domingo, 3 de abril de 2016

San Benito de Palermo (3 de abril)



San Benito de Palermo. 

(† 1589) 

El glorioso san Benito de Palermo, que se llama comúnmente el Santo Negro, porque era de este color a semejanza de los etíopes, nació en la aldea llamada San Filadelfo del obispado de Messana, de padres moros de linaje, pero que profesaban la ley cristiana. Mozo era todavía cuando para seguir el llamamiento del Señor vendió su hacienda, repartió el precio de ella a los pobres y se retiró a una soledad, juntándose con unos varones piadosos que por concesión apostólica vivían allí debajo de la regla de san Francisco de Asís. Perseveró en esta vida santa y penitente por espacio de cuarenta años, hasta que el Papa Pío IV, ordenó que aquellos solitarios que habían profesado el instituto de san Francisco se agregasen a una de las órdenes religiosas aprobadas por decretos pontificios. Entonces se retiró san Benito a Palermo, en el convento de Menores Observantes de santa María de Jesús, y allí resplandeció a los ojos de sus religiosos hermanos como un acabado ejemplar de todas las virtudes. Se ejercitaba con singular gozo en los oficios más bajos y humildes: ayunaba constantemente las siete cuaresmas anuales prescritas por el patriarca san Francisco; su cama era la tierra desnuda, su sueño breve, su hábito el más raído y desechado, extremado su amor a la pobreza, angelical su castidad y recato, su oración continua, porque en todas las cosas no buscaba sino a Dios, no deseaba sino a Dios, y en cuya presencia estaba, y a quien hablaba con dulces lágrimas y amorosos suspiros del alma. Le hicieron prelado del mismo convento de santa María de Jesús, y aunque era lego y hombre sin letras, gobernó con tanta prudencia, caridad y gracia del Señor aquella comunidad, que llevó adelante con gran conformidad de todos la reforma y estrictísima observancia de su Regla. A todos sus religiosos animaba el santo con sus heroicas virtudes, y con la suavidad de su gobierno, de manera que aquel convento no parecía sino una morada de santos que hacían en ella vida de ángeles. Finalmente, habiendo profetizado el día y hora en que el Señor quería llevarle para sí, recibió con gran fervor los sacramentos de la Iglesia y entregó su purísima alma al Creador, a la edad de sesenta y tres años. Su sagrado cuerpo se conserva entero, y despidiendo suave olor, en la ciudad de Palermo, donde empezó a ser solemnemente venerado. Su culto se extendió después no sólo por toda Sicilia, sino también por España, Portugal, Brasil, México y Perú, hasta que en 1807 el Papa Pío VII lo puso en el catálogo de los santos. 


Reflexión: 

¡Un santo negro! ¡Un alma hermosísima en un cuerpo feo!, ¡un corazón precioso, morada del Señor de los ángeles en un hombre de raza mora y parecido a los etíopes! ¡Ah!, ¡y qué poco repara nuestro Señor en estas cosas de que se avergüenzan y deshonran los hombres! ¿Qué importa que el cuerpo corruptible y mortal sea feo o hermoso, con tal que el alma conserve la imagen y semejanza de Dios? Esta es la belleza inmarcesible que debemos desear y procurar, porque así como el alma muerta por el pecado es asquerosa como un cadáver podrido, horrible como un demonio, y tan horrorosa, que si se apareciese como es, mataría de espanto a los que la viesen; así el alma santificada por la gracia divina es más bella que el sol, hermosísima como un ángel y tan semejante al ser Divino, que, si la viésemos con nuestros ojos, la tomaríamos por retrato del mismo Dios. 


Oración: 

Oye, Señor, las súplicas que te hacemos en la solemnidad del bienaventurado Benito, tu confesor, para que los que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayudados por los ruegos de aquel santo que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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