sábado, 1 de junio de 2013

¡Cerremos las Escuelas!




¡Cerremos las escuelas!

(de Giovanni Papini -extracto- 1914)


1

Desconfiemos de las casas de gran superficie donde se encierran muchos seres humanos.

Hay siniestros almacenes de ... "esclavos" -en la ciudad, en el campo y a orillas del mar- ante los que no se pasa sin terror. Allí están condenados a la oscuridad, al hambre, al suicidio, a la inmovilidad, al embrutecimiento, a la locura, millares y millones de hombres que arrebataron un poco de riqueza a sus hermanos más ricos, o disminuyeron, de improviso, el número de la Humanidad. No me enternezco con estos hombres, pero sufro si pienso demasiado en su vida y en las cualidades y derechos de sus jueces y carceleros. Pero para ellos existe, por lo menos, la razón de la defensa contra la posibilidad de ataques ofensivos contra alguno de nosotros.

Pero ¿qué han hecho los muchachos, los adolescentes, los jovencitos y los pollos que de los seis a los diez, a los quince, a los veinte, a los veinticuatro años encerráis, durante tantas horas al día, en vuestras blancas prisiones para hacer sufrir su cuerpo y corromper su cerebro? A los otros podéis llamarlos -con morales y códigos en la mano -delincuentes; pero estos son, incluso para vosotros, tan puros e inocentes como salieron del útero de vuestras mujeres e hijas. ¿Con qué traidores pretextos os permitís menguar su placer y su libertad en la edad más bella de la vida y comprometer para siempre la frescura y la salud de su inteligencia?


2

No salgáis con la artillería pesada de la retórica progresista: las razones de la civilización, la educación del espíritu, el adelanto del saber...

Sabemos, con absoluta certidumbre, que la civilización no ha salido de las escuelas, que las escuelas entristecen a los espíritus en lugar de elevarlos y que los descubrimientos decisivos de la ciencia no han nacido de la pública enseñanza, sino de la investigación solitaria, desinteresada, y acaso loca, de hombres que con frecuencia no habían ido a la escuela o nnca enseñaron en ella.

(...) Las escuelas, pues, no son otra cosa que cárceles para menores instituidas para satisfacer necesidades prácticas y meramente burguesas.


3

¿Cuáles?

Para los padres, durante los primeros años, son el medio más decente para sacar de casa a los hijos que fastidian. Más tarde entra en juegoel pensamiento dominante de la posición y la carrera.

Para los maestros existe, sobre todo, la razón de ganarse el pan, la carne y los vestidos con una profesión considerada noble y que, además, ofrece tres meses de vacaciones al año y algún pequño beneficio de vanidad. Añadid a esto la sádica voluptuosidad de poder fastidiar, atemorizar y atormentar impunemente, al principio de la vida, a algunos millares de niños o de jóvenes.

El Estado mantiene las escuelas porque los padres de familias las quieren y porque él mismo, teniendo necesidad cada año de algunos batallones de funcionarios, prefiere hacerlos crecer a su modo y escogerlos basándose en los certificados concedidos por él, sin molestias suplementarias de otras cribaduras más fatigosas.

Añadid que con las escuelas ganan inspectores, directores, bedeles, preparadores, asistentes, editores, libreros, papeleros, y tendréis la trama completa de los intereses tejidos en torno a las municipales, regias y asimiladas casas de reclusión.

Nadie -si no es en los discursos- piensa en la mejora de la nación, en el desarrollo del pensamiento, y mucho menos en lo que se debería pensar más: el bien de los hijos.

Las escuelas existen, son cómodas, producen algunas ganancias; metamos dentro de ella a machos y hembras, y no pensemos más.


4

El hombre, en las tres medias docenas de años decisivos para su vida (de los seis a los doce, de los doce a los dieciocho, de los dieciocho a los veinticuatro), tiene necesidad, para vivir, de libertad.

Libertad para reforzar su cuerpo y conservar la salud; libertad al aire libre; en las escuelas se destrozan los ojos, los pulmones y los nervios. (¡Cuántos miopes, anémicos y neurasténicos pueden maldecir, con justicia, las escuelas y a quienes las han inventado!)

Libertad para desarrollar su personalidad en a vida abierta de las diez mil posibilidades en lugar de en aquella, artificial y restringida, de las clases y los colegios.

Libertad para aprender verdaderamente algo, porque no se aprende nada importante en las lecciones, sino solamente en los grandes libros y con el contacto personal con la realidad, en la que cada uno se incerta a su modo, escogiendo lo que más se le aviene, en lugar de somterse a aquella manipulación disecadora y uniforme que es la enseñanza.

En las escuelas, en cambio, tenemos la reclusión cotidiana en habitaciones polvorientas, llenas de alientos; la inmovilidad física más antinatural; la inmovilidad del espíritu, obligado a repetir, en lugar de buscar; el desastroso esfuerzo para aprender, con métodos imbéciles, muchísimas cosas inútiles, y el ahogo sistemático de toda personalidad, originalida e iniciativa, en el negro mar de los programas uniformes. (...)


5

La única excusa (no suficiente) de tan larguísimo encarcelamiento... sería  su reconocida utilidad para los futuros hombres.

Pero para este punto existe bastante unanimidad entre los espíritus más iluminados. La escuela hace mucho más mal que bien a los cerebros en formación.

Enseña muchísimas cosas falsas e inútiles que hay que desaprender, para aprender otras muchas por uno mismo.

Enseña muchísimas cosas falsas e inútiles, y luego es ecesario mucho rabajo para librarse de ellas, y no todos lo consiguen.

Acostumbra a los hombres aa considerar que toda la sabiduría del mundo consiste en los libros impresos.

Casi nunca enseña lo que un hombre tiene que hacer efectivamente en la vida, para la que después es necesario un trabajoso y largo noviciado autodidáctico.

Enseña mal porque enseña a todos los hombres las mismas cosas, del mismo modo y en la misma cantidad, sin tener en cuenta las infinitas diversidades de ingenio, de raza, de extracción social, de edades, de necesidades, etc.

Hay cosas que una persona sola nunca podrá enseñar: la pintura en las academias; el gusto en las escuelas de letras; el pensamiento en las facultades de filosofía; la pedagogía en lso cursos normales; la música en los conservatorios.

No se puede enseñar a más de uno. Sólo se aprende algo de los demás en las conversaciones de dos personas, donde el que enseña se adapta a la naturaleza del otro, vuelve a explicar, da ejemplos, pregunta, discute y no dicta su verbo desde lo alto.

Casi todos los hombres que han hecho algo nuevo en el mundo, o no han ido nunca  la escuela, o pronto se han escapado de ella, o han sido malos alumnos.

(Los mediocres que en la vida llegan a haceruna carrera elogiada y regular, e incluso a alcanzar una cierta fama,, han sido con frecuencia, los primeros de la clase.)

La escuela no enseña precisamente lo que es más necesario; apenas se han pasado los exámenes y se han obtenido los diplomas, es preciso vomitar todo lo que se ha tragado en aquellos obligados banquetes y volver a empezar desde el principio.

Quisiera que nuestros doctores de la ley, para los que la escuela es el templo de las nuevas generaciones, y los manuales aprobados son los testamentos sagrados de la religión pedantesca, leyeran, por lo menos una vez, el ensayo de Hazlitt sobre la "Ignorancia de las personas instruidas", que empieza así: "La raza de gente que tiene menos idea está formada por aquellos que sólo son autores o lectores. Es mejor no saber ni leer ni escribir que saber leer y escribir y no ser capaces de hacer otra cosa". Y más adelante: "Quien haya pasado por todos los grados regulares de una educación clásica y no se ha vuelto estúpido puede vanagloriarse de haberse librado con bien."

Creo que muy pocos podrían -si supieran juzgarse a sí mismos- vanagloriarse de tal resistencia. Basta mirar un momento alrededor y ver cuál es la inteligencia media de nuestros funcionarios, dirigentes, maestros, profesionales y gobernantes para convencerse de que Hazlitt tiene cien mil razones. Si todavía hay un poco de inteligencia en el mundo, es preciso buscarla entre los autodidactos o entre los analfabetos.


6

La escuela es tan esenciamente antigenial, que no sólo atonta a los alumnos, sino también a los maestros. Repitiendo y repitiendo, año tras año, las mismas cosas, se vuelven bastante más imbéciles y poco manejables de lo que eran al principio, que no es decir poco.

¡Pobres ómitres agrios, fastidiados, anquilosados, vacíos, enfadados, vejados, desanimados, que mueven sus miembros oficiales y gubernativos sólo cuando se trata de conseguir alguna lira más cada mes!


7

Se habla de la educación moral de las escuelas. Los únicos resultados de la convivencia entre maestros y alumnos son estos: aparente servidumbre e hipocresía de los segundos hacia los primeros y corrupción recíproca entre compañeros.

El único texto sincero en las escuelas es la pared de los retretes.


8

Es preciso cerrar las escuelas, todas las escuelas. De la primera a la última. Asilos y jardines de infantes,; colegios e internados; escuelas primarias y secundarias; academias e institutos técnicos; universidades y escuelas superiores; escuelas de comercio y academias de guerra; institutos superiores y escuelas de aplicación; politécnicos y magisterios. es preciso cerrar todas las tiendas donde un hombre pretende enseñar a otros hombres. Es necesario no escuchar a los padres que no saben qué hacer, ni a los profesores desocupados, ni a los libreros quebrados. Todo se aplacará y se aquietará con el tiempo. Se encontrará la manera de saber (y de saber mejor y en menos tiempo), sin necesidad de sacrificar los más bellos años de la vida en los bancos de las semicárceles gubernativas.

Habrá más hombres inteligentes y más hombres geniales; la vida y la ciencia progresarán mejor; cada uno se las apañará por sí mismo; y la civilización no se retrasará ni un solo segundo. Habrá más libertad, más salud y más alegría.

el alma humana ante todo. Es lo más precioso que cada uno de nosotros posee. Queremos salvarla, por lo menos cuando está echando las alas. concederemos pensiones vitalicias a todos los maestros, instructores, prefectos, directores, profesores y bedeles, con tal de que dejen salir a los jóvenes fuera de sus fábricas privilegiadas de cretinos del Estado. Después de tantos siglos, estamos ya hartos.

Quien está contra la libertad y la juventud trabaja en pro de la imbecilidad y de la muerte."


Giovanni Papini, "Herejías Pedagógicas"



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