Crucifixión: Pureza y Obediencia
Si pudiéramos hacer una sola meditación del Cuarto Misterio Gozoso y el Quinto Misterio Doloroso del Santo Rosario, y entrelazar el mismo amor e intención divina que se encuentran en ambas escenas (La Presentación de Jesús en el Templo; y la Crucificción y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo); la Virgen nos concedería innumerables riquezas espirituales y doblegaría en nuestra alma el orgullo pertinaz y la impureza persistente. Dos virtudes principales pueden obrar en nuestro espíritu: La Humildad y la Santa Mortificación.
Someterse a la Ley de Dios y a su Santa Iglesia es circuncidarse, purificarse del mundo, de la carne, de las tendencias al pecado.
Mortificarse, sacrificarse y sufrir a causa de Cristo por los pecados del mundo, pero principalmente por los nuestros; es estar dispuesto a esperar cumplida en uno la más terrible profecía, la más temible muerte o el más aterrador suplico.
Expirar los propios y carnales impulsos; trabajar por hacer la Voluntad del Padre; a pesar de las conveniencias personales; corresponde notoriamente a la Santificación de la Vida cristiana que siempre está saliendo a luz con sus dolores de parto; y que sin esos dolores, difícilmente renazca.
Un sacerdote Judío (Simeón) proclama al Salvador; otro sacerdote Judío (Caifás) lo humilla y lo manda a matar. Ambos intervienen en la Purificación y Redención; uno adhiriendo a la obra redentora; otro oponiéndosele. Y a pesar del hombre, Cristo es Rey. Y para todos será su fuego.
A unos pocos encontrará arrodillados y los levantará para Gloria Eterna.
A otros muchísimos arrodillará y humillará, para ruina sin fin.
¡Ay de los que no purifican sus "ideologías" tan acordes al siglo! ¡Ay de los que no obedecen los Dogmas pronunciados una vez para siempre!
¡Señor, Ten Piedad! ¡Santísima Madre, que no falte tu Rosario!
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