San Eulogio, presbítero y mártir.
(† 859.)
El virtuosísimo presbítero y glorioso mártir san Eulogio, nació de nobles y ricos padres en la ciudad de Córdoba, donde a la sazón tenían los moros su principal asiento. Levantó el rey Mohamat una terrible persecución contra los cristianos, martirizándolos con tan extraña rabia y furor, como si pudiese borrar con sangre el nombre de Cristo. En esta tormenta tan brava y noche tan tenebrosa envió el Señor a san Eulogio para que resplandeciese como una luz venida del cielo, y como sabio piloto gobernase la nave de aquella Iglesia tan combatida de furiosas olas, para que no diese al través, y del todo se hundiese; porque no se puede creer lo que confortó a los flacos, encendió a los fuertes, levantó a los caídos, y detuvo a los que iban a caer, con su vida santísima, con su doctrina y con los libros admirables que escribió, para animar a todos a pelear valerosamente por Cristo en aquella dura batalla. Por estas obras le aborrecían los moros y le procuraban la muerte: Mas hubo también otra causa particular de su martirio; y fue que habiendo el santo recogido y puesto en lugar seguro a una santa doncella llamada Leocricia, nacida de padres nobles aunque paganos, que se había convertido y bautizado, al fin la descubrieron sus padres, y la presentaron delante del juez, acusando a la hija por haber huido de su casa, y a Eulogio por haberla recibido y encubierto. Dio razón de sí el santo sacerdote, diciendo que tenía obligación de favorecer y enseñar el camino del cielo a todos los que viniesen a él con deseos de salvar sus almas, y vituperó con con cristiana entereza las abominaciones de Mahoma, por lo cual los jueces dieron sentencia que fuese degollado. Al tiempo que lo llevaban al martirio, uno de los siervos del rey que le había oído decir mal de su gran profeta, revestido de Satanás, llegó a san Eulogio, y le dio una gran bofetada en su venerable rostro, y el santo, sin turbación alguna ofreció la otra mejilla. Finalmente, llegando al lugar del martirio con gran tropel de gente y gritería, el mártir hizo de rodillas su oración, y levantadas las manos al cielo, y armado de la señal de la cruz, dio su cuello al cuchillo y su alma purísima al Señor. Cuatro días después fue también degollada la santa virgen Leocricia. Quiso demostrar el Señor la gloria del santo mártir con prodigios visibles, de que fueron testigos los mismos infieles. El día siguiente de su martirio rescataron los cristianos la cabeza, y dos días después el cuerpo, y lo sepultaron en la iglesia de San Zoilo, donde estuvo hasta el año 883, que fue trasladado con las reliquias de santa Leocricia a la ciudad de Oviedo.
Reflexión:
Una causa particular del santo sacerdote Eulogio fue haber puesto a la cristiana virgen Leocricia en lugar seguro, donde no corriesen peligro su honestidad, su fe y su vida: Lo cual echaron a tan mala parte aquellos desalmados moros, que por ello dieron a los dos cruel muerte. Siempre han mirado con malos ojos a los sacerdotes los enemigos de la fe; interpretando conforme a la malignidad de su corazón, aún las cosas que hacen con suma rectitud, y procurando desacreditarles con mil embustes y calumnias que contra ellos inventan. No seamos, pues, fáciles en creerles: Honremos y veneremos siempre a los sagrados ministros del Señor, que si alguno de ellos no fuere lo que debe ser, Dios les juzgará, y condenará también para siempre a los que no creen ni hacen lo que ellos enseñan.
Oración:
Te rogamos, oh Dios todopoderoso, que así como veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado presbítero y mártir Eulogio, así seamos por su intercesión fortalecidos en el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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