Y DESPUÉS DE ESTE DESTIERRO
MUÉSTRANOS A JESÚS,
FRUTO BENDITO DE TU VIENTRE
María libra a sus devotos de caer en el infierno
El devoto de María que fielmente se encomienda a ella y le obsequia, no puede condenarse. Esta proposición, a alguno le puede parecer muy avanzada, pero a éste le rogaría que, antes de rechazarla, leyera antes lo que enseguida diré sobre este punto.
Al decir que un devoto de nuestra Señora no puede condenarse excluimos a los falsos devotos que abusan de su pretendida devoción para pecar más impunemente. Así que algunos, injustamente, desaprueban el ensalzar tanto la piedad de María con los pecadores, diciendo que así, éstos, luego abusan para pecar más. Semejantes presuntuosos, por su temeraria confianza, merecen castigo, no misericordia. Por tanto, ha de entenderse de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar a la Madre de Dios y encomendarse a ella. Y digo que éstos es moralmente imposible que se pierdan. Veo que esto también lo ha dicho el P. Crasset en su obra sobre la devoción a la Virgen María; y antes de él, Vega en su Teología Mariana, Mendoza y otros teólogos. Y para comprender que éstos no han hablado a la ligera, veamos lo que han dicho los doctores y los santos. No hay que extrañarse de que cite testimonios tan parecidos unos a otros pues he querido anotarlos todos para demostrar cuán concordes están sobre esto.
Dice san Anselmo que, como el que no es devoto de María y no está protegido por ella es imposible que se salve, así es imposible que se condene quien se encomienda a la Virgen y es mirado por ella con amor. Lo mismo afirma San Antonio con similares palabras: "Como es imposible que se salve aquél de quien María aparte los ojos de su misericordia, así es necesario que se salven y vayan a la gloria aquellos hacia los que vuelve sus ojos rogando por ellos".
Pero téngase en cuenta la primera parte de la proposición de estos santos, y tiemblen los que abandonan o menosprecian la devoción a esta divina Madre. Dicen que es imposible que se salven aquellos que no son protegidos de María. Esto lo afirman otros, como san Alberto Magno: "Todos, absolutamente todos los que no son tus siervos, se pierden necesariamente", dice san Buenaventura: "El que la desprecie, morirá en sus pecados". Y en otro lugar: "El que no te invoca en esta vida, no llegará al reino de Dios". Y en el salmo 99 llega a decir que no sólo no se salvará, sino que no existe ninguna esperanza de salvación para aquellos de los que María aparta el rostro. Antes lo había dicho san Ignacio mártir afirmando que no puede salvarse un pecador, sino por medio de la Santísima Virgen, la cual, por el contrario, salva con su piadosa intercesión a muchos que, conforme a la justicia divina merecían ser condenados. Algunos dudan si esta sentencia es de san Ignacio mártir, pero, según el P. Crasset, sí lo ha dicho san Juan Crisóstomo; y también lo afirma el abad de Celles. En este sentido aplica la Iglesia a María las palabras de los Proverbios "Los que me aborrecen, aman la muerte" (Pr 8,36). Todos los que no me quieren, desean la muerte eterna. Porque, como dice Ricardo de San Lorenzo comentando las palabras "viene a ser como nave de mercader" (Pr 31,14), se verán anegados en el mar de este mundo, todos los que se encuentren fuera de esta nave. Hasta el hereje Ecolampadio consideraba señal cierta de reprobación, la poca devoción de algunos hacia la Madre de Dios, por lo que decía: "Nunca se oirá de mí que estoy contra María, pues considero señal de condenación no tenerle afecto a ella".
Por el contrario, dice María: "El que me oye, no se verá confundido" (Ecclo 24,30): El que recurre a mí, y escucha lo que le digo, no se perderá. De ahí que le dijera san Buenaventura: "Señora, el que se preocupa de obsequiarte, está muy lejos de la condenación". "Y esto -dice san Hilario- aunque en lo pasado se le hubiera ofendido mucho a Dios".
Por eso el demonio se afana en que los pecadores, después de haber perdido la gracia divina, pierdan además la devoción a María. Sara, viendo a Isaac que jugaba con Ismael quien le enseñaba malas costumbres, dijo a Abrahán que lo echara de casa, y que echara también a su madre Agar: "Despacha a la esclava con su Hijo" (Gn 21,10). No se contentaba con que saliera sólo el hijo si no marcha la madre, pensando que, de otro modo, volviendo el hijo a ver a la madre, hubiera vuelto a frecuentar la vivienda. Así el demonio no se contenta con que un alma se aparte de Cristo si no se desentiende también de la Madre. De otra manera, teme que la Madre vuelva a introducir al Hijo en esa alma. Y lo teme con toda razón, porque, como dice el docto P. Paciuchelli, el que es fiel en obsequiar a la Madre de Dios, pronto lo recibirá por medio de María. Por lo que, con razón san Efrén llama a la devoción a María "Carta de libertad", salvoconducto para el cielo y no ser relegado al infierno. Y llamaba a la Madre de Dios "Patrocinadora de los condenados", siendo cierto, como lo es, lo que dice san Bernardo, que a María no le falta ni poder ni voluntad de salvar. No le falta poder porque sus plegarias no pueden dejar de ser oídas, como afirma san Antonio. Y san Bernardo dice que sus plegarias no pueden quedar baldías, sino que obtienen cuanto quieren: "Encuentra lo que quiere y no puede quedar decepcionada". No le falta voluntad de salvarnos, porque más desea nuestra salvación de lo que nosotros la deseamos. Siendo esto verdad ¿cómo puede suceder que se pierda un devoto de María? Puede que sea pecador, pero si se encomienda a esta buena Madre con perseverancia y voluntad de enmendarse, ella se cuidará de conseguirle luz para salir de su mal estado, dolor de sus pecados, perseverancia en el bien y una santa muerte. ¿Qué madre, pudiendo con sus plegarias ante el juez, librar a su hijo de la muerte, no lo haría? Y ¿podremos pensar que María, madre la más amorosa que pueda encontrarse para con sus devotos, pudiendo librar a un hijo de la muerte eterna, deje de hacerlo?
Devoto lector, demos gracias al Señor si vemos que Dios nos ha dado amor y confianza para con la Reina del cielo, porque Dios -dice san Juan Damasceno- otorga esta gracia a los que quiere salvar. Con estas hermosas palabras reaviva el santo nuestra confianza: "Madre de Dios, si yo pongo mi confianza en ti, me salvaré. Si estoy bajo tu protección, no tengo que temer nada, porque ser tu devoto es poseer las armas con que se consigue la salvación que Dios concede a los elegidos". Erasmo saludaba a la Virgen diciendo: "Dios te salve, terror del infierno y esperanza de los cristianos; esperar en ti es tener segura la salvación".
¡Cuánto enfurece al demonio ver a un alma que persevera en la devoción a la Madre de Dios! Se lee en la vida del P. Alfonso Alvarez, muy devoto de María, que estando en oración y muy angustiado por las tentaciones impuras con que le acosaba el demonio, éste le dijo: "Deja esa devoción a María y yo dejaré de tentarte".
Reveló Dios a santa Catalina de Siena, como refiere Blosio, que él, por su bondad, le había concedido a María, en atención a su divino Hijo, que ninguno, aunque fuera pecador, si se encomienda a ella devotamente, llegue a condenarse. También el profeta David pedía ser librado del infierno por el amor que tenía al honor de María: "Amé, Señor, el decoro de tu casa... no pierdas mi alma con los impios" (Sal 25,8-9). Dice "el decoro de tu casa", porque María fue aquella casa que Dios se fabricó en la tierra para su morada y para encontrar en ella su reposo al hacerse hombre, como está escrito en los Proverbios: "La Sabiduría se edificó para sí una casa" (Pr 9,1). "No, cierto que no se perderá -decía san Ignacio mártir- el que se preocupa de ser devoto de esta Virgen Madre". Y lo confirma san Buenaventura diciendo: "Señora, los que te aman gozan de gran paz en esta vida y en la otra no verán jamás la muerte". "Jamás se ha dado ni se dará el caso -asegura el devoto Blosio- de que un humilde y devoto siervo de María, se pierda para siempre".
¡Cuántos se habrían condenado eternamente o quedado obstinados en el mal, si María no hubiera intercedido ante su Hijo para que tuviera misericordia con ellos! Así lo dice Tomás de Kempis, y es el parecer de muchos teólogos, sobre todo de santo Tomás, el que a personas aparentemente muertas en pecado mortal, la Madre de Dios les obtuviera del Señor que suspendiera la sentencia y revivieran para hacer penitencia. Sobre esto refieren graves autores, no pocos ejemplos. Entre otros, Flodoardo, que vivió en el siglo noveno, narra en su Crónica de un diácono llamado Adelmano, el cual, creyéndole muerto, mientras estaban ya para enterrarlo, revivió; y dijo que había visto el lugar del infierno donde debía estar condenado, pero que, gracias a las plegarias de la Santísima Virgen, había vuelto a la vida para tener tiempo de hacer penitencia. Surio también refiere de un ciudadano romano llamado Andrés, que había muerto, al parecer, impenitente, y al que María le había obtenido poder revivir para poder ser perdonado. También cuenta Pelbarto que en su tiempo, cuando el emperador Segismundo atravesaba los Alpes con su ejército, se oyó la voz de un soldado que estaba esquelético, y que pedía confesión, diciendo que la Madre de Dios, de quien había sido devoto, le había obtenido la gracia de poder vivir en aquel estado hasta que se confesase; y una vez que se hubo confesado, expiró. Estos y otros ejemplos, no han de servir para animar a ningún temerario a vivir en pecado, con la esperanza de que María lo librará del infierno en el último momento; pues, como sería gran locura tirarse a un pozo con la esperanza de que María lo preservara de la muerte, como ha salvado a otros en semejante situación, así mayor locura sería arriesgarse a llegar a la hora de la muerte en pecado con la pretensión de que la Virgen lo librase del infierno. Pero esos ejemplos, que sirvan para reavivar nuestra confianza pensando que, si la intercesión de esta Madre divina ha podido librar del infierno aun a aquellos que parecían haber muerto en pecado, cuánto más será poderosa para impedir que caigan en el infierno los que durante su vida recurren a ella con intención de enmendarse, y fielmente la sirven.
Digamos, pues, con san Germán: "¿Qué sería de nosotros, pobres pecadores, pero que queremos enmendarnos y recurrimos a ti, sin tu ayuda, pues eres la vida y la respiración de los cristianos?" Oigamos a san Anselmo que dice: "No se condenará aquel por quien María haya orado una sola vez". Dice que no se condenará aquel por quien hayas interpuesto tus plegarias, aunque sea una sola vez; ruega pues por nosotros, y nos veremos libres del infierno. ¿Quién me dirá que, al presentarme al divino tribunal, no tendré favorable al juez, si tengo para defender mi causa a la Madre de la misericordia? Así lo expresa Ricardo de San Victor. El B. Enrique Susón declaraba que había puesto su alma en manos de María; y decía que si el juez hubiera querido condenarlo, deseaba que la sentencia se ejecutase por manos de María, seguro de que una vez en manos de la Virgen piadosa, ella misma impediría su ejecución. Lo mismo digo y espero para mí, mi Santísima Reina. Por esto quiero siempre suplicarte con san Buenaventura: "En ti, Señora, esperé, no seré para siempre confundido". Señora, yo he puesto en ti toda mi esperanza; por eso tengo la firme seguridad de no verme condenado, sino encontrarme a salvo en el cielo alabándote y amándote siempre.
María socorre a sus devotos en el purgatorio
Muy felices son los devotos de nuestra piadosa Madre, pues no sólo son socorridos por ella en la tierra, sino que también los asiste y consuela con su protección en el purgatorio. Y necesitando tanto más alivio cuanto más padecen, sin poder valerse por sí mismos, mucho más se empeña en socorrerlas esta Madre misericordiosa. Dice san Bernardino de Siena que, en aquella cárcel de unas almas que son esposas de Jesucristo, María tiene como un cierto dominio y plenos poderes tanto para aliviar como para liberar de aquellas penas.
En cuanto a aliviar, dice el mismo santo comentando las palabras del Eclesiástico: "Me paseé sobre las olas del mar" (Ecclo 24,8): "Es decir, visitando y socorriendo en las necesidades y en los tormentos de mis devotos que son mis hijos". Dice el mismo santo que las penas del purgatorio son llamadas olas porque son transitorias, a diferencia de las del infierno que no pasan jamás. Y se llaman olas del mar, porque son penas muy amargas. Afligidos por estas penas, los devotos de María se ven constantemente visitados y socorridos por ella. Ved cuánto importa, dice Novarino, ser devoto de esta Señora tan buena, pues ella no sabe olvidarse de ellos cuando padecen en aquellas llamas. Y si María socorre a todas las almas del purgatorio, sin embargo sus mayores indulgencias y cuidados son para las que le son más devotas.
Reveló la Virgen María a santa Brígida lo siguiente: "Yo soy la Madre de todas las almas que estén en el purgatorio, y todas las penas que tienen que purgar por las faltas cometidas, constantemente son aliviadas y mitigadas por mis plegarias". Y no se desdeña esta piadosa Madre a las veces, hasta de hacerse presente en aquella santa prisión para visitar y consolar a sus hijas afligidas. "Yo me paseé por lo hondo del abismo" (Ecclo 24,5). A lo que hace san Buenaventura este comentario: "Abismo, es decir, el purgatorio, por el que se pasea María para aliviar con su presencia, ayudando a las almas santas". Dice san Vicente Ferrer: "¡Cuán buena se manifiesta María con los que están en el purgatorio, ya que por ella obtienen continuos refrigerios!"
Qué otra, sino María es su consoladora en medio de aquellas penas, y quién su socorro, sino esta Madre de misericordia? Santa Brígida oyó que Jesús decía a su Madre: "Tú eres mi Madre, tú la Madre misericordiosa, tú la consoladora de los que están en el purgatorio". Y la misma Virgen dijo a santa Brígida que como un enfermo, afligido y abandonado en su lecho, se siente reconfortado con cualquier palabra de consuelo, así aquellas almas se sienten aliviadas con solo oír su nombre. El solo nombre de María, nombre de esperanza y de salvación es el que constantemente invocan en aquella cárcel sus hijas queridas, siéndoles de gran consuelo. Y después, dice Novarino, la Madre amorosa, sintiéndose invocar por ellas, las une a sus plegarias ante Dios, con lo que socorre a aquellas almas, y así quedan como refrigeradas de sus grandes ardores, con celestial lluvia.
Pero María no solo consuela y socorre a sus devotos en el purgatorio, sino que también rompe sus cadenas y los libra con su intercesión. Desde el día de su gloriosa Asunción, en el que se cree que quedó vacía la cárcel del purgatorio, como dice Gersón y confirma Novarino, diciendo basarse en graves autores, día en que María al entrar en el paraíso, pidió a su Hijo poder llevar consigo todas las almas que estaban en el purgatorio, desde entonces, dice Gersón, María tiene el privilegio de librar a todos sus devotos, de aquellas penas. Y esto lo afirma sin titubeos san Bernardino de Siena, diciendo que la Santísima Virgen tiene la facultad, con sus ruegos y con la aplicación de sus méritos, de librar las almas del purgatorio y principalmente las de sus más devotos. Lo mismo dice Novarino, opinando que por los méritos de María, no solo se tornan más llevaderas las penas de aquellas almas, sino también más breves, abreviandose por su intercesión el tiempo de su purgatorio. Para lo cual, basta que ella lo pida.
Refiere san Pedro Damiano que una señora llamada Mazoria, ya difunta, se apareció a una comadre y le dijo que en el día de la Asunción ella había sido librada del purgatorio con un número de almas que superaban a la población de Roma. San Dionisio Cartujano afirma que lo mismo sucede en la festividad de la Navidad y de la Resurrección de Jesucristo, diciendo que en esas fiestas, María se presenta en el purgatorio acompañada de legiones de ángeles y que libra de aquellas penas a multitud de almas. Novarino dice que esto sucede igualmente en todas las fiestas solemnes de María.
Muy conocida es la promesa que María hizo al Papa Juan XXII, al que, apareciéndose le ordenó que hiciera saber a cuantos llevasen el santo escapulario del Carmen que, en el sabado siguiente a su muerte, serían librados del purgatorio. El mismo Papa, como refiere el P. Crasset, lo declaró en la bula que publicó y que luego fue confirmada por Alejandro V, Clemente VII, Pío V, Gregorio XII y Pablo V, el cual, en una bula de 1612 declara: "El pueblo cristiano puede piadosamente creer que la Santísima Virgen ayudará con su continua intercesión, y con sus méritos y protección especial, después de la muerte, y principalmente en el día de sabado -consagrado por la Iglesia a la misma Virgen María- a las almas de los hermanos de la Cofradía de Santa María del monte Carmelo, que hayan salido de este mundo en gracia, y hayan llevado su escapulario, observando castidad según su estado, y hayan rezado el Oficio Parvo de la Virgen, y si no han podido recitarlo, habiendo observado los ayunos de la Iglesia". Y en el Oficio Solemne de Santa María del Carmen se lee que se ha de creer piadosamente, que la Santísima Virgen consuela con amor de Madre a los cofrades del Carmen en el purgatorio, y con su intercesión los lleva pronto a la patria celestial.
Y ¿por qué no vamos a esperar también las mismas gracias y favores si somos devotos de esta buena Madre? Y si le servimos con muy especial amor ¿por qué no hemos de esperar también la gracia de que, al morir, entremos al instante en el paraíso sin pasar por el purgatorio? Esto es lo que la Santísima Virgen María mandó decir al B. Godofredo por medio de fray Abundio, con estas palabras: "Di a fray Godofredo que progrese en la virtud, que así será de mi Hijo y mío; y cuando su alma parta de su cuerpo, no dejaré que vaya al purgatorio, sino que la tomaré y la ofreceré a mi Hijo".
Y si queremos aliviar a las benditas almas del purgatorio, procuremos rogar por ellas a la Santísima Virgen, aplicando por ellas de modo especial el Santo Rosario que les servirá de gran alivio.
María conduce a sus siervos al paraíso
¡Qué preciosa señal de predestinación tienen los siervos de María! La Iglesia aplica a esta divina Madre, para consuelo de sus devotos, las palabras de la Sagrada Escritura: "En todos ellos busqué el reposo y moraré en la heredad del Señor" (Ecclo 24,11). Comenta el cardenal Hugo: "Bienaventurado aquel en quien descansa la Bienaventurada Virgen". María, por el amor que a todos profesa, busca que todos le tengan devoción. Muchos o no la reciben o no la conservan: Bienaventurado el que la recibe y la conserva. "Y moraré en la heredad del Señor". Es decir, añade el docto Paciuchelli, en los que son heredad del Señor. La devoción a la Santísima Virgen se da en los que son la heredad del Señor, o sea, en los que estarán en el cielo alabándola eternamente. Y sigue hablando María en el mismo libro: "El que me creó, descansó en mí tabernáculo; y me dijo: Habita en Jacob, y hereda en Israel, y pon tus raíces entre mis elegidos". Mi Creador se ha dignado venir a reposar en mi seno. El ha querido que yo habitase en el corazón de los elegidos, de quien fue figura Jacob, y que son la heredad de la Virgen, y ha dispuesto que en todos los predestinados estuviera enraizada la verdadera devoción hacia mí.
¡Cuántos que ahora son bienaventurados, no estarían en el cielo si la Virgen no los hubiera llevado allí! "Yo hice brillar en el cielo una luz indefectible". Comenta el cardenal Hugo atribuyendo estas palabras a María: "Yo hice resplandecer en el cielo tantas luminarias eternas cuantos son mis devotos". Y añade el mismo autor: "Muchos santos están en el cielo por su intecesión, que nunca allí hubieran llegado si no es por ella". Dice san Buenaventura que a todos los que confian en la protección de María, se les abrirán las puertas del cielo para recibirlos. Por lo que san Efrén llama a la devocion a María la entrada del paraíso. Y el devoto Blosio, hablando con la Virgen, le dice: "Señora, a ti te han entregado las llaves y los tesoros del reino bienaventurado". Por eso debemos rezarle continuamente con las palabras de san Ambrosio: "Abrenos, María, la puerta del paraíso, ya que tú conservas la llave", más aún, ya que tú eres la puerta como te llama la Iglesia: "Puerta del cielo".
Por eso, además, la excelsa Madre es llamada por la Iglesia estrella del mar: "Ave, maris stella". Porque así como los navegantes, dice santo Tomás, el Angélico, se orientan para llegar a puerto por medio de la estrella polar, así los cristianos se orientan para ir al paraíso por medio de María.
También, de modo semejante, la llama san Pedro Damiano "escala del cielo", porque, dice el santo, por medio de María, Dios ha descendido a la tierra para que por medio de ella los hombres merecieran subir de la tierra hacia el cielo. Y a tal fin, Señora, le dice san Atanasio, has sido colmada de gracia, para que fueras el camino real de nuestra salvación y la subida hacia la patria celestial. San Bernardo llama a la Virgen vehiculo que nos conduce al cielo. Y San Juan Geómetra la saluda así: "¡Salve, nobilísima carroza!", en la cual sus devotos son conducidos al paraíso. De ahí que exclame san Buenaventura: "¡Bienaventurados los que te conocen, Madre de Dios! Porque conocerte es el camino de la vida inmortal, y hablar de tus virtudes es la forma de llegar a la vida eterna".
Narran las crónicas franciscanas que fray León vio una escala roja, en lo alto de la cual estaba Jesucristo, y otra blanca al término de la cual estaba la Santa Madre. Y vio que algunos intentaban subir por la escala roja, subían algunos pedaños y rodaban abajo; volvían a intentarlo y volvían a caer. Se les exhortó a que intentaran subir por la escala blanca y, en efecto lo intentaron y subieron felizmente y con facilidad, porque la Virgen les ayudaba alargándoles la mano, y así llegaron seguros al paraíso. Pregunta san Dionisio Cartujano: "¿Quién se salvará? ¿Quién llegará a reinar en el cielo? Se salvan y reinan ciertamente en el cielo, responde él mismo, aquellos por los que esta Reina misericordiosa interponga sus plegarias". Esto lo afirma la misma Virgen María donde dice: "Por mi intercesión las almas reinan primero durante su vida en la tierra dominando sus pasiones, y después vienen a reinar eternamente en el cielo". Allí, dice san Agustín, todos son reyes: "Tantos reyes cuantos ciudadanos". María, en suma, dice Ricardo de San Lorenzo, es la soberana del paraíso, porque allí manda como quiere y allí introduce al que quiere. Por lo que, aplicándole las palabras sagradas: "En Jerusalén se halla mi poder" (Ecclo 24,11), añade: "Es decir, mandando lo que quiero e introduciendo en el cielo a los que quiero". Y siendo ella la Madre del Señor del paraíso, con razón dice Ruperto, es natural que ella sea la Señora del paraíso.
Esta divina Madre, con sus poderosas plegarias y ayudas, con toda facilidad nos conseguirá el paraíso, si no le ponemos obstaculo. Por lo cual, aquel que sirve a María y por el que intercede María, está tan seguro del paraíso como si ya estuviera en él. Servir a María, es ser de su corte, añade san Juan Damasceno, y es el honor más grande que podemos disfrutar; porque servir a María es ya reinar en el cielo, y vivir a sus órdenes es más que reinar. Por el contrario, los que no sirven a María no se salvarán; los que están privados de la ayuda de esta excelsa Madre, están abandonados del socorro de su Hijo y del de toda la corte celestial.
Sea por siempre alabada la bondad infinita de nuestro Dios, que ha dispuesto colocar en el cielo como nuestra abogada a María, para que ella, como madre del juez y madre de misericordia, con su intercesión absolutamente eficaz, trate el negocio de nuestra eterna salvación. El pensamiento es de san Bernardo: "Nuestra abogada nos precedió en la peregrinación, la cual, como madre del juez y madre de misericordia, tratará con súplicas eficaces el negocio de nuestra salvación". Y el monje Jacob, doctor entre los Padres Griegos, dice que Dios ha puesto a María como puente de salvación para que, permitiéndonos pasar sobre las olas del mundo, podamos llegar a la ribera feliz del paraíso. Por eso exclama san Buenaventura: "¡Oíd todos vosotros los que deseáis el paraíso: Servid y honrad a María y alcanzaréis con toda certeza, la vida eterna!"
Y no deben desconfiar de obtener el reino bienaventurado los que han merecido el infierno, si se dedican a servir con fidelidad a esta Reina. Cuántos pecadores, dice san Germán, han procurado encontrar a Dios por tu medio, oh María, y se han salvado. Reflexiona Ricardo de San Lorenzo, que dice san Juan que María está coronada de doce estrellas (Ap 12,1), mientras que en el Cantar de los Cantares se dice que la Virgen se halla entre los leones y leopardos: "Ven del Líbano, esposa mía; ven del Líbano, ven y serás coronada... desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos" (Ct 4,8). Esto ¿cómo se entiende? Responde Ricardo que estas fieras son los pecadores que, con la ayuda e intercesión de María se transforman en estrellas del paraíso, que van mejor como una corona de esta Reina de misericordia, que todas las estrellas del firmamento. La sierva del Señor sor Serafina de Capri, mientras rezaba a la Santísima Virgen un día de la novena de la Asunción, le pidió la conversión de mil pecadores; mas temiendo que su petición fuera excesiva, se le apareció la Virgen y le quitó ese vano temor diciéndole: "¿Por qué temes? ¿Es que no soy tan poderosa como para obtener de mi Hijo la salvación de mil pecadores? Mira como ya te lo he conseguido". Y la llevó en espíritu al paraíso, donde le mostró innumerables almas de pecadores que habían merecido el infierno, pero que por su intercesión se habían salvado y gozaban de la felicidad eterna.
Es verdad que mientras se vive en la tierra, nadie puede estar absolutamente seguro de su eterna salvación. A la pregunta de David a Dios: "Señor ¿quién habitará en tu santo monte?" (Sal 14,1), responde san Buenaventura: "Sigamos, pecadores, las huellas de María, y postrémonos a sus sagradas plantas. Y abracémonos a ella hasta lograr merecer que nos bendiga". Y es que su bendición nos asegura el paraíso. "Basta, Señora, dice san Anselmo, que quieras salvarnos y nos salvaremos". Afirma san Antonio que las almas protegidas por María, se salvan necesariamente.
Con razón predijo la Santísima Virgen, dice san Ildefonso, que todas las generaciones la llamarían bienaventurada (Lc 1,48), pues todos los elegidos obtienen la beatitud eterna por medio de María. Tu, oh Madre sublime, eres el principio, el medio y el fin de nuestra felicidad, dice san Metodio: Principio, porque María nos obtiene el perdón de los pecados; medio, porque nos obtiene la perseverancia en la gracia de Dios; y fin, porque ella finalmente, nos obtiene el paraíso. Por ti, sigue diciendo san Bernardo, se han abierto los cielos y se han vaciado los infiernos; por ti se ha restaurado el paraíso; por ti, en fin, se les ha dado la vida eterna a tantos que habían merecido la muerte eterna.
Debe anirmarnos a esperar con toda seguridad el paraíso, la hermosa promesa que hace la misma Virgen María a los que la honran y de modo especial a los que con la palabra y el ejemplo procuran darla a conocer y hacerla honrar de los demás. "Los que se guían por mí, no pecarán; los que me esclarecen, tendrán la vida eterna" (Ecclo 24,30-31). ¡Felices, dice san Buenaventura, los que conquistan el favor de María! Estos serán ya desde ahora, reconocidos por los bienaventurados como sus compañeros; y el que lleva el emblema de siervo de María, está ya registrado en el libro de la vida. ¿De qué sirve el inquietarse con las sentencias de las Escuelas sobre si la predestinación a la gloria es anterior o posterior a la previsión de los méritos? ¿Sobre si estamos o no inscritos en el libro de la vida? Si somos verdaderos siervos de María y contamos con su protección, de verdad que somos de los inscritos; porque, como dice san Juan Damasceno, Dios no concede la devoción a su Santísima Madre, sino a los que quiere salvar. Esto es lo que Dios mismo reveló por medio de san Juan: "Al vencedor le pondré de columna en el santuario de mi Dios, y ya no saldrá jamás fuera; y grabaré en él el nombre de mi Dios y el de la Ciudad de mi Dios" (Ap 3,12). ¿Quién es esta ciudad de Dios sino María, como explica san Gregorio, recordando el texto de David: "Gloriosas cosas se han dicho de ti, ciudad de Dios" (Sal 86,3)? Bien podemos decir con san Pablo: "Marcados con este sello, el Señor conoce a los que son suyos" (2Tm 2,19). Quien lleva esta señal, la de ser devoto de María, es reconocido por Dios como suyo. Por lo que escribe Pelbarto que la devoción a la Madre de Dios es señal ciertísima de que se ha de conseguir la eterna salvación. Y el B. Alano, hablando del Ave María, dice que quien con frecuencia honra a la Virgen con el saludo del Angel, tiene un indicio muy grande de que se ha de salvar. Con más razón lo dice del rezo diario del santo Rosario: "Si saludas con perseverancia a la Santísima Virgen con el santo Rosario, tienes con ello un indicio sumamente grande de que vas a conseguir la eterna salvación". Dice el P. Nieremberg en su libro del Amor y Afición a María, que los devotos de la Madre de Dios, no sólo son los más favorecidos y privilegiados por ella, sino que, también en el cielo serán mucho más ensalzados. Y añade que en el cielo tendrán alguna señal más particular y muy distinguida por la cual serán reconocidos como íntimos de la Virgen y de su cortejo especial, conforme al dicho de los Proverbios: "Todos los de su casa visten doble vestido" (Pr 31,21).
Santa María Magdalena de Pazzi vio en medio del mar una nave en que iban todos los devotos de María, y ella, como seguro piloto la conducía en derechura al puerto. Con lo cual entendió la santa que, quienes viven bajo la protección de María, aún en medio de todos los peligros de la vida, se libran del naufragio del pecado y de la condenación, porque son guiados por ella al puerto del paraíso.
Entremos en esta nave, cobijados bajo el manto de María, y estemos así seguros de alcanzar el reino bienaventurado como le canta la Iglesia: "En ti moran todos los bienaventurados, Santa Madre de Dios". Todos los que han de participar de los gozos eternos habitan en ti, viviendo bajo tu protección.
San Alfonso María de Ligorio, "Las Glorias de María"
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