San Ladislao, rey de Hungría.
(† 1096.)
Modelo perfectísimo de príncipes cristianos fue el gloriosísimo rey de Hungría san Ladislao I. Nació en Polonia, donde se había refugiado su padre Bela, huyendo de la persecución del rey Pedro. Se crió en la corte de Polonia, y después en la de Hungría, y por muerte de Geiza su hermano, fue coronado por rey de Hungría, con general aplauso de todo el reino. Un antiguo rey llamado Salomón, que por sus exorbitantes excesos y crueldades había sido arrojado del trono levantó a los Hunos en armas contra Ladislao, mas fue vencido y derrotado por el ejército real, y sólo con la fuga pudo salvar la vida. Libre ya Ladislao de este cuidado, convocó una junta de los prelados, de la nobleza y del pueblo para restablecer el orden en todo su reino. Lo presidió él mismo en persona: y las sabias ordenanzas que se dictaron en ella se recopilaron en tres libros, y son como la quinta esencia de la política cristiana. Envidiosos los príncipes vecinos de la felicidad de Ladislao, hicieron varias irrupciones en sus estados; mas el santo puesto a la cabeza del ejército, reprimió a los Bohemios, ahuyentó a los Hunos y les obligó a pedir la paz; tomó a Cracovia, domó a los Polacos y a los Rusos, quitó a los bárbaros la Dalmacia y la Cracovia, humilló a los Tártaros, y conquistó gran parte de la Bulgaria y de la Rusia. El número de sus batallas fue el de sus victorias. Con esta paz alcanzada de todos los enemigos, florecieron en el reino las artes, la industria, el comercio y la agricultura, y juntamente la religión y las buenas costumbres, que hicieron de aquel reino, el reino más feliz de toda la cristiandad. Y aunque era magnífica y espléndida la corte del santo rey, su vida era un dechado de todas las virtudes. Asistía cada día a los divinos oficios, ayunaba tres días cada semana, dormía sobre la dura tierra, maceraba su carne con rigurosas penitencias, y tuvo tan gran amor y estima de la castidad, que jamás pudieron persuadirlo para que se casase. Cuando comulgaba, se le encendía el rostro con un fuego de amor divino; y no era menor la devoción que tenía a la Madre de Dios, en cuya honra edificó la célebre basílica de nuestra señora de Waradín. Para los pobres levantó hospitales y casas de beneficencia: él mismo les hacía justicia, acomodaba sus diferencias, y socorría todas sus necesidades. Todos sus vasallos le amaban como a padre. Finalmente habiendo aceptado el mando general de un ejército de trescientos mil cruzados que le ofrecieron los príncipes de España, Francia e Inglaterra, movidos por el fervoroso celo del papa Urbano II, cuando hacía los aprestos de aquella guerra santa, el Señor le llamó para sí, a los cincuenta y cuatro años de su edad, y al décimo quinto de su reinado. Su muerte fue muy sentida en toda la cristiandad, y llenó de luto y de lágrimas todo su reino.
Reflexión:
Tal es el acertado gobierno de un rey santo, y tal la felicidad nacional que resulta de un santo gobierno. Se quejan muchos de que Dios tolere esos gobiernos actuales que en lugar de mirar por el bien de los pueblos, los tiranizan y explotan. Pero ¿qué culpa tiene Dios ni su providencia, si los mismos pueblos por universal sufragio les dan sus votos, sólo porque les prometen libertad y más libertad para el mal, y no piensan siquiera en elegir hombres cristianos que gobernarían conforme a la ley de Dios y de la conciencia?
Oración:
Oye, Señor, agradablemente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu confesor, el bienaventurado rey Ladislao, para que los que no confiamos en nuestros méritos, seamos ayudados por los ruegos del que tuvo la dicha de agradarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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