De la Locuacidad y del Silencio.
1. Ya hemos visto cuan peligroso es juzgar al prójimo y cómo este vicio alcanza aun a los de apariencia espiritual; aunque se puede agregar que ellos son juzgados y atormentados con su propia lengua. Ahora me resta decir que ella es la causa de este vicio y explicar rápidamente que por esa puerta es por donde entra y sale.
2. La locuacidad es la silla de la vanagloria, sobre la que ella se descubre y se muestra. Es la marca de la ignorancia, puerta de la calumnia, madre de la villanía, servidor de las mentiras, reina de la contrición, artífice de la pereza, destierro de la meditación y destrucción de la plegaria.
3. Por el contrario, el silencio es madre de la oración, reparo de la distracción, examen de los pensamientos, atalaya de enemigos, incentivo de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lágrimas, recordatorio de la muerte, pintor de tormentos, inquisidor del juicio divino, sostén de la santa tristeza, enemigo de la presunción, esposo de la quietud, adversario de la ambición, auxiliar de la sabiduría, obrero de la meditación, progreso secreto para un secreto acercamiento a Dios.
4. El que conoce sus pecados cuida su lengua, pero el charlatán aún no se conoce como debe.
5. El amante del silencio se acerca a Dios, y en lo secreto de su corazón reconoce Su luz.
6. El silencio de Jesús confundió a Pilatos: "La voz baja y humilde conforta el alma, mientras que la vanagloria la destruye."
7. San Pedro dijo una sola palabra, por la que luego lloró al recordar lo que está escrito: "Observaré mis caminos para no pecar con mi lengua" y "Caer por la propia lengua es como caer de lo alto."
8. No quiero detenerme mucho en este punto, aunque las artimañas de este vicio incitan a ello. Hablaba yo con un gran hombre (cuya opinión tenía mucho valor para mí) de la paz de la vida solitaria. La murmuración, me decía, conviene recordar que se engendra en el hábito de la charlatanería, o en la vanagloria, y finalmente en la gula, porque el mucho hablar siempre anda junto al mucho comer.
De allí que muchos que consiguieron refrenar su apetito, lograron también refrenar su lengua.
9. El que se ocupa de la muerte acorta las palabras; y aquél que alcanza la virtud de la aflicción del alma, huye de la murmuración como del fuego.
10. El que ama la soledad, permanece callado; pero aquel que se complace en el trato con los hombres, es sacado de su celda por su pasión.
11. El que ya sintió el ardor del fuego del Espíritu Santo, huye del trato de los hombres mundanos como la abeja del humo, pues como el humo daña a los insectos, asila compañía de los hombres es perjudicial al recogimiento. El agua de un río no corre derecho si no tiene un cauce por donde hacerlo ni riberas que lo detengan. Pocos hombres pueden sofrenar su lengua y afrontar a tan peligroso enemigo.
Undécimo Escalón, Santa Escala, 3 p; San Juan Clímaco
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