San Hospicio Recluso, confesor.
(†581.)
Vestido de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro, y atado a una de ellas, dentro de una torre, comiendo solo un poco de pan con unos dátiles y algunas raíces de yerbas y bebiendo solo agua, vivía en la ciudad de Nisa un varón santísimo llamado Hospicio o Sospis. Junto a esta torre había un monasterio cuyos monjes dirigía el siervo de Dios. Agradó tanto al Señor su gran penitencia y vida encerrada, que hizo por él grandes maravillas. Tuvo espíritu de profecía con que muchos años antes que viniesen los fieros Longobardos a Francia, lo anunció; y así aconsejó a los monjes que se fuesen a vivir a otro lugar; y a los vecinos de Nisa que se ausentasen, porque los bárbaros destruirían su ciudad y otras seis poblaciones. Todo fue así como el santo Hospicio lo profetizó. Llegaron también los Longobardos a la torre del santo, y quitando tejas y rompiendo el techo entraron, y como vieron a aquel hombre rodeado de cadenas, dijeron: "Este es, sin duda, algún insigne malhechor"; y por un intérprete le preguntaron; que "¿por qué estaba de aquella manera preso?" El santo respondió, "porque soy el hombre peor del mundo": y diciendo y haciendo, uno de los bárbaros sacó la espada para cortarle la cabeza; pero al ir a descargar el golpe, se le quedó seco el brazo y cayó la espada en tierra. Entonces el soldado se echó a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición sobre el brazo y lo sanó; con que reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo monje. Así predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a muchos de aquellos bárbaros. Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y tullidos, y lanzaba los demonios con poderosa virtud. Pasada la furia de los Longobardos, los monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio conoció que se acercaba su muerte, de que tuvo divina revelación, llamó al prior y le dijo: "Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al obispo que venga a sepultar mi cuerpo, porque mi hora es llegada, pues dentro de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso". Luego avisaron al obispo de Nisa, rompieron las paredes, entraron dentro y halaron al santo lleno de gusanos y lo desataron de sus cadenas. "Ciertamente, les dijo, ya soy desatado de las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo". Pasados tres días se postró en oración y después de orar un gran espacio con mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor. Luego que hubo muerto, desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y resplandeciente: por lo cual el obispo lo hizo sepultar con gran pompa y solemnidad.
Reflexión:
Hemos visto en el glorioso san Hospicio otro santo Job: pues comiendo sus carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, cual pudiera estar otro cualquiera gozando de los regalos y delicias del mundo. "Oh padre, le dijo uno de los que entraron a verlo cuando estaba para morir: ¿Y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?" A lo que respondió el santo: "Porque me conforta aquel Señor por quien yo padezco". ¡Oh si nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y suaves nos parecieran los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos envía!
Oración:
Te rogamos, Señor, que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890
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