Habiéndome levantado muy de madrugada, encontré a mi querida hermanita pálida y desfigurada por el sufrimiento y por la angustia. Me dijo: «El demonio ronda a mi alrededor. No lo veo, pero lo siento... Me atormenta, me agarra como con una mano de hierro para impedirme tener el más ligero alivio, aumenta mis dolores para que me desespere... ¡Y no puedo rezar! Sólo puedo mirar a la Santísima Virgen y decir: ¡Jesús...! ¡Cuán necesaria es la oración de Completas: «Procul recedant somnia el noctium fantasmata»! Líbranos de los fantasmas de la noche (Cf CA 25.8.6.). Siento algo misterioso... Hasta ahora me dolía sobre todo el costado derecho; pero Dios me preguntó si quería sufrir por ti, y yo le contesté inmediatamente que sí... En ese mismo momento, comenzó a dolerme el costado izquierdo con increíble intensidad... ¡Sufro por ti, y el demonio no lo quiere!». Profundamente impresionada, encendí un cirio bendito y poco después recobró la calma, pero sin que se le pasara ese nuevo sufrimiento físico. Desde entonces, llamaba al costado derecho «el costado de Teresa» y al costado izquierdo «el costado de Celina».
Los demonios, expresamente invocados, suelen prenunciar de muchos modos las cosas futuras. Unas veces lo hacen a través de la vista y el oído mediante apariciones engañosas a los hombres, para anunciarles antes de que ocurra lo que va a ocurrir. Tal es la especie de adivinación a la que se da el nombre de prestigio, porque, al verla, los ojos de los hombres quedan como deslumbrados (perstringuntur). Otras veces es a través de los sueños. Se llama a esto adivinación de los sueños. En otras ocasiones, haciendo que se aparezcan o que hablen los muertos. A esta especie se la llama nigromancia, porque, como dice San Isidoro en el libro Etymol., necros, en griego, significa muerto, y manda, adivinación. Y es que, merced a ciertos encantamientos, da la impresión de que los muertos resucitan, y de que adivinan y responden a lo que se les pregunta. Hay veces en que predicen lo que ha de suceder valiéndose de hombres vivos: tal es, evidentemente, el caso de los posesos. Es la adivinación que se hace por medio de pitonisas, nombre que proviene, como dice San Isidoro, de Apolo Pitio, inventor, según se dice, de la adivinación. En otros casos anuncian lo que va a ocurrir por medio de ciertas figuras o señales que aparecen en cosas inanimadas. Se llama a esto geomancia, si aparecen en algún cuerpo terrestre, como la madera, el hierro o una piedra pulimentada; hidromancia, si aparecen en el agua; piromancia, si en el fuego; y aruspicina, si en las entrañas se los animales inmolados sobre los altares destinados al culto de los demonios.
Sto Tomás de Aquino (S.Th II, II q 95, art 3)
Objeciones por las que parece que las almas separadas conocen lo que aquí sucede:
Objeciones: 1. Si las almas separadas no conocieran lo que sucede aquí, no se cuidarían de ello. Sin embargo, sí se preocupan de lo que sucede aquí, como lo confirma aquello que se dice en Lc 16,18: Tengo cinco hermanos, para que les avise y que no vengan también ellos a este lugar de tormento. Por lo tanto, conocen lo que sucede aquí.2. Los difuntos se aparecen frecuentemente a los vivos, ya durante el sueño, o estando despiertos, avisándoles de cosas que ocurren en el mundo. Es el caso de Samuel a Saúl referido en 1 Re 28,11. Esto no ocurriría si ignorasen lo que sucede aquí. Por lo tanto, lo conocen.
3. Las almas separadas saben lo que sucede junto a ellas. Si no conocieran lo que sucede entre nosotros, sería la distancia local lo que lo impidiese. Esto último lo hemos negado (a.7).
Contra esto: está lo que se dice en (Jb 14,21): Si sus hijos son honrados o son despreciados, él no lo sabrá.
Respondo: Por conocimiento natural, al que nos estamos refiriendo ahora, las almas de los difuntos no saben lo que sucede en este mundo. El porqué de esto radica en lo que ya hemos dicho (a.4): El alma separada conoce lo singular en cuanto que de alguna manera está determinada a ello, o bien por un vestigio de conocimiento o afecto anterior, o bien por disposición divina. Las almas de los difuntos, por prescripción divina y en conformidad con su modo de existir, están separadas de toda comunicación con los vivos y en convivencia con las sustancias espirituales, separadas de los cuerpos. Por eso ignoran lo que sucede entre nosotros. Gregorio, en XII Moralium da el siguiente porqué: Los muertos ignoran cómo se desarrolla la vida corporal de los que viven después de ellos; porque la vida del espíritu es muy diferente de la del cuerpo, y así como lo corpóreo y lo incorpóreo pertenecen a distinto género, así también difieren ensu conocimiento. Esto parece ser también lo que sostiene Agustín en el libro De cura pro mortuis agenda cuando dice: Las almas de los muertos no intervienen en las cosas de los vivos.
En cuanto a las almas de los bienaventurados, parece que hay diferencia entre Gregorio y Agustín. Pues a lo dicho, Gregorio añade : Lo cual no ha de pensarse de las almas santas, porque de quienes interiormente ven la claridad de Dios omnipotente no puede creerse en modo alguno que ignoren algo exterior.
Agustín, en el libro De cura pro mortuis agenda, afirma expresamente: Los muertos, incluso los santos, ignoran lo que hacen los vivos y sus hijos. Esto aparece en la Glossa a (Is 63,16): Abraham no supo de nosotros. Para confirmarlo, alude al hecho de que su madre no lo visitaba ni consolaba en su tristeza, como hacía mientras vivió, no siendo probable que en una vida más feliz se hubiera hecho menos piadosa. Como asimismo Dios prometió al rey Josías que moriría antes de ver los males que habían de sobrevenir a su pueblo (4 Re 22,20). No obstante, Agustín duda sobre esto mismo. Por eso había señalado anteriormente: Que cada uno piense lo que quiera de lo que voy a decir. En cambio, Gregorio habla afirmativamente, como lo demuestra su expresión: En modo alguno ha de creerse.
Sin embargo, parece más probable, siguiendo la opinión de Gregorio, que las almas de los bienaventurados, que ven a Dios, conocen todo lo que aquí sucede, porque son iguales a los ángeles. De éstos el mismo Agustín afirma que no ignoran lo que sucede entre los vivos. Pero corno las almas de los santos están unidas de un modo perfectísimo a la justicia divina, no se entristecen, como tampoco intervienen en las cosas de los vivos, a no ser que lo exija una disposición de la justicia divina.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Las almas de los difuntos pueden ocuparse de las cosas de los vivos aun cuando ignoren el estado en que se encuentran, como nosotros nos ocupamos de ellos ofreciendo sufragios en su favor, aunque ignoramos su estado. Pueden también conocer los hechos de los vivos no por sí mismos, sino, bien por las almas de los que de aquí van a ellos, bien por medio de los ángeles o demonios, o bien porque se lo revele el Espíritu Santo, como dice Agustín en el mismo libro.
2. Los muertos se aparezcan a los vivos de una u otra manera, sucede o por una especial providencia divina, que dispone que las almas de los difuntos intervengan en las cosas de los vivos, lo que constituye un milagro de Dios; o porque estas apariciones se realizan por acciones de los ángeles, buenos o malos, aun ignorándolo los muertos, como también los vivos se aparecen sin saberlo a otros vivos mientras duermen, como señala Agustín en el libro mencionado. Así, en el caso de Samuel, podría decirse, atendiendo a la revelación divina, que él mismo se apareció, porque Ecl 46,23 dice: Se durmió y anunció al rey el fin de su vida. O bien, si no se admite esta autoridad del Eclesiástico, ya que los hebreos no lo admiten entre los libros canónicos, aquella aparición fue dispuesta por los demonios.
3. Tal ignorancia no se debe a la distancia local, sino a la causa mencionada.Sto Tomás de Aquino (S. Th. I, q.89, art 8)
Yo pienso que muchos a tales cuerpos les habrían levantado templos y se habrían persuadido de que por ellos hablaban los demonios, mediante hombres hábiles en semejantes embustes; y quienes se atreven a ejercer la necromancia suelen acometer cosas más absurdas aún, echando mano para esto del polvo y cenizas de los muertos. Y ¿cuántas clases de idolatría habrían nacido de aquí? Quitado, pues, todo eso, como absurdo que es, Dios, para enseñarnos que se deben despreciar todas las cosas terrenas, destruye nuestro cuerpo ante nosotros mismos.
S.J. Crisóstomo (Hom. XXXIV)
Viajando un día de riguroso invierno, viose Gerardo sorprendido por espesísima niebla en medio de los bosques. Perdió nuestro viajero el camino, y marchando sin rumbo fijo, advirtió de repente que se hallaba al borde de un precipicio. Quiso retroceder, pero en el mismo instante surge ante sus ojos un fantasma horrible que, con infernal sonrisa exclama: “Llegó, miserable frailecito, la hora de mi venganza; al fin has caído en mis manos, puedo hacer de ti lo que me plazca”. Era el demonio. Sobrecogido quedó Gerardo, pero poniendo su confianza en Dios tiende imperiosamente la mano hacia Satanás y le dice: “Bestia infernal, en nombre de la Santísima Trinidad te mando que tomes las riendas de mi caballo y me conduzcas hasta Lacedonia”. Rechinaron los dientes de aquel monstruo, crispáronsele los cabellos, pero la virtud de la Santísima Trinidad le forzó a servir de guía y escudero al siervo de Dios.
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