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"Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6, 12)
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"Y perdónanos nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todo el que nos debe". (Lc 11, 4a)
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"Y perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6, 12)
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"Y perdónanos nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a todo el que nos debe". (Lc 11, 4a)
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San Cipriano, de oratione Domini:
Después de pedir el recurso del alimento se encuentra el perdón del pecado, para que el que es alimentado por Dios viva en Dios y ya no se ocupe sólo de la vida presente, sino de la eterna, a la que puede llegarse si se perdonan los pecados, que Dios llama nuestras deudas, así como dice en otro lugar: "Te he perdonado toda tu deuda porque me lo has pedido". "Perdónanos nuestras deudas". Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por los pecados. Y para que no haya quien se complazca como inocente y, ensalzándose más, perezca, se le advierte que peca todos los días cuando se manda orar por los pecados cotidianamente.
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San Agustín, de dono perseverantiae, 5:
Con este dardo se traspasa a los herejes pelagianos, que se atreven a decir: "El hombre justo no tiene pecado alguno en esta vida, y en tales hombres ya existe en la vida presente la Iglesia, que no tiene mancha ni arruga"
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San Juan Crisóstomo, homiliae in Mattheum, hom. 19,5:
Que conviene a los fieles esta oración nos lo enseñan las leyes de la Iglesia y el principio de la oración, que nos enseña a llamar Padre a Dios. Luego el que manda a los fieles pedir el perdón de sus pecados demuestra -contra los novacianos- que después del bautismo se perdonan los pecados.
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San Cipriano, de oratione Domini:
El que nos enseñó a orar por nuestros pecados, nos prometió la misericordia del Padre, pero añadió claramente la ley, obligándonos con cierta condición a pedir que se nos perdonen nuestras deudas según nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y esto es lo que dice: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
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San Gregorio Moralia, 1, 10:
El bien que pedimos a Dios con contrición, concedámosle desde luego al prójimo desde el primer momento de nuestra conversión.
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San Agustín, de sermone Domini, 2, 8:
Esto no se dice del dinero, sino de todas las ofensas que se nos hacen, y por esto también del dinero, pues nos ofende aquel deudor nuestro que pudiendo pagar el dinero que nos es en deber, no lo hace, y si no perdonamos esa ofensa, no podremos decir: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
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Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
¿Con qué esperanza ruega, pues, el que conserva enemistad contra otro, por quien acaso ha sido ofendido? Como muchas veces sucede que el que ora miente a la vez -dice que perdona y no perdona-, así pide perdón a Dios y no se le concede. Pero muchos no queriendo perdonar a los que les ofenden, evitan hacer esta oración. ¡Necios! Primeramente, porque el que no ora así como Jesucristo enseña, no es discípulo de Cristo. Segundo, porque el Padre no oye con gusto la oración que no es inspirada por el Hijo. Conoce el Padre el sentido y las palabras de su Hijo y no recibe las que inventa la usurpación humana, sino las que dictó la sabiduría de Jesucristo.
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San Agustín, Enchiridion, 73-74:
Sin embargo, este bien tan grande -a saber, el perdonar las deudas y el amar a los enemigos-, no es propio de tantos como creemos al escuchar que se dice: "Perdónanos nuestras deudas, como perdonamos a nuestros deudores". Sin duda se cumplen las palabras de esta promesa en aquel hombre que, no adelantando tanto que ame a su enemigo, sin embargo, cuando se le ruega por el hombre que le ha ofendido para que lo perdone, lo perdona de corazón, queriendo a su vez que se le perdone cuando él lo pida. Pero aquel que ruega a un hombre a quien ha ofendido -si se mueve a rogarle por su propia culpa-, no puede considerarse todavía como su enemigo, para que le sea difícil el amarlo, como lo era cuando la enemistad se encontraba en su periodo álgido.
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Tito Bostrense, in Matth:
Es necesario esto que se añade, porque, no existiendo nadie sin pecados, no nos privemos de la participación de los beneficios divinos por los pecados humanos. Así pues, al ofrecer, como debemos, a Cristo, quien hace que el Espíritu Santo habite en nosotros, la santidad perfecta, habremos de reprendernos si no hemos conservado la pureza de su templo. Este defecto se enmienda por la bondad de Dios, perdonando a la humana debilidad el castigo de sus pecados. Esto se hace con toda justicia por el Dios justo, cuando nosotros perdonamos a nuestros deudores; esto es, a los que nos han ofendido y confiesan su deuda. Por esto se añade: "Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
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San Cirilo:
Quiere, pues, (si así puede decirse) que Dios imite a los hombres en la paciencia, para que del mismo modo que ellos se porten con sus semejantes, pidan ser tratados en igual balanza por Dios, que recompensa con justicia y es misericordioso con todos.
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Crisóstomo, ut sup., in Cat. graec. Patr:
Conociendo nosotros esto, debemos dar gracias a nuestros deudores; porque son para nosotros (si sabemos conocerlo así) la causa de nuestro mayor perdón. Además dando poco alcanzamos mucho; porque nosotros debemos muchas y grandes deudas a Dios y seríamos perdidos si nos pidiese una pequeña parte de ellas.
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San Agustín, De verb. Dom., serm. 28:
¿Cuál es nuestra deuda sino el pecado? Luego, si no hubieras recibido nada, no deberías al que te prestó; por tanto, eres pecador, porque tuviste dinero, con el que has nacido rico, hecho a imagen y semejanza de Dios, pero perdiste lo que tenías. Así, mientras deseas conservar tu orgullo, pierdes el tesoro de la humildad y recibiste del demonio la deuda que no era necesaria; el enemigo tenía tu resguardo, pero el Señor lo crucificó, y lo borró con su sangre. Puede el Señor defendernos contra las asechanzas del enemigo, que engendra la culpa, puesto que perdonó el pecado y pagó nuestras deudas.
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fuente: Catena Aurea Santo Tomás
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