Santa Clotilde, reina de Francia.
(† 545.)
Santa Clotilde, gloriosísima reina de Francia, fue hija de Chilperico, hermano menor de Gondebaldo, tirano rey de Borgoña que quitó la vida a él, a su mujer y a los demás hermanos suyos, por usurpar la corona. En esta lamentable tragedia sólo fueron perdonadas dos hijas de Ohilperico, de las cuales una fue nuestra santa Clotilde. Se crió en la corte de su tío y aunque se hallaba entre herejes arrianos, le deparó el Señor quién le instruyese en las cosas de la verdadera fe. Por su extraordinaria hermosura, honestidad y discreción, la pidió y alcanzó por esposa Clodoveo, potentísimo rey de Francia. Procuró ella a su vez ganar a su rey esposo para Jesucristo, persuadiéndole que dejase la vana idolatría, y aunque él prometía de hacerlo así, no lo acabó consigo hasta que una gran necesidad y aprieto ablandó y rindió su corazón: porque en una batalla que libró contra los Alemanes, siendo él muy inferior en fuerzas, levantó el corazón al cielo y dijo: "El verdadero Dios de mi mujer Clotilde me valga"; y habiendo conseguido la victoria, no solamente se bautizó como había prometido, sino que también acabó de desterrar de su reino la idolatría y levantó en París la iglesia mayor san Pedro y san Pablo, llamada después Santa Genoveva, y envió su real diadema, conocida hoy con el nombre de reino, al sumo pontífice Hormisdas, significándole por aquel presente que dedicaba su reino a Dios. Muerto el rey, se retiró su santa esposa a Tours donde pasó el resto de sus días en oraciones, vigilias, penitencias, y muchas obras de caridad y beneficencia propias de su magnífico y real ánimo. Predijo el día de su muerte un mes antes que sucediese y en su última enfermedad llamó a sus dos hijos Childeberto rey de París, y Clotario rey de Soissons, y los exhortó con santas palabras y maternal autoridad a mirar por la honra de Dios, a conservar entre sí la paz y concordia y hacer justicia y misericordia a los pobres. Recibió después con tiernísima devoción los sacramentos de la Iglesia, hizo pública profesión de fe y entregó su alma preciosa en las manos del Criador. Su cadáver fue sepultado con el de su marido el rey Clodoveo en la iglesia de santa Genoveva, e ilustró el Señor su sepulcro con muchos milagros.
Reflexión:
Bárbaro y gentil era el rey Clodoveo; y por las oraciones y piadosas instancias de santa Clotilde dejó la vana idolatría y abrazó la fe de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh! ¡cuánto valen y pueden delante de Dios las súplicas y lágrimas de una esposa, para alcanzar la conversión de su marido! Entiéndanlo bien las señoras que tienen el marido apartado de la religión y de la fe; porque si no cesan de rogar por él y de exhortarle con oportunos avisos, alcanzarán del Señor su conversión. En esto han de manifestarle principalmente su amor; porque ¿qué cosa más para sentirse y llorarse, que verse eternamente separados el uno del otro dos consortes, que mucho se amaban, por haberse salvado la mujer fiel y condenádose el marido infiel? Y ¿qué mayor ventura pueden desearse, si de veras se aman, que la de poderse unir eternamente con los más dulces e inquebrantables lazos del amor en la gloria del paraíso, donde la esposa gozará de la vista y compañía de su esposo glorioso y el esposo de la regalada presencia y conversación de su esposa glorificada, sin temor ninguno de que la muerte pueda separarlos jamás, ni de que tribulación alguna pueda menoscabar un punto su gozo y felicidad beatífica?
Oración:
Óyenos, oh Dios autor de nuestra salud, para que los que nos alegramos en la festividad de la bienaventurada Clotilde, seamos enseñados en el afecto de la piadosa devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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