El alma, en sillón
"Si uno me dice a la cara que sin sus comodidades, sin facilidades ni bienestar, sin buena ropa y dinero, no sirve para hacer nada, me entran ganas de cogerlo por un brazo y de echarle por la puerta gritándole: "¡Largo de aquí, estúpido cobarde, que no harás nada de nada mientras vivas!"
Yo casi nunca tengo estos impulsos de descargador de muelle, pero esos puercos de Epicuro que quisieran crear entre cojines y bibelots y hacer crecer el genio a fuerza de calientacamas, se merecen esto y algo peor.
Los trato desde hace bastantes años y los conozco bien. Todos los conocen: ¡hay tantos por el mundo! Son unos medio hombres que, no sabiendo escribir, quieren tener junto a sí diccionarios y bellas ediciones; que, no sabiendo pintar, compran bellas fotografías con marcos bien tallados; que, no sabiendo nada de nada, dicen que no se puede aprender sin tener en casa manuales y vocabularios; que, no entendiendo de música, quieren instrumentos perfectos y partituras excelentes; gente, para abreviar, que, no teniendo alma, se fabrican la funda y pretenden que la estatua sale del pedestal.
¿Cómo puedo trabajar, dice uno, si no tengo un estudio así y así, con una luz que venga precisamente de aquí, colores de primera calidad, telas bien preparadas, modelos bien formadas, silencio, rosas en la ventana, muchos libros ilustrados, provisión de té y la certidumbre de encontrar la cena en casa? ¿Cómo voy a escribir obras maestras, dice otro, si no tengo el mejor papel a mano, tinta bien negra, una alfombra bajo los pies, un quinqué que no haga humo, una pluma que me vaya bien, muchos libros cerca, una estufa que tire perfectamente y una taza de café cuando lo desee?
¿Cómo voy a pensar, dice un tercero, si no tengo aquí todos los clásicos de filosofía, todos mis apuntes en regla, un Dante de bronce a la espalda y un buen sillón en que sentarme?
Y yo, dice un cuarto, ¿cómo encontraré músicas nuevas si no tengo un piano de la mejor fábrica alemana, un montón de verdes cuadernos Peters, un violín antiguo, una mascarilla de Beethoven ante mis ojos y una cajetilla de cigarrillos orientales al alcance de la mano?
En verdad, estos parlamentos no los hacen precisamente así, porque son hipócritas, como todos los cobardes, pero los piensan y los dicen a fragmentos, a bocados, sin darse cuenta.
¿No advertís lo que hay dentro de todos esos deseos, de todos esos discursos? Hay la idea mercantil, burguesa, filistea, judaica y americana de que sin dinero no se hace nada, de que sin medios materiales no se puede recibir el espíritu, de que sin comodidades, sin bienes, sin todas aquellas cosas a los que los padres llaman "un buen pasar", el genio se adormece, se hiela, languidece y muere. (...)
Pero, gracias a Dios, todas estas cosas son mentiras puestas en circulación por diletantes con rentas, por los manufactores de prosas de encargo y por los burgueses, que gesticulan detrás del genio. Pero el espíritu no se deja engañar por esa trampa y no tiene necesidad de tales suciedades para florecer y fructificar. El alma que tiene que decir algo y no puede vivir si no lo dice, se libera y se desahoga por todas partes: en una pared con un tizón, sobre una piedra con un pedazo de ladrillo, en un papel de envolver con tinta de fuscina, en las paredes de una cárcel, en la cabaña de un cabrero, sobre el mármol de una mesa de hostería, en una habitación pequeña y fría en un quinto piso, por todas partes en que se encuentra y con los medios que tiene. El genio es genio aunque coma patatas sin aliñar y no tenga criada para entrarle el café caliente. Las obras maestras se pintan incluso sobre telas de saco y con una silla como caballete. Los grandes pensamientos se escriben también a la luz de un candil y en medio del estrépito de cuatro hijos. ¿Para qué violetas en los jarrones? ¿Para qué libros encuadernados en piel? ¿Para qué fotografías? ¿Para qué alfombras persas? Sople viento, salga humo de la chimenea, llueva a través del techo, cojee la mesa, desafine el piano, sea mala la tinta, tú expresarás algo grande, noble, digno, si tu alma es noble, grande y digna. Todo lo demás son burdas excusas para los que están encarroñados en la debilidad o en la estúpida afectación de piojos vestidos. (...)
Están allí, mirando; piensan un poco, fuman, charlan, trabajan un poquitín de cuando en cuando y se ponen muy contentos si va alguien a hacerles perder el tiempo, a gozar de su tristeza, a admirar su buen gusto. ¡Quedaos en vuestros pequeños paraísos artificiales! No los envidio, de verdad. Pero no creáis que el dinero y las cosas que da el dinero sean necesarias para hacer y, trabajando, para eternizarse, ni que esas bufonadas baratas os aumenten el ingenio, si por casualidad lo tenéis. La pobreza afectada y querida de los bohemios de ocasión es una comedia que no divierte y que con frecuencia tiene por intriga la complicidad de la vagancia. Pero, al mismo tiempo, la fe que tenéis en la comodidad y en el lujo es un insulto a aquellos que deberíais respetar. Sin embargo, hay un castigo: tanto la pobreza fingida como el deseo de los bienes materiales conducen a la impotencia. (...)
Giovanni Papini, "El alma, en sillón" de "Virilidad" (Extractos)
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