domingo, 31 de julio de 2016

San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador (31 de julio)



San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador.

(† 1556).

El gran celador de la mayor gloria divina, san Ignacio de Loyola, nació en la provincia de Guipúzcoa, y en la nobilísima casa de Loyola. Se crió desde niño en la corte de los reyes católicos y se inclinó a los ejercicios de las armas. Habiendo los franceses puesto cerco al castillo de Pamplona, Ignacio lo defendió con heroico valor, hasta que fue malamente herido. Agravándosele el mal, se le apareció el apóstol san Pedro, del cual era muy devoto, y a cuya honra había escrito un poema, y con esta visita del cielo comenzó a mejorar. En la convalecencia pidió algún libro de caballería para entretenerse, y como le trajesen, en lugar de estos libros, uno de la Vida de Cristo y otro de Vidas de santos, se encendió en su lección de suerte que determinó hollar el mundo. En este instante se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba Ignacio tembló, hundiéndose de arriba abajo una de las paredes. Sano de sus heridas, partió para Montserrat, donde hizo confesión general, y colgó su espada y daga junto al altar de nuestra Señora, y dando los vestidos preciosos a un pobre, se vistió de un saco asperísimo. De allí partió para Manresa, donde por espacio de un año hizo vida austerísima y penitente en el hospital de santa Lucía y en una cueva cerca del río; en la cual ilustrado por el Espíritu Santo y enseñado por la Virgen santísima, escribió aquel famoso libro de los Ejercicios espirituales, que ha hecho siempre increíble fruto en la Iglesia de Dios. Pasó después a visitar los sagrados lugares de Jerusalén, y entendiendo que para ganar almas a Cristo eran necesarias las letras, volvió a España y estudió en Barcelona, en Alcalá y Salamanca, donde padeció por Cristo persecuciones, cárceles y cadenas. Acabó sus estudios en París y ganó para Dios nueve mancebos de los más excelentes de aquella florida universidad, y con ellos echó en el Monte de los Mártires los primeros cimientos de la Compañía de Jesús, que instituyó después en Roma, añadiendo a los tres votos de religión un cuarto voto de obediencia al Sumo Pontífice acerca de las Misiones. Aprobó Paulo III la nueva religión diciendo con espíritu de pontífice: Digitus Dei est hic. El dedo de Dios es éste: porque en efecto la Compañía de Jesús era un nuevo e invencible ejército que el Señor suscitaba para la propagación de la santa fe y defensa de la santa Iglesia combatida por los sectarios de estos últimos tiempos, discípulos de Lutero e imitadores de la rebeldía de Lucifer. Y así la Compañía de Jesús conquistó para Cristo muchos reinos de Asia, África y América, restauró en Europa la piedad cristiana y la frecuencia de sacramentos, y ha ilustrado la Iglesia con centenares de mártires, con millares, de nombres sapientísimos, y aun dando por ella la vida, y resucitando para volver a luchar como antes por la mayor gloria de Dios. Tal es el espíritu magnánimo que infundió san Ignacio en su santa Compañía; el cual después de haberla gobernado por espacio de dieciséis años, a los sesenta y cinco de edad descansó en la paz del Señor.


Reflexión: 

Si quieres alcanzar el espíritu de Jesucristo que informaba el alma de san Ignacio, lo hallarás en sus Ejercicios espirituales. Dice el pontífice León XIII, que al conocerlos, no pudo menos que exclamar: "He aquí el alimento que deseaba para mi alma". (Alocución de León XIII al clero de Carpineto).


Oración: 

Oh Dios que para propagar la mayor gloria de tu nombre, diste un nuevo socorro a la Iglesia militante por medio del bienaventurado Ignacio, concédenos que peleando con su ayuda y ejemplo en la tierra, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 30 de julio de 2016

San Abdón y san Senén, mártires (30 de julio).



San Abdón y san Senén, mártires.

(† 250).


Los nobilísimos y portentosos mártires de Cristo Abdón y Senén fueron persas de nación, y caballeros principales y muy ricos en su patria; los cuales siendo cristianos y viendo padecer a los que lo eran graves tormentos y muertes atroces, imperando Decio y persiguiendo crudamente a la Iglesia, se ocupaban en consolar las almas de los que padecían por Cristo, y en dar sepultura a los cuerpos de los que con muerte habían alcanzado la vida. Supo esto Decio: lo madó prender y traer a su presencia, habiéndolos oído, y sabiendo por su misma confesión que eran cristianos, les mandó echar cadenas y prisiones, y guardar con otros cautivos de su misma nación que tenía presos, porque quería volver a Roma y entrar triunfando, y acompañado de todos estos presos y cautivos para que su triunfo fuese más ilustre y glorioso. Se hizo así: entró en Roma el emperador con gran pompa acompañado de gran multitud de persas cautivos, entre los cuales iban los santos mártires Abdón y Senén ricamente vestidos, como nobles que eran, y como presos, cargados de cadenas y grillos. Después mandó Decio a Claudio, pontífice del Capitolio, que trajese un ídolo y le pusiese en un altar, y exhortándoles que le adorasen, porque así gozarían de su libertad, nobleza y riquezas. Mas los santos, con gran constancia y firmeza, le respondieron que ellos a sólo Jesucristo adoraban y reconocían por Dios, y a Él le habían ofrecido sacrificio de sí mismos. Los amenazó con las fieras, y ellos se rieron. Los sacaron al anfiteatro, y quisieron por fuerza hacerlos arrodillar delante de una estatua del sol, que allí estaba; pero los mártires la escupieron, y fueron azotados y atormentados cruelmente con plomos en los azotes, y estando desnudos y llagados, aunque vestidos de Cristo y hermoseados de su divina gracia, soltaron contra ellos dos leones ferocísimos y cuatro osos terribles, los cuales, en lugar de devorar a los santos, se echaron a sus pies y los reverenciaron, sin hacerles ningún mal. El juez Valeriano, atribuyendo este milagro a arte mágica, mandó que los matasen; y allí los despedazaron con muchos y despiadados golpes y heridas que les dieron, y sus almas hermosas y resplandecientes subieron al cielo a gozar de Dios, dejando sus cuerpos feos y revueltos en su sangre. Los cuales estuvieron tres días sin sepultura, para escarmiento y terror de los cristianos; pero después vino Quirino, subdiácono (que se dice escribió la vida de estos santos), y de noche recogió sus sagrados cadáveres y los puso en un arca de plomo, y los guardó en su casa con gran devoción. E imperando el gran Constantino, por revelación celestial fueron descubiertos y trasladados al cementerio de Ponciano. 


Reflexión: 

Decía Marco Tulio, adulando al emperador Cayo César que acababa de perdonar generosamente a Marco Marcelo: "Has rendido muchas naciones y domado gentes bárbaras y triunfado de todos tus enemigos; pero hoy has alcanzado la más ilustre victoria, porque perdonando a tu enemigo te has vencido a ti mismo". ¿Pues quién duda que según esta folosofía, mayor victoria alcanzaron los santos Abdón y Senén atados al carro triunfal de Decio, que el otro emperador que acababa de sujetar a los Persas? ¡Oh! ¡cuán gran gloria es padecer afrentas por Cristo! "Más gloriosa, dice san Crisóstomo, es esa igonominia que la honra de un trono real, y del imperio del mundo". 


Oración: 

Oh Dios, que concediste a tus bienaventurados mártires Abdón y Senén un don copioso de tu gracia, para llegar a tan gran gloria; otórganos a nosotros, siervos tuyos, el perdón de nuestros pecados, para que por sus méritos nos veamos libres de todas las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 29 de julio de 2016

Santa Marta, virgen (29 de julio)




Santa Marta, virgen. 

(† 84.)

La virgen santa Marta, devotísima huéspeda de Jesucristo, fue hebrea de nación, hija de padres nobles y ricos, y hermana de santa María Magdalena y de san Lázaro. Ella misma quiso aderezar la comida cuando el Señor se hospedó en su casa de Betania; y pareciéndole poco todo lo que hacía, quería que su hermana Magdalena, que se estaba a los pies de Jesús oyendo sus dulcísimas palabras, se levantara y la ayudase. Se quejó, pues, de esto al Señor, pero el Señor, aunque no reprendió el solícito afecto con que Marta le servía, alabó la quietud suave con que Magdalena, dejados los otros cuidados, atendía a lo que más importa, que es oír a Dios y gozar de Dios. Se ve así mismo la familiaridad que nuestro Señor Jesucristo tuvo con estas dos santas hermanas, cuando estando enfermo y peligroso su hermano Lázaro, enviaron a decirle: "Señor, el que amas está enfermo"; y aunque el Señor permitió que Lázaro muriese y estuviese cuatro días en la sepultura, lloró sobre él por la ternura y compasión que tenía a sus dos hermanas, y luego resucitó gloriosamente al hermano difunto, y llenó aquella casa de bendición. Después de la Ascención del Señor, aquellos mismo judíos que lo crucificaron, movieron una gran persecución contra los fieles, y se dice que echaron mano de santa Marta y santa Magdalena, y habiéndoles confiscado sus bienes, las pusieron con Lázaro su hermano y con Maximino y toda su casa, en un navío sin velas ni remos para que pereciesen en el mar; mas el navío, guiado de Dios aportó a Marsella, en cuya ciudad enseñaron aquellos santos la doctrina del Evangelio, y convirtieron a muchos a la fe, y lo mismo hicieron en otra ciudad llamada Aix. Se gloría Marsella de haber tenido por obispo a san Lázaro, y Aix de haber tenido a Maximino, uno de los setenta discípulos del Señor. Santa Magdalena se apartó a un áspero y solitario monte para emplearse toda en oración y meditación; y se refiere que santa Marta, con una criada suya llamada Marcela, edificó un monasterio, fuera de poblado, y en compañía de otras muchas doncellas que la siguieron, sirvió muchos años en santo recogimiento al Señor, alzando la bandera (después de la Madre de Dios) de la virginidad, y haciendo voto de ella, y viviendo con tanta aspereza de vida, que san Antonio, obispo de Florencia, escribe que no comía carne, ni huevos, ni queso, ni bebía vino, y que con la señal de la cruz ahuyentaba al demonio, que en figura de un dragón infernal quería espantarla y estorbar su oración. Ocho días antes de su muerte vio cómo los santos ángeles llevaban al cielo el ánima de su dulcísima hermana Magdalena, y a la hora de su dichoso tránsito se apareció a nuestra santa Jesucristo, nuestro Redentor, y le dijo: "Ven, huéspeda mía muy querida, que como tú me recibiste en tu casa, así yo te recibiré en mi reino". 


Reflexión: 

Muy bien pagó nuestro Señor Jesucristo los buenos servicios que recibió de su devotísima huéspeda santa Marta; la instruyó en las cosas del Reino de Dios, resucitó a su hermano Lázaro, la hizo una gran santa, la amparó en los peligros del mar, la llenó de celo apostólico, la hizo fundadora del primer colegio de santas vírgenes, y la recibió llena de méritos, en el palacio de su gloria. Y nosotros ¿a qué pensamos servir sino a Jesucristo, porque los que sirven al mundo no sacan otra recompensa que funestos desengaños en la vida, angustias en la muerte y tormentos en la eternidad? 


Oración: 

Oh Dios, salud y vida nuestra, dígnate oír nuestras súplicas, para que así como la fiesta de tu bienaventurada virgen santa Marta nos llena de espiritual alegría, así también nos alcance una piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890



jueves, 28 de julio de 2016

Los santos Nazario y Celso, mártires (28 de julio)




Los santos Nazario y Celso, mártires. 

(† 68.)

El apostólico predicador y mártir de Cristo, san Nazario, nació en Roma y fue hijo de un caballero africano y de una señora romana celebrada en la Iglesia con el nombre de. santa Gaudencia. Recibió el bautismo de manos de san Lino, coadjutor a la sazón del príncipe de los apóstoles san Pedro. Por inspiración del Señor determinó salir de Roma para predicar a Jesucristo; y socorrer con sus limosnas a los pobres necesitados, juntando en uno la misericordia espiritual y corporal, vino a Placencia, y de allí a Milán donde fue preso por mandato del presidente Anolino; el cual queriendo persuadirlo que adorase a sus falsos dioses y no habiéndolo podido acabar con él, mandó darle en su venerable rostro muchas bofetadas y echarle de la ciudad. Tuvo el santo esta afrenta por grande honra, por haberla pedecido por Cristo; y pasó a Francia derramando por todas partes las semillas del Evangelio. En una población de aquel reino, llamada Melia una mujer principal por nombre Maríonila le trajo un niño llamado Celso, para que lo instruyese y lo bautizase. Lo hizo así el santo, y viendo que resplandecía mucho en el jovencito la gracia del Señor, se lo pidió a su madre por inseparable compañero de su vida apostólica; y ella, aunque era viuda, hizo aquel sacrificio, y encomendó el hijo a san Nazario, el cual lo trajo siempre consigo y padeció con él muchos trabajos. Obraron en la ciudad de Tréveris muchos milagros con que ganaron innumerables almas a Jesucristo; mas arrestados los dos y puestos en la cárcel, fueron condenados a muerte, y para ello los arrojaron en la confluencia de dos ríos Sarra y Mosela; pero al tiempo que los ministros del tirano pensaban que los dos santos habían ido al fondo, los vieron andar sobre las aguas, con gran admiración, y movidos de este prodigio los veneraron y tomaron por maestros, recibiendo de su mano la fe y el bautismo. Con esto, viéndose libres, volvieron a predicar por las ciudades de Italia, y vinieron a parar a Milán, donde fueron presos del mismo presidente Anolino, el cual habiéndolo primero consultado con el emperador Nerón (por ser Nazario ciudadano romano y hombre principal) los mandó conducir a la plaza mayor de la ciudad, donde fueron juntamente degollados, siendo aquella su preciosa sangre fecundísima semilla de gran número de fieles y mártires que dio al cielo aquella bendita tierra. 


Reflexión: 

Trescientos años después del martirio de estos gloriosos santos Nazario y Celso, fue revelado a san Ambrosio (como él mismo lo escribe) el lugar donde estaban sus sagrados cuerpos: y pasando a el acompañado de su clero, halló el cadáver de san Nazario tan entero como si lo hubieran sepultado aquel mismo día: y junto a él una ampollita de sangre tan fresca y roja como si acabara de derramarse. La cabeza del santo estaba cortada y separada del cuerpo, pero tan entera que parecía estar viva. Añade el diácono Paulino, testigo presencial de este suceso, que el sepulcro exhalaba un olor suavísimo, y más agradable que todos los aromas. En otra parte de la misma huerta hallaron luego el cuerpo de san Celso, el cual juntamente con el de san Nazario fue transalado a la iglesia de los Apóstoles. De este entonces acá no ha menguado un punto la devoción de los milaneses a los santos Nazario y Celso, cuya piedad todos hemos también de imitar, ya que nuestro Señor ha querido ilustrar a estos santos con tantas maravillas, y hacerlos tan gloriosos en la santa Iglesia. 


Oración: 

Te rogamos, Señor, que fortalezca nuestra fe la santa confesión de los bienaventurados mártires Nazario y Celso, para que consigamos de tu bondad el auxilio de tu gracia que sustente nuestra flaqueza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 27 de julio de 2016

San Pantaleón, médico y mártir (27 de julio)



San Pantaleon, médico y mártir.

(† 305.)

El médico, taumaturgo y mártir de Cristo san Pantaleón, nació en Nicomedia de Bitinia, y fue hijo de Eustorquio, hombre rico y noble, aunque gentil, y de Ebula, señora cristiana, la cual murió dejando a Pantaleón muy niño. Lo puso el padre a los estudios de retórica y filosofía, y después a los de la medicina, en la cual salió nuestro santo muy aventajado. Estaba a esta sazón escondido en una pequeña casa por temor de la persecución, un venerable sacerdote de vida santísima, llamado Hermolao, el cual trabó amistad con Pantaleón y poco a poco lo vino a persuadir que el autor de la vida y señor de la salud temporal y eterna era Jesucristo: y como un día viese Pantaleón un niño muerto, y junto a él una víbora que parecía decir que ella había cometido aquel homicidio, movido del Señor dijo entre sí: "Ahora veré yo si es vendad lo que Hermolas me dice". Y llegándose al niño, le dijo: "Levántate vivo en el nombre de Jesucristo, y tú, bestia ponzoñosa, padece el mal que le has hecho". Luego el niño se levantó con vida y la víbora quedó muerta: y visto este milagro se fue a Hermolao y le pidió el bautismo. De allí a pocos días entró en casa de Pantaleón ya cristiano, un hombre ciego, y poniéndole el santo las manos sobre los ojos, invocando el nombre de Jesucristo, luego le restituyó la vista, y con ella le dio juntamente la luz del alma, persuadiéndolo que se hiciese cristiano. Presenció este prodigio el padre de Pantaleón, y luego quiso también bautizarlos. De aquí se comenzó a divulgar la fama del santo médico; y por las muchas enfermedades incurables que sanaba en el nombre del Señor, le tenían gran envidia los otros médicos y lo acusaron delante del emperador Maximiano que estaba a la sazón en Nicomedia. Confesó claramente Pantaleón que era cristiano, y concertaron que trajesen un enfermo del todo desahuciado de los médicos y de sus sacerdotes, con la invocación de cualquiera de sus dioses, le procurasen dar la salud, y que él también invocaría a Jesucristo, y que el que le sanase fuese tenido por verdadero Dios. Se hizo así: trajeron un paralítico de muchos años: los sacerdotes de los ídolos hicieron sus diligencias, y todas fueron en vano. Y Pantaleón tomando por la mano al paralítico, le dijo: "Levántate sano en nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo". Y el enfermo se levantó sano, haciendo gracias a Dios; y muchos de los circunstantes se convirtieron a la fe. Mas como los sacerdotes de los ídolos persuadiesen al emperador de que Pantaleón era un gran mago y enemigo de los dioses, el tirano ejercitó en él diversos suplicios, el potro, las uñas de hierro, el plomo derretido, las fieras y la espada; de todos los cuales salió el santo milagrosamente ileso; hasta que animando él mismo al verdugo que había de cortarle la cabeza, en la segunda herida, entregó su espíritu al Criador. 


Reflexión: 

Este glorioso santo no solamente fue portentoso en su vida y en su martirio, mas lo es también perpetuamente después de su muerte; porque en la ciudad de Ravello, en el reino de Nápoles, se conserva en la iglesia catedral una redoma de su sangre, y cada año en el día de su martirio se derrite y descuaja, estando el resto del tiempo cuajada y dura, y la sacan aquel día en procesión. Semejante prodigio hace el Señor con la sangre de este mismo santo que se conserva también en una ampollita de cristal en la iglesia de las Agustinas del real convento de la Encarnación de Madrid.


Oración:

Te suplicamos, oh Dios omnipotente, nos concedas por la intercesión de tu bienaventurado mártir Pantaleón, que seamos libres de todas las calamidades del cuerpo y de todos los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 26 de julio de 2016

Santa Ana, madre de la Madre de Dios (26 de julio)



Santa Ana, madre de la Madre de Dios.


Santa Ana, dichosa madre de nuestra Señora la Virgen santísima, fue natural de Belén e hija de Matan y de Emerenciana, y esposa del glorioso Joaquín, galileo, de la ciudad de Nazaret. Eran los santos esposos Joaquín y Ana de la tribu de Judá y del real linaje de David; y se ejercitaban continuamente en la guarda de la ley de Dios. Dícese que dividían la renta que cada año cobraban de su hacienda, en tres partes, de las cuales la una gastaban en su casa y familia, la otra en el templo y sus ministros, y la tercera empleaban en socorrer las necesidades de los pobres. Vivían muy afligidos estos santos casados por haberlo sido veinte años sin tener fruto de bendición, por lo cual andaban como avergonzados y corridos, por considerarse entre los hebreos la esterilidad como nota de ignominia. Llevaba Ana en paciencia esta prueba de su acrisolada virtud, con gran rendimiento a la voluntad del Señor; mas no por eso dejaba de mirar con santa envidia a aquellas dichosas mujeres que algún día habían de tener afinidad y parentesco con el deseado Mesías. Y como se acordase de que la madre de Samuel, llamada también Ana, por haber clamado al Señor, alcanzó el hijo que deseaba, animada santa Ana con este ejemplo, suplicó con gran fervor al Señor se compadeciese de su sierva, prometiendo que si le hacía merced de concederle algún fruto, se lo consagraría luego y lo destinaría, al templo para su santo servicio. Oyó el Señor benignamente las súplicas humildes de Ana, y es piadosa creencia que le reveló que sería madre de una hija, a quien pondría por nombre María, la cual sería llena del Espíritu Santo, y más dichosa que Sara, Raquel, Judit y Ester; porque sería bendita entre todas las mujeres y la llamarían bienaventurada todas las generaciones. Esta fue la soberana recompensa con que el Señor glorificó a santa Ana y a su bienaventurado esposo san Joaquín, haciéndolos padres de la Madre de Dios hecho hombre. Después de haber criado con gran cuidado a la santísima niña, y llegado el tiempo de cumplir su voto, la llevaron al templo de Jerusalén, donde fue recibida con mucho gozo entre las otras vírgenes y santas viudas que allí moraban en unas habitaciones vecinas al templo, y se ocupaban en sus labores, oraciones y demás oficios ordenados al servicio de Dios. No pudieron Joaquín y Ana ausentarse de su hija tan querida, y se vinieron a vivir en Jerusalén en una casa que no estaba lejos del templo, gozando de la conversación de su hija hasta que el Señor los llevó para sí: muriendo san Joaquín a la edad de ochenta años, y Ana a los setenta y nueve. 


Reflexión: 

Los gloriosos padres de la santísima Virgen fueron venerados en Oriente desde los primeros siglos de la Iglesia, y luego se extendió su devoción a los fieles del Occidente, los cuales levantaron en honra suya muchos templos y santuarios. Seamos pues devotos de santa Ana, que ella es la gloriosa abuela de Jesucristo Hijo de Dios y la madre de la Virgen Madre de Dios. Mucho desea y estima el divino nieto y la hija de santa Ana que la honremos por tan excelsa dignidad, y es bien loable la costumbre de algunas piadosas señoras que en el día de santa Ana visten alguna pobre doncella, y nunca salen sin recompensa las oraciones y obsequios que se hacen a la madre de la Tesorera de todas las gracias. 


Oración: 

Oh Dios, que te dignaste otorgar a la bienaventurada santa Ana la gracia de que fuese madre de la Madre de tu unigénito Hijo; concédenos por tu bondad que los que celebramos su fiesta, merezcamos alcanzar su poderoso patrocinio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

lunes, 25 de julio de 2016

Santiago el Mayor, apóstol (25 de julio)



Santiago el Mayor, apóstol.

(† 44 de J. C.)


El protomártir de los apóstoles, Santiago el Mayor, luz y patrón de las Españas, fue natural de Galilea, hijo de Zabedeo y de María Salomé, hermano mayor de san Juan evangelista, y primo de Jesucristo según la carne. Fueron ambos hermanos pescadores y andando el Señor a la ribera del mar de Galilea, los vio en un navío con su padre Zebedeo, remendando las redes, y los llamó, y ellos dejando al punto las redes y a su padre, lo siguieron. Les mudó después el Señor el nombre y por su ardoroso celo los llamó Boanerges que quiere decir hijos del trueno, y después de san Pedro, a quien mudó también el nombre, fueron estos dos hermanos los discípulos favorecidos del Salvador. Porque los llevó consigo cuando fue a resucitar a la hija del príncipe de la sinagoga; quiso que fuesen testigos de su transfiguración en el Tabor, y de su mortal tristeza en el huerto de Getsemaní, y después de su resurrección hizo que se hallasen presentes a casi todas sus frecuentes apariciones. Refiere el evangelista san Lucas que viendo los dos hermanos Santiago y Juan que los samaritanos no querían hospedar al Señor, le dijeron: "¿Quieres que hagamos bajar fuego del cielo que abrase esta gente?" Mas Jesús les respondió: "No sabéis de qué espíritu sois"; dándoles a entender que El no había venido a dar la muerte a los pecadores, sino a morir por ellos para darles la vida eterna. En otra ocasión la madre de estos dos hermanos se atrevió a pedirle que en su reino hiciese que el uno de ellos se sentase a su diestra y el otro a la siniestra; mas el Señor les dijo: "No sabéis lo que pedís"; porque pedían dignidad temporal. Les preguntó si podrían beber el cáliz que El mismo había de beber; y como respondiesen animosos que sí, el Señor les profetizó que en efecto lo beberían, y padecerían el martirio por su amor. Después de la Ascensión de Jesucristo predicó Santiago en Jerusalén y en Samaría; y habiendo los judíos apedreado y muerto a san Esteban, y levantándose aquella gran tempestad en Jerusalén contra la Iglesia, el santo apóstol vino a España y convirtió algunos hombres a la fe, de los cuales siete fueron ordenados de obispos por san Pedro, y pasaron a España. Llegado Santiago a Zaragoza, salió una noche con sus discípulos a la ribera del Ebro para orar, y la Reina de los ángeles, que aun vivía, se le apareció sobre una columna o pilar de jaspe, y le dijo: "En este mismo lugar labrarás una iglesia de mi nombre, porque desde ahora tomo esta nación debajo de mi amparo". Volvió después el santo apóstol a Jerusalén donde los judíos le echaron una soga a la garganta y acudiendo los soldados le prendieron y llevaron delante del rey Herodes, el cual por dar contento al pueblo lo mandó degollar. 


Reflexión: 

Grandes han sido las mercedes que Dios nuestro Señor ha hecho a los reinos de España por medio de este gloriosísimo apóstol; porque de él recibieron la luz de la fe, y el primer templo labrado a la Madre de Dios, y la celestial protección contra los moros, hasta capitanear el mismo santo apóstol nuestros ejércitos, montado sobre un caballo blanco, y con un gran estandarte blanco en la mano, como se vio en la famosa batalla de Clavijo, por lo cual la señal de acometer los soldados españoles y cerrar con el enemigo, comenzó a ser la señal de la cruz y decir: "¡Santiago, y cierra España!" Invoquémoslo pues al rogar por nuestra patria, para que la libre de sus actuales enemigos. 


Oración: 

Santifica, Señor, y guarda a tu pueblo, para que amparado de la protección del bienaventurado apóstol Santiago, te agrade con sus virtuosas costumbres y te sirva en paz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 24 de julio de 2016

Santa Cristina, virgen y mártir (24 de julio)



Santa Cristina, virgen y mártir. 

(† 300)

La maravillosa virgen y mártir de Cristo, santa Cristina, nació en Tiro de Toscana, población que estaba junto al lago de Volsena. El padre de la santa niña Cristina se llamó Urbano; era de la ilustre familia de los Anicios, y gobernaba la ciudad en calidad de prefecto, nombrado por los emperadores Diocleciano y Maximiano, cuyos edictos contra les fieles de Cristo ejecutaba con gran diligencia y bárbara crueldad. El lugar del tribunal fue la escuela en que la niña Cristina aprendió las primeras lecciones de nuestra santa fe, porque asistiendo frecuentemente a los interrogatorios de los mártires, entendió que eran dignos de desprecio los ídolos vanos, y que había un solo Dios verdadero, y que sólo Dios podía dar a los cristianos aquella invencible fortaleza con que triunfaban en los suplicios, y menospreciaban la vida temporal por alcanzar la eterna. Algunas señoras cristianas perfeccionaron la instrucción de la niña, y fue bautizada secretamente. Diez años tenía no más cuando deseosa del martirio tomó los ídolos de oro y de plata que su padre tenía, los quebró e hizo pedazos y los repartió a los pobres. De lo cual tuvo tan grande enojo su padre, que él mismo la mandó desnudar y azotar cruelmente por sus criados; y no contento con esta crueldad la hizo otro día atormentar con garfios de hierro, hasta arrancarle algunos pedazos de sus carnes, los cuales tomó ella en la mano y los ofreció a su padre, diciendo: "Toma, cruel tirano, y come también, si quieres, esa carne que engendraste". La mandó poner después en una rueda de hierro algo levantada del suelo, y debajo encender carbones y echar en ellos aceite; mas el Señor la defendió de este suplicio, y la sacó viva y sana de entre las llamas. Otro día le mandó el padre atar un gran peso al cuello y echar en el lago de Volsena; pero los ángeles la libraron y sacaron a tierra sin lesión alguna, con gran rabia y despecho de su bárbaro padre, el cual imaginando nuevos suplicios, no pudo ejecutarlos, por haber sido hallado muerto en la cama. Le sucedió en el oficio de juez el no menos cruel Dión, el cual mandó llevar a la santa niña, raída la cabeza, al templo de Apolo; y el ídolo cayó en tierra hecho pedazos; quedó de esto tan asombrado el prefecto, que cayó allí muerto, por cuyos prodigios se convirtieron muchos gentiles a la fe de Cristo. A Dión sucedió otro juez llamado Julián, no menos impío y feroz; porque mandó encender un horno, donde tuvo a la santa niña por espacio de cinco días, y del cual salió ella alabando a Dios, sin haber recibido lesión alguna. Le cortaron la lengua para que no pudiese invocar a Jesucristo, y sin lengua hablaba y no cesaba de bendecir al Señor. Finalmente fue atada a un madero y asaeteada y con este martirio envió su alma al cielo. 


Reflexión: 

¡Con qué regocijo sería recibida de los ángeles aquella alma purísima que revestida de la fortaleza de Dios había salido con victoria de tres tiranos y de tan dura y larga pelea! ¡Qué trabajos podemos nosotros padecer por amor de Cristo, que puedan compararse con los que pasó la santa niña Cristina! ¡Verdaderamente es nada todo lo que hacemos por servir a Dios y ganar el cielo! Una niña de diez años como santa Cristina nos cubrirá de vergüenza en el día del juicio, si no sólo servimos a Dios con tan poca generosidad, sino que aun rehusamos aceptar con paciencia las cruces que el Señor nos envía. 


Oración: 

Te suplicamos, Señor, nos alcance el perdón de nuestros pecados la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Cristina que tanto te agradó así por el mérito de su castidad, como por la ostentación que hizo de tu poder en su constancia hasta la muerte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 23 de julio de 2016

San Apolinar, obispo y mártir (23 de julio)



San Apolinar, obispo y mártir. 

(† hacia el año 75.)

El apostólico obispo de Rávena y fortísimo mártir de Cristo san Apolinar, fue uno de los discípulos que el apóstol san Pedro trajo consigo, cuando trasladó su cátedra de Antioquía a Roma. Lo consagró obispo el mismo príncipe de los apóstoles y lo envió a Rávena para que allí predicase el santo Evangelio. Llegando Apolinar cerca de aquella ciudad, fue acogido por un militar llamado Treneo, que tenía un hijo ciego, al cual el santo pontífice restituyó la vista. Por este milagro Treneo y toda su casa creyeron en Cristo y fueron bautizados. Supo luego este prodigio el tribuno de aquel soldado, y rogó al santo que viniese y sanase su mujer llamada Tecla, que estaba sin esperanza de vida, a la cual Apolinar tomó de la mano, y le dijo: "Levántate sana en nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, y cree en él, y entiende que no hay cosa semejante a él en el cielo ni en la tierra". Y luego se levantó sana la mujer, con lo cual ella, su marido el tribuno y todos los de su familia se convirtieron. Doce años se ocupó el santo en predicar la doctrina del cielo en Rávena, y en administrar a los fieles los santos sacramentos, instituyendo algunos clérigos que lo ayudasen; y como ya creciese el número de los cristianos, Saturnino, gobernador de la ciudad, lo mandó llamar, y le examinó delante de los sacerdotes de los ídolos, los cuales alborotaron al pueblo y maltrataron y apalearon al santo, hasta dejarlo medio muerto. Mas los cristianos lo tomaron y escondieron en casa de una buena viuda cristiana y allí lo curaron. Toda la vida de este apostólico varón fue una cadena de milagros y persecuciones. Restituyó el habla a un caballero principal llamado Bonifacio, el cual se convirtió con quinientas personas; y los gentiles lo hicieron pasar sobre las brasas con los pies descalzos, y visto que no recibía lesión de fuego, lo echaron como a nigromántico de la ciudad. En la provincia de Emilia resucitó a una difunta, hija de un caballero patricio llamado Rufo; y el juez Mesalino lo mandó atormentar en el ecúleo y echar agua hirviendo sobre las llagas. En la región de Misia sanó un hombre muy principal que estaba cubierto de lepra, y en Tracia hizo enmudecer el oráculo del templo Serapis, y los gentiles, después de haber maltratado bárbaramente al santo los desterraron a Italia. Volviendo a Rávena, los idólatras lo amenazaron con la muerte si no sacrificaba al dios Apolo, y por la oración del santo, el simulacro cayó hecho pedazos con gran alegría de los cristianos y rabia de los gentiles, los cuales lo hirieron gravemente junto a la puerta de la ciudad. Finalmente, después de estos malos tratamientos vivió aún siete días en una casa donde se recogían los leprosos y allí dio su espíritu al Señor. 


Reflexión: 

Tal fue la vida apostólica de san Apolinar, el cual se sacrificó como hostia viva del Señor, con un martirio prolijo de veintinueve años. Guárdense, pues, los enemigos de nuestra santísima fe de blasfemar diciendo que la religión cristiana es un negocio de ambición y sórdida codicia, porque al exagerar algunos defectos humanos que no podían faltar en una sociedad que no es de ángeles sino de hombres, vituperan calumniosamente al Hijo de Dios que la fundó, y a sus santísimos apóstoles y discípulos, y a todos los santos de la verdadera Iglesia de Dios.  



Oración: 

Oh Dios, remunerador de las almas fieles, que consagraste este día con el martirio de tu sacerdote, el bienaventurado Apolinar, te suplicamos nos concedas a nosotros tus humildes siervos, el perdón de nuestras culpas por los ruegos de aquel, cuya venerable solemnidad celebramos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 22 de julio de 2016

Santa María Magdalena (22 de julio)



Santa María Magdalena.

(† hacia el 66.)

La bienaventurada María Magdalena, espejo de penitencia y fervorosísima discípula de Cristo, era hermana de san Lázaro y de santa Marta. Usando mal de la libertad que tenía por ser muertos sus padres, y viéndose noble, rica y hermosa, comenzó a darse a los gustos y deleites del mundo, de manera que vino a tener escandalizada toda la ciudad, en tanto grado, que la llamaban la pecadora. Dice el Evangelio que el Señor echó de ella siete demonios, por los cuales entienden algunos santos los pecados y vicios de que el Salvador la libró. Porque sabiendo ella que Jesús estaba convidado a la mesa de un rico fariseo llamado Simón, tomó un vaso de ungüento precioso en las manos y entró en aquella casa, y derribada a los pies del Salvador, comenzó a derramar lágrimas tan copiosas, que bastaron para regar los pies de Cristo, y luego los limpió con los cabellos, los besó y ungió con aquel precioso ungüento. Y como el fariseo juzgase que no debía de ser profeta quien se dejaba tocar de aquella pecadora, lo reprendió el Señor, y dio a la Magdalena un jubileo plenísimo y remisión de todos sus pecados, enviándola con paz y alegría a su casa. De allí en adelante comenzó la santa a emplear su caudal, su persona y hacienda en servicio de Jesucristo. Lo hospedaba con sus hermanos Lázaro y Marta, y habiendo Lázaro caído enfermo, enviaron las dos hermanas a Jesús un mensajero que le dijese: "Señor, el que vos amáis está enfermo". Vino el Señor a Betania muy tarde y cuando Lázaro estaba ya muerto y sepultado. Y viendo Jesús las lágrimas de amor y dolor de las dos hermanas, se enterneció y lloró con ellas, y resucitó a Lázaro de cuatro días muerto. Celebraron este gran prodigio haciendo un convite a Lázaro resucitado, el cual comía a la mesa, con Jesús y muchos judíos convidados, y con esta sazón ungió otra vez María los pies del Salvador. Lo acompañó después en su sagrada Pasión, perseverando al pie de la cruz y ungiendo con aromas el santísimo cadáver de Jesucristo, y en recompensa de tanto amor fue entre los testigos de la Resurrección que menciona el Evangelio, la primera que vio al Señor resucitado y glorioso. Y parece cosa sin duda que también se halló la santa a la subida de Cristo a los cielos, y en la venida del Espíritu Santo. Finalmente en la persecución que se levantó después de la muerte de san Esteban, María, Lázaro y Marta, con otros discípulos del Señor, fueron puestos en un navío sin velas ni remos, para que pereciesen en el mar. Mas aportando en Marsella, con el admirable ejemplo de su vida y palabras de cielo y milagros que hacían, convirtieron aquella provincia a la fe de Cristo, y se dice que san Lázaro fue obispo de Marsella, y la Magdalena, se retiró a una soledad donde pasó treinta años muy consolada del Señor, hasta que su alma bendita fue llevada al cielo por los santos ángeles. 


Reflexión: 

Es mucho para notar (como observa san Crisóstomo) que santa Magdalena fue la primera que vino al Señor para alcanzar el perdón de sus culpas, usando de todas las cosas que le habían sido instrumento de pecado, para hacer de ellas remedios contra el pecado; porque de los ojos con que cautivaba antes las almas hizo fuentes para lavar la suya; de los cabellos hizo lienzo para limpiarla; de la boca hizo portapaz para recibir la de Cristo; y del ungüento hizo medicina para curarse. Imitemos este ejemplo, y si de los dones que hemos recibido de Dios hemos hecho instrumentos para ofenderlo, usemos ahora de ellos para servirlo y amarlo. 


Oración: 

Te suplicamos, Señor, que seamos ayudados por la intercesión de la bienaventurada María Magdalena, a cuyos ruegos resucitaste a su hermano Lázaro, de cuatro días muerto. Tú que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 21 de julio de 2016

San Víctor y sus compañeros, mártires (21 de julio)


San Víctor y sus compañeros, mártires. 

(† 290.)

Al poco tiempo de haber mandado degollar a toda la legión Tebea, fue el emperador Maximiano a Marsella, donde había una iglesia numerosa y floreciente. A su llegada temblaron por su vida todos los fieles de la ciudad y se prepararon para el martirio. Durante esta general consternación un oficial cristiano, llamado Víctor, iba todas las noches de casa en casa a visitar a sus hermanos en Jesucristo para exhortarles al desprecio de la muerte, e inspirarles el deseo de la vida eterna. Habiendo sido sorprendido en una acción tan digna de un soldado de Cristo, fue conducido al tribunal de los prefectos Asterio y Eutiquio, que le representaron el peligro que corría, y cuan loco era de exponerse a perder el fruto de sus servicios y el favor del príncipe, por querer adorar a un hombre muerto. Contestó Víctor que renunciaba a todas las ventajas que no podía gozar sino renunciando a Jesucristo, Hijo eterno de Dios, que se había dignado hacerse hombre y que había resucitado después de muerto. Semejante respuesta excitó furiosos gritos de indignación, pero como el prisionero era persona ilustre, lo enviaron al emperador Maximiano, el cual, para torcer la constancia de Víctor lo hizo atar de pies y manos y mandó que lo paseasen por todas las calles de la ciudad, exponiéndolo así a los insultos del populacho. A la vuelta de este público desprecio, lo presentaron todo cubierto de sangre a los prefectos, y Asterio mandó que lo extendiesen sobre el caballete, donde los verdugos le atormentaron por largo espacio. Lo encerraron después en una lóbrega prisión, en la cual, a medianoche, lo visitó el Señor por el ministerio de sus ángeles. La cárcel se llenó de admirable claridad. El santo mártir cantaba con los espíritus celestiales las alabanzas del Señor. Tres soldados encargados de custodiarlo quedaron tan asombrados de lo que pasaba, que arrojándose a los pies de Víctor, le pidieron perdón y la gracia del bautismo. Se llamaban Longinos, Alejandro y Feliciano, los cuales fueron bautizados aquel día, y Víctor les sirvió de padrino. Al día siguiente, supo todo esto el emperador, y montado en cólera hizo trasladar los cuatro santos a la plaza pública, donde fueron cargados de injurias por la plebe soez y cortadas las cabezas de los tres centinelas. Tres días después llamó de nuevo el emperador a Víctor a su tribunal y le mandó adorar una estatua de Júpiter puesta sobre un altar, pero Víctor, lleno de fe en Jesucristo, dio un puntapié al altar, y lo derribó juntamente con el ídolo hecho pedazos. El tirano, para vengar a sus dioses, le hizo cortar el pie ordenando luego que metiesen al mártir debajo de la rueda de un molino. Y como a la primera vuelta el molino se descompusiese, sacaron de allí al santo y le cortaron la cabeza. Su cuerpo, junto con los cadáveres de Longinos, Alejandro y Feliciano, fueron arrojados al mar, pero los cristianos los encontraron sobre la orilla y les dieron honrosa sepultura. 


Reflexión: 

Se mostró san Víctor muy digno de su nombre, porque fue ilustre y glorioso vencedor de todos los poderes de la tierra y del infierno. Por esta causa triunfa ahora en el paraíso con todos los santos mártires a quienes animó a alcanzar también victoria de los tiranos y tormentos. Hagamos asimismo nosotros obras dignas del nombre que llevamos, imitando las virtudes del santo cuyo nombre nos pusieron en el bautismo, para que, así como ahora nos honramos con su nombre, participemos después de su eterna recompensa. 


Oración: 

Oh Dios, que nos concedes la gracia de celebrar el nacimiento para el cielo de los gloriosos mártires Víctor y sus compañeros, concédenos también la de gozar de tu eterna bienaventuranza en su santa compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 20 de julio de 2016

Santa Margarita, virgen y mártir (20 de julio)






Santa Margarita, virgen y mártir.


(† 175)


La gloriosa virgen y mártir santa Margarita, que los griegos y algunos autores llaman Marina, fue natural de la ciudad de Antioquía de Pisidia, e hija de un famoso sacerdote de los dioses, llamado Edisio. La crió una buena mujer, la cual le infundió con la leche la fe cristiana y la educó en santas costumbres. Se enternecía sobremanera cuando oía decir los suplicios con que los santos mártires eran despedazados, y la constancia y fortaleza con que los padecían; y le venía gran deseo de imitarlos y de morir como ellos por Jesucristo. Por esta causa era aborrecida y maltratada de su padre idólatra y sacerdote de los ídolos, el cual llevó su inhumanidad hasta el extremo de acusarla y de ponerla en manos del impío presidente Olibrío. Se había enamorado este tirano de la belleza de Margarita, y no pudiendo atraerla a su voluntad con astucia ni con fuerza, trocó todo el amor en odio, y quiso vengarse de ella con tormentos. La mandó tender en el suelo, y azotar cruelísimamente, hasta que de su delicado cuerpo saliesen arroyos de sangre, lo cual, aunque hizo derramar lágrimas de pura lástima al pueblo que estaba presente, no ablandó el pecho de la santa virgen, que parecía no sentir aquellos despiadados azotes como si no descargaran sobre ella. La llevaron después arrastrando a la cárcel, donde rogando la santa con gran devoción al Señor que le diese fortaleza y perseverancia hasta el fin. oyó un temeroso ruido, y vio al demonio en figura de un dragón terrible que con silbidos y un olor intolerable se llegó a ella como que la quería tragar. Mas la cristiana virgen, armándose con la señal de la cruz, lo ahuyentó, y luego aquel oscuro calabozo resplandeció con una luz clarísima y divina, y se oyó una voz que dijo: "Margarita, sierva de Dios, alégrate, porque has vencido". Al día siguiente la mandó el juez comparecer delante de sí y con gran asombro observó que estaba sana de sus heridas, y llamándola hechicera, la mandó desnudar y con nachas encendidas abrasar los pechos y costados. Después ordenó que trajesen una gran tina de agua, y que echasen en ella a la santa virgen atada, de suerte que sin poderse menear se ahogase. Y cuando la sumergían en el agua, bajó una claridad grandísima, y una paloma que se asentó sobre la cabeza de la santa. Por este milagro se convirtieron muchos de los que presentes estaban, en los cuales el presidente ejercitó su crueldad, dando sentencia que así ellos como la santa fuesen degollados. Al tiempo que el verdugo estaba con la espada en la mano para ejecutar la sentencia, tembló la tierra con súbito terremoto, y animando la misma santa al verdugo, fue degollada y recibió de mano de su amorosísimo y celestial Esposo la corona doblada de su virginidad y martirio.



Reflexión:

En el martirio de esta santa doncella vemos cumplida aquella palabra del Señor que dijo: "Vine a separar el hijo de su padre y la hija de su madre", porque siendo tan contraria la santidad del Evangelio a la impiedad de la antigua superstición, era imposible que en una misma familia viviesen en paz cristianos e idólatras. Estos infieles, a falta de verdad, echaban mano de la fuerza y violencia contra los fieles de Cristo, como se ve en el martirio de nuestra santa. Y ¿de dónde nacen ahora las persecuciones que padecen los buenos católicos de los impíos, sino de la enemistad irreconciliable de la impiedad con la fe y del vicio con la virtud?


Oración:

Te suplicamos, Señor, que nos alcances el perdón de nuestros pecados por la intercesión de la bienaventurada virgen y mártir Margarita, que tanto te agradó, por el mérito de su castidad y por la manifestación de tu soberana fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890




Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 19 de julio de 2016

San Vicente de Paúl, confesor y fundador (19 de julio)




San Vicente de Paúl, confesor y fundador.

(† 1659)

El amorosísimo padre de los pobres san Vicente de Paúl, parece que fue de nación español, aunque varios autores de su vida dicen que nació en el lugar de Ranquines de la parroquia de Puy, en Francia. Lo habían puesto sus padres, que eran unos pobres labradores, a guardar el ganado; mas como lo viesen hábil para las letras, lo enviaron a una escuela de los padres franciscanos que estaban en la ciudad de Acqs. Habiéndose graduado de bachiller en la universidad de Tolosa, y ordenádose de sacerdote, enseñó por algún tiempo la sagrada teología. Mas el Señor, que lo había escogido para que ilustrase al mundo con el resplandor de sus virtudes y señaladamente de su caridad, lo puso en el crisol de la tribulación. Porque haciéndose a la vela para ir desde Marsella a Narbona, en el golfo de León, fue asaltada la nave por unos corsarios moros, los cuales mataron bárbaramente al patrón y a otros que iban con él, e hirieron con flechas a casi todos los demás, y entre ellos a nuestro Vicente, y cargándolos de cadenas los llevaron a Túnez. Aquí, despojado el santo de sus vestidos, encadenado, y mal cubierto con un pobre sayal, como vil esclavo, fue llevado por las calles y vendido a un pescador. Fue comprado después por un viejo médico químico, el cual lo entregó a un sobrino, bárbaro de secta y de costumbres, y paró finalmente en poder de un renegado. No se pueden decir los grandes trabajos que pasó el santo todo el tiempo de su esclavitud, que fue como el noviciado de su vida santísima. Convirtió al renegado, el cual fue con san Vicente a Roma, y entró en el austero convento de unos religiosos llamados Fate ben Fratelli que servían en los hospitales bajo la regla de san Juan de Dios. Se encaminó luego el santo a París, donde se consagró al servicio de los pobres enfermos del hospital de la Caridad, y pasando después a los condenados a galeras fundó para socorrer a aquellos infelices la Casa Misión de Marsella, donde por librar a uno de los galeotes en extremo afligido, se ofreció a ocupar su lugar y llevar sus hierros, de lo cual le quedó en los pies una hinchazón que le duró todo el resto de la vida. Fundó la Congregación, llamada de la Misión, de clérigos seculares y fervorosísimos misioneros; instituyó la Cofradía de hombres para asistir a los enfermos, la Hermandad de las Hijas de Caridad para los enfermos de cada parroquia la llamada de la Caridad para los grandes hospitales, y la de las Damas de la Cruz para la educación de las niñas. Promovió las fundaciones de los grandes hospicios de París para los niños expósitos; socorrió con gruesas limosnas a los pobres de las provincias de Lorena y de muchas poblaciones asoladas por la guerra y el hambre, y asistió al rey Luis XIII, que puesto en el último trance murió consolado en los brazos del santo. Finalmente, lleno de días y de méritos, a los ochenta y cinco años de su edad, dio su espíritu al Señor. 


Reflexión: 

Apenas se derramó en París la triste nueva del fallecimiento de san Vicente de Paúl, no se oía en toda la ciudad más que esta sola voz: "Ha muerto el santo". Lo lloraron los huérfanos, lo lloraron las viudas y todos los pobres exclamaron con lágrimas: "¡Ha muerto nuestro padre!". Sacerdotes y prelados, caballeros y damas, senadores y príncipes hicieron gran sentimiento por su muerte y comenzaron a venerar su sepulcro, glorificado por el Señor con grandes prodigios, y con la perfecta incorrupción del sagrado cadáver. 


Oración: 

Oh Dios, que revestiste de apostólica fortaleza al bienaventurado Vicente para que evangelizase a los pobres y promoviese el decoro del Orden eclesiástico, te rogamos nos concedas ser instruidos con los ejemplos de sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

lunes, 18 de julio de 2016

San Camilo de Lelis, fundador (18 de julio)




San Camilo de Lelis, fundador. 

(† 1614.)

El ángel consolador de los enfermos y moribundos, san Camilo de Lelis, nació de padres ilustres por la nobleza de su sangre, en la villa de Voquíanico, en el arzobispado de Chieti del reino de Nápoles. Cuando su madre Camila dio a luz a nuestro santo, era ya de edad de sesenta años y tuvo un sueño misterioso, en que vio a su hijo con una cruz en el pecho, acompañado de otros muchos niños que llevaban también en el pecho unas cruces semejantes. Siguió Camilo, como su padre, los ejercicos de las armas, sirviendo en los ejércitos de Venecia y de España, y llevando una vida no menos trabajosa que licenciosa. Mas habiendo oído los santos consejos de un religioso capuchino, el día de la Purificación de Nuestra Señora, se sintió tocado de Dios de manera que saltando del caballo en que iba camino de Manfredonia, se hincó de rodillas sobre una piedra y empezó a deshacerse en llanto copiosísimo pidiendo a Dios perdón de sus pecados, y proponiendo hacer asperísima penitencia. Con este ánimo, se llegó al padre guardián de los capuchinos de Manfredonia, rogándole que le diese el santo hábito: mas no pudo llevarlo sino algunos meses, porque batiéndole de continuo en la corva del pie, le abría una llaga antigua que en él tenía, la cual no se le cerró en toda la vida. Pasó entonces a Roma, y se consagró enteramente al servicio de los enfermos en el hospital llamado de Incurables, donde echó los cimientos de su gran santidad, ayudado por los avisos del padre san Felipe Neri, que era su confesor. Se dolió mucho de ver cuánto padecían los enfermos por el descuido de los enfermeros asalariados; y pensó en instituir una congregación de enfermeros religiosos que sirviesen en los hospitales por sólo amor de Jesucristo, y encomendando esta obra al Señor, vio cómo Jesús, desclavando las manos de la cruz, le dijo: "Lleva adelante tu empresa, que yo te ayudaré". En esa sazón consideró Camilo que siendo seglar como era, no podría ayudar como deseaba a las almas de los enfermos, y así empezó a estudiar la gramática, no avergonzándose de aparecer en medio de los niños, siendo de edad de treinta y dos años, y con gran aplicación prosiguió sus estudios hasta ordenarse de sacerdote. Fundó después su nueva orden, en la cual se obligaban los religiosos con un cuarto voto, a asistir a cualesquiera enfermos de pestilencia: y en efecto, en una peste que hizo gran estrago en Roma, ejercitaron su heroica caridad con los apestados, entrando a veces con escalas en sus casas, por estar enfermos todos los que en ellas moraban, y no haber quien pudiese abrirles la puerta. Son indecibles las proezas de caridad que hizo en los numerosos hospitales que fundó en toda Italia; hasta que habiendo renunciado el generalato de su Orden y vuelto a servir en el Hospital del Espíritu Santo que había en Roma, dijo: "Aquí será mi descanso"; y en efecto, a los sesenta y cinco años de su edad, descansó en el Señor y recibió la corona de sus grandes trabajos y merecimientos. 



Reflexión: 

¿Qué te parece, cristiano lector? Si hubieses de parar como pobre enfermo en un hospital, ¿no preferirías la dulcísima caridad de san Camilo y de sus hijos religiosos, al servicio negligente, frío y puramente interesado de ciertos hospitales secularizados? Espanta lo que cobran los enfermeros laicos, y hace derramar lágrimas la inhumanidad que usan con los pobres enfermos, haciendo de su oficio de caridad un vilísimo negocio.



Oración: 

Oh Dios, que adornaste a san Camilo de una singular caridad para socorrer a los que luchan en la última agonía, infunde en nosotros el espíritu de tu amor, para que en la hora de nuestra muerte merezcamos vencer al común enemigo, y alcanzar la corona celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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