán. Y casi todas irán al infierno’” (William Thomas Walsh, Our Lady of Fatima [Nuestra Señora de Fátima], ed. ing., p. 94).

En Mateo 7, versículos 21 y 22, Jesús dice que los que hacen la voluntad de su Padre se salvarán. Jesús luego dice que, en el Día del Juicio, muchos le dirán que ellos profetizaron, expulsaron demonios y obraron milagros en su Nombre. Pero Jesús les dirá:

Mateo 7, 23: “Jamás os conocí; apartaos de mí, obradores de iniquidad”.

En Lucas 10, 19-20, Jesús les dice a sus Apóstoles:
“Mirad que os he dado poder de caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará. Sin embargo no os alegréis en esto de que los espíritus se os sujetan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el cielo”.

Jesús les señala a los Apóstoles que tener poderes especiales no es algo que deban alegrarse en ello, sino más bien, alegrarse de que pasarán la eternidad en los cielos y no irán al infierno.

Como todas las cosas pasarán, ¿qué valor real habría si alguien tuviese poderes especiales o pudiera hacer grandes milagros en nombre de Jesús, si después cuando muriera terminase en el infierno para siempre? No importaría en absoluto, porque ese tiempo habrá ya pasado y no regresaría más, y la condición presente de la persona sería la de dolor, miseria y desesperación.

Si alguien se encuentra en el estado de gracia, tiene la fe católica, evangeliza, y tiene una verdadera devoción a la Santísima Virgen María, la persona puede tener la confianza en que él o ella se encuentran en el camino de la salvación.

Pero, salvo por una revelación especial de Dios (como lo declara el Concilio de Trento), no sabemos con absoluta certeza que terminaremos en el cielo. Por lo tanto, debemos trabajar con temor y temblor en la obra de nuestra salvación, como dice en Filipenses 2, 12.

En Mateo 24, 13, la Biblia también nos dice que “… el que perseverare hasta el fin, ése será salvo”.

Pocos se salvan

Los católicos también deben entender que son pocos los que se salvan. Nuestro Señor Jesucristo nos reveló que el camino al paraíso es angosto y estrecho y son pocos los que atinan con él, mientras que el camino al infierno es ancho y espacioso y elegido por la mayoría (Mt. 7,13).

Mateo 7, 13: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella!”

Lucas 13, 24: “Esforzaos a entrar por la puerta estrecha; porque os aseguro que muchos serán los que busquen entrar y no podrán”.

Las Sagradas Escrituras también nos enseñan que casi todo el mundo está bajo las tinieblas, tanto es así que hasta Satanás es llamado el “príncipe” (Juan 12, 31) y el “dios” (2 Cor. 4, 3) de este mundo.

1 Juan 5, 19: “Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el maligno”.

Es una triste realidad de la historia que la mayoría de la gente en el mundo es de mala voluntad y no quieren conocer la verdad. Es por eso que casi todo el mundo se encuentra en las tinieblas y en el camino a la perdición. Así ha sido desde un principio. Lo mismo ocurrió cuando solo ocho almas (Noé y su familia) escaparon de la ira de Dios en el diluvio que cubrió toda la tierra, y cuando los israelitas rechazaron la ley de Dios y cayeron en la idolatría una y otra vez.

La verdad es que para aquellos que verdaderamente creen en Dios, que aceptan la plenitud de su verdad (la fe católica), sin transigirla y quieren hacer lo correcto, no les será difícil llegar al cielo, como Jesucristo dijo, “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 30). La razón debida a que pocos se salvan no es tanto porque sea una cosa difícil salvarse, sino más bien porque las personas se niegan a creer y obrar las cosas simples y fáciles que Dios ha revelado y mandado. Los que hacen lo que Dios quiere y creen en lo que Él dice, descubrirán que serán mucho más felices de lo que eran antes.

Sin embargo, la triste verdad es que casi todas las personas son de mala voluntad. No es de extrañar que por eso los santos y doctores de la Iglesia siempre hayan enseñado que sólo un pequeño porcentaje de personas se salvarán. De hecho, los santos y los doctores de la Iglesia, incluso durante las épocas de fe, enseñaban que la mayoría de los católicos adultos se condenaban.

San Leonardo de Porto Mauricio [1676-1751 d.C.], hablando de cuán pocos se salvan: 
“Después de haber consultado a todos los teólogos y de haber hecho un estudio diligente al respecto, él [Suárez] escribió: ‘El sentimiento más común es que, entre los cristianos [católicos], hay más almas condenadas que predestinadas’. Si añadimos la autoridad de los Padres griegos y latinos a lo que dicen los teólogos, encontramos que casi todos ellos dicen lo mismo. Este es el sentimiento de San Teodoro, San Basilio, San Efrén, San Juan Crisóstomo. Es más, según Baronio, era la opinión común entre los Padres griegos que esta verdad fue revelada expresamente a San Simeón Estilita y que después de esta revelación, para asegurar su salvación, decidió vivir en lo alto de un pilar por cuarenta años, expuesto a la intemperie, un ejemplo de penitencia y santidad para todos. Ahora consultemos a los Padres latinos. Escucharán a San Gregorio decir claramente: ‘Muchos alcanzarán la fe, pero pocos el reino celestial’. San Anselmo declara: ‘Son pocos los que se salvan’. San Agustín lo afirma aún más claramente: ‘Por lo tanto, pocos se salvan en comparación con aquellos que se condenan’. Sin embargo, el más terrible es San Jerónimo, que dijo al final de su vida, en presencia de sus discípulos, estas terribles palabras: ‘De cien mil personas que han llevado mala vida, encontrarás apenas una que sea digna de indulgencia’”.

Cuando San Leonardo de Porto Mauricio utiliza el término “cristiano”, él se refiere a los católicos, no a los herejes. Los católicos son los verdaderos cristianos. San Leonardo repite la doctrina consistente de los Padres y Doctores: la mayoría de los católicos adultos (ni siquiera incluyendo el mundo no católico) se condenan. Si este era el sentimiento con respecto a la salvación de los católicos en las épocas de fe, ¿qué dirían estos santos del día de hoy? Si a usted le es difícil o problemático aceptar las verdades presentadas en este sitio web, ya sea porque –dirán algunos– ‘es demasiado difícil creer que toda esta enorme cantidad de personas podrían estar equivocadas o engañadas’, pues, considere la enseñanza de nuestro Señor y de los santos citados anteriormente. Considere cuánto más verdadera es esta enseñanza acerca de cómo pocos se salvan para nuestro tiempo:

“Lucía encontró a Jacinta sentada sola, quieta y muy pensativa, con la mirada perdida. ‘¿Qué estás pensando, Jacinta?’ – ‘De la guerra que está por venir. Tantas personas que morirán. Y casi todas irán al infierno’” (Our Lady of Fatima, p. 94; p. 92 en algunas versiones).

Jacinta Marto, la pastorcita vidente de las apariciones de la Virgen de Fátima, tuvo visiones de acontecimientos futuros y ella dijo que de los que morirían en la Segunda Guerra Mundial casi todos irían al infierno. En perspectiva, numerosos estudios generalmente “ofrecen estimaciones de entre 55 y 60 millones de personas fallecidas, elevándose hasta más de 70 millones según los cálculos más pesimistas y de 40 a 45 millones según los más optimistas” (wikipedia.org).

San Anselmo: “Si quieres estar seguro de ser parte del número de los elegidos, esfuérzate de ser uno de los pocos, no de la mayoría. Y si quieres estar seguro de tu salvación, esfuérzate de estar entre la minoría de los pocos… No sigas a la gran mayoría de la humanidad, sino a los que entran por la senda estrecha, que renuncian al mundo, que se entregan a la oración, y que nunca relajan sus esfuerzos, ni de día ni de noche, para poder alcanzar la bienaventuranza eterna” (P. Martin Von Cochem, The Four Last Things [Los cuatro novísimos], edición inglesa, p. 221).


Fuente: vaticanocatolico.com

domingo, 20 de enero de 2013

DIOS NO HACE ACEPCIÓN DE PERSONAS



DIOS NO HACE ACEPCIÓN DE PERSONAS 
para que puedan bautizarse y salvarse


El Dios que elige hacernos bellos o feos, robustos o endebles, talentosos o romos; no hace acepción de personas para darnos a todos, desde la situación que sea; la posiblidad de bautizarnos; de entrar en la Iglesia Católica y perseverando en ella hasta la muerte salvarnos. Pues como Dios quiere que TODOS los hombres se salven (1 Tim. 2, 4); Dios obliga y posibilita el Bautismo y la Fe Católica a TODOS.

Romanos 2, 11: "Porque en Dios no hay acepción de personas

Deuteronomio 10, 17: "Porque el SEÑOR vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible que no hace acepción de personas ni acepta soborno" 

Job 34,19: "No hace acepción de príncipes, ni considera al rico sobre el pobre, ya que todos son obra de sus manos" 

Hechos 10,34: "Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: Ciertamente ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas" 

San Atanasio: "El Señor exige la fe a aquellos que le invocan, no porque necesite de la ayuda de otros (porque El es el Señor y quien concede la fe), sino para que no se crea que dispensa sus gracias según la acepción de personas. Demuestra que favorece a los que le creen, para que no reciban sus beneficios sin fe y los pierdan por su infidelidad. Quiere que, cuando hace bien, dure la gracia, y cuando cura permanezca inconcluso el remedio" 

San Remigio: "Para que no hiciesen acepción de personas, se dice también lo que deben hacer los predicadores por estas palabras que siguen: "Toda la Galilea" (Mt 4, 23)"


Es por eso que la predicación del Evangelio ha sido mandado para que llegue a todo el mundo; y lo mismo el bautismo. Si la Iglesia hubiese sido elitista para con el mandato de PREDICAR Y BAUTIZAR a todas las gentes (Mt 28, 19); no hubiese ido a los confines de la tierra, a los presos, a los enfermos, a los pobres, a los más bárbaros pueblos: 

Santiago 2, 1-9: "Hermanos míos, no tengáis vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y vestido de ropa lujosa, y también entra un pobre con ropa sucia, y dais atención especial al que lleva la ropa lujosa, y decís: Tú siéntate aquí, en un buen lugar; y al pobre decís: Tú estate allí de pie, o siéntate junto a mi estrado; ¿no habéis hecho distinciones entre vosotros mismos, y habéis venido a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, escuchad: ¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que El prometió a los que le aman? Pero vosotros habéis menospreciado al pobre. ¿No son los ricos los que os oprimen y personalmente os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre por el cual habéis sido llamados? Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: AMARAS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO, bien hacéis. Pero si mostráis favoritismo, cometéis pecado y sois hallados culpables por la ley como transgresores"

Pues este grave pecado de favoritismo que atenta contra la Fe, es el mismo que cometen aquellos que prefieren creer en un Dios que sólo concede los medios salvíficos (la Fe íntegramente católica y las aguas del Bautismo) a unos pocos escogidos; en un mundo desprovisto de agua y de la Voz Divina. La Iglesia militante que cree en el Omnipotente Dios verdadero; es misionera y apostólica; predica y reza por la conversión de todas las almas, sin acepción de personas. Por lo que el que acepte a Cristo realmente, merecerá igualmente la Gracia de la Conversión, de la Fe, del Bautismo. Porque para Dios no hay medios imperfectos de pertenecer a su Grey, medios oscuros de salvarse como creen los ecuménicos modernistas: DIOS NO HACE DISTINCIÓN PARA LOS QUE QUIERAN SER CATÓLICOS Y QUIERAN CUMPLIR SUS MANDATOS.

domingo, 15 de julio de 2012

Y Después de este Destierro...


Y DESPUÉS DE ESTE DESTIERRO 
MUÉSTRANOS A JESÚS, 
FRUTO BENDITO DE TU VIENTRE 

María libra a sus devotos de caer en el infierno 

 El devoto de María que fielmente se encomienda a ella y le obsequia, no puede condenarse. Esta proposición, a alguno le puede parecer muy avanzada, pero a éste le rogaría que, antes de rechazarla, leyera antes lo que enseguida diré sobre este punto. Al decir que un devoto de nuestra Señora no puede condenarse excluimos a los falsos devotos que abusan de su pretendida devoción para pecar más impunemente. Así que algunos, injustamente, desaprueban el ensalzar tanto la piedad de María con los pecadores, diciendo que así, éstos, luego abusan para pecar más. Semejantes presuntuosos, por su temeraria confianza, merecen castigo, no misericordia. Por tanto, ha de entenderse de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar a la Madre de Dios y encomendarse a ella. Y digo que éstos es moralmente imposible que se pierdan. Veo que esto también lo ha dicho el P. Crasset en su obra sobre la devoción a la Virgen María; y antes de él, Vega en su Teología Mariana, Mendoza y otros teólogos. Y para comprender que éstos no han hablado a la ligera, veamos lo que han dicho los doctores y los santos. No hay que extrañarse de que cite testimonios tan parecidos unos a otros pues he querido anotarlos todos para demostrar cuán concordes están sobre esto. Dice san Anselmo que, como el que no es devoto de María y no está protegido por ella es imposible que se salve, así es imposible que se condene quien se encomienda a la Virgen y es mirado por ella con amor. Lo mismo afirma San Antonio con similares palabras: "Como es imposible que se salve aquél de quien María aparte los ojos de su misericordia, así es necesario que se salven y vayan a la gloria aquellos hacia los que vuelve sus ojos rogando por ellos". Pero téngase en cuenta la primera parte de la proposición de estos santos, y tiemblen los que abandonan o menosprecian la devoción a esta divina Madre. Dicen que es imposible que se salven aquellos que no son protegidos de María. Esto lo afirman otros, como san Alberto Magno: "Todos, absolutamente todos los que no son tus siervos, se pierden necesariamente", dice san Buenaventura: "El que la desprecie, morirá en sus pecados". Y en otro lugar: "El que no te invoca en esta vida, no llegará al reino de Dios". Y en el salmo 99 llega a decir que no sólo no se salvará, sino que no existe ninguna esperanza de salvación para aquellos de los que María aparta el rostro. Antes lo había dicho san Ignacio mártir afirmando que no puede salvarse un pecador, sino por medio de la Santísima Virgen, la cual, por el contrario, salva con su piadosa intercesión a muchos que, conforme a la justicia divina merecían ser condenados. Algunos dudan si esta sentencia es de san Ignacio mártir, pero, según el P. Crasset, sí lo ha dicho san Juan Crisóstomo; y también lo afirma el abad de Celles. En este sentido aplica la Iglesia a María las palabras de los Proverbios "Los que me aborrecen, aman la muerte" (Pr 8,36). Todos los que no me quieren, desean la muerte eterna. Porque, como dice Ricardo de San Lorenzo comentando las palabras "viene a ser como nave de mercader" (Pr 31,14), se verán anegados en el mar de este mundo, todos los que se encuentren fuera de esta nave. Hasta el hereje Ecolampadio consideraba señal cierta de reprobación, la poca devoción de algunos hacia la Madre de Dios, por lo que decía: "Nunca se oirá de mí que estoy contra María, pues considero señal de condenación no tenerle afecto a ella". Por el contrario, dice María: "El que me oye, no se verá confundido" (Ecclo 24,30): El que recurre a mí, y escucha lo que le digo, no se perderá. De ahí que le dijera san Buenaventura: "Señora, el que se preocupa de obsequiarte, está muy lejos de la condenación". "Y esto -dice san Hilario- aunque en lo pasado se le hubiera ofendido mucho a Dios". Por eso el demonio se afana en que los pecadores, después de haber perdido la gracia divina, pierdan además la devoción a María. Sara, viendo a Isaac que jugaba con Ismael quien le enseñaba malas costumbres, dijo a Abrahán que lo echara de casa, y que echara también a su madre Agar: "Despacha a la esclava con su Hijo" (Gn 21,10). No se contentaba con que saliera sólo el hijo si no marcha la madre, pensando que, de otro modo, volviendo el hijo a ver a la madre, hubiera vuelto a frecuentar la vivienda. Así el demonio no se contenta con que un alma se aparte de Cristo si no se desentiende también de la Madre. De otra manera, teme que la Madre vuelva a introducir al Hijo en esa alma. Y lo teme con toda razón, porque, como dice el docto P. Paciuchelli, el que es fiel en obsequiar a la Madre de Dios, pronto lo recibirá por medio de María. Por lo que, con razón san Efrén llama a la devoción a María "Carta de libertad", salvoconducto para el cielo y no ser relegado al infierno. Y llamaba a la Madre de Dios "Patrocinadora de los condenados", siendo cierto, como lo es, lo que dice san Bernardo, que a María no le falta ni poder ni voluntad de salvar. No le falta poder porque sus plegarias no pueden dejar de ser oídas, como afirma san Antonio. Y san Bernardo dice que sus plegarias no pueden quedar baldías, sino que obtienen cuanto quieren: "Encuentra lo que quiere y no puede quedar decepcionada". No le falta voluntad de salvarnos, porque más desea nuestra salvación de lo que nosotros la deseamos. Siendo esto verdad ¿cómo puede suceder que se pierda un devoto de María? Puede que sea pecador, pero si se encomienda a esta buena Madre con perseverancia y voluntad de enmendarse, ella se cuidará de conseguirle luz para salir de su mal estado, dolor de sus pecados, perseverancia en el bien y una santa muerte. ¿Qué madre, pudiendo con sus plegarias ante el juez, librar a su hijo de la muerte, no lo haría? Y ¿podremos pensar que María, madre la más amorosa que pueda encontrarse para con sus devotos, pudiendo librar a un hijo de la muerte eterna, deje de hacerlo? Devoto lector, demos gracias al Señor si vemos que Dios nos ha dado amor y confianza para con la Reina del cielo, porque Dios -dice san Juan Damasceno- otorga esta gracia a los que quiere salvar. Con estas hermosas palabras reaviva el santo nuestra confianza: "Madre de Dios, si yo pongo mi confianza en ti, me salvaré. Si estoy bajo tu protección, no tengo que temer nada, porque ser tu devoto es poseer las armas con que se consigue la salvación que Dios concede a los elegidos". Erasmo saludaba a la Virgen diciendo: "Dios te salve, terror del infierno y esperanza de los cristianos; esperar en ti es tener segura la salvación". ¡Cuánto enfurece al demonio ver a un alma que persevera en la devoción a la Madre de Dios! Se lee en la vida del P. Alfonso Alvarez, muy devoto de María, que estando en oración y muy angustiado por las tentaciones impuras con que le acosaba el demonio, éste le dijo: "Deja esa devoción a María y yo dejaré de tentarte". Reveló Dios a santa Catalina de Siena, como refiere Blosio, que él, por su bondad, le había concedido a María, en atención a su divino Hijo, que ninguno, aunque fuera pecador, si se encomienda a ella devotamente, llegue a condenarse. También el profeta David pedía ser librado del infierno por el amor que tenía al honor de María: "Amé, Señor, el decoro de tu casa... no pierdas mi alma con los impios" (Sal 25,8-9). Dice "el decoro de tu casa", porque María fue aquella casa que Dios se fabricó en la tierra para su morada y para encontrar en ella su reposo al hacerse hombre, como está escrito en los Proverbios: "La Sabiduría se edificó para sí una casa" (Pr 9,1). "No, cierto que no se perderá -decía san Ignacio mártir- el que se preocupa de ser devoto de esta Virgen Madre". Y lo confirma san Buenaventura diciendo: "Señora, los que te aman gozan de gran paz en esta vida y en la otra no verán jamás la muerte". "Jamás se ha dado ni se dará el caso -asegura el devoto Blosio- de que un humilde y devoto siervo de María, se pierda para siempre". ¡Cuántos se habrían condenado eternamente o quedado obstinados en el mal, si María no hubiera intercedido ante su Hijo para que tuviera misericordia con ellos! Así lo dice Tomás de Kempis, y es el parecer de muchos teólogos, sobre todo de santo Tomás, el que a personas aparentemente muertas en pecado mortal, la Madre de Dios les obtuviera del Señor que suspendiera la sentencia y revivieran para hacer penitencia. Sobre esto refieren graves autores, no pocos ejemplos. Entre otros, Flodoardo, que vivió en el siglo noveno, narra en su Crónica de un diácono llamado Adelmano, el cual, creyéndole muerto, mientras estaban ya para enterrarlo, revivió; y dijo que había visto el lugar del infierno donde debía estar condenado, pero que, gracias a las plegarias de la Santísima Virgen, había vuelto a la vida para tener tiempo de hacer penitencia. Surio también refiere de un ciudadano romano llamado Andrés, que había muerto, al parecer, impenitente, y al que María le había obtenido poder revivir para poder ser perdonado. También cuenta Pelbarto que en su tiempo, cuando el emperador Segismundo atravesaba los Alpes con su ejército, se oyó la voz de un soldado que estaba esquelético, y que pedía confesión, diciendo que la Madre de Dios, de quien había sido devoto, le había obtenido la gracia de poder vivir en aquel estado hasta que se confesase; y una vez que se hubo confesado, expiró. Estos y otros ejemplos, no han de servir para animar a ningún temerario a vivir en pecado, con la esperanza de que María lo librará del infierno en el último momento; pues, como sería gran locura tirarse a un pozo con la esperanza de que María lo preservara de la muerte, como ha salvado a otros en semejante situación, así mayor locura sería arriesgarse a llegar a la hora de la muerte en pecado con la pretensión de que la Virgen lo librase del infierno. Pero esos ejemplos, que sirvan para reavivar nuestra confianza pensando que, si la intercesión de esta Madre divina ha podido librar del infierno aun a aquellos que parecían haber muerto en pecado, cuánto más será poderosa para impedir que caigan en el infierno los que durante su vida recurren a ella con intención de enmendarse, y fielmente la sirven. Digamos, pues, con san Germán: "¿Qué sería de nosotros, pobres pecadores, pero que queremos enmendarnos y recurrimos a ti, sin tu ayuda, pues eres la vida y la respiración de los cristianos?" Oigamos a san Anselmo que dice: "No se condenará aquel por quien María haya orado una sola vez". Dice que no se condenará aquel por quien hayas interpuesto tus plegarias, aunque sea una sola vez; ruega pues por nosotros, y nos veremos libres del infierno. ¿Quién me dirá que, al presentarme al divino tribunal, no tendré favorable al juez, si tengo para defender mi causa a la Madre de la misericordia? Así lo expresa Ricardo de San Victor. El B. Enrique Susón declaraba que había puesto su alma en manos de María; y decía que si el juez hubiera querido condenarlo, deseaba que la sentencia se ejecutase por manos de María, seguro de que una vez en manos de la Virgen piadosa, ella misma impediría su ejecución. Lo mismo digo y espero para mí, mi Santísima Reina. Por esto quiero siempre suplicarte con san Buenaventura: "En ti, Señora, esperé, no seré para siempre confundido". Señora, yo he puesto en ti toda mi esperanza; por eso tengo la firme seguridad de no verme condenado, sino encontrarme a salvo en el cielo alabándote y amándote siempre. 


 María socorre a sus devotos en el purgatorio 

Muy felices son los devotos de nuestra piadosa Madre, pues no sólo son socorridos por ella en la tierra, sino que también los asiste y consuela con su protección en el purgatorio. Y necesitando tanto más alivio cuanto más padecen, sin poder valerse por sí mismos, mucho más se empeña en socorrerlas esta Madre misericordiosa. Dice san Bernardino de Siena que, en aquella cárcel de unas almas que son esposas de Jesucristo, María tiene como un cierto dominio y plenos poderes tanto para aliviar como para liberar de aquellas penas. En cuanto a aliviar, dice el mismo santo comentando las palabras del Eclesiástico: "Me paseé sobre las olas del mar" (Ecclo 24,8): "Es decir, visitando y socorriendo en las necesidades y en los tormentos de mis devotos que son mis hijos". Dice el mismo santo que las penas del purgatorio son llamadas olas porque son transitorias, a diferencia de las del infierno que no pasan jamás. Y se llaman olas del mar, porque son penas muy amargas. Afligidos por estas penas, los devotos de María se ven constantemente visitados y socorridos por ella. Ved cuánto importa, dice Novarino, ser devoto de esta Señora tan buena, pues ella no sabe olvidarse de ellos cuando padecen en aquellas llamas. Y si María socorre a todas las almas del purgatorio, sin embargo sus mayores indulgencias y cuidados son para las que le son más devotas. Reveló la Virgen María a santa Brígida lo siguiente: "Yo soy la Madre de todas las almas que estén en el purgatorio, y todas las penas que tienen que purgar por las faltas cometidas, constantemente son aliviadas y mitigadas por mis plegarias". Y no se desdeña esta piadosa Madre a las veces, hasta de hacerse presente en aquella santa prisión para visitar y consolar a sus hijas afligidas. "Yo me paseé por lo hondo del abismo" (Ecclo 24,5). A lo que hace san Buenaventura este comentario: "Abismo, es decir, el purgatorio, por el que se pasea María para aliviar con su presencia, ayudando a las almas santas". Dice san Vicente Ferrer: "¡Cuán buena se manifiesta María con los que están en el purgatorio, ya que por ella obtienen continuos refrigerios!" Qué otra, sino María es su consoladora en medio de aquellas penas, y quién su socorro, sino esta Madre de misericordia? Santa Brígida oyó que Jesús decía a su Madre: "Tú eres mi Madre, tú la Madre misericordiosa, tú la consoladora de los que están en el purgatorio". Y la misma Virgen dijo a santa Brígida que como un enfermo, afligido y abandonado en su lecho, se siente reconfortado con cualquier palabra de consuelo, así aquellas almas se sienten aliviadas con solo oír su nombre. El solo nombre de María, nombre de esperanza y de salvación es el que constantemente invocan en aquella cárcel sus hijas queridas, siéndoles de gran consuelo. Y después, dice Novarino, la Madre amorosa, sintiéndose invocar por ellas, las une a sus plegarias ante Dios, con lo que socorre a aquellas almas, y así quedan como refrigeradas de sus grandes ardores, con celestial lluvia. Pero María no solo consuela y socorre a sus devotos en el purgatorio, sino que también rompe sus cadenas y los libra con su intercesión. Desde el día de su gloriosa Asunción, en el que se cree que quedó vacía la cárcel del purgatorio, como dice Gersón y confirma Novarino, diciendo basarse en graves autores, día en que María al entrar en el paraíso, pidió a su Hijo poder llevar consigo todas las almas que estaban en el purgatorio, desde entonces, dice Gersón, María tiene el privilegio de librar a todos sus devotos, de aquellas penas. Y esto lo afirma sin titubeos san Bernardino de Siena, diciendo que la Santísima Virgen tiene la facultad, con sus ruegos y con la aplicación de sus méritos, de librar las almas del purgatorio y principalmente las de sus más devotos. Lo mismo dice Novarino, opinando que por los méritos de María, no solo se tornan más llevaderas las penas de aquellas almas, sino también más breves, abreviandose por su intercesión el tiempo de su purgatorio. Para lo cual, basta que ella lo pida. Refiere san Pedro Damiano que una señora llamada Mazoria, ya difunta, se apareció a una comadre y le dijo que en el día de la Asunción ella había sido librada del purgatorio con un número de almas que superaban a la población de Roma. San Dionisio Cartujano afirma que lo mismo sucede en la festividad de la Navidad y de la Resurrección de Jesucristo, diciendo que en esas fiestas, María se presenta en el purgatorio acompañada de legiones de ángeles y que libra de aquellas penas a multitud de almas. Novarino dice que esto sucede igualmente en todas las fiestas solemnes de María. Muy conocida es la promesa que María hizo al Papa Juan XXII, al que, apareciéndose le ordenó que hiciera saber a cuantos llevasen el santo escapulario del Carmen que, en el sabado siguiente a su muerte, serían librados del purgatorio. El mismo Papa, como refiere el P. Crasset, lo declaró en la bula que publicó y que luego fue confirmada por Alejandro V, Clemente VII, Pío V, Gregorio XII y Pablo V, el cual, en una bula de 1612 declara: "El pueblo cristiano puede piadosamente creer que la Santísima Virgen ayudará con su continua intercesión, y con sus méritos y protección especial, después de la muerte, y principalmente en el día de sabado -consagrado por la Iglesia a la misma Virgen María- a las almas de los hermanos de la Cofradía de Santa María del monte Carmelo, que hayan salido de este mundo en gracia, y hayan llevado su escapulario, observando castidad según su estado, y hayan rezado el Oficio Parvo de la Virgen, y si no han podido recitarlo, habiendo observado los ayunos de la Iglesia". Y en el Oficio Solemne de Santa María del Carmen se lee que se ha de creer piadosamente, que la Santísima Virgen consuela con amor de Madre a los cofrades del Carmen en el purgatorio, y con su intercesión los lleva pronto a la patria celestial. Y ¿por qué no vamos a esperar también las mismas gracias y favores si somos devotos de esta buena Madre? Y si le servimos con muy especial amor ¿por qué no hemos de esperar también la gracia de que, al morir, entremos al instante en el paraíso sin pasar por el purgatorio? Esto es lo que la Santísima Virgen María mandó decir al B. Godofredo por medio de fray Abundio, con estas palabras: "Di a fray Godofredo que progrese en la virtud, que así será de mi Hijo y mío; y cuando su alma parta de su cuerpo, no dejaré que vaya al purgatorio, sino que la tomaré y la ofreceré a mi Hijo". Y si queremos aliviar a las benditas almas del purgatorio, procuremos rogar por ellas a la Santísima Virgen, aplicando por ellas de modo especial el Santo Rosario que les servirá de gran alivio. 


María conduce a sus siervos al paraíso 

¡Qué preciosa señal de predestinación tienen los siervos de María! La Iglesia aplica a esta divina Madre, para consuelo de sus devotos, las palabras de la Sagrada Escritura: "En todos ellos busqué el reposo y moraré en la heredad del Señor" (Ecclo 24,11). Comenta el cardenal Hugo: "Bienaventurado aquel en quien descansa la Bienaventurada Virgen". María, por el amor que a todos profesa, busca que todos le tengan devoción. Muchos o no la reciben o no la conservan: Bienaventurado el que la recibe y la conserva. "Y moraré en la heredad del Señor". Es decir, añade el docto Paciuchelli, en los que son heredad del Señor. La devoción a la Santísima Virgen se da en los que son la heredad del Señor, o sea, en los que estarán en el cielo alabándola eternamente. Y sigue hablando María en el mismo libro: "El que me creó, descansó en mí tabernáculo; y me dijo: Habita en Jacob, y hereda en Israel, y pon tus raíces entre mis elegidos". Mi Creador se ha dignado venir a reposar en mi seno. El ha querido que yo habitase en el corazón de los elegidos, de quien fue figura Jacob, y que son la heredad de la Virgen, y ha dispuesto que en todos los predestinados estuviera enraizada la verdadera devoción hacia mí. ¡Cuántos que ahora son bienaventurados, no estarían en el cielo si la Virgen no los hubiera llevado allí! "Yo hice brillar en el cielo una luz indefectible". Comenta el cardenal Hugo atribuyendo estas palabras a María: "Yo hice resplandecer en el cielo tantas luminarias eternas cuantos son mis devotos". Y añade el mismo autor: "Muchos santos están en el cielo por su intecesión, que nunca allí hubieran llegado si no es por ella". Dice san Buenaventura que a todos los que confian en la protección de María, se les abrirán las puertas del cielo para recibirlos. Por lo que san Efrén llama a la devocion a María la entrada del paraíso. Y el devoto Blosio, hablando con la Virgen, le dice: "Señora, a ti te han entregado las llaves y los tesoros del reino bienaventurado". Por eso debemos rezarle continuamente con las palabras de san Ambrosio: "Abrenos, María, la puerta del paraíso, ya que tú conservas la llave", más aún, ya que tú eres la puerta como te llama la Iglesia: "Puerta del cielo". Por eso, además, la excelsa Madre es llamada por la Iglesia estrella del mar: "Ave, maris stella". Porque así como los navegantes, dice santo Tomás, el Angélico, se orientan para llegar a puerto por medio de la estrella polar, así los cristianos se orientan para ir al paraíso por medio de María. También, de modo semejante, la llama san Pedro Damiano "escala del cielo", porque, dice el santo, por medio de María, Dios ha descendido a la tierra para que por medio de ella los hombres merecieran subir de la tierra hacia el cielo. Y a tal fin, Señora, le dice san Atanasio, has sido colmada de gracia, para que fueras el camino real de nuestra salvación y la subida hacia la patria celestial. San Bernardo llama a la Virgen vehiculo que nos conduce al cielo. Y San Juan Geómetra la saluda así: "¡Salve, nobilísima carroza!", en la cual sus devotos son conducidos al paraíso. De ahí que exclame san Buenaventura: "¡Bienaventurados los que te conocen, Madre de Dios! Porque conocerte es el camino de la vida inmortal, y hablar de tus virtudes es la forma de llegar a la vida eterna". Narran las crónicas franciscanas que fray León vio una escala roja, en lo alto de la cual estaba Jesucristo, y otra blanca al término de la cual estaba la Santa Madre. Y vio que algunos intentaban subir por la escala roja, subían algunos pedaños y rodaban abajo; volvían a intentarlo y volvían a caer. Se les exhortó a que intentaran subir por la escala blanca y, en efecto lo intentaron y subieron felizmente y con facilidad, porque la Virgen les ayudaba alargándoles la mano, y así llegaron seguros al paraíso. Pregunta san Dionisio Cartujano: "¿Quién se salvará? ¿Quién llegará a reinar en el cielo? Se salvan y reinan ciertamente en el cielo, responde él mismo, aquellos por los que esta Reina misericordiosa interponga sus plegarias". Esto lo afirma la misma Virgen María donde dice: "Por mi intercesión las almas reinan primero durante su vida en la tierra dominando sus pasiones, y después vienen a reinar eternamente en el cielo". Allí, dice san Agustín, todos son reyes: "Tantos reyes cuantos ciudadanos". María, en suma, dice Ricardo de San Lorenzo, es la soberana del paraíso, porque allí manda como quiere y allí introduce al que quiere. Por lo que, aplicándole las palabras sagradas: "En Jerusalén se halla mi poder" (Ecclo 24,11), añade: "Es decir, mandando lo que quiero e introduciendo en el cielo a los que quiero". Y siendo ella la Madre del Señor del paraíso, con razón dice Ruperto, es natural que ella sea la Señora del paraíso. Esta divina Madre, con sus poderosas plegarias y ayudas, con toda facilidad nos conseguirá el paraíso, si no le ponemos obstaculo. Por lo cual, aquel que sirve a María y por el que intercede María, está tan seguro del paraíso como si ya estuviera en él. Servir a María, es ser de su corte, añade san Juan Damasceno, y es el honor más grande que podemos disfrutar; porque servir a María es ya reinar en el cielo, y vivir a sus órdenes es más que reinar. Por el contrario, los que no sirven a María no se salvarán; los que están privados de la ayuda de esta excelsa Madre, están abandonados del socorro de su Hijo y del de toda la corte celestial. Sea por siempre alabada la bondad infinita de nuestro Dios, que ha dispuesto colocar en el cielo como nuestra abogada a María, para que ella, como madre del juez y madre de misericordia, con su intercesión absolutamente eficaz, trate el negocio de nuestra eterna salvación. El pensamiento es de san Bernardo: "Nuestra abogada nos precedió en la peregrinación, la cual, como madre del juez y madre de misericordia, tratará con súplicas eficaces el negocio de nuestra salvación". Y el monje Jacob, doctor entre los Padres Griegos, dice que Dios ha puesto a María como puente de salvación para que, permitiéndonos pasar sobre las olas del mundo, podamos llegar a la ribera feliz del paraíso. Por eso exclama san Buenaventura: "¡Oíd todos vosotros los que deseáis el paraíso: Servid y honrad a María y alcanzaréis con toda certeza, la vida eterna!" Y no deben desconfiar de obtener el reino bienaventurado los que han merecido el infierno, si se dedican a servir con fidelidad a esta Reina. Cuántos pecadores, dice san Germán, han procurado encontrar a Dios por tu medio, oh María, y se han salvado. Reflexiona Ricardo de San Lorenzo, que dice san Juan que María está coronada de doce estrellas (Ap 12,1), mientras que en el Cantar de los Cantares se dice que la Virgen se halla entre los leones y leopardos: "Ven del Líbano, esposa mía; ven del Líbano, ven y serás coronada... desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos" (Ct 4,8). Esto ¿cómo se entiende? Responde Ricardo que estas fieras son los pecadores que, con la ayuda e intercesión de María se transforman en estrellas del paraíso, que van mejor como una corona de esta Reina de misericordia, que todas las estrellas del firmamento. La sierva del Señor sor Serafina de Capri, mientras rezaba a la Santísima Virgen un día de la novena de la Asunción, le pidió la conversión de mil pecadores; mas temiendo que su petición fuera excesiva, se le apareció la Virgen y le quitó ese vano temor diciéndole: "¿Por qué temes? ¿Es que no soy tan poderosa como para obtener de mi Hijo la salvación de mil pecadores? Mira como ya te lo he conseguido". Y la llevó en espíritu al paraíso, donde le mostró innumerables almas de pecadores que habían merecido el infierno, pero que por su intercesión se habían salvado y gozaban de la felicidad eterna. Es verdad que mientras se vive en la tierra, nadie puede estar absolutamente seguro de su eterna salvación. A la pregunta de David a Dios: "Señor ¿quién habitará en tu santo monte?" (Sal 14,1), responde san Buenaventura: "Sigamos, pecadores, las huellas de María, y postrémonos a sus sagradas plantas. Y abracémonos a ella hasta lograr merecer que nos bendiga". Y es que su bendición nos asegura el paraíso. "Basta, Señora, dice san Anselmo, que quieras salvarnos y nos salvaremos". Afirma san Antonio que las almas protegidas por María, se salvan necesariamente. Con razón predijo la Santísima Virgen, dice san Ildefonso, que todas las generaciones la llamarían bienaventurada (Lc 1,48), pues todos los elegidos obtienen la beatitud eterna por medio de María. Tu, oh Madre sublime, eres el principio, el medio y el fin de nuestra felicidad, dice san Metodio: Principio, porque María nos obtiene el perdón de los pecados; medio, porque nos obtiene la perseverancia en la gracia de Dios; y fin, porque ella finalmente, nos obtiene el paraíso. Por ti, sigue diciendo san Bernardo, se han abierto los cielos y se han vaciado los infiernos; por ti se ha restaurado el paraíso; por ti, en fin, se les ha dado la vida eterna a tantos que habían merecido la muerte eterna. Debe anirmarnos a esperar con toda seguridad el paraíso, la hermosa promesa que hace la misma Virgen María a los que la honran y de modo especial a los que con la palabra y el ejemplo procuran darla a conocer y hacerla honrar de los demás. "Los que se guían por mí, no pecarán; los que me esclarecen, tendrán la vida eterna" (Ecclo 24,30-31). ¡Felices, dice san Buenaventura, los que conquistan el favor de María! Estos serán ya desde ahora, reconocidos por los bienaventurados como sus compañeros; y el que lleva el emblema de siervo de María, está ya registrado en el libro de la vida. ¿De qué sirve el inquietarse con las sentencias de las Escuelas sobre si la predestinación a la gloria es anterior o posterior a la previsión de los méritos? ¿Sobre si estamos o no inscritos en el libro de la vida? Si somos verdaderos siervos de María y contamos con su protección, de verdad que somos de los inscritos; porque, como dice san Juan Damasceno, Dios no concede la devoción a su Santísima Madre, sino a los que quiere salvar. Esto es lo que Dios mismo reveló por medio de san Juan: "Al vencedor le pondré de columna en el santuario de mi Dios, y ya no saldrá jamás fuera; y grabaré en él el nombre de mi Dios y el de la Ciudad de mi Dios" (Ap 3,12). ¿Quién es esta ciudad de Dios sino María, como explica san Gregorio, recordando el texto de David: "Gloriosas cosas se han dicho de ti, ciudad de Dios" (Sal 86,3)? Bien podemos decir con san Pablo: "Marcados con este sello, el Señor conoce a los que son suyos" (2Tm 2,19). Quien lleva esta señal, la de ser devoto de María, es reconocido por Dios como suyo. Por lo que escribe Pelbarto que la devoción a la Madre de Dios es señal ciertísima de que se ha de conseguir la eterna salvación. Y el B. Alano, hablando del Ave María, dice que quien con frecuencia honra a la Virgen con el saludo del Angel, tiene un indicio muy grande de que se ha de salvar. Con más razón lo dice del rezo diario del santo Rosario: "Si saludas con perseverancia a la Santísima Virgen con el santo Rosario, tienes con ello un indicio sumamente grande de que vas a conseguir la eterna salvación". Dice el P. Nieremberg en su libro del Amor y Afición a María, que los devotos de la Madre de Dios, no sólo son los más favorecidos y privilegiados por ella, sino que, también en el cielo serán mucho más ensalzados. Y añade que en el cielo tendrán alguna señal más particular y muy distinguida por la cual serán reconocidos como íntimos de la Virgen y de su cortejo especial, conforme al dicho de los Proverbios: "Todos los de su casa visten doble vestido" (Pr 31,21). Santa María Magdalena de Pazzi vio en medio del mar una nave en que iban todos los devotos de María, y ella, como seguro piloto la conducía en derechura al puerto. Con lo cual entendió la santa que, quienes viven bajo la protección de María, aún en medio de todos los peligros de la vida, se libran del naufragio del pecado y de la condenación, porque son guiados por ella al puerto del paraíso. Entremos en esta nave, cobijados bajo el manto de María, y estemos así seguros de alcanzar el reino bienaventurado como le canta la Iglesia: "En ti moran todos los bienaventurados, Santa Madre de Dios". Todos los que han de participar de los gozos eternos habitan en ti, viviendo bajo tu protección. 


San Alfonso María de Ligorio, "Las Glorias de María"

miércoles, 18 de enero de 2012

María en los Últimos Tiempos de la Iglesia


María en los últimos tiempos de la Iglesia

 



a. María y los últimos tiempos. 

49. La salvación del mundo comenzó por medio de María y por medio de Ella debe consumarse. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres poco instruidos e iluminados aún cerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de la verdad aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como habría ocurrido seguramente, si Ella hubiera sido conocida, a causa de los admirables encantos que el Altísimo le había concedido aún en su exterior. Tan cierto es esto que San Dionisio Areopagita escribe que cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad, a causa de sus secretos encantos e incomparable belleza, si la fe en la que se hallaba bien cimentado no le hubiera enseñado lo contrario.

Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. Pues ya no valen los motivos que movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida y manifestarla sólo parcialmente aun después de la predicación del Evangelio.


50. Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos.

a . porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó más baja que el polvo por su profunda humildad, habiendo alcanzado de Dios, de los Apóstoles y Evangelistas que no la dieran a conocer.

b. porque Ella es la obra maestra de las manos de Dios, tanto en el orden de la gracia como en el de la gloria y El quiere ser glorificado y alabado en la tierra por los hombres.

c. porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea.

d. porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente.

e. porque Ella es el medio seguro y el camino directo e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarlo perfectamente. Por ella deben resplandecer en santidad. Quien halla a María, halla la vida, es decir, a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Ahora bien, no se puede hallar a María sino se la busca, ni buscarla si no se la conoce, pues no se busca ni desea lo que no se conoce. Es, por tanto, necesario que María sea mejor conocida que nunca, para mayor conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad.

f. porque María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia:

· en misericordia, para recoger y acoger amorosamente a los pobres pecadores y a los extraviados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica;

· en poder, contra los enemigos de Dios, los idólatras, cismáticos, mahometanos, judíos e impíos endurecidos que se rebelarán terriblemente para seducir y hacer caer, con promesas y amenazas, a cuantos se les opongan,

· en gracia, finalmente, para animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo, que combatirán por los intereses del Señor,

g. por último, porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces "como un ejército en orden de batalla" sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará a en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.

b. María y la lucha final.

51. A estas últimas y crueles persecuciones de Satanás, que aumentarán de día en día hasta que llegue el anticristo, debe referirse sobre todo aquella primera y célebre predicación y maldición lanzada por Dios contra la serpiente en el paraíso terrestre. Nos parece oportuno explicarla aquí, para la gloria de la Santísima Virgen, salvación de sus hijos y confusión de los demonios:


"Haré que haya enemistad entre ti y la mujer,

entre tu descendencia y la suya,

ésta te pisará la cabeza

mientras tú te abalanzarás sobre tu talón".

52. Dios ha hecho y preparado una sola e irreconciliable enemistad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo más terrible que Dios ha suscitado como Satanás es María, su Santísima Madre. Ya desde el paraíso terrenal aunque María sólo estaba entonces en la mente divina le inspiró tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, le dio tanta sagacidad para descubrir la malicia de esa antigua serpiente y tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que el diablo la teme no sólo más que a todos los ángeles y hombres, sino en cierto modo más que al mismo Dios.

No ya porque la ira, odio y poder divinos no sean infinitamente mayores que los de la Santísima Virgen, cuyas perfecciones son limitadas, sino:

a. porque Satanás, que es tan orgulloso sufre infinitamente más al verse vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios y la humildad de la Virgen lo humilla más que el poder divino;

 

b. porque Dios ha concedido a María un poder tan grande contra los demonios que como a pesar suyo se han visto muchas veces obligados a confesarlo por boca de los posesos tienen más miedo a un solo suspiro de María a favor de una persona, que a las oraciones de todos los santos y a una sola amenaza suya contra ellos más que a todos los demás tormentos.

53. Lo que Lucifer perdió por orgullo, lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia, lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor.

54. Dios nos puso solamente una enemistad, sino enemistades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también entre la descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir: Dios puso enemistades, antipatías y los odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima. Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden amarse ni entenderse unos a otros.

Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los amigos de este mundo de pecado ¡todo viene a ser lo mismo! han perseguido siempre y perseguirán más que nunca de hoy en adelante a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen, como en otro tiempo Caín y Esaú figuras de los réprobos persiguieron a sus hermanos Abel y Jacob figuras de los predestinados.

Pero la humilde María triunfará siempre sobre aquel orgulloso y con victoria tan completa que llegará a aplastarle la cabeza, donde reside su orgullo. ¡María descubrirá siempre su malicia de serpiente, manifestará sus tramas infernales, desvanecerá sus planes diabólicos y defenderá hasta el fin a sus servidores de aquellas garras mortíferas!

El poder de María sobre todos los demonios resplandecerá, sin embargo, de modo particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y oprimidos como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero, en cambio, serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá con abundancia, grandes y elevados en santidad delante de Dios, superiores a cualquier otra creatura por su celo ardoroso; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino que, con la humildad de su calcañar y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo.

c. María y los apóstoles de los últimos tiempos

55. Si, Dios quiere que su Madre Santísima, sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que sucederá sin duda, si los predestinados, con la gracia y luz del Espíritu Santo, entran y penetran en la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a manifestarles en seguida.

Entonces verán, en cuanto lo permita la fe, a esta hermosa estrella del mar y, guiados por Ella, llegará a puerto seguro, a pesar de las tempestades y de los piratas.

Entonces conocerán las grandezas de esta Soberana y se consagrarán enteramente a su servicio como súbditos y esclavos de amor.

Entonces saborearán sus dulzuras y bondades maternales y la amarán tiernamente como sus hijos predilectos.

Entonces experimentarán las misericordias en que Ella reboza y la necesidad en que están de su socorro, recurrirán en todo a Ella, como a su querida Abogada y Medianera ante Jesucristo.

Entonces sabrán que María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar hasta Jesucristo y se consagrarán a Ella en cuerpo y alma sin reserva alguna, para pertenecer del mismo modo a Jesucristo.

56. Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido, ministros del Señor, que prenderán por todas partes el fuego del amor divino.

Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en mano de un valiente.

Serán hijos de Levi, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el fuego del amor, el incienso de la oración en el espíritu y en el cuerpo la mirra de la mortificación.

Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.

57. Serán nubes tronales y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el mundo del pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces y con la espada de dos filos de la palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.

58. Serán los apóstoles auténticos de los últimos tiempos. A quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.

Dormirán sin oro ni plata y lo que más cuenta sin preocupaciones en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos. Tendrán sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y no dejarán en pos de sí en los lugares en donde prediquen sino el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda ley.

59. Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminando sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas, sin dar oídos ni escuchar ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte ensangrentado de la cruz, en la mano derecha el crucifijo, el Rosario en la izquierda, los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.

Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero, ¿cuándo y cómo sucederá esto?... ¡Sólo Dios lo sabe! A nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar:

"Yo esperaba con ansia".









Tratado de la Verdadera Devoción a María, Part I, C. 3; San Luis María Grignion de Montfort


 

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Cómo se Perdona el Pecado Venial



EL PECADO VENIAL SE PERDONA POR ESTAS NUEVE COSAS

1.ª Por oír Misa con devoción.


2.ª Por comulgar dignamente.


3.ª Por oír la palabra de Dios.


4.ª Por bendición episcopal.


5.ª Por decir el Padre nuestro.


6.ª Por la Confesión general.


7.ª Por agua bendita.


8.ª Por pan bendito.


9.ª Por golpes de pecho.


¡TODO ESTO HECHO CON DEVOCIÓN!



lunes, 21 de noviembre de 2011

No Podemos entrar al Cielo sin ser Santos




NO PODEMOS ENTRAR AL CIELO SIN SER SANTOS


Toda persona que está en el Cielo es SANTA. Hay distintas moradas, de acuerdo a los distintos premios y recompensas. Pero aún el más pequeño en el Cielo, es un SANTO. No podemos entrar el cielo sin ser santos. Y esto es porque el Cielo es el lugar más excelso y el más sagrado.

Quien quiera entrar al Cielo deberá oir la Voz de Cristo: "El que es de Dios, escucha la Palabra de Dios" (Jn. 8, 47) porque el Redentor nos dice: "Todo el que es de la Verdad escucha mi Voz" (Jn. 18, 37). ¿Y qué nos dice esa Verdad? Lo único necesario para salvarnos, para llegar a nuestra meta; nos comunica lo que debemos hacer, la única oportunidad que existe en esta vida, para volver al Dios que nos hizo: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1, 16). Para ser santo se debe ser justo; para ser justo "Creer y Bautizarse": "Jesús respondió: "En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. (Jn. 3, 5); y creyendo, obrar y manifestarse según la fe: "La Fe sin las Obras está muerta" (Sant. 2, 26).


Sólo esto necesitamos para salvarnos, ser santos; sólo esto para ser santos, salvarnos: "Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt. 11, 30)


Por eso ningún pecado entrará en el Cielo: “No entrará en ella (La Nueva Jerusalén) ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21, 27). Sin buscar la verdadera paz de Cristo y la santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12, 14). El Cielo es puro. La morada de Dios es eternamente santa.


Es por eso que los verdaderos católicos (que guardaron las enseñanzas de las Íntegras Sagradas Escrituras, de la Unánime Tradición Apostólica y del Verdadero Magisterio Infalible), si salen de este mundo con un solo pecado mortal, no podrán salvarse. Se perderán para siempre en el Infierno. Y si tuvieran pecados veniales, si es que en su multitud y reicidencia no se volvieron mortales, deberán ser aniquilados con el fuego lento del Purgatorio.


¿Cuánto te falta a ti para alcanzar y mantener la santidad?

Cuantas lágrimas, persecuciones y pesares te faltan en esta vida para ser santo, así habrás de padecerlas con muchísmo mayor sufrimiento entre las llamas infernales del Purgatorio.


San José, Patrono de la Santa Iglesia, nos conserve puros en la Fe y en el Obrar, y nos guarde ese día para gozar eternamente de su Divino Hijo adoptivo.


LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...