martes, 31 de mayo de 2016

Santa Petronila, virgen (31 de mayo)



Santa Petronila, virgen.

(† Siglo I.)

Fue santa Petronila una doncella romana, a quien el Príncipe de los apóstoles poco después de entrar en Roma convirtió a la fe juntamente con toda su familia. Y porque la engendró para Jesucristo por el bautismo, ella lo amaba y le tenía una tierna devoción, y se llamaba hija de san Pedro, aunque no según la carne, sino según el espíritu. Deseaba esta santa virgen padecer mucho por Jesucristo que por su amor había muerto en la cruz, y el Señor le dio por cruz el lecho del dolor, donde estuvo por muchos años herida de perlesía en todos los miembros de su cuerpo. La visitaban con frecuencia san Pedro y otros fieles de Roma, y como le dijesen que por qué sanando él a tantos enfermos y siendo piadoso para todos, para sólo ella era cruel; levántate, pues, Petronila, dijo, y sírvenos a la mesa. Se levantó la santa como si nunca hubiese estado enferma, y después de haber servido a la mesa, con asombro de todos, les dijo san Pedro: "no es eso lo que le conviene, sino estar enferma"; y así volvió a hallarse paralítica como antes, hasta la muerte del santo apóstol y luego sanó de todas sus enfermedades. Salió tan aventajada en la virtud, que como dicen las actas, con sola su voluntad sanaba de repente a los enfermos. Se enamoró ciegamente de ella un caballero noble romano, llamado Flaco, quien con gente de guerra vino a casa de Petronila para llevársela por esposa. Le respondió la hermosísima virgen; "aguarda tres días, y al cabo de ellos vengan las doncellas que me acompañen a tu casa". Con esta respuesta quedó Flaco contento, y ella que había ofrecido su virginidad a Jesucristo, gastó los tres días en perpetua oración y ayunos, suplicándole con muchas lágrimas y gran afecto que la librase de aquel peligro, y no permitiese que ella contra su voluntad perdiese lo que le había prometido y tanto deseaba conservar. Vino al tercer día a su casa un santo sacerdote llamado Nicomedes, dijo misa y le dio el santísimo Sacramento; y recibiéndole se inclinó sobre su cama y dio su espíritu a Dios. Vinieron aquel día las doncellas que Flaco enviaba para acompañarla y llevarla a su casa, y hallándola muerta, en lugar de celebrar las bodas, celebraron sus exequias. El cuerpo de la santa fue sepultado en la vía Ardeatina y después trasladado con gran solemnidad a la basílica del príncipe de los apóstoles san Pedro en tiempo del papa Paulo, primero de este nombre. 

Reflexión: 

Dichosa y bienaventurada virgen, muy amada del Señor después de haber sido probada como la plata y purificada como el oro en el crisol de la enfermedad. Acontece con harta frecuencia que esos trabajos que humillan al hombre y rinden el cuerpo, son el mejor remedio para sanar el alma; porque entonces vemos claramente y mejor que con todas las meditaciones, la brevedad y fragilidad de nuestra vida y la nada de nuestro ser y la vanidad de las cosas del mundo. ¿A cuántos ha sido ocasión de perderse la salud, o la posesión de los demás bienes temporales, en que el mundo cifra la humana felicidad? Mas cuando la salud está quebrantada, comienza a entrar el hombre dentro de sí, y a acordarse de Dios en quien solamente puede hallar su verdadera, sólida y eterna dicha. 

Oración: 

Óyenos, Señor y salvador nuestro, para que la espiritual alegría con que celebramos la festividad de tu bienaventuraba virgen Petronila, vaya acopañada de verdadera devoción. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

lunes, 30 de mayo de 2016

San Fernando, rey de Castilla y de León (30 de mayo)



San Fernando, rey de Castilla y de León.

(† 1252)

El gloriosísimo rey san Fernando fue hijo de don Alfonso IX rey de León y de doña Berenguela, la cual lo crió a sus pechos, y así con la leche parece que mamó sus santas virtudes. Jamás dejó de obedecerla como a madre; y como algunos de los ricos hombres murmurasen de que después de ser rey estuviese tan rendido a su madre, dijo el santo: "Dejando de ser hijo, dejaré de serle obediente". Poseía en altísimo grado todas las prendas reales, y con sus virtudes tenía tan ganados a sus vasallos, que era más rey de sus corazones que de las ciudades de su reino. Tomó en sus manos la espada para hacer guerra a los moros que tiranizaban gran parte de España; pacificó los reinos de Castilla y de León, hizo tributarios a los reinos de Valencia y de Granada, conquistó los de Murcia, Córdoba, Jaén y Sevilla, y varios, príncipes de África solicitaron su amistad con decentes partidos. En treinta y cinco años que peleó se contaron siempre sus batallas por sus victorias y sus empresas por sus triunfos. Nunca desnudé la espada (decía él) ni cerqué ciudad ni castillo, ni salí a empresa, que no fuese mi único motivo el dilatar la fe de Cristo; y por la mayor gloria y servicio de Dios no rehusaba ningún trabajo de la guerra, como si fuera soldado particular, hasta dormir en el duro suelo, y hacer las centinelas por su turno con los demás soldados en el sitio de Sevilla. Cuidaba mucho del alivio de sus vasallos, y no quería imponer nuevos tributos; y cuando se lo aconsejaban sus ministros con el buen pretexto de hacer guerra a los moros, respondía: "Más temo las maldiciones de una viejecilla pobre de mi reino, que a todos los moros del África". Ganada la ciudad de Sevilla, dispuso una solemnísima procesión de toda la gente lucida del ejército, de la nobleza, del clero y de los obispos, viniendo al fin la venerable efigie de nuestro Señora de los Reyes en un carro triunfal de plata. Los templos y oratorios que edificó a la Virgen santísima pasaron de dos mil. Finalmente después de un gloriosísimo reinado, conociendo el santo Monarca que se llegaba su fin, antes de que lo mandasen los médicos, se confesó para morir y pidió la
sagrada Eucaristía, la cual recibió arrojándose de la cama y postrándose sobre la tierra con una soga al cuello. Se despidió después de la reina Juana y de sus hijos, pidió humildemente a los circunstantes que si tenían alguna queja de él, le perdonasen; y respondiendo que no tenían ninguna que perdonar, alzó ambas manos al cielo diciendo: "Desnudo nací del vientre de mi madre a la tierra y desnudo vuelvo a ella". Mandó luego que cantasen el Te Deum, y en el segundo verso que dice, "a ti Eterno Padre venera toda la tierra", inclinó la cabeza y entregó su espíritu a Dios. 

Reflexión: 

Dicen los historiadores: "Cuando murió el rey don Fernando todo el reino hizo un gran sentimiento: los hombres se mesaban las barbas y las mujeres principales se arrancaban los cabellos, y sin atender al decoro de sus personas, salían por las calles llorando y poblando de clamores el aire. Todos lloraban y decían: Ojalá no hubiese nacido, o no hubiese muerto el príncipe. Y hasta el mismo Alhamar mandó cien moros con achas encendidas a sus exequias". No nos olvidemos pues de rogar incesantemente en nuestras oraciones al Señor que nos de reyes o gobernadores como san Fernando, que merezcan las bendiciones y no las maldiciones de sus pueblos. 

Oración: 

Oh Dios, que concediste al bienaventurado Fernando, tu confesor, que pelease tus batallas y que venciese a los enemigos de tu fe, concédenos por su intercesión la victoria de nuestros enemigos corporales y espirituales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890


domingo, 29 de mayo de 2016

San Maximino, obispo de Tréveris (29 de mayo)



San Maximino, obispo de Tréveris. 

(† 348.)

Fue san Maximino natural de la ciudad de Poitiers, hijo de padres clarísimos en linaje, descendientes de senadores. Tuvo por hermano a san Majencio, que fue obispo de Poitiers, y él a su vez lo fue de Tréveris, por nombramiento de san Agricio y consentimiento de todos los clérigos. Grandes fueron las cosas que hizo en defensa de la fe católica sin temer jamás al emperador Constancio, hereje arriano. Cuando todo el Oriente se levantó contra el glorioso san Atanasio, que andaba huido y desterrado, no hallando donde acogerse en todo el imperio, san Maximino le recibió y le tuvo hospedado en su casa hasta que pasó aquella tempestad. Hizo juntar un concilio en Colonia para excomulgar y privar de su cátedra al obispo Eufrates, hereje, que perdía aquella tierra. Se halló también en el concilio celebrado en Milán para expulsar a los herejes Eusebianos; y de acuerdo con san Atanasio y el papa Julio y el célebre Osio de Córdoba, propuso san Maximino al emperador Constancio la necesidad de un concilio general que se celebró en Sárdica, donde fue de nuevo restablecido en su silla san Atanasio, y depuestos los principales Eusebianos. Y aunque estos se reunieron después en Filipópoli de Tracia y tuvieron allí un conciliábulo que llamaron de Sárdica, para confundir con este equívoco las decisiones del verdadero concilio, y osaron excomulgar a san Maximino, el papa Julio, a Osio y a san Atanasio, no pudieron con toda su malicia prevalecer sobre la entereza con que el santo defendió la verdadera fe. Acreditó el glorioso san Maximino la verdad católica alumbrando ciegos, sanando paralíticos, curando endemoniados y obrando muchos y extraños prodigios. Yendo una vez camino de Roma con san Martín, un oso feroz les mató el jumentillo que les llevaba la ropa; entonces san Maximino mandó al fiero animal que tomase sobre sí la carga, lo cual hizo el oso llevándola hasta un lugar llamado Ursaria, donde san Maximino lo despidió. Finalmente lleno de méritos y trabajos murió en Poitiers, y su sagrado cuerpo fue trasladado a Tréveris con gran solemnidad, obrando el Señor por él innumerables prodigios. El terror de los normandos, que pasaban a sangre y fuego los templos y monasterios, movió a algunos religiosos a ocultar las reliquias de san Maximino en el año 882, dentro de una cueva; con este motivo se perdió la noticia de ellas, hasta que habiéndose caído una gran peña, abrió con el golpe parte del sepulcro, y fueron descubiertas por la fragancia que despedían, y se vio con admiración de todos entero el santo cuerpo, e intactos sus vestidos al cabo de tantos años. 


Reflexión: 

Quiere Dios para gloria suya y de sus santos que los animales y la naturaleza les estén sujetos, como se veía en san Maximino. ¿Y qué hombre tan ciego hay que no vea por estos argumentos que la religión católica que autorizan los santos con sus milagros, es la que enseñó a los hombres aquel mismo Dios omnipotente que hizo el cielo y la tierra? Recibámosla pues de su mano divina como hemos recibido de ella el cuerpo y el alma; y así como le somos agradecidos por la luz de los ojos que nos ha dado, tanto y mucho más debemos darle gracias por la luz sobrenatural de la fe, que ha infundido en nuestras almas, y por la revelación que ha hecho a los hombres de su divina verdad por medio de Jesucristo, testigo de sus soberanos secretos. 


Oración:

Te suplicamos, oh Dios todopoderoso, que en esta venerable solemnidad de tu confesor y pontífice san Maximino, acrecientes en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 28 de mayo de 2016

San Germán, obispo de París, confesor (28 de mayo)



San Germán, obispo de París, confesor.

(† 576.)

San Germán, obispo de París, varón por su excelencia, santidad y grandes prodigios admirado, fue hijo de padres pobres y nació en Borgoña en territorio de Autún. Aborrecida su madre por haberlo concebido en breve tiempo después de otro hijo, tomó medios para matarlo antes de que naciese, y no pudo porque Dios guardaba aquel niño y lo había escogido para gran ministro de su gloria. Habiendo, pues, pasado los años de la primera edad en estudios de letras, se ordenó de diácono y de presbítero, y fue elegido por abad del monasterio de san Sinforiano. Florecía allí con rara virtud, cuando por voluntad del rey Childetaerto fue consagrado obispo de París. Era muy largo en las limosnas que hacía, y con frecuencia comía con los pobres. Dios lo ayudaba por mano del mismo rey, el cual le daba hasta sus vasos de oro y plata, rogándole que lo diese todo porque no le faltaría qué dar. No fue tan favorecido del rey Clotario su hermano, a quien Dios castigó con una enfermedad de la cual el mismo santo lo sanó. Después, habiendo venido la corona de Francia al rey Cariberto, que estaba amancebado con la hermana de su mujer, san Germán, lo excomulgó a él y a la amiga, y como aun todo esto no bastase, tomó Dios la mano quitando la vida primero a la amiga del rey y después al mismo rey. Celebró también san Germán un concilio en París, en el cual reprimió la codicia de los grandes que usurpaban los bienes de la Iglesia, y las limosnas de los fieles. Haciendo el santo una peregrinación a Jerusalén, el emperador Justiniano le ofreció grandes dones de oro y plata; mas el santo varón no quiso aceptarlos, antes le suplicó que le diese algunas reliquias, y el emperador le dio entre otras la corona de espina de nuestro Señor Jesucristo. Los milagros que hizo fueron innumerables, y no parecía sino que el Señor le había dado señorío e imperio sobre las criaturas. Finalmente a los ochenta años de edad llamó a un notario suyo y le mandó que escribiese sobre su cama "A los 28 de mayo". Y aunque entonces no se entendió lo que quería decir, se adivinó después cuando en este día entregó su preciosa alma al Señor. Fue sepultado con gran llanto y solemnidad de toda la ciudad de París, en la capilla de san Sinforiano que él mismo había mandado fabricar, y luego confirmó el Señor con nuevos milagros la santidad de su siervo: y más tarde Lanfrido abad trasladó el sagrado cuerpo a la iglesia de san Vicente, con asistencia del rey Pipino y de Carlos su hijo, que fueron, testigos de muchas maravillas. 


Reflexión: 

Dice el rey Childeberto en unas letras patentes: "Nuestro padre y señor Germán, obispo de París y hombre apostólico, nos ha enseñado en sus sermones que mientras estemos en esta vida hemos de pensar mucho en la otra y hacer muchas limosnas. Habiendo sabido que estábamos enfermos en el Castillo de Celles, y que no nos habían aprovechado todos los medios humanos, vino a visitarnos y pasó toda la noche en oración. Por la mañana puso sobre nosotros sus santas manos y apenas nos tocó cuando nos hallamos con plena salud. Por lo cual donamos a la iglesia de París y al obispo Germán la tierra de Celles donde recibimos esta misericordia de Dios". Mira tú cuán poderosos son los santos, y cuán provechosos a los reyes y a los reinos y a todos sus devotos.


Oración: 

Te rogamos, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la solemne fiesta de tu bienaventurado confesor y pontífice Germán, y que por sus méritos nos libres de todos nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 27 de mayo de 2016

San Juan, papa y mártir (27 de mayo)



San Juan, papa y mártir.

(† 526.)

San Juan, papa, primero de este nombre, nació en Florencia, y se crió en Roma donde hizo maravillosos progresos en las ciencias y cristianas virtudes. Era ya el espejo y oráculo de todo el clero cuando por la muerte del santísimo padre Hormisdas, fue elegido Juan sumo pastor de la Iglesia, con gran consuelo de los fieles. Reinaba a la sazón en Italia Teodorico, rey de los ostrogodos, defensor de los herejes arríanos, y en Oriente el emperador Justino, celoso protector de la Iglesia católica. Mandó, pues, este católico príncipe que no se admitiesen en su imperio obispos y sacerdotes arrianos, y que se les quitasen las iglesias que tenían y se diesen a los fieles y católicos. Al saber esto se embraveció Teodorico y dio bramidos como un león; y hasta amenazó de poner a sangre y fuego a Italia y pasar a cuchillo a todos los católicos. Se recataba de todas las personas de valor que veía aficionadas a la parte de Justino, y así mandó prender al sapientísimo Severino Boecio y a su suegro Símaco. Pero antes de ejecutar su furor, quiso enviar embajadores al emperador Justino, y escogió para esta embajada a cuatro senadores que habían sido cónsules y a nuestro santo pontífice, juzgando que había blandeado con las amenazas. Llegado el santo a Constantinopla, fue recibido con cruces, pendones y hachas encendidas; el mismo emperador bajó del caballo en que iba, y puesto ante él de rodillas, le hizo reverencia como a vicario de Dios en la tierra. Entrando el santo pontífice por la puerta de la ciudad dio la vista a un ciego. Trató los negocios que llevaba con el emperador y los concluyó como deseaba, aunque convinieron los dos en no dar las iglesias a los arrianos, ni consentir que contaminasen los templos del Señor con las ceremonias de los herejes. Por lo cual el rey Teodorico hizo matar a Símaco y al ilustre y católico filósofo Boecio, que eran los varones más esclarecidos de Italia, y el mayor ornamento de Roma. Luego que volvió el santo pontífice a Italia fue encerrado en una cárcel sucia y tenebrosa de Ravena, pero no por eso desmayó ni dejó por temor del tirano de llevar adelante la defensa de la fe católica, antes escribió una carta a los obispos de Italia en que les exhortaba a trabajar varonilmente en la viña del Señor, y a despreciar por la causa de Jesucristo las fieras amenazas del rey. Fue el santo en aquella cárcel tan maltratado, que dentro de pocos días murió. Pero no se fue alabando el tirano, porque poco después fue severísimamente castigado de Dios con espantosos terrores que le helaron la sangre y le quitaron la vida. 

Reflexión: 

En la carta que escribió el venerable pontífice san Juan desde su cárcel a los obispos de Italia, les decía: "Armaos, hermanos míos, con la espada del espíritu del Señor contra la perfidia de los herejes; persaguidla hasta que no quede raíz ni rastro de ella; y puesto caso que el rey Teodorico inficionado de la pestilencia arriana nos amenace y diga que a nosotros y a nuestra tierra la ha de pasar a sangre y fuego, no por eso os turbéis, ni temáis a los que pueden matar al cuerpo y no al alma. Roguemos al Señor que de esta fortaleza cristiana así a nuestros pontífices y prelados como a todos los fieles de la santa y divina Iglesia católica, pues, vale más la fe de Jesucristo que todos los demás bienes temporales del mundo. 


Oración: 

Oh Dios, que cada año nos alegras con la festividad de tu bienaventurado mártir y pontífice san Juan, concédenos benignamente que merezcamos la protección de aquel cuya memoria solemnizamos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 26 de mayo de 2016

San Felipe Neri, fundador (26 de mayo)



San Felipe Neri, fundador. 

(† 1595)


El glorioso fundador de la Congregación del Oratorio san Felipe Neri nació en Florencia de padres nobles y temerosos de Dios. Mostró desde la infancia gran inclinación a la virtud, por lo cual le llamaban comúnmente Felipe el bueno. Tocado de Dios, se fue a Roma, y en aquella corte del mundo comenzó una vida tan penitente como si estuviera en el yermo. Unos mancebos atrevidos lo encerraron una vez con dos mujercillas livianas para que le provocasen al mal; mas él cuando se vio en tan gran peligro, no hizo sino hincarse de rodillas, orando con tal reverencia, que ni aun mirarlo a la cara se atrevieron. Terminados sus estudios de filosofía y teología, vendió hasta los libros para entregarse todo a Dios, del cual recibía tan grandes consuelos, que le decía amorosamente: "Señor, no puedo más, apartaos de mí, que siendo yo mortal, no puedo ya llevar esta avenida de vuestros celestiales deleites". Un día, poco antes de la fiesta de Pentecostés, vino sobre él un fuego de amor tan grande que lo derribó en el suelo con una gran palpitación del corazón que le duró toda su vida, quebrándosele dos costillas de encima del pecho; y sentía en aquella parte un calor tan excesivo, que por más frío que hiciese y siendo él ya un viejo, era fuerza desabrigarse el pecho para templar aquellos ardores. Conversaba con gente muy perdida y la ganaba para Jesucristo, visitaba los hospitales, y servía a los enfermos; fundó la cofradía de la santísima Trinidad de peregrinos y convalecientes, y por su ejemplo instituyó san Camilo de Lelis la religión de clérigos regulares, ministros de los enfermos. Habiendo mandado su confesor que se ordenase de sacerdote eran perpetuos los éxtasis y ardores de amor que sentía en la misa, y algunas veces le veían levantado en el aire muchos codos en alto. Era muy familiar de san Ignacio de Loyola, el cual le llamaba la campana, por los muchos que por su medio llamaba Dios a las religiones, y no lo quiso admitir en la Compañía, porque sabía que el Señor lo tenía guardado para fundador de la Congregación del Oratorio. Solía visitar las siete iglesias de Roma, y a veces pasaban de dos mil los que lo acompañaban. Obraba innumerables prodigios y parecía que tenía en la mano la vida y la muerte, la salud y la enfermedad. Finalmente, después de haber perpetuado su espíritu de piedad y celo de las almas en la Congregación del Oratorio, a los ochenta años de su vida preciosa y en el día de Corpus Christi, recibió del Señor la eterna recompensa de sus trabajos y virtudes. 


Reflexión: 

Llegándose a san Felipe una persona que había cometido un pecado grave, le dijo el santo: "¡Qué mala cara tenéis!" Ella se retiró e hizo algunos actos de contrición, y tornó a ponerse delante del siervo de Dios, el cual le dijo: "Desde que os apartasteis de mi habéis mudado de rostro". Era también cosa muy rara y notada que san Felipe Neri echaba de sí un olor suavísimo y celestial que confortaba a los que trataban con él, y que conocía a los que estaban en pecado por un hedor insoportable, y les avisaba que se confesasen y enmendasen. ¿Qué olor sintiera en ti el santo glorioso? ¿Había de avisarte también para que purificases tu alma? ¿Se alegraría percibiendo en ti el aroma de las virtudes y de la gracia de Dios? 


Oración: 

Oh Dios, que encumbraste a la gloria de tus santos a tu bienaventurado confesor Felipe, concédenos benignamente que los que celebramos su solemnidad, imitemos sus ejemplos y virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 25 de mayo de 2016

San Gregorio VII, papa (25 de mayo)



San Gregorio VII, papa.  

(† 1085.)

Gregorio, séptimo de este nombre, llamado antes Hildebrando, fue uno de los más grandes pontífices que han ocupado la silla de san Pedro, y uno de los hombres más eminentes que han florecido en los siglos del mundo. Su mira principal había sido hacer de todas las naciones una sola familia unida por los vínculos de la caridad y de la ley de Jesucristo. Nació este incomparable y santísimo va-rón, en Soano de Toseana, y era hijo de un carpintero. Se díce de él, que siendo niño y jugando con los fragmentos de la madera, formó, dirigido por la mano de Dios, aquellas palabras de David: "Dominabitur a mari usque ad mare: dominará de un extremo a otro del mar": lo cual era indicio del poder que este niño había de ejercer en el mundo. Hizo sus estudios en Roma, donde mostró su vastísimo ingenio, y mereció el singular aprecio de los pontífices Benedicto IX y Gregorio VI. Acompañó a éste en su destierro a Alemania y se retiró después a la abadía de Cluni, donde fue abad y ejemplar de gran virtud para aquellos religiosos. Lo nombraron después cardenal de la santa Iglesia romana, y desempeñó con tal acierto cargos importantísimos durante los reinados de cinco papas, que después de la muerte de Alejandro II, fue elegido sumo pontífice por unánime consentimiento, brillando como sol en la casa del Señor. Lo vieron en cierto día que celebraba la misa solemne, cobijado por una blanca paloma que tenía las alas extendidas sobre su sagrada cabeza, como dando a entender que no eran las razones de la prudencia humana sino la asistencia del Espíritu Santo la que lo dirigía en el gobierno de la Iglesia. Dio eficaces decretos contra la simonía, apoyada por la misma autoridad real, fulminó anatemas hasta contra el emperador Enrique IV, que le declaró la guerra, y mientras estaba sitiado dentro de Roma celebró un sínodo en que lo excomulgó, retirándose luego al castillo de San Angelo, y libertándose por el socorro que recibió de Roberto Guiscardo, príncipe de la Pulla. Conjuró después el cisma nacido de la elección de un antipapa hecho por el emperador; y con sapientísimas instrucciones que daba a los fieles y a los príncipes cristianos, trabajó infatigablemente por la restauración y felicidad de los pueblos cristianos; y después de doce años de un glorioso pontificado, pasó a recibir la eterna recompensa de sus heroicas virtudes en la gloria de los cielos. Las obras que escribió constan de diez libros de epístolas, y con sobrada razón dice DuPin, el contrario más parcial de san Gregorio, que las calumnias acumuladas por los adversarios de la Iglesia contra este santo pontífice están refutadas por aquellas mismas cartas, llenas del espíritu de Dios y de celo apostólico. 

Reflexión: 

Las últimas palabras que pronunció san Gregorio VII, momentos antes de morir, fueron estas:, "He amado la justicia y aborrecido la iniquidad". Roguemos al Señor que envíe a su Iglesia pontífices y prelados como este santo que defiendan la Iglesia, que la ilustren con sus heroicas virtudes y preparen todas las naciones al reinado social de nuestro Señor Jesucristo, el cual convirtiría la tierra en un cielo de paz, de amor y de tanta felicidad como es posible en este mundo; porque no hay duda que gran parte del malestar social proviene de no estar unidos todos los hombres con el vínculo de una religión divina. 

Oración: 

Oh Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que esforzaste con la virtud de la constancia al bienaventurado Gregorio, tu confesor y pontífice, para que defendiese la libertad de la Iglesia, concédenos por su intercesión y ejemplo la gracia de vencer todas las dificultades que se oponen a tu divino servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

martes, 24 de mayo de 2016

Santos Donaciano y Rogaciano, hermanos mártires (24 de marzo)



Santos Donaciano y Rogaciano, hermanos mártires

(† 287.)

En tiempo de los emperadores Diocleciano y Maximiano vivían en la ciudad de Nimes en Francia dos hermanos de claro linaje, de los cuales el mayor, llamado Donaciano se aventajaba en la fe y virtudes cristianas, al menor, llamado Rogaciano, que todavía era gentil. Mas al fin le persuadió que se bautizase; y aunque Rogaciano vino en ello, no pudo, porque por este tiempo llegaron a Nimes crueles edictos contra los fieles, y el sacerdote que había de bautizarlo huyó de temor como otros muchos cristianos. A pocos días, un ciudadano de Nimes se fue al juez y acusó o los dos hermanos. Lo sintió mucho porque eran ricos y nobles, y así les hizo llamar y les rogó que no menospreciasen la veneración de Júpiter y Apolo por la doctrina nueva de Jesucristo, porque esto era enloquecer y poner en riesgo la vida. Respondieron los dos hermanos, que no podían creer en los dioses y que debían y querían creer en Jesucristo, y se tendrían por dichosos derramando por El su sangre. Los encerraron, pues, en una cárcel oscura donde los dos hermanos pasaron la noche en oración, suplicando Rogaciano al Señor que la muerte le fuese el don del bautismo. Entrado el día, mandó el presidente que los sacasen delante de todo el pueblo cargados de cadenas como estaban, y les dijo: "Con indignación os quiero hablar, porque o por ignorancia dejáis la religión y veneración de los dioses, o lo que es peor, por sacrílega obstinación los menospreciáis". A esto respondieron los gloriosos mártires: "Tu ciencia es peor que toda ignorancia, y tu religión supersticiosa es tan vana como esos dioses de metal que adoras. Ya nosotros estamos dispuestos a padecer por el nombre de Cristo los mayores tormentos que pudieres inventar, pues ningún daño recibirá con ellos nuestra vida vueltos a Aquel de donde tuvo principio". El presidente, oída esta respuesta, se enfureció más y los mandó poner en un potro, y que les rompiesen las carnes, para que si ya con el terrible dolor y tormento no les pudiese mudar los ánimos, a lo menos con despedazar y deshacer sus cuerpos quedase vengado. Esta crueldad se ejecutó con todo rigor quedando los invictos mártires despedazados; pero siempre estuvieron constantes y firmes en la confesión de la fe y nombre de nuestro Señor Jesucristo; por lo cual los verdugos, por mandato del presiente, con dos lanzas les traspasaron las cervices y al fin les cortaron las cabezas. De esta manera estos felices hermanos y mártires gloriosos fueron a reinar con Cristo, siendo el uno al otro causa de su salud eterna.  

Reflexión: 

Esta fue buena compañía y santa hermandad; y por esta causa triunfan ahora eternamente los dos santos hermanos en la compañía de Dios y en el gloriosísimo coro de los mártires. Si tienes pues algún hermano, deudo o amigo a quien mucho aprecias, y les ves andar por malos caminos, no le dejes perecer. No se trata de exhortarle al martirio, y persuadir que se ha de dejar quemar y desollar vivo; se trata de decirle que procure vivir nada más que como buen cristiano, porque es gran desventura que un hermano se salve y otro se condene, y que los verdaderos amigos se hayan de separar para siempre, gozando uno en el cielo, y padeciendo el otro en el infierno. 

Oración: 

Oh Dios, que nos concedes tu gracia para venerar el nacimiento a la verdadera fe de los santos hermanos mártires Donaciano y Rogaciano, danos también la gracia de gozar en su compañía de la eterna felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

lunes, 23 de mayo de 2016

La aparición de Santiago, apóstol (23 de mayo)




La aparición de Santiago, apóstol. 

(844)

Entre los innumerables y señalados beneficios que ha recibido España de su bienaventurado apóstol y defensor Santiago, es digno de eterna recordación y agradecimiento el que alcanzó en Clavijo. Porque dominando aún en España los sarracenos y oprimiendo a los pueblos cristianos con graves y deshonrosos tributos, el rey Ramiro, que había subido al trono de León, rechazó sus injuriosas demandas y procuró con toda sus fuerzas enflaquecer el poder de los moros, y librar a nuestra patria de aquella tan dura servidumbre. Hizo pues un llamamiento general a las armas, y juntando un poderoso ejército se adentró en las tierras de los enemigos. Abderramán lleno de coraje, llamó en su auxilio hasta las tropas africanas, para salir a su vez al encuentro de los cristianos. Se encontraron los ejércitos cerca de Avelda y en aquella comarca se dio la batalla de poder a poder, y pelearon con dudoso suceso, hasta que cerrando la noche, mandó don Ramiro retirar sus tropas cansadas y destrozadas al vecino collado llamado Clavijo, donde se fortificó lo mejor que pudo e hizo curar a los heridos. El rey, oprimido de tristeza y de cuidado, se quedó adormecido, y entre sueños le apareció un varón celestial de gran majestad y grandeza, y preguntándole el rey quién era: "soy, res-pondió, Santiago apóstol, a quien ha confiado Dios la protección de España. ¡Buen ánimo! mañana te ayudaré y alcanzarás ilustre victoria de tus enemigos". Despertó el rey con esta visión y dio cuentas de ella a los obispos que seguían su campo y a los capitanes del ejército; y al amanecer, dada la señal del combate, bajaron las huestes españolas del monte, y como bravos leones se arrojaron sobre los bárbaros, invocando el nombre de Santiago. Se asombraron los sarracenos al ver el ímpetu y valor con que los acometían unos enemigos a quienes contaban por vencidos, y creció más su confusión con los favores que nos vinieron del cielo. Porque Santiago, cumpliendo la palabra que había dado al rey, se dejó ver en el aire, cercado de una luz resplandeciente, que a los cristianos infundía gran confianza y fortaleza, y a los moros terror y espanto. Venía el santo apóstol montado en un blanco corcel; y en una mano traía un estandarte blanco en medio del cual campeaba una cruz roja, y con la otra mano blandía una espada fulminante que parecía un rayo. Capitaneando así nuestra gente se alcanzó la más ilustre victoria. Unos setenta mil sarracenos cayeron muertos en el campo, quedando humillada desde aquel día la soberbia de los moros, y España libre del ignominioso tributo. 

Reflexión: 

Desde este tiempo comenzaron los soldados españoles a invocar en las guerras al glorioso apóstol como a su valeroso y singular defensor; lo cual hacen en todas las batallas, y la señal para acometer y cerrar con el enemigo, hecha oración y la señal de la cruz, es invocar al santo y decir: "¡Santiago, cierra España!". Y por este singular patrocinio del santo apóstol han tenido felicísimos sucesos y acabado cosas tan extrañas y heroicas que humanamente no parece que se podían hacer. Invoquemos también nosotros al santo para que nos defienda de nuestros enemigos visibles e invisibles y especialmente de los demonios y hombres diabólicos que causan la perdición temporal y eterna de los hombres. 

Oración: 

Oh Dios, que misericordiosamente encomendaste la nación española a la protección del bienaventurado Santiago apóstol, y por su medio la libraste milagrosamente de su inminente ruina, concédenos, te rogamos, que defendida por él mismo, gocemos de eterna paz. Por Jesucristo, nuestro Señor Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

domingo, 22 de mayo de 2016

Santa Julia, virgen y mártir (22 de mayo)



Santa Julia, virgen y mártir. 

(† 450)

Habiendo entrado en Cártago Genserico, rey de los Vándalos y queriendo poner allí su corte, hizo esclavos a los ciudadanos principales, a muchos quitó la vida, y a las mujeres y doncellas nobles vendió a los mercaderes. Entre estas ilustres esclavas, una fue la virgen santa Julia, que fue vendida a un mercader gentil, llamado Eusebio, el cual la llevó consigo a Siria, y cobró tal aprecio de ella, que solía decir que la estimaba sobre todos sus bienes. Se abatía Julia a los humildes oficios de esclava por amor de Jesucristo, y el tiempo que le quedaba libre, gastaba en oración y en la lectura de libros piadosos que había salvado del saqueo de su casa. Aunque era extraña su hermosura, se hacía respetar por su virtud y singular modestia, de los mismos paganos. Pasó después su amo a la Provenza para hacer un negocio y se llevó a su esclava Julia, y en arribando a la isla de Córcega al tiempo que los idólatras de la isla celebraban una gran fiesta, entró en el templo y sacrificó un toro al demonio. Terminadas las supersticiosas ceremonias, el gobernador de la isla, habiendo sabido por relación de sus criados que Eusebio había dejado a bordo de la nave con parte del equipaje y gente de la tripulación a una esclava suya hermosa en extremo, le convidó a un magnífico banquete, en el cual lo embriagó, y entonces hizo llamar a la esclava Julia con el fin de tomarla para sí. Cuando la tuvo delante, le dijo con artificiosa ternura: "No temas, hija mía, que se pretenda hacerte algún insulto: estoy muy informado de tu virtud, y no merecen tus prendas que gimas por más tiempo en el indigno estado de esclava. Quiero tomar a mi cuenta tu fortuna, y no pido de ti otra cosa sino que vengas al templo a cumplir con tus devociones y hacer sacrificio a nuestros dioses. Yo pagaré a tu amo tu rescate; y si quieres quedarte en nuestra isla no te faltará un esposo digno de tu persona". Respondió Julia con mucha modestia y compostura, pero con igual resolución, que ella se consideraba verdaderamente libre, mientras tuviese la dicha de ser sierva de Jesucristo; que estaba contenta con su condición, y que no pretendía alcanzar otros bienes que los del cielo. Irritado el impío gobernador la hizo abofetear y colgar de los cabellos y azotar cruelmente, y porque perseveró constante en confesar que adoraba a Jesucristo crucificado, hizo que a toda prisa la colgasen en una horca de madera hecha a manera de cruz, donde la sagrada virgen expiró perdonando generosamente a sus enemigos. Sus sagradas reliquias son muy veneradas en el monasterio de monjas que fundó en Brescia Didier, rey de Lombardía, del cual era abadesa su hija Angelberga.


Reflexión: 

A los ojos del mundo no puede imaginarse mayor desventura que la esclavitud y martirio de la purísima y nobilísima virgen santa Julia, pero a los ojos de Dios y de sus ángeles fue la mayor gloria y la mayor grandeza; y este es el verdadero juicio que hemos de hacer de los varios sucesos con que el Señor quiso probarla y hacerla merecedora de la gloriosísima corona de los mártires. ¿Qué son la hacienda, la honra y la vida temporal, si se comparan con la inefable felicidad que está gozando santa Julia en los cielos hace ya quince siglos, y de la cual gozará eternamente? Pongamos pues nuestra suerte en las manos del Señor y pidámosle una sola cosa, a saber: que por tempestades o bonanzas, por buenos o malos sucesos, no nos deje nunca de sus manos y a todo trance nos lleve al puerto deseado de la gloria. 

Oración: 

Te rogamos, Señor, que nos alcance el perdón de nuestras culpas la bienaventurada virgen y mártir santa Julia, la cual siempre fue de tu agrado por el mérito de su castidad y por la profesión de su virtud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

sábado, 21 de mayo de 2016

San Hospicio Recluso, confesor (21 de mayo)



San Hospicio Recluso, confesor.

(†581.)


Vestido de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro, y atado a una de ellas, dentro de una torre, comiendo solo un poco de pan con unos dátiles y algunas raíces de yerbas y bebiendo solo agua, vivía en la ciudad de Nisa un varón santísimo llamado Hospicio o Sospis. Junto a esta torre había un monasterio cuyos monjes dirigía el siervo de Dios. Agradó tanto al Señor su gran penitencia y vida encerrada, que hizo por él grandes maravillas. Tuvo espíritu de profecía con que muchos años antes que viniesen los fieros Longobardos a Francia, lo anunció; y así aconsejó a los monjes que se fuesen a vivir a otro lugar; y a los vecinos de Nisa que se ausentasen, porque los bárbaros destruirían su ciudad y otras seis poblaciones. Todo fue así como el santo Hospicio lo profetizó. Llegaron también los Longobardos a la torre del santo, y quitando tejas y rompiendo el techo entraron, y como vieron a aquel hombre rodeado de cadenas, dijeron: "Este es, sin duda, algún insigne malhechor"; y por un intérprete le preguntaron; que "¿por qué estaba de aquella manera preso?" El santo respondió, "porque soy el hombre peor del mundo": y diciendo y haciendo, uno de los bárbaros sacó la espada para cortarle la cabeza; pero al ir a descargar el golpe, se le quedó seco el brazo y cayó la espada en tierra. Entonces el soldado se echó a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición sobre el brazo y lo sanó; con que reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo monje. Así predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a muchos de aquellos bárbaros. Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y tullidos, y lanzaba los demonios con poderosa virtud. Pasada la furia de los Longobardos, los monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio conoció que se acercaba su muerte, de que tuvo divina revelación, llamó al prior y le dijo: "Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al obispo que venga a sepultar mi cuerpo, porque mi hora es llegada, pues dentro de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso". Luego avisaron al obispo de Nisa, rompieron las paredes, entraron dentro y halaron al santo lleno de gusanos y lo desataron de sus cadenas. "Ciertamente, les dijo, ya soy desatado de las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo". Pasados tres días se postró en oración y después de orar un gran espacio con mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor. Luego que hubo muerto, desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y resplandeciente: por lo cual el obispo lo hizo sepultar con gran pompa y solemnidad. 


Reflexión: 

Hemos visto en el glorioso san Hospicio otro santo Job: pues comiendo sus carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, cual pudiera estar otro cualquiera gozando de los regalos y delicias del mundo. "Oh padre, le dijo uno de los que entraron a verlo cuando estaba para morir: ¿Y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?" A lo que respondió el santo: "Porque me conforta aquel Señor por quien yo padezco". ¡Oh si nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y suaves nos parecieran los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos envía! 


Oración: 

Te rogamos, Señor, que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcancemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

viernes, 20 de mayo de 2016

San Bernardino de Sena, confesor (20 de mayo)



San Bernardino de Sena, confesor. 

(† 1444.)

El glorioso confesor y sublime predicador y fraile humilde de San Francisco, san Bernardino de Seña, nació en la ciudad de Sena en Toscana, de muy noble y cristiana familia. Por la muerte de sus padres quedó encomendado el niño a una tía suya, la cual lo crió con mucho cuidado. Era muy amigo de componer altares y de remedar a los predicadores que oía, y para esto se subía a algún lugar alto, estando sentados los otros muchachos, lo cual era como un indicio de lo que después había de ser. Cuando cursaba en las aulas, los otros mozos que le conocían se recataban de hablar en su presencia de cosas torpes y libres, y si estando él ausente las hablaban entre sí, viéndole venir, luego decían: "¡Hola! Bernardino viene, dejemos estas pláticas". Siendo de edad de veinte años, hubo una gran pestilencia en toda Italia, y extendiéndose por la ciudad de Sena, hacía tan gran estrago en el hospital, que habiendo muerto los ministros que servían a les enfermos, no había quien se atreviese a entrar en él. Viendo esto Bernardino, persuadió a algunos jóvenes, bien inclinados y amigos suyos, a encargarse de aquella empresa tan gloriosa, y fue al hospital con sus compañeros, y por espacio de tres meses sirvieron a los apestados, hasta que cesó aquella calamidad. Llamado después por una voz del cielo a la religión de san Francisco, vendió su hacienda y la dio toda a los pobres. Habiendo hecho su profesión, dio principio a sus correrías apostólicas, predicando en Sena, Florencia y otras partes de Toscana, pasando de allí a Lombardía y siendo en toda Italia una trompeta del cielo. A la hora en que predicaba, se cerraban las tiendas, y cesaban los tribunales y audiencias, y en las universidades las lecciones. Nadie podía resistir a la virtud de su santa palabra. Se convirtieron innumerables y grandes pecadores: los jugadores le llevaban sus tableros, naipes y dados; las mujeres mundanas sus cabellos, afeites y vestidos; y él en una hoguera lo mandaba todo abrasar. Edificó y pobló más de doscientos monasterios, renunció a tres obispados que los papas le ofrecieron; y habiéndole una vez el santo pontífice puesto por su mano en la cabeza la mitra episcopal, él se la quitó, y con lágrimas y razones logró quedarse en su humilde estado. Sesenta y tres años llevaba de grandes méritos y virtudes, cuando le apareció san Pedro Celestino, que le avisó de su cercana muerte; y la vigilia de la Ascensión, tendido humildemente en el suelo como su padre san Francisco, murió alegremente y con la risa en los labios. 


Reflexión: 

Este apostólico y santísimo varón tenía tan impreso en el alma el dulce nombre de Jesús, que jamás se le caía de la boca. Con este nombre sazonaba todos sus sermones y todas sus pláticas familiares y buenas obras: y llevaba pendiente del cordón una tablita en que estaba escrito aquel nombre en letras de oro, y la mostraba al pueblo y a los pecadores para animarlos y llenarlos de santa confianza. Sea también el dulcísimo nombre de Jesús nuestro tesoro, consuelo y esperanza en la vida y en la muerte. Frágiles somos y miserables pecadores; no podemos confiar en nuestros méritos; pero .podemos y debemos confiar en los merecimientos de Jesucristo, el cual se entregó a la muerte, como dice el apóstol, para satisfacer por nuestros pecados y por todos los pecados del mundo. 

Oración: 

Señor Jesús, que concediste a tu bienaventurado confesor Bernardino un amor tan grande a tu santo nombre; por sus méritos e intercesión te suplicamos que infundas en nuestros corazones el espíritu de tu divino amor. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

jueves, 19 de mayo de 2016

Declaraciones Apóstatas de Francisco: Herético Laico Laicista que dice ser Papa y es un Anticristo



Declaraciones Apóstatas de Francisco: 
Herético Laico Laicista que dice ser Papa y es un Anticristo


Ante las declaraciones de Francisco, debemos recordar siempre lo que enseña el Magisterio de la Iglesia, el cual es inmutable e infalible:

"Peste de nuestra edad decimos ser el que llaman laicismo con sus errores y criminales intentos... Se empezó por negar el imperio de Cristo sobre todas las naciones; se le negó a la Iglesia el derecho que viene del derecho mismo de Cristo, de enseñar al género humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden, ciertamente, de su eterna felicidad. Luego, poco a poco, fue igualada la religión de Cristo con las falsas religiones y puesta con absoluto indecoro en su mismo género; se la sometió después al poder civil y se la dejó casi al arbitrio de gobernantes y magistrados. Aún pasaron más allá quienes pensaron que la religión divina debía ser sustituida por una religión natural, por una especie de movimiento natural del alma. Y no han faltado Estados que han creído podían pasar sin Dios, y que su religión consistía en la impiedad y en el abandono de Dios". 
(Encíclica Quas primas, de 11 de diciembre de 1925, Papa Pío XI)

Mientras, en contraposición, dice el Antipapa Francisco:

"Un Estado debe ser laico. Los Estados confesionales terminan mal. Esto va contra la Historia. Creo que una laicidad acompañada de una sólida ley que garantice la libertad religiosa ofrece un marco para avanzar"


Fuentes de las frases apóstatas:

http://www.eldiario.es/sociedad/Francisco-laico-confesionales-terminan-Historia_0_516899027.html
http://larepublica.pe/mundo/768547-papa-francisco-un-estado-debe-ser-laico-el-confesional-termina-mal
http://www.la-croix.com/Religion/Pape/Le-pape-Francois-a-La-Croix-Un-Etat-doit-etre-laique-2016-05-16-1200760526

San Ivón (19 de mayo)



San Ivón, presbítero y abogado de los pobres.

(† 1303)

Fue san Ivón natural de una aldea llamada comúnmente San Martín, en la Bretaña menor. Haciendo sus estudios en París y en Orleans, no bebía vino y daba de mano a todos los entretenimientos sensuales, conservando así las fuerzas de su espíritu con la entera pureza de su cuerpo y alma. Ejercitó luego el oficio de juez eclesiástico y vicario general del obispo Trecorense y se retiró después a una iglesia parroquial para entregarse de veras al Señor. Le aconteció una vez estar siete días en oración, tan embebecido y absorto en Dios, que ni tuvo hambre, ni comió bocado; y acabada su oración salió tan bueno y con tantas fuerzas como si hubiera comido regaladamente. Era excelente predicador e iba a pie por diversos pueblos para sembrar la palabra divina; pero sobre todas las virtudes se esmeró en la misericordia con los pobres. Les recibía con gran caridad, les lavaba los pies, les proveía de todo lo que necesitaban, y tenía casa señalada para esto: nueve años tuvo en su casa a un pobre hombre casado con cuatro hijos, sustentándolos y remediándolos con extremada caridad. En una gran carestía, no teniendo más que un pan en casa para comer él y dar a los pobres que en gran número habían concurrido, el Señor le multiplicó de manera que tuvo que comer y repartir a todos los que habían venido. Otros muchos milagros obró el Señor para proveerle y recompensar su caridad. Diciendo misa un día, al tiempo de alzar la hostia se vio un globo de fuego de maravillosa claridad que le rodeaba, el cual desapareció acabando de alzar el cáliz. Queriendo pasar el santo por el puente de un río caudaloso, había crecido el río de manera que había sobrepujado el puente, y él haciendo la señal de la cruz sobre las aguas, se partieron y le dejaron el paso libre, y después de haber pasado volvieron a cubrir el puente. Muchos otros milagros hizo el Señor para declararnos la santidad de su siervo; el cual hallándose ya lleno de méritos y extenuado por sus muchos ayunos y penitencias, tendido en su cama ordinaria, que era la tierra, y abrazado con la santa cruz, dio su bendita alma al Señor. Su sagrado cuerpo fue sepultado honoríficamente en la iglesia Trecosense, donde acuden de diversas partes muchos peregrinos por los innumerables milagros que allí obra el Señor. 


Reflexión: 

Mereció san Ivón el nombre de abogado de los pobres, porque en su vida de ninguna cosa se pareció más que de ser el refugio y amparo de los pobres, padre de huérfanos, defensor de las viudas y remedio de todos los necesitados. Imita, pues, esta caridad tan necesaria -y agradable al Señor, acordándote de que el día del juicio, el soberano Juez ha de pedirnos muy estrecha cuenta de las obras de misericordia que tanto nos encomendó en su santo Evangelio: "Venid, nos dirá, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que os tengo preparado desde el principio del mundo; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis"; y así de estas y de las demás obras de misericordia quiere Dios que hagamos más cuenta que de otros ejercicios de virtud y de piedad, y que sean como el sello y nota distintiva de los verdaderos cristianos que tienen el espíritu de Jesucristo. 

Oración: 

Atiende, Señor, a nuestras súplicas que hacemos en la solemnidad del bienaventurado Ivón tu confesor, para que los que no tenemos confianza en nuestras virtudes, seamos ayudados por los ruegos de aquel que fue de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

miércoles, 18 de mayo de 2016

San Venancio, mártir (18 de mayo)



San Venancio, mártir.

(Siglo III)

Siendo Decio emperador y Antíoco presidente de la ciudad de Camerino en el ducado de Espoleto, fue acusado porque era cristiano, Venancio, mancebo de quince años y natural de la misma ciudad. Sabiéndolo el santo joven, se presentó al presidente en la puerta de la ciudad confesando que adoraba a Jesucristo verdadero Dios y hombre, y no a los dioses falsos de los gentiles, que ni ven, ni oyen, ni pueden ayudar a los que les adoran y sirven. Lo Mandó prender el presidente, y habiéndole como padre, aconsejado que mirase por sí; mas como nada bastase para rendirlo, lo mandó azotar cruelmente y después cargarlo de cadenas. Pero envió Dios un ángel que lo desatase de ellas, y el impío juez embravecido, ordenó que le abrasasen con lámparas encendidas, y que colgándole cabeza abajo, pusiesen debajo mucho humo. Segunda vez salió ileso del suplicio y fue visto andar entre el humo con una vestidura blanca. Encerrado de nuevo en la cárcel, le envió el juez un hombre engañoso y astuto llamado Atalo, el cual le dijo que él también había sido primero cristiano, y después había abandonado la fe por entender que era locura. Conoció el santo los embustes de este ministro de Satanás, y le respondió como sus razones merecían; por lo cual mandó Antíoco quebrarle los dientes y quijadas y arrojarlo a un muladar. Lo sacó de allí el ángel y fue presentado a un juez de la ciudad, el cual cayó repentinamente muerto, diciendo: "verdadero es el Dios de Venancio que destruye nuestros dioses". Entonces el prefecto condenó a Venancio a los leones hambrientos, y éstos se echaron a los pies del mártir y se los lamían; arrastraron después al santo mancebo por lugares llenos de cardos y espinas y lo despeñaron de una roca; y viendo que de todos los suplicios salía victorioso, y que con sus milagros muchos gentiles se convertían, mandó el tirano que le cortasen la cabeza. Luego que se ejecutó la sentencia, se levantó tan gran tempestad de truenos y rayos, que el prefecto huyó temeroso del castigo; mas pocos días después murió infelicísimamente. Los cristianos recogieron el venerable cadáver de san Venancio y lo sepultaron en un lugar decente, con los sagrados cuerpos de otros mártires, y hoy se guardan con gran veneración en una iglesia dedicada a san Venancio en Camerino, de donde el santo es ciudadano y patrón. No debe confundirse este santo con otro del mismo nombre, obispo y mártir, del que habla el Martirologio el día primero de abril. 


Reflexión: 

A los muchos portentos de soberana fortaleza que resplandecen en el martirio de san Venancio, se ha de añadir uno de inestimable caridad; porque viendo el santo , que sus verdugos padecían mucha sed y que no había cerca agua, hizo la señal de la cruz en una piedra y de ella manó una fuente de agua dulce y clara, por cuyo milagro se convirtieron muchos a la fe. Y aquí verás de nuevo los cimientos sobre los cuales se estableció nuestra divina religión, que fueron sangre de mártires y prodigios: los prodigios para atestiguar que era de Dios, la sangre para que nadie sospechase que los testigos engañaban. Y son tantos y tan esclarecidos estos argumentos de nuestra santísima fe, que nos vemos forzados a exclamar con Hugo de san Víctor, el cual decía a Dios: "Señor, si somos engañados, vos nos engañasteis; porque habéis dado tantas pruebas de esta verdad, que no pudimos dejar de creer que Vos erais el autor y maestro de ella". 


Oración: 

Oh Dios, que consagraste este día con el triunfo de tu bienaventurado mártir san Venancio, oye las preces de tu pueblo y concédenos gracia para imitar su constancia los que veneramos sus merecimientos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


Fuente: Flos Sanctorum, P. Francisco de Paula Morell, 1890

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