San Víctor y sus compañeros, mártires.
(† 290.)
Al poco tiempo de haber mandado degollar a toda la legión Tebea, fue el emperador Maximiano a Marsella, donde había una iglesia numerosa y floreciente. A su llegada temblaron por su vida todos los fieles de la ciudad y se prepararon para el martirio. Durante esta general consternación un oficial cristiano, llamado Víctor, iba todas las noches de casa en casa a visitar a sus hermanos en Jesucristo para exhortarles al desprecio de la muerte, e inspirarles el deseo de la vida eterna. Habiendo sido sorprendido en una acción tan digna de un soldado de Cristo, fue conducido al tribunal de los prefectos Asterio y Eutiquio, que le representaron el peligro que corría, y cuan loco era de exponerse a perder el fruto de sus servicios y el favor del príncipe, por querer adorar a un hombre muerto. Contestó Víctor que renunciaba a todas las ventajas que no podía gozar sino renunciando a Jesucristo, Hijo eterno de Dios, que se había dignado hacerse hombre y que había resucitado después de muerto. Semejante respuesta excitó furiosos gritos de indignación, pero como el prisionero era persona ilustre, lo enviaron al emperador Maximiano, el cual, para torcer la constancia de Víctor lo hizo atar de pies y manos y mandó que lo paseasen por todas las calles de la ciudad, exponiéndolo así a los insultos del populacho. A la vuelta de este público desprecio, lo presentaron todo cubierto de sangre a los prefectos, y Asterio mandó que lo extendiesen sobre el caballete, donde los verdugos le atormentaron por largo espacio. Lo encerraron después en una lóbrega prisión, en la cual, a medianoche, lo visitó el Señor por el ministerio de sus ángeles. La cárcel se llenó de admirable claridad. El santo mártir cantaba con los espíritus celestiales las alabanzas del Señor. Tres soldados encargados de custodiarlo quedaron tan asombrados de lo que pasaba, que arrojándose a los pies de Víctor, le pidieron perdón y la gracia del bautismo. Se llamaban Longinos, Alejandro y Feliciano, los cuales fueron bautizados aquel día, y Víctor les sirvió de padrino. Al día siguiente, supo todo esto el emperador, y montado en cólera hizo trasladar los cuatro santos a la plaza pública, donde fueron cargados de injurias por la plebe soez y cortadas las cabezas de los tres centinelas. Tres días después llamó de nuevo el emperador a Víctor a su tribunal y le mandó adorar una estatua de Júpiter puesta sobre un altar, pero Víctor, lleno de fe en Jesucristo, dio un puntapié al altar, y lo derribó juntamente con el ídolo hecho pedazos. El tirano, para vengar a sus dioses, le hizo cortar el pie ordenando luego que metiesen al mártir debajo de la rueda de un molino. Y como a la primera vuelta el molino se descompusiese, sacaron de allí al santo y le cortaron la cabeza. Su cuerpo, junto con los cadáveres de Longinos, Alejandro y Feliciano, fueron arrojados al mar, pero los cristianos los encontraron sobre la orilla y les dieron honrosa sepultura.
Reflexión:
Se mostró san Víctor muy digno de su nombre, porque fue ilustre y glorioso vencedor de todos los poderes de la tierra y del infierno. Por esta causa triunfa ahora en el paraíso con todos los santos mártires a quienes animó a alcanzar también victoria de los tiranos y tormentos. Hagamos asimismo nosotros obras dignas del nombre que llevamos, imitando las virtudes del santo cuyo nombre nos pusieron en el bautismo, para que, así como ahora nos honramos con su nombre, participemos después de su eterna recompensa.
Oración:
Oh Dios, que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de los gloriosos mártires Víctor y sus compañeros, concédenos también la de gozar de tu eterna bienaventuranza en su santa compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Oración:
Oh Dios, que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de los gloriosos mártires Víctor y sus compañeros, concédenos también la de gozar de tu eterna bienaventuranza en su santa compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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