Jamás hemos de ALABARNOS a nosotros mismos
"Los que se alaban son vanos" dice San Bernardo (Epist ad Fulcon.)
"Sea otro el que te alabe, y no tu boca;
un extraño, y no tus labios" dicen los Proverbios (27, 2)
Alabarse a uno mismo es ser vano, soberbio e insensato:
"Es la mayor de las locuras alabarnos sin necesidad absoluta" dice San Juan Crisóstomo (Homil. V. de Laudib. Pauli)
Por esto San Pablo, después de haber hablado de sí mismo, añade:
"He manifestado poca cordura glorificándome,
pero vosotros me habéis obligado a ello" (II Cor 12, 11)
"No hay conversación más ridícula que la del que expone sus propios méritos" dice Themistio (Apud Stoboeum)
Alabarse uno mismo es cosa torpe, vergonzosa y ridícula. No alabamos nuestras acciones sino por orgullo y para que nos alaben, y entonces sólo merecemos el más solemne desprecio. El que se alaba y se vanagloria, se condena y se deshonra, porque su alabanza engendra el vicio en él. La alabanza que uno se dirige a sí mismo, es una vergüenza; semejante testigo no es digno de fe, debe mirarse como testigo mentiroso y falso. Y a la verdad, ¿por qué hemos de alabarnos? Si somos conocidos, es inútil; si no lo somos, no olvidemos que a la verdadera virtud le place ocultarse.
Extracto de Tesoros de Cornelio à Lápide, "Adulación y Alabanza"
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