EL NACIMIENTO DEL SEÑOR SIEMPRE DEBE PARECER NUEVO
Siempre es nuevo pues, lo que está siempre renovando las almas, ni es viejo jamás, lo que nunca cesa de fructificar, y perpetuamente no se marchita. Porque éste es el Santo en quien nunca tendrá lugar la corrupción. Este es el nuevo hombre, que incapaz en sí mismo de vejez, restituye a una nueva y verdadera vida; aun a aquellos cuyos huesos se habían envejecido. De ahí es, que también en la presente gustosísima anunciación , si lo habéis advertido , se dice con mucha congruencia, no tanto que ha nacido, como que nace: "Jesucristo, Hijo de Dios, nace en Belén de Judá". Porque, así como aun ahora se sacrifica de alguna manera cada día, mientras que hacemos memoria de su muerte; así también parece, que nace, cuando fielmente representamos su nacimiento. Mañana pues veremos la Majestad de Dios, pero en nosotros, no en sí mismo: veremos sin duda la Majestad en la humildad, el poder en la debilidad, a Dios en el hombre. El mismo es Manuel, que significa "Dios con nosotros" (Mt. 1, 23). Y escúchalo más claramente : "El Verbo, dice, se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn. 1, 14). En fin, desde entonces en adelante: "Vimos su gloria, pero gloria como de quien es el Unigénito del Padre, le vimos ciertamente lleno de gracia y de verdad" (Jn. 1, 14): no vimos pues la gloria de su potestad y claridad, sino la gloria de la piedad paterna, la gloria de la gracia, de la cual dice el Apóstol: "En alabanza de la gloria de su gracia" (Ef. 1, 6)
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