Los santos Primo y Feliciano, hermanos, mártires.
(† 287)
Los gloriosísimos mártires de Jesucristo Primo y Feliciano fueron hermanos y caballeros romanos, ilustres por la sangre, y más ilustres por la fe y confesión del Señor. Habiendo sido acusados por ser cristianos delante de los emperadores, que a la sazón eran Diocleciano y Miximiano, los sacerdotes de los ídolos dijeron a los jueces que los dioses estaban tan enojados, que no darían respuesta a cosa que les preguntasen hasta que Primo y Feliciano los reconociesen por dioses y protectores del imperio. Llevaron pues a los dos santos al templo de Hércules, y como no quisiesen sacrificar a su estatua, los azotaron con varas crudamente. Los entregaron después a un gobernador de la ciudad Nomentana, que se llamaba Promoto, el cual los hizo apartar uno de otro para asaltar a cada uno de los dos por sí, pensando con esto poderlos más fácilmente vencer. Comenzó pues el procónsul a amonestar a Feliciano, que mirase por su vejez y no quisiese acabar su vida con tormentos atroces y penosos. A lo que respondió el venerable anciano: "Ochenta años tengo cumplidos, y hace treinta que Dios me alumbró y que me determiné a vivir para solo Cristo". Lo mandó el juez azotar cruelmente y lo hizo después enclavar en un palo. El santo mártir mirando al cielo, decía: En Dios tengo puesta mi esperanza, y no temo mal ninguno que el hombre me pueda hacer. A los cuatro días hizo el juez traer a su tribunal a Primo y le dijo: "¿No sabes que tu hermano Feliciano está ya trocado y ha obedecido a los emperadores, los cuales le han honrado mucho y admitido en su palacio?" "Yo sé, respondió Primo, los tormentos que ha padecido, y que ahora está en la cárcel gozando de los regalos de Dios, y que no podrás tú apartar con los tormentos a los que Jesucristo ha unido con su amor". Ordenó el tirano embravecido sobremanera, que moliesen a Primo con palos nudosos, y lo extendiesen en el ecúleo, y abrasasen sus costados con hachas encendidas. Condenaron después a los dos santos hermanos a las fieras, y echaron a los mártires dos leones ferocísimos, los cuales se arrojaron a sus pies, como dos corderos, lamiéndolos y halagándolos, sin hacerles mal alguno. Entonces alzaron la voz los santos y dijeron al presidente: "Juez, las fieras reconocen a su Creador; y tú eres tan ciego que no quieres tener por Señor al que te hizo a su imagen y semejanza?" Se conmovió con este prodigio la muchedumbre que había concurrido al espectáculo, y se convirtieron a la fe de Jesucristo quinientas personas con sus familias. Y el tirano Promoto, atribuyendo a arte mágica aquellos portentos y cansado ya de atormentar a aquellos fortísimos caballeros de Cristo, los mandó degollar.
Reflexión:
La única razón que alegaban aquellos gentiles para no convertirse al ver los prodigios de los santos mártires era decir que los obraban por arte de encantamiento y virtud diabólica. Ya no creen esto los incrédulos de nuestros días. ¿Pues cómo no se convierten al leer estas maravillas tan repetidas en los martirios de nuestros santos? ¿Cómo no las creen estando acreditadas con el testimonio de tantos autores así cristianos como paganos, que presenciaron aquellos tan públicos y asombrosos prodigios? Líbrenos el Señor por su gracia de la horrible ceguedad y dureza de corazón propia de los incrédulos; los cuales ultrajan con gravísima ofensa a la Divinidad, y son dignos de eterno castigo por desoír las voces de la gracia, y despreciar con obstinada voluntad los prodigios de la divina omnipotencia.
Oración:
Concédenos, Señor, que celebremos siempre la fiesta de tus santos mártires Primo y Feliciano, y que por su intercesión merezcamos la gracia de tu protección divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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