Santa Julia, virgen y mártir.
(† 450)
Habiendo entrado en Cártago Genserico, rey de los Vándalos y queriendo poner allí su corte, hizo esclavos a los ciudadanos principales, a muchos quitó la vida, y a las mujeres y doncellas nobles vendió a los mercaderes. Entre estas ilustres esclavas, una fue la virgen santa Julia, que fue vendida a un mercader gentil, llamado Eusebio, el cual la llevó consigo a Siria, y cobró tal aprecio de ella, que solía decir que la estimaba sobre todos sus bienes. Se abatía Julia a los humildes oficios de esclava por amor de Jesucristo, y el tiempo que le quedaba libre, gastaba en oración y en la lectura de libros piadosos que había salvado del saqueo de su casa. Aunque era extraña su hermosura, se hacía respetar por su virtud y singular modestia, de los mismos paganos. Pasó después su amo a la Provenza para hacer un negocio y se llevó a su esclava Julia, y en arribando a la isla de Córcega al tiempo que los idólatras de la isla celebraban una gran fiesta, entró en el templo y sacrificó un toro al demonio. Terminadas las supersticiosas ceremonias, el gobernador de la isla, habiendo sabido por relación de sus criados que Eusebio había dejado a bordo de la nave con parte del equipaje y gente de la tripulación a una esclava suya hermosa en extremo, le convidó a un magnífico banquete, en el cual lo embriagó, y entonces hizo llamar a la esclava Julia con el fin de tomarla para sí. Cuando la tuvo delante, le dijo con artificiosa ternura: "No temas, hija mía, que se pretenda hacerte algún insulto: estoy muy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que gimas por más tiempo en el indigno estado de esclava. Quiero tomar a mi cuenta tu fortuna, y no pido de ti otra cosa sino que vengas al templo a cumplir con tus devociones y hacer sacrificio a nuestros dioses. Yo pagaré a tu amo tu rescate; y si quieres quedarte en nuestra isla no te faltará un esposo digno de tu persona". Respondió Julia con mucha modestia y compostura, pero con igual resolución, que ella se consideraba verdaderamente libre, mientras tuviese la dicha de ser sierva de Jesucristo; que estaba contenta con su condición, y que no pretendía alcanzar otros bienes que los del cielo. Irritado el impío gobernador la hizo abofetear y colgar de los cabellos y azotar cruelmente, y porque perseveró constante en confesar que adoraba a Jesucristo crucificado, hizo que a toda prisa la colgasen en una horca de madera hecha a manera de cruz, donde la sagrada virgen expiró perdonando generosamente a sus enemigos. Sus sagradas reliquias son muy veneradas en el monasterio de monjas que fundó en Brescia Didier, rey de Lombardía, del cual era abadesa su hija Angelberga.
Reflexión:
A los ojos del mundo no puede imaginarse mayor desventura que la esclavitud y martirio de la purísima y nobilísima virgen santa Julia, pero a los ojos de Dios y de sus ángeles fue la mayor gloria y la mayor grandeza; y este es el verdadero juicio que hemos de hacer de los varios sucesos con que el Señor quiso probarla y hacerla merecedora de la gloriosísima corona de los mártires. ¿Qué son la hacienda, la honra y la vida temporal, si se comparan con la inefable felicidad que está gozando santa Julia en los cielos hace ya quince siglos, y de la cual gozará eternamente? Pongamos pues nuestra suerte en las manos del Señor y pidámosle una sola cosa, a saber: que por tempestades o bonanzas, por buenos o malos sucesos, no nos deje nunca de sus manos y a todo trance nos lleve al puerto deseado de la gloria.
Oración:
Te rogamos, Señor, que nos alcance el perdón de nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir santa Julia, la cual siempre fue de tu agrado por el mérito de su castidad y por la profesión de su virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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