San Hermenegildo, príncipe de España.
(† 586)
San Hermenegildo, príncipe de España y mártir glorioso, fue hijo de Leovigildo, godo y hereje arriano, rey de España, el cual tuvo dos hijos: a Hermenegildo, que era el mayor, y príncipe del reino, y como a tal le dio el título de rey ; y a Recaredo, que por muerte de Hermenegildo su hermano, sucedió en el reino. Se criaron estos dos príncipes con la leche ponzoñosa de la herejía arriana que tenía su padre y los godos habían traído a España, hasta que habiendo crecido Hermenegildo en edad y discreción, conoció su engaño, y enseñado por san Leandro, arzobispo de Sevilla, se convirtió con entero corazón a la santa fe católica. Hubo entre el rey Leovigildo y el príncipe, su hijo, algunos debates y diferencias, al principio mansamente y después con rompimiento de guerra; y finalmente vino el hijo católico a manos del padre hereje, el cual le hizo llevar preso y aherrojado a Sevilla y ponerle en una torre hedionda y oscura, cargado de cadenas. Estando en esta cárcel el santo príncipe comenzó a tener en poco el reino de la tierra y a desear mucho el del cielo, y no contentándose con las prisiones y penas que sufría se vistió de cicilio, haciendo continuamente oración al Señor. Vino la festividad de la Pascua, y aquella noche el pérfido rey Leovigildo envió un obispo arriano a la cárcel para que su hijo recibiese la comunión pascual de la mano sacrílega de aquel hereje, prometiéndole, si lo aceptaba, de admitirle en su gracia: pero el santo mozo echó de sí al obispo arriano, reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oír. Entonces el padre salió de sí, y arrebatado de saña y furor, envió sus soldados y ministros para que allí donde estaba lo matasen, y así se hizo; porque entrando en la cárcel, le dieron un golpe con un hacha en su santo cerebro y le quitaron la vida corporal, que el mismo santo con tanta constancia había menospreciado. Añade aquí san Gregorio, que el padre pérfido y homicida de su hijo tuvo dolor y arrepentimiento de lo que había hecho, mas no de manera que le aprovechase para la salud eterna, porque puesto caso que conoció que la fe católica es la verdadera, pero no se atrevió a confesarla públicamente, por temor de sus súbditos, y por no perder el reino: y cayendo enfermo, y estando para morir, encomendó a san Leandro, obispo, a quien antes gravemente había afligido, que tuviese mucha cuenta con Recaredo, su hijo, que dejaba por sucesor, y procurase reducirle a la fe católica, y con esto acabó su vida. El cuerpo de san Hermenegildo se venera en Sevilla, menos la santa cabeza que fue llevada a Zaragoza, cuando los moros se apoderaron de Andalucía.
Reflexión:
En una carta que escribió san Hermenegildo al rey, su padre, le decía estas palabras: "Si os enojáis porque sin vuestro parecer he osado trocar religión, yo os suplico que me deis licencia para tener justa pena por ver que aun no me concedéis que yo tenga más cuenta de mi salvación que con las otras cosas de esta vida. Y sabed que estoy aparejado, si fuere menester, a dar la sangre y la vida por mi alma; porque no es justo que el padre carnal pueda más que Dios, ni que tenga más fuerza con su hijo que la propia conciencia". Esta ha de ser también la firme determinación con que hemos de conservar nuestra fe y guardar nuestra fidelidad a Dios, diciendo con cristiana libertad y entereza: "Primero es Dios; después mi alma; después los padres, amigos y demás hombres y cosas del mundo".
Oración:
Oh Dios, que enseñaste a tu bienaventurado mártir Hermenegildo a que pospusiese el reino de la tierra al celestial, concédenos que a su imitación despreciemos las cosas caducas, y aspiremos siempre a las eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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