viernes, 25 de noviembre de 2011

LA SOLEDAD


LA SOLEDAD

(Estudio Bíblico de Cornelio A Lapide)

LOS SANTOS Y TODOS LOS GRANDES HOMBRES HAN AMADO Y PRACTICADO LA SOLEDAD

"Cuando David era todavía niño, dice San Crisóstomo, huía de las ciudades y de la muchedumbre, habitaba los desiertos, no tenía ninguna comunicación con el siglo, no ocupándose de comercio, ni de ventas, ni de compras; vivía en silencio en la soledad; y allí, como en un puerto tranquilo, reposando en paz en su aislamiento, guardaba su rebaño, meditaba sobre el reino de los Cielos, vencía y mataba osos y leones que querían arrojarse sobre sus ovejas, y los abatía, no con la fuerza de su cuerpo, sino con la virtud de su fe, que sacaba de la soledad". (Homil. ad pop.).

Según la Sagrada Escritura, "Judith tenía en lo más alto de su casa un cuarto secreto para ella, donde permanecía encerrada con sus fieles criadas" (Judith 8, 5)

La Iglesia canta la siguiente estrofa en honor de San Juan Bautista, que tanto amaba la soledad:

"Antra deserti, teneris sub annis,
Civium turmas fugiens, petisti;
Ne levi saltem maculare vitam
Famine posses".

San Juan se retiró a la soledad a fin de que, a ejemplo de Moisés y de Elías, imitase el espíritu y la virtud de Jesucristo.

Los hombres piadosos y contemplativos han deseado, amado y buscado siempre la soledad.

"Los más más grandes Santos, dice la Imitación de Cristo, han evitado siempre, en lo posible, el comercio de los hombres, y han elegido la soledad para vivir de Dios y por Dios". (Lib. I, c. XX, n. 1)

Así como la tierra oculta el oro en sus entrañas, así como el mar esconde las perlas, y el suelo cubre las raíces de los árboles, la virtud de los humildes y de los Santos está siempre escondida en este mundo.

El mismo Jesucristo obra secretamente con su gracia y sus dones.

La vida de los anacoretas y de los ermitaños ha sido una vida oculta en la soledad. El mismo Salmista lo dice: "He huido, me he alejado, he establecido mi morada en la soledad" "Gran rey, ¿por qué os alejáis? ¿por qué huís y buscais la soledad?" "Porque he visto en el mundo la violencia y la discordia; la iniquidad mora en él. El crimen habita en sus plazas públicas". (S. 54, 8-12)

Escribe San Jerónimo a Rústico: "Mirad vuestra celda como un Paraíso; para mí la ciudad es una cárcel, y la soledad la mansión del Paraíso".

Y el Apocalipsis relata: "Se dieron dos alas a la mujer que el dragón perseguía, para que volase al desierto, lejos de la presencia de la serpiente" (Apoc. 12, 14)

San Nilo, discípulo de San Crisóstomo, dice: "El que ama la soledad es invulnerable a los dardos de sus enemigos: pero el que se mezcla con la muchedumbre recibirá frecuentes y crueles heridas". (In. Vit. Patr.).

Dijo Rahab a los enviados de Josué: "Id hacia las montañas, para que los que vuelvan no os encuentren, y escondeos allí hasta que se vuelvan, y luego continuaréis vuestro camino". (Josué 2, 16)

"Colocaré mi tabernáculo en medio de vosotros, dice el Señor; marcharé en medio de vosotros; seré vuestro Dios, y seréis mi pueblo" (Lev. 26, 11-12)

"Por cuya razón abandonad el bullicio del mundo, y separaos, dice el Señor, y no toquéis lo que es impuro. Y os recibiré, y seré vuestro Padre, y seréis hijos míos e hijas mías, dice el Señor omnipotente" (2 Cor. 6, 17-18)

¡Cuántas gracias y favores especiales y abundantes promete y concede el Señor a las almas elegidas y privilegiadas que abandonan el mundo para retirarse a la soledad!

San Jerónimo: "La soledad es la forma y la regla de la sabiduría; la soledad es por sí misma una predicación de la virtud; el apartarse del mundo es disponerse para ir al Cielo". (Ad Theorasiam.)

¡Oh dichosa soledad! Tú eres la escuela del Paraíso. Dios dice por medio de Oseas: "Conduciré esta alma a la soledad, y hablaré a su corazón" (Oseas 2, 14)

"Colocaré el verdadero camino en la soledad" (Is. 43, 19)

"Estará sentado solitario, y se callará, porque Dios le ha elevado hasta sí", dice Jeremías (Lament. 3, 28)

San Bernardo exclama: "Oh alma santa, estáte sola, consérvate para el Dios que para sí te ha elegido" (Serm. 40, in Cant.)

Y añade San Bernardo: "La soledad es la muralla y el antemuro de las virtudes. Creed en mi experiencia, aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os instruirán, os enseñarán lo que no pueden enseñaros vuestros maestros" (Ut supra.)

No sólo quita la soledad la ocasión de pecar, sino que eleva el alma a Dios...

Dice San Basilio: "El que te habita, oh soledad, se eleva sobre sí mismo, porque teniendo el alma hambre de Dios, se pone sobre todo lo que es de la tierra; está suspendida en la fortaleza de la contemplación, y separada del mundo, vuela hacia el Cielo, y esforzándose para ver lo que es superior a todo, desprecia todo lo demás" (Tract. de Laude vitae solitariae)

Y exlama Musio Cornelio: "¡Oh dichosa soledad, oh única bienaventuranza que disfrutan los que te aman! ¡Cuán dichosas son las almas privilegiadas y cándidas que vuelan a tus brazos y se alejan de este mundo, que no es más que perfidia!" (In Laudem vitae solitariae)


MOTIVOS QUE OBLIGAN A BUSCAR LA SOLEDAD Y A AMARLA

"Se oye la voz que clama en el desierto", dice Isaías: "Preparad el camino del Señor, rectificad en la soledad sus senderos. Levántense los valles, allánense los montes y collados y corríjase la aspereza de los caminos. Una voz me ordena que clame. Y dije: ¿Qué he de clamar? Toda carne no es más que heno, y toda su gloria es como flor del campo. El Señor sopló, y se secó la yerba del campo, y cayó la flor. Sí, los pueblos son como la yerba del prado. La yerba se marchita, y la flor cae" (Is. 40, 3-4, 6-8)

"Retiraos, retiraos" dice el Señor por medio de Isaías; "salid, no toquéis nada impuro. Purificaos, vosotros que lleváis los vasos del Señor. El Señor os precederá" (Is. 52, 11-12)

Exclama Jeremías: "¿Quién me dará en el desierto una cabaña de viajero, y abandonaré a este pueblo, y me retiraré lejos de él, ya que todos son prevaricadores?" (Jer. 9, 2)

Dice San Bernardo: "Huid del público, huid de vuestros allegados; alejaos de vuestros amigos y de vuestros íntimos. ¿Ignoráis que tenéis a un esposo vergonzoso, reservado, que no quiere manifestarse en presencia de la multitud?" (Epist. 107)

Dice San Crisóstomo: "Es difícil que un árbol plantado a lo largo de una carretera conserve sus frutos hasta su madurez; y es también difícil que un alma, en medio de las gentes del siglo, conserve su inocencia hasta el fin. Cuanto menos se arroja un hombre en las agitaciones exteriores, tanto más abrasada está su alma de fervor, de amor de Dios" (In Moral.)

"Cada vez que he estado con los hombres, he vuelto menos hombre", dice el autor de la Imitación de Cristo (c. XX, n. 2)

"El que se proponga pues y desee llegar a las cosas interiores y espirituales, debe imitar a Jesús y alejarse de la muchedumbre", continúa el mismo autor (idem.)

He aquí una sentencia de Tolomeo: "La seguridad de la soledad aleja el dolor; temer el tumulto dispone los consuelos" (In Prologo Almagesti.)

Dice Demócrito: "Pocas personas me bastan, una sola es suficiente, y aún estoy mejor sin compañía".

"Despreciad todo el vano trabajo que algunos se dan por un vano adorno. Sabed que no hay nada más admirable que el alma, y nada parece grande en el siglo a un alma noble y elevada" (Teste Seneca in Epist. ad Lucil.).

Tal es el lenguaje de los mismos paganos.

Dice Hugo de San Víctor: "Consultemos las Escrituras y veremos que Dios no ha hablado casi nunca en medio de la muchedumbre. Cuando ha querido dar a conocer algo a los hombres, no se ha manifestado a las naciones, sino a algunos pocos, a los que estaban separados de la muchedumbre" (Lib. IV. de Arca Noe, c. IV)

Dice el profeta Miqueas:
"Levantaos e id a la soledad, pues no tendréis reposo en medio del mundo" (Miq. 2, 10)
"Huid de en medio de Babilonia, y salve cada cual su alma", dice el profeta Jeremías (Jer. 51, 6)

San Antonio, después de haber visto y oído al primer ermitaño San Pablo, dijo a sus discípulos:
"¡Desgraciado de mí, soy pecador que llevo falsamente el nombre de monje! He visto a Elías, he visto a Juan en el desierto, y he visto verdaderamente a Pablo en el Paraíso". (In. Vit. Patr.)
.

No basta laa soledad del cuerpo si no se añade la soledad del alma; y ésta no tiene lugar, si el alma se ocupa de lo que ha visto y oído fuera de la soledad; si divaga y se pasea por el mundo; si como el pueblo hebreo en el desierto echa aún de menos la esclavitud de Egipto y las ventajas materiales que allí encontraba. Dios no derrama sus dulces perfumes más que en un alma desprendida de todo, y principalmente de sí misma, en un alma pura y muerta para todo lo del mundo. Es menester pues, para gozar de todas las ventajas de la soledad, renunciar,

1.º, al mundo exterior, a nuestros padres, a nuestros amigos, a nuestra casa, a nuestro país, a nuestras riquezas y honores, etc.;


2.º y principalmente renunciar al mundo interior, a nuestra propia voluntad, a nuestras afecciones especiales, etc.

Es digno de observación lo que dice el abate Juan Mauburne: "Muchas órdenes han degenerado de su esplendor y de su santidad primitiva por varias causas. Los bernardinos han caído por su ociosidad, la tercera orden por demasiadas ocupaciones rurales, los permonstratenses por el excesivo número de misas y demasiadas cargas de coro, los mendigos por su demasiada familiaridad con los seglares; se mezclaban demasiado con la multitud, según aquellas palabras del Salmista: "Se mezclaron entre las naciones, aprendieron sus obras, y ésta fue su ruina" (S. 105, 35-36); los benedictinos por sus grandes riquezas. Pero los cartujos han conservado su esplendor, y su vigor primitivo, por su amor a la soledad y al silencio, y por la rigurosa observancia de las visitas que exige la regla. Estas tres cosas están encerradas en el siguiente verso latino:

"Per tria, si, so, vi, carthusia permanet in vi (id est, vigore.)"* (In Roseto, lib. I, c. III)


"Si" indica el "SILENCIO", "so" la "SOLEDAD", "vi" la "VISITA" (de los religiosos visitadores)




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