Entonces Juan, tomando la palabra, dijo: "Maestro, hemos visto a uno que lanzaba los demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no te sigue con nosotros". Y Jesús les dijo: "No lo prohibáis; porque el que no es contra vosotros, por vosotros es". (Lc. 9, 49-50)
Teofilacto:
Como el Señor había dicho: "El que es menor entre vosotros todos, éste es el mayor", temió San Juan si habrían hecho algún mal, prohibiendo con autoridad propia a cierto hombre. Porque la prohibición no da a entender que el que prohíbe es menor, sino mayor, y que sabe algo más. Por lo que prosigue: "Entonces Juan, tomando la palabra, dijo: Maestro, hemos visto a uno que lanzaba los demonios en tu nombre, y se lo vedamos". No lo hizo por envidia, sino juzgando mal de sus milagros. No había recibido con ellos poder para hacer milagros, ni el Señor le había enviado como a ellos, ni seguía a Jesús en todas las cosas. De donde añade: "Porque no te sigue con nosotros".
San Ambrosio:
San Ambrosio:
San Juan, como amaba mucho y era correspondido, cree que no debe dispensarse esta gracia a aquel que no es acreedor a ella.
San Cirilo:
San Cirilo:
Pero convenía más bien pensar que éste mismo no era el autor de los milagros, sino la gracia que está en aquel que obra los milagros, por virtud de Cristo. ¿Por qué, pues, no se cuentan con los apóstoles aquellos que son coronados con la gracia de Cristo? Son muchas las diferencias de los dones de Cristo; y como había concedido a los apóstoles el de arrojar los demonios de los cuerpos de los hombres, creyeron que sólo a ellos era lícito ejercer ese poder. Por ello acuden preguntando si será lícito hacer esto a otros.
San Ambrosio:
San Ambrosio:
No fue reprendido San Juan porque decía esto en virtud del amor que profesaba a Jesús. Pero se le dio a entender la diferencia que hay entre los enfermos y los fuertes. Y por tanto, si bien es verdad que Dios recompensa a los que son fuertes en su servicio, sin embargo no excluye a los débiles. Por lo cual sigue: "Y Jesús le dijo: No se lo vedéis; porque el que no es contra vosotros, por vosotros es". Y decía bien el Salvador, porque José y Nicodemus, discípulos ocultos por el miedo, cuando llegó el tiempo oportuno no negaron su fidelidad. Pero como en otro lugar había dicho el Salvador: "El que no está conmigo está contra mí, y el que no coge conmigo, desperdicia" (Lc 11,23), se hace preciso conocer el verdadero sentido, para que no se crea que hay contrariedad. Creo que, si uno considera al escudriñador de las mentes, no debe dudar de que la acción de cada uno es discernida conforme a su intención.
Crisóstomo:
Crisóstomo:
Allí dijo: "El que no está conmigo, está contra mí"; y en ello da a entender que el diablo y los judíos son sus enemigos. Aquí manifiesta que el que arroja los demonios en nombre de Cristo tiene alguna parte con El.
San Cirilo:
San Cirilo:
Como diciendo: Por vosotros, que amáis a Cristo, hay algunos que quieren seguir las cosas que pertenecen a su gloria, coronados con la gracia del mismo.
Teofilacto:
Teofilacto:
Admirad el poder de Cristo y cómo su gracia obra por medio de los que no son dignos y no son sus discípulos. Así como por los sacerdotes se santifican los hombres, aunque los sacerdotes no sean santos.
San Ambrosio:
San Ambrosio:
¿Cómo se explica que aquí no permita Jesús estorbar a otros que lancen los demonios en su nombre, por medio de la imposición de manos, cuando según San Mateo dice a éstos: "No os conozco" (Mt 7,23)? Pero debemos advertir que no hay diferencia entre una sentencia y otra, sino pensar que no sólo se requieren en el clérigo las obras de su oficio, sino también las de la virtud; y que el nombre de Cristo es tan grande, que sirve para el bien, aun a los que no son santos, aunque no sirva para su propia salvación. Por eso ninguno debe apropiarse la gracia de la curación de un hombre, en el cual ha operado la virtud del nombre de Dios, pues el diablo no es vencido por tu mérito, sino por su odio contra Dios.
Beda:
Beda:
Por eso, respecto de los herejes o malos cristianos, nosotros no debemos detestar ni impedir las prácticas que les son comunes con nosotros, y que no son contra nosotros. Lo que hay que detestar es la división, contraria a la paz y a la verdad, con la que están contra nosotros.
Fuente: Catena Aurea del respectivo pasaje
"Alegarás que ellos hacían milagros. Pero no fueron los milagros los que los hicieron admirables. ¿Hasta cuándo abusaremos de sus milagros para encubrir nuestra pereza? ¡Atiende al coro de los santos que no hicieron semejantes milagros! Muchos de los que habían arrojado demonios, porque luego obraron la iniquidad, no sólo no fueron admirables, sino que fueron condenados al eterno suplicio.
Preguntarás: entonces ¿qué fue lo que los hizo grandes? El desprecio de las riquezas, el desprecio de la vanagloria, el apartarse de los bienes del siglo. Si esto no hubieran tenido, sino que se hubieran dejado vencer por las enfermedades del alma, aun cuando hubieran resucitado a infinitos muertos, no sólo no habrían sido útiles para nada, sino que se les habría tenido por mentirosos y engañadores. De modo que su manera de vivir es la que por doquiera brilla y lo que les atrajo la gracia del Espíritu Santo. ¿Qué milagros obró el Bautista, que tantas ciudades se atrajo? Oye al evangelista que afirma no haber hecho milagro alguno: Juan no obró milagros. ¿Por qué fue admirable Elias? ¿Acaso no por la fortaleza con que amonestó al rey? ¿acaso no por el celo de la gloria de Dios? ¿acaso no por su pobreza, su manto de piel de camello, su cueva, sus montes? Los milagros fueron a consecuencia y después de esas cosas. ¿Qué milagros vio el demonio en Job para quedar estupefacto? Ningún milagro por cierto, sino una vida excelente y una paciencia más firme que cualquier diamante. ¿Qué milagro obró David, hijo de Jesé, varón según el corazón de Dios que dijo de él: He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón? ¿Qué muertos resucitaron Abraham, Isaac, Jacob? ¿a qué leproso limpiaron? ¿Ignoras acaso que los milagros, si no estamos vigilantes, más bien dañan que aprovechan?
Por ese camino los corintios en gran número sufrieron disensiones; por ése, muchos de los romanos se ensoberbecieron; por ése Simón el Mago fue arrojado de la Iglesia. Y el joven que anhelaba seguir a Cristo fue desechado cuando oyó aquello de: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos. Todos ellos porque buscaban o las riquezas o la gloria de hacer milagros cayeron y perecieron. En cambio, la auténtica santidad de vida y el amor a las virtudes, no engendran semejantes codicias, sino que, por el contrario, si las hay las arrojan fuera. Cristo mismo, al dar sus leyes a los discípulos ¿qué les decía? ¿Acaso que hicieran milagros a fin de que los hombres los vean? ¡De ninguna manera! Sino ¿que?: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Tampoco dijo a Pedro: Si me amas, haz milagros; sino: Apacienta mis ovejas? Lo antepone siempre a los otros, juntamente con Santiago y Juan. Pero, pregunto: ¿por qué lo antepone? ¿acaso por los milagros? Mas todos los discípulos curaban a los leprosos y resucitaban a los muertos, y a todos por igual les concedió semejante don y poder. Entonces ¿por qué se les anteponían aquellos tres? A causa de su virtud. ¿Observas cómo en todos los casos son necesarias la vida virtuosa y las buenas obras? Porque dice Jesús: Por sus frutos los conoceréis. ¿Qué es lo que propiamente constituye nuestra vida? ¿Son acaso los milagros o más bien la exactitud de un excelente modo de vivir? Es claro ser lo segundo. Los milagros de eso toman ocasión y a eso se encaminan. Quien lleva una vida excelente se atrae la gracia de los milagros; y el que tal gracia recibe, para eso la recibe, para enmendar la vida de los demás. Cristo mismo para eso hizo los milagros, para hacerse digno de fe y atraer así a los hombres e introducir en el mundo el ejercicio de la virtud. Por lo mismo de esto es de lo que sobre todo cuida, pues no se contenta con hacer milagros, sino que amenaza con el infierno y promete el reino; y por este camino establece aquí sus leyes inesperadas, y nada deja por hacer para igualarnos a los ángeles. Pero ¿qué digo que Cristo lo hacía todo por este motivo? Dime, si alguno te diera a escoger entre resucitar a su nombre a los muertos o morir por su nombre ¿qué escogerías? ¿No es cosa clara que optarías por lo segundo? Pues bien: lo primero es milagro; lo segundo, obras buenas. Si alguno te diera el poder de convertir el heno en oro y te pusiera la disyuntiva entre eso y conculcar el oro como si fuera heno ¿acaso no elegirías lo segundo? Y por cierto, con toda justicia, porque esto segundo atraería a todos los hombres. Si vieran el heno convertido en oro, todos querrían tener un poder semejante, como le sucedió a Simón Mago; y así se acrecentaría la codicia de las riquezas. En cambio, si vieran que todos despreciaban el oro como si fuera heno, hace tiempo estarían libres de aquella codicia y enfermedad.
Tampoco dijo a Pedro: Si me amas, haz milagros; sino: Apacienta mis ovejas? Lo antepone siempre a los otros, juntamente con Santiago y Juan. Pero, pregunto: ¿por qué lo antepone? ¿acaso por los milagros? Mas todos los discípulos curaban a los leprosos y resucitaban a los muertos, y a todos por igual les concedió semejante don y poder. Entonces ¿por qué se les anteponían aquellos tres? A causa de su virtud. ¿Observas cómo en todos los casos son necesarias la vida virtuosa y las buenas obras? Porque dice Jesús: Por sus frutos los conoceréis. ¿Qué es lo que propiamente constituye nuestra vida? ¿Son acaso los milagros o más bien la exactitud de un excelente modo de vivir? Es claro ser lo segundo. Los milagros de eso toman ocasión y a eso se encaminan. Quien lleva una vida excelente se atrae la gracia de los milagros; y el que tal gracia recibe, para eso la recibe, para enmendar la vida de los demás. Cristo mismo para eso hizo los milagros, para hacerse digno de fe y atraer así a los hombres e introducir en el mundo el ejercicio de la virtud. Por lo mismo de esto es de lo que sobre todo cuida, pues no se contenta con hacer milagros, sino que amenaza con el infierno y promete el reino; y por este camino establece aquí sus leyes inesperadas, y nada deja por hacer para igualarnos a los ángeles. Pero ¿qué digo que Cristo lo hacía todo por este motivo? Dime, si alguno te diera a escoger entre resucitar a su nombre a los muertos o morir por su nombre ¿qué escogerías? ¿No es cosa clara que optarías por lo segundo? Pues bien: lo primero es milagro; lo segundo, obras buenas. Si alguno te diera el poder de convertir el heno en oro y te pusiera la disyuntiva entre eso y conculcar el oro como si fuera heno ¿acaso no elegirías lo segundo? Y por cierto, con toda justicia, porque esto segundo atraería a todos los hombres. Si vieran el heno convertido en oro, todos querrían tener un poder semejante, como le sucedió a Simón Mago; y así se acrecentaría la codicia de las riquezas. En cambio, si vieran que todos despreciaban el oro como si fuera heno, hace tiempo estarían libres de aquella codicia y enfermedad.
S. J. Crisóstomo (extracto de la Homilía XLVI)
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