San Julio, papa.
(† 352.)
Al tiempo que murió el glorioso pontífice san Marcos, pusieron todos los ojos en san Julio, porque por su rara prudencia, doctrinas y excelentes virtudes parecía el más digno de sentarse como Vicario de Cristo en la silla de san Pedro. Y bien era menester una entereza y santidad, como la de este insigne pontífice para defender la causa de san Atanasio, patriarca de Alejandría, contra los herejes arrianos; los cuales con el favor de los emperadores pretendían derribarle, y con él, a toda la Iglesia de Jesucristo. Volvía san Julio, cuando los herejes nombraron por patriarca a un Gregorio de Capadocia, hombre facineroso, hereje insolente y atrevido, el cual entrando en la ciudad con mucha gente de guerra y bárbara, hizo un estrago en toda aquella población tan extraño y lastimoso, como si fuera un ejército de enemigos, no perdonando a doncellas ni casadas, ni a viejos ni a niños, ni a seglares, ni a eclesiásticos, ni a cosa sagrada ni profana, divina ni humana, con tan gran impiedad y fiereza que no se puede explicar. Y viendo san Atanasio esta calamidad tan lastimosa, salió a escondidas de la ciudad y vino a Roma para ver si con la autoridad del sumo pontífice podría hallar algún remedio para detener el ímpetu furioso de los herejes y apagar aquel incendio que abrasaba no sólo a Alejandría, mas también a Egipto y a todas las partes de Oriente. Lo recibió muy bien el santo pontífice Julio y celebró un concilio en Roma en el cual aprobó su inocencia, y declaró que era valeroso capitán del Señor, e invencible defensor de su Iglesia, y cuatro años después con el consentimiento del emperador Constante convocó un concilio ecuménico y universal en Sárdica, el cual fue de trescientos obispos de todas las provincias de la Iglesia occidental y setenta y seis de la oriental, presidiendo en él, Osio, español, obispo de Córdoba con otros dos legados de la sede apostólica. Y con la sentencia de este concilio, y las cartas que el santo papa Julio escribió a los prelados de Alejandría, volvió san Atanasio a su iglesia, y fue privado de aquella silla el usurpador, a quien acababa de matar el mismo pueblo por no poder sufrir sus desafueros. Finalmente habiendo aprobado el santo pontífice los veintiún cánones del concilio general de Sárdica y dado sabios reglamentos a la Iglesia, que gobernó santísimamente por espacio de quince años, descansó en la paz del Señor. Se conserva una excelente carta suya, o de su concilio, en la cual defiende la verdad con una entereza y vigor digno del vicario de Cristo.
Reflexión:
Decía el santo papa Julio en su carta a los fieles de Alejandría: "Recibid, amados míos, a vuestro obispo Atanasio, con entera gloria y alegría espiritual, y con él a todos los que han sido sus compañeros en sus grandes y trabajosas persecuciones. Yo ciertamente tengo particular alegría cuando me pongo a pensar la que cada uno de vosotros ha de tener cuando llegue vuestro pastor a esa ciudad, como toda ella ha de salir a recibirle, y la fiesta que se ha de hacer. ¡Qué día tan regocijado será para vosotros, cuando nuestro hermano vuelva a veros, y los males pasados tendrán fin y el corazón de todos será uno!" Como ésta ha de ser la unión de paz y amor que ha de reinar entre el pastor y las ovejas del rebaño de Jesucristo. No turbemos jamás esta santa concordia, como suelen turbarla por cualquier motivo los herejes, antes, como obedientes hijos de la Iglesia, procuremos a todo trance conservarla.
Oración:
Te rogamos, Señor, que oigas las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Julio, y que por la intercesión y merecimientos de aquel que dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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