San Guntrano, rey y confesor
(† 593.)
Fue el piadosísimo rey san Guntrano hijo de Clotario, rey de Francia, y nieto de Clodoveo I y de santa Clotilde. Como era hijo segundo, a la muerte de su padre heredó los reinos de Orleans y de Borgoña; lo cual fue ocasión de muchas guerras con sus hermanos Cariberto y Sigeberto: Y si al principio de su reinado traspasó los límites de la humanidad, tratando con excesivo rigor a sus enemigos, cosa harto frecuente en aquellos tiempos, también es verdad que hizo rigurosa penitencia todo el tiempo de su vida, procurando de alcanzar como David la divina misericordia con muchos ayunos, grandes asperezas y limosnas. Puso debajo de su protección a los hijos de sus hermanos, colmándoles de beneficios, y jamás se sirvió de los felices sucesos de sus victorias para su propia medra y engrandecimiento, sino para el bien universal de sus vasallos. Y como era príncipe muy cristiano y santo, y sus leyes eran justas y humanas, florecía su reino con gran abundancia y prosperidad, así en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Dio severísimas ordenanzas, encaminadas a reprimir la crueldad y bárbara fiereza que usaban los soldados con los enemigos vencidos, y puso a raya su desenfrenada licencia. Y aunque su amor a la justicia le inclinaba a castigar con el debido rigor los crímenes, no puede creerse con cuánta facilidad y suavidad perdonaba las injurias cuando se hacían a su misma persona, porque habiendo en cierta ocasión atentado contra su vida dos desaforados asesinos, mandó el rey que a uno le encerrasen en la cárcel, y perdonasen al otro por haberse refugiado en lugar sagrado. Honraba el santo príncipe a los obispos y prelados de la Iglesia de Jesucristo, con reverencia y amor filial, les consultaba sus dudas y les pedía su parecer. Edificó muchos templos y monasterios, y aunque era padre de todos sus vasallos, lo fue singularmente de los pobres, llegando en un tiempo de hambre a agotar con real magnificencia su tesoro, y procurando de aplacar con ayunos y pública penitencia la ira de Dios, que, como decía el santo, por sus pecados azotaba a sus pueblos. Finalmente, lleno de méritos y virtudes, descansó en la paz del Señor, con gran luto y sentimiento de todo su reino, y Dios ilustró el sepulcro de tan santo rey con muchos prodigios que le ganaron la universal veneración.
Reflexión:
No existe estado o condición en que el hombre no pueda santificarse, si quiere. La gracia vence todos los obstáculos, ayudada de la cooperación humana. No es un pobre artesano, o un pobre labriego el que hoy presenta ante tu consideración la Iglesia: es un rey poderoso y un rey que experimentó allá cuando joven la fuerza de las pasiones. No fue tan misericordioso como debió ser; vejó a sus vasallos más de lo justo. Pero fue fiel al llamamiento de la gracia, y los que le vieron castigar con exceso de severidad los crímenes, lo vieron también hacer espantosa penitencia, y hoy le veneramos en los altares. ¿Te ves combatido? ¿Sientes en tu interior la fuerza de la pasión? ¿Por qué no escuchas también la voz de la gracia que te llama a la pelea, y te dice que no desmayes? ¿Encontrarás para ser bueno más obstáculos que este santo? No vives entre la pompa cortesana. No te estorban halagos de poderosos para ver la verdad, y vista, seguirla resueltamente. Quizás tu misma condición te facilita el ser virtuoso. Pero aunque fueras príncipe o monarca, ¿tendrías excusa ante tal dechado para no emprender una vida perfecta?
Oración:
Oye, Señor, las súplicas que hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Guntrano, para que los que no confiamos en nuestra virtud, seamos ayudados por las oraciones de aquel que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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