El beato Amadeo, duque de Saboya
(† 1472.)
El glorioso y caritativo príncipe beato Amadeo fue hijo de Luis II y de Ana, hija del rey de Chipre. En medio del fausto de la corte conservó siempre su corazón sin mancilla, y era de condición tan apacible, que se hacía dueño de todos los corazones. A los diecisiete años se casó con Violante, hija de Carlos VII de Francia, y habiendo sucedido a su padre en el trono, las virtudes que como a príncipe le adornaban, tomaron nuevo brillo con la diadema. Derrotó a los turcos, y no se mostró menos valeroso en las batallas, que generoso en las victorias y piadoso con los vencidos. Tuvo gran cuidado de que los príncipes sus hijos se criasen en toda virtud y como convenía a su nobilísima sangre; y no había a la sazón en Europa corte más brillante ni mejor ordenada que la suya, ni reino en que más floreciese la paz, la justicia, la virtud y la prosperidad; de manera que su reinado se llamaba el siglo de oro. No pasó el santo rey un solo día en que no hiciese algún particular beneficio, y mereciese las bendiciones del cielo y el reconocimiento y amor de sus vasallos. Empleó todo su tesoro en fundar asilos de beneficencia, y en aliviar por su mano las miserias de los que padecían. Le llamaban el padre de los menesterosos, y a su palacio, el jardín de los pobres. Habiéndole dicho un día que las excesivas limosnas que repartía agotaban todas sus rentas, respondió muy alegre el magnífico príncipe: "Me huelgo mucho de lo que me decís: aquí tenéis el precioso collar de mi orden, vendedlo y socorred también con el precio de él a mis queridos pobres". Cuando el santo rey se vio vecino a la muerte, llamó a sus hijos y a los principales señores de la corte, y les declaró su última voluntad en estos términos: "Mucho os recomiendo la misericordia y caridad con los pobres: derramad generosamente en su alivio vuestras limosnas, y el Señor derramará copiosamente sobre vosotros sus bendiciones. Haced justicia sin acepción de personas, y poned todo vuestro estudio en hacer que florezca la religión católica y sea Dios servido en todo el reino". Finalmente, habiendo recibido con singular edificación y lágrimas de todos, los santos Sacramentos, trocó la diadema terrenal por la corona eterna de los cielos, y el Señor acreditó su santidad con tantos prodigios, que el obispo de Vercelli, donde murió el santo, refiere ciento treinta y ocho, todos muy ilustres, especialmente en los que adolecían de accidentes epilépticos; y san Francisco de Sales aseguró al papa Paulo V que todos los días obraba Dios nuevos milagros en el sepulcro del santo duque.
Reflexión:
Como es tan poderoso y eficaz el ejemplo de los príncipes, el del beato Amadeo imprimía en su corte y en sus vasallos un sello tal de virtud, que por mucho tiempo se vio el vicio desterrado de sus estados, y la piedad cristiana, siguió floreciendo en todas partes con religioso esplendor. Apenas hallaba la justicia crímenes que castigar en ninguna de sus provincias; y en las poblaciones de aquel estado se veían los más admirables ejemplos de todas las virtudes. ¡Oh! ¡Qué fácilmente se lleva a cabo la dificultosa empresa de reformar las costumbres, cuando resplandece por toda la nación la virtud y cristiana vida de sus gobernantes! Pero si éstos son la piedra de público y universal escándalo, ¡qué ha de ser todo el reino, sino un lago de vicios y maldades!
Oración:
Señor Dios, que trasladaste a tu confesor, el bienaventurado Amadeo, del principado de la tierra al celestial reino de la gloria, te suplicamos nos concedas, que por sus merecimientos y su ejemplo, usemos de los bienes temporales, de suerte que no perdamos los eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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