San Gregorio Magno.
(† 604.)
Con justa razón se dio a san Gregorio el renombre de Grande o Magno, porque fue grande por su nobleza, por sus riquezas, por su dignidad, por su santidad y por sus milagros. Nació en Roma, y en vida de su padre, que era varón riquísimo y del orden de los senadores, se ocupó en negocios de la República, y fue prefecto de la ciudad; mas después que se vio señor de sí, trató de hacerse grande a los ojos de Dios, y poniendo debajo de sus pies todas las grandezas del mundo, tomó el hábito de pobre monje en uno de los siete monasterios que había edificado. Pero le sacó más tarde de su encerramiento el Papa Pelagio II, el cual le hizo cardenal y lo envió a Constantinopla por legado suyo. Estando de vuelta en Roma, entró desapoderadamente el Tíber por las calles y plazas, a cuyo azote siguió otro de pestilencia que hacía gran risa en la ciudad, sobre la cual parecía que llovía la ira de Dios. Ordenó san Gregorio siete procesiones de rogativas, de los clérigos, de los seglares, de los monjes, de las monjas, de las casadas, de los viudos, y de los pobres y niños, cantándose en ellas las letanías hasta llegar al templo de Santa María la Mayor, cuya imagen, que pintó san Lucas, llevaban en la procesión. Entonces vio el santo sobre el castillo de Adriano, un ángel que envainaba la espada, y por ello se llamó de ahí en adelante a aquel edificio el castillo de San Angelo. Habiendo fallecido en aquella peste el Sumo Pontífice, eligieron todos a san Gregorio; mas, cuando lo supo el santo, huyó disfrazado con unos mercaderes; y aunque se ocultó por montes, bosque, peñascos y cuevas, hubo de rendirse a la voluntad de Dios. No se puede creer lo que hizo este gran Pontífice para bien de la Iglesia en el espacio de trece años y medio que la gobernó. Reformó las costumbres, dio nuevo lustre al culto divino, desarraigó las herejías de España y de África, edificó los hospitales de Jerusalén y del monte Sinaí, y envió a Inglaterra al santísimo monje Augustino con otros misioneros, que a fuerza de milagros, la sacaron de las tinieblas de la gentilidad a la luz de la fe católica. Él fue también quien reformó el canto eclesiástico que hasta hoy se llama Gregoriano, y era tanta su humildad, que estando enfermo de gota, se hacia llevar en una camilla a donde cantaban los muchachos, y les enseñaba y corregía, teniendo un azote en la mano para castigar al que faltase. Convidaba a los pobres a comer en su mesa; y tenía escritos en un libro todos los pobres que había en Roma y en sus arrabales y pueblos comarcanos. Y porque una vez supo que se había hallado muerto un pobre en un barrio apartado de la ciudad, se congojó y angustió de manera, que se abstuvo de decir Misa algunos días, temiendo que hubiese muerto de hambre por culpa suya. Finalmente parecía cosa imposible que un solo hombre atendiese a tantas cosas a la vez, y escribiese los libros que escribió; y así, después de haber extendido maravillosamente y hecho florecer en el mundo la santa Religión, pasó de esta vida a recibir la corona de sus inmensos trabajos.
Reflexión:
Fue tan humilde san Gregorio el Grande, que no consentía que le llamasen Sumo Pontífice, ni Patriarca universal; antes tomó el título de Siervo de los siervos de Dios, y de él uso en las Letras apostólicas, y después, por su imitación, lo han usado todos los otros Papas que le han sucedido. Aprendamos, pues, de este gran hombre la virtud de la humildad, que es el fundamento de la verdadera grandeza.
Oración:
Señor Dios nuestro, que llevaste el alma de tu siervo el bienaventurado Gregorio a la eterna felicidad del paraíso; te rogamos que por su intercesión nos alivies del peso de nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
No hay comentarios:
Publicar un comentario