martes, 31 de marzo de 2015

"Entonces si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí o allí, no lo creáis"


"Aparición" en Putumayo, Colombia; del 23 de marzo 2015; y que llenó los diarios con la Noticia y los bolsillos de los lugareños por los turistas; mas no llenó ningún corazón con verdadera conversión, arrepentimiento o penitencia



"Entonces si alguno os dijere: 
Mirad, el Cristo está aquí o allí, 
no lo creáis"


"Entonces si alguno os dijere: Mirad, el Cristo está aquí o allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y prodigios, de modo que (si puede ser) caigan en error aun los escogidos. Ved que os lo he dicho de antemano. Por lo cual si os dijeren: He aquí que está en el desierto, no salgáis; mirad que está en lo más retirado de la casa, no lo creáis. Porque como el relámpago sale del Oriente, y se deja ver hasta el Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre. Donde quiera que estuviese el cuerpo, allí se juntarán también las águilas". (Mateo 24, 23-28)



Catena Aurea Santo Tomás de Aquino:

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 76, 2
Habiendo concluido de hablar el Salvador de lo que había de suceder a Jerusalén, se ocupa de lo que había de preceder a su venida, e indica las señales, no sólo para utilidad de ellos, sino también para nosotros y para los que habrán de venir después; por esto dice: "Entonces si alguno os dijere", etc. Porque así como al decir antes el Evangelista: "En aquellos días vino Juan Bautista" ( Mt 3,1), no designó el tiempo que había de venir a continuación (porque había treinta años de por medio), así ahora cuando dice "entonces" da a conocer todo el tiempo que había de mediar, y que abarcaría desde la destrucción de Jerusalén hasta los principios de la destrucción del mundo. Mas dándoles las señales de su segunda venida, les advierte cuál será el lugar y quiénes los seductores; porque no sucederá entonces lo que en su primera venida, que apareció en Belén, y en un pequeño ángulo de la tierra, ignorándolo todos al principio, sino que vendrá de una manera visible, sin necesidad de que nadie anuncie su venida, por lo que dice: "Y si alguno dijere: aquí o allí está el Cristo, no lo creáis".

San Jerónimo
En lo que da a conocer que su segunda venida no se conocerá por la humildad (como la primera), sino por la gloria que la acompañará. Es muy necio, por lo tanto, buscar entonces en un lugar humilde o escondido, al que es la luz que alumbra a todo el mundo.

San Hilario, in Matthaeum, 25
Y sin embargo, como habrá gran conmoción entre los hombres y los falsos profetas, como para indicar el poder que es propio de Jesucristo, fingirán que el Cristo está y se encuentra en muchas partes, para llevar engañados y abatidos a muchos al servicio del Anticristo. Por lo tanto, añade: "Se levantarán falsos cristos y falsos profetas".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.76, 2
Aquí se habla del Anticristo y de algunos de sus ministros, a quienes llama falsos cristos y falsos profetas, los cuales fueron muchos en tiempo de los apóstoles. Pero los que habrá antes de la segunda venida de Jesucristo serán mucho más funestos que los primeros. Por esto añade: "Y darán grandes señales y prodigios".

San Agustín, de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 77
El Señor nos advierte aquí, para nuestra inteligencia, que los hombres malvados pueden hacer ciertos milagros que no pueden hacer los buenos. Mas no por ello han de ser considerados como en lugar preferido por Dios, pues los magos de Egipto no eran más aceptos a Dios que el pueblo de Israel, porque este pueblo no podía hacer lo que aquéllos hacían, aunque Moisés pudo obrar cosas mayores por virtud divina. No se encomiendan a todos los buenos estas cosas maravillosas, para que no sean engañados los débiles con el perjudicial error de creer que en tales hechos hay mayores dones que en las obras de justicia, por las que se consigue la vida eterna. Pues cuando los magos obran cosas que algunas veces no pueden obrarlas los buenos, lo hacen con diverso poder. Aquéllos lo hacen buscando su gloria; éstos buscando la gloria de Dios. Aquéllos lo hacen con potestad concedida según su orden, para algún negocio o beneficio, como privados; éstos lo hacen públicamente y por mandato de aquél a quien están sujetas todas las criaturas. Pues de distinto modo da el posesor su caballo al soldado cuando es obligado, y de distinto modo lo entrega al comprador o a aquél a quien lo regala o lo presta. Y de la misma manera que la mayor parte de los soldados, a los cuales condena la disciplina imperial, amedrentan a algunos posesores simulando órdenes de su emperador, y les arrebatan violentamente lo que no está mandado por autoridad pública; así algunas veces los malos cristianos, ora cismáticos, ora herejes, por el nombre de Jesucristo, o por las palabras, o por los sacramentos cristianos, exigen algo de las potestades. Mas cuando obedecen a las órdenes de los malos, obedecen para seducir a los hombres, en cuyo error se alegran. Por lo cual, de una manera obran los milagros los magos, de otra los buenos cristianos y de otra los malos cristianos. Los magos por contratos ocultos, los buenos cristianos por la pública justicia; los malos cristianos por la simulación de la justicia pública. Y aun esto no debe causarnos admiración, porque todas las cosas que se hacen visiblemente, aun por las potestades inferiores de los aires, no es absurdo creer que pueden hacerse.

San Agustín, de Trinitate 3, 8
No se ha de creer que esta materia de las cosas visibles está al arbitrio de los ángeles rebeldes, sino sólo al de Dios, por quien se da a aquéllos la potestad. Ni tampoco han de ser llamados creadores aquellos ángeles malos, sino que por su sutileza conocieron los semilleros de estas cosas más ocultas a nosotros, que esparcen secretamente por medio de combinaciones congruentes a las estaciones, y de este modo tienen ocasión de producir las cosas y de acelerar los incrementos. Porque muchos hombres conocen de qué hierbas o carnes, o jugos o humores, aunque estén sepultados o confundidos, provienen las cosas que suelen suceder en los animales. Pero esto se hace tanto más difícil a los hombres, cuanto más abandonan las sutilezas de los sentidos y la actividad de los cuerpos, cambiándolas en pesadez y negligencia de los miembros.

San Gregorio Magno, Moralia, 15, 30
Cuando el Anticristo haya obrado prodigios admirables a la vista de los hombres carnales, los arrastrará en pos de sí. Porque los que se deleitan en los bienes presentes, se sujetarán sin resistencia alguna a la potestad de aquél. Por lo que continúa: "De modo que, si puede ser, aun los escogidos caigan en error".

Orígenes, in Matthaeum, 25
Elevada es la locución que dice: "Si es posible". No pronunció ni dijo, que aun los escogidos caigan en error, sino que quiere demostrar que los razonamientos de los herejes son frecuentemente muy persuasivos, y poderosos para conmover aun a los que obran con sabiduría.

San Gregorio Magno, Moralia 33, 36
O porque el corazón de los escogidos es agitado por pensamientos de consternación aun cuando su constancia no se altere. El Señor comprendió ambas cosas en una sola sentencia. Vacilar en el pensamiento, es ya lo mismo que errar. Y añade: "si puede ser", porque no puede ser que los escogidos caigan en error.

Rábano
O no dice esto, porque la elección divina quede frustrada, sino porque los que según el juicio humano parecían escogidos, caerán en el error.

San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 35
Mas los dardos que se ven de antemano hieren menos, y por esto añade: "De antemano os lo dije", pues nuestro Señor denuncia los males precursores de la destrucción del mundo, para que, siendo sabidos de antemano, perturben menos cuando lleguen. Por lo cual concluye: "Luego si os dijeren: He aquí que está en el desierto, etc."

San Hilario, in Matthaeum, 25
Porque los falsos profetas (de los cuales había hablado antes), ora dirán que el Cristo está en los desiertos, para corromper a los hombres en el error, ora afirmarán que está en los lugares más recónditos de la casa, para aprisionarlos bajo el poder del Anticristo dominante. Mas el Señor declara que ni se ha de ocultar en lugar alguno, ni que ha de ser visto por algunos en particular, sino que declara terminantemente que ha de venir estando presente en todas partes y a vista de todos. Por esto sigue diciendo: Así como el relámpago sale del Oriente y se deja ver hasta el Occidente, así, etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.76, 3
Así como anteriormente predijo de qué manera ha de venir el Anticristo, así también por este pasaje manifiesta cómo ha de venir El. Así como el relámpago no necesita de anunciador o de pregonero, sino que se manifiesta en cualquier instante a todo el orbe, aun a aquéllos que están descansando en sus lechos, así también la venida de Jesucristo se manifestará a un mismo tiempo en todas partes por el brillo de su gloria. A continuación indica otra señal de su venida, cuando añade: "Donde quiera esté el cuerpo se congregarán las águilas, etc.," designando por las águilas a la multitud de ángeles, mártires y de todos los santos.

San Jerónimo
Por el ejemplo natural que vemos diariamente, somos instruidos en el sacramento de Cristo. Porque se dice que las águilas y los buitres, aun cuando estén al otro lado del mar, perciben el olor de los cadáveres y se congregan para comerlos. Si, pues, las aves que carecen de razón, por instinto natural (aun estando tan alejadas) perciben en qué lugar hay un pequeño cadáver, ¿con cuánta mayor razón la multitud de creyentes debe apresurarse a llegar a Jesucristo cuyo esplendor sale del Oriente y se deja ver hasta el Occidente? Mas por el cuerpo (esto es, swma ; o ptwma, lo cual en latín con más claridad se llama cadáver, por lo mismo que la muerte le hace caer), podemos entender la pasión de Jesucristo.

San Hilario
Para que no estuviésemos ignorantes siquiera del lugar a donde ha de venir, dice: "Donde quiera que se encuentre el cuerpo, allí se congregarán las águilas". Llamó águilas a los escogidos, a motivo del vuelo de su cuerpo espiritual, cuya reunión demuestra que ha de acontecer en el lugar de su pasión, cuando se congreguen los ángeles. Y con razón se ha de esperar la venida del esplendor, en el mismo lugar donde nos abrió la gloria de la eternidad por la pasión de su cuerpo abatido.

Orígenes, in Matthaeum, 30
Y téngase presente que no dijo: Donde quiera estuviere el cuerpo allí se congregarán los buitres o los cuervos, sino las águilas 1, queriendo demostrar que son como nobles y de estirpe regia, los que creyeron en la pasión del Señor.

San Jerónimo
Son llamados águilas, aquéllos cuya juventud se renueva, como la del águila ( Sal 102), y los que toman plumas, para llegar a la pasión de Cristo.

San Gregorio, Moralia 14, 31
Donde quiera estuviere el cuerpo se congregarán las águilas, puede entenderse también como diciendo: Porque presido, encarnado, a la corte celestial, cuando separare las almas de los escogidos con sus cuerpos, las elevaré a las regiones celestiales.

San Jerónimo
O de otro modo, lo que aquí se dice, puede entenderse de los falsos profetas, pues hubo muchos príncipes en tiempo de la conquista del pueblo judío que a sí mismos se daban el nombre de cristos. Tanto era así, que, cuando estaban sitiados por los romanos, estaban al mismo tiempo divididos en tres bandos. Pero como queda ya dicho anteriormente, mejor aplicado está a la consumación del mundo. Puede entenderse también, en tercer lugar, de la guerra de los herejes contra la Iglesia, y de esos Anticristos que, apoyándose en la opinión de una ciencia falsa, pelean contra Jesucristo.

Orígenes, in Matthaeum, 30
Hablando en general, uno solo es el Anticristo, mas sus variedades son muchas, como cuando decimos: una mentira en nada se diferencia de otra mentira. A la manera que los profetas santos fueron verdaderos cristos, debemos entender también que cada uno de los falsos cristos tiene muchos falsos profetas, los cuales publican como verdaderos los sermones falsos de algún Anticristo. Por consiguiente, cuando alguno diga: Ved aquí al Cristo, vedle allí, no se ha de mirar fuera de las Escrituras, porque de la Ley, de los profetas y de los apóstoles sacan los testimonios que parecen defender la mentira. O al decir: Mirad aquí al Cristo, miradle allí, demuestra, no al Cristo sino a alguno que finge su nombre, como aconteció, por ejemplo, con la doctrina de Marción, con la de Valentino y con la de Basilides.

San Jerónimo
Por tanto, si alguno afirmare que el Cristo mora en el desierto de los gentiles y filósofos, o en lo más recóndito de los antros de los herejes que prometen los misterios de Dios, no lo creáis, porque la fe católica brilla en todas las iglesias, desde el Oriente hasta el Occidente.

San Agustín, quaestiones evangeliorum. 1, 38
Bajo el nombre de Oriente y Occidente, quiso significar todo el mundo por el cual se había de extender la Iglesia. Y según el sentido en que dijo: "De aquí a poco veréis al Hijo del hombre venir en las nubes" ( Mt 26,64.); oportunamente hace ahora mención del relámpago, que suele resplandecer especialmente en las nubes. Constituida, pues, la autoridad de la Iglesia en toda la redondez de la tierra de una manera brillante y manifiesta, previene oportunamente a sus discípulos y a todos los fieles que no den crédito a los cismáticos y a los herejes. Porque cada cisma y cada herejía tiene su lugar en la redondez de la tierra, dominando en alguna parte, o engañando la curiosidad de los hombres en conciliábulos tenebrosos y ocultos. A esto se refiere cuando que dice: Si alguno os dijere: Mirad el Cristo está aquí o allí (lo cual indica las partes de la tierra o de las provincias), o en lo más retirado de la casa, o en el desierto; lo cual significa los conciliábulos secretos y oscuros de los herejes.

San Jerónimo
O por esto que dice: En el desierto y en lo más retirado de las casas, se da a conocer que los falsos profetas, en el tiempo de la persecución y de las angustias, siempre hallarán ocasión de engañar.

Orígenes, in Matthaeum, 29
O que cuando sacan a luz las Escrituras secretas y no divulgadas, en confirmación de su mentira, parecen decir: He aquí que la palabra de verdad está en el desierto. Mas cuantas veces mencionan las Escrituras canónicas a las cuales presta fe todo cristiano, parecen decir: He aquí que la palabra de verdad está en las casas. Pero nosotros no debemos abandonar la primitiva tradición eclesiástica. Quizá también, queriendo dar a conocer los razonamientos que no se hallan en las Escrituras, dijo: Si os dijeren: He aquí que está en la soledad, no queráis alejaros de la regla de fe. Mas queriendo dar a conocer a aquéllos que simulan las Escrituras divinas, dijo: Si os dijeren: He aquí que está en lo más recóndito de las casas, no lo creáis. Porque la verdad es semejante al relámpago que sale del Oriente y se deja ver hasta el Occidente. O dice esto porque la luz de la verdad es defendida en todos los lugares de la Escritura. Sale, pues, el relámpago de la verdad desde el Oriente, es decir, desde el nacimiento de Cristo, y se deja ver hasta su pasión en la cual tuvo lugar su muerte. O desde el primer principio de la creación del mundo hasta la novísima Escritura de los apóstoles. O también, el Oriente es la ley y el Occidente el fin de la ley y de la profecía de San Juan. Unicamente la Iglesia no quita la palabra ni el sentido de este relámpago, ni añade, a manera de profecía, ninguna otra cosa. O dice esto, porque no debemos prestar atención a aquéllos que dicen: mirad aquí al Cristo. Pues no lo dan a conocer en la Iglesia, a toda la cual ha llegado el Hijo del hombre, como El mismo lo dice: "Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos" ( Mt 28,20).

San Jerónimo
Somos invitados a tomar parte en la pasión de Jesucristo, para que nos congreguemos en donde quiera que se lea en las Escrituras, a fin de que por ella podamos llegar al Verbo de Dios.

Francisco evidentemente NO es Papa: NO CREE EN EL DIOS CATÓLICO


Francisco evidentemente NO es Papa: 
NO CREE EN EL DIOS CATÓLICO


Estas son algunas de las blasfemas, mentirosas y heréticas frases del Anticristo que usurpa la Sede Vacante de Pedro:

"Yo creo en Dios, pero no en un Dios católico. No existe un Dios católico".

“Cuando me encuentro frente a un clerical, me dan ganas de hacerme anticlerical”

“El proselitismo es una gran estupidez. No tiene sentido, lo que hay que hacer es conocerse y escucharse”

“Le he dicho que la Iglesia no se ocupa de política”

“La Iglesia no irá más allá de la difusión de sus valores. Por lo menos no lo hará mientras yo esté aquí”

“(La Iglesia) No lo ha sido casi nunca (como ahora). Con mucha frecuencia la Iglesia, como institución ha estado dominada por la temporalidad y muchos de sus miembros y altos exponentes católicos aún hoy piensan así”


Fuente Pública: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/10/01/actualidad/1380654645_079306.html


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Papa Paulo IV, de la bula Cum ex Apostolatus Officio, 15 de febrero de 1559:

“1… dado que donde surge un peligro mayor, allí más decidida debe ser la providencia para impedir que falsos profetas y otros personajes que detentan jurisdicciones seculares no tiendan lamentables lazos a las almas simples y arrastren consigo hasta la perdición innumerables pueblos confiados a su cuidado y a su gobierno en las cosas espirituales o en las temporales; y para que no acontezca algún día que veamos en el lugar Santo la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel; con la ayuda de Dios para Nuestro empeño pastoral, no sea que parezcamos perros mudos, ni mercenarios, o dañados los malos vinicultores, anhelamos capturar las zorras que tientan desolar la viña del Señor y rechazar los lobos lejos del rebaño…
6. Agregamos, [por esta Nuestra Constitución, que debe seguir siendo válida en perpetuidad, Nos promulgamos, determinamos, decretamos y definimos:] que si en algún tiempo aconteciese que un obispo, incluso en función de arzobispo, o de patriarca, o primado; o un cardenal, incluso en función de legado, o electo Pontífice Romano que antes de su promoción al cardenalato o asunción al pontificado, se hubiese desviado de la fe católica, o hubiese caído en herejía:
(i) o la hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido con el acuerdo unánime de todos los cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto (...)




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lunes, 30 de marzo de 2015

40 Principios Generales sobre Urbanidad y Buenas Maneras


40 Principios Generales sobre 
Urbanidad y Buenas Maneras

1 — Llámase urbanidad al conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras, y para manifestar a los demás la benevolencia, atención y respeto que les son debidos. 

2 — La urbanidad es una emanación de los deberes morales, y como tal, sus prescripciones tienden todas a la conservación del orden y de la buena armonía que deben reinar entre los hombres, y a estrechar los lazos que los unen, por medio de impresiones agradables que produzcan los unos sobre los otros. 

3 — Las reglas de la urbanidad no se encuentran ni pueden encontrarse en los códigos de las naciones; y sin embargo, no podría conservarse ninguna sociedad en que estas reglas fuesen absolutamente desconocidas. Ellas nos enseñan a ser metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes sociales; y a dirigir nuestra conducta de manera que a nadie causemos mortificación o disgusto; a tolerar los caprichos y debilidades de los hombres; a ser atentos, afables y complacientes, sacrificando, cada vez que sea necesario y posible, nuestros gustos y comodidades a los ajenos gustos y comodidades; a tener limpieza y compostura en nuestras personas, para fomentar nuestra propia estimación y merecer la de los demás; y a adquirir, en suma, aquel tacto fino y delicado que nos hace capaces de apreciar en sociedad todas las circunstancias y proceder con arreglo a lo que cada una exige. 

4 — Es claro, pues, que sin la observancia de estas reglas, más o menos perfectas, según el grado de civilización de cada país, los hombres no podrían inspirarse ninguna especie de amor ni estimación; no habría medio de cultivar la sociabilidad, que es el principio de la conservación y progreso de los pueblos; y la existencia de toda sociedad bien ordenada vendría por consiguiente a ser de todo punto imposible. 

5 — Por medio de un atento estudio de las reglas de la urbanidad, y por el contacto con las personas cultas y bien educadas, llegamos a adquirir lo que especialmente se llama buenas maneras o buenos modales, lo cual no es otra cosa que la decencia, moderación y oportunidad en nuestras acciones y palabras, y aquella delicadeza y gallardía que aparecen en todos nuestros movimientos exteriores, revelando la suavidad de las costumbres y la cultura del entendimiento. 

6 — La etiqueta es una parte esencialísima de la urbanidad. Se da este nombre al ceremonial de los usos, estilos y costumbres que se observan en las reuniones de carácter elevado y serio, y en aquellos actos cuya solemnidad excluye absolutamente todos los grados de la familiaridad y la confianza. 

7 — Por extensión se considera igualmente la etiqueta, como el conjunto de cumplidos y ceremonias que debemos emplear con todas las personas, en todas las situaciones de la vida. Esta especie de etiqueta comunica al trato en general, aun en medio de la más íntima confianza, cierto grado de circunspección que no excluye la pasión del alma ni los actos más afectuosos del corazón, pero que tampoco admite aquella familiaridad sin reserva y sin freno que relaja los resortes de la estimación y del respeto, base indispensable de todas las relaciones sociales. 

8— De lo dicho se deduce que las reglas generales de la etiqueta deben observarse en todas las cuatro secciones en que están divididas nuestras relaciones sociales, a saber: la familia o el círculo doméstico; las personas extrañas de confianza; las personas con quienes tenemos poca confianza; y aquellas con quienes no tenemos ninguna. 

9 — Sólo la etiqueta propiamente dicha admite la elevada gravedad en acciones y palabras, bien que siempre acompañada de la gracia y gentileza que son en todos casos el esmalte de la educación. En cuanto a las ceremonias (...), la naturalidad y la sencillez van mezclándose gradualmente en nuestros actos, hasta llegar a la plenitud del dominio que deben ejercer en el seno de nuestra propia familia. 

10 — Si bien la mal entendida confianza destruye como ya hemos dicho, la estimación y el respeto que deben presidir todas nuestras relaciones sociales, la falta de una discreta naturalidad puede convertir las ceremonias de la etiqueta, eminentemente conservadoras de estas relaciones, en una ridícula afectación que a su vez destruye la misma armonía que están llamadas a conservar. 

11 — Nada hay más repugnante que la exageración de la etiqueta, cuando debemos entregarnos a la más cordial efusión de nuestros sentimientos; y como por otra parte esta exageración viene a ser, según ya lo veremos, una regla de conducta para los casos en que nos importa cortar una relación, claro es que no podemos acostumbrarnos a ella sin alejar también de nosotros a las personas que tienen derecho a nuestra amistad. 

12 — Pero es tal el atractivo de la cortesía, y son tantas las conveniencias que de ella resultan a la sociedad, que nos sentimos siempre más dispuestos a tolerar la fatigante conducta del hombre excesivamente ceremonioso, que los desmanes del hombre incivil, y las indiscreciones y desacierto por ignorancia nos fastidia a cada paso con actos de extemporánea y ridícula familiaridad.

13 — Grande debe ser nuestro cuidado en limitarnos a usar, en cada uno de los grados de la amistad, de la suma de confianza que racionalmente admite. Con excepción del círculo de la familia en que nacimos y nos hemos formado, todas nuestras relaciones deben comenzar bajo la atmósfera de la más severa etiqueta; y para que ésta pueda llegar a convertirse en familiaridad, se necesita el transcurso del tiempo, y la conformidad de caracteres, cualidades e inclinaciones. Todo exceso de confianza es abusivo y propio de almas vulgares, y nada contribuye más eficazmente a relajar y aun a romper los lazos de la amistad, por más que ésta haya nacido y pudiera consolidarse. bajo los auspicios de una fuerte y recíproca simpatía. 

14 — Las leyes de la urbanidad, en cuanto se refieren a la dignidad y decoro personal y a las atenciones que debemos tributar a los demás, rigen en todos los tiempos y en todos los países civilizados de la tierra. Mas aquellas que forman el ceremonial de la etiqueta propiamente dicha, ofrecen gran variedad, según lo que está admitido en cada pueblo para comunicar gravedad y tono a los diversos actos de la vida social. Las primeras, como emanadas directamente de los principios morales, tienen un carácter fundamental e inmutable; las últimas no alteran en nada el deber que tenemos de ser bondadosos y complacientes, y pueden por lo tanto estar, como están en efecto, sujetas a la índole, a las inclinaciones y aun a los caprichos de cada pueblo. 

15 — Sin embargo, la proporción que en los actos de pura etiqueta puede reconocerse a un principio de afecto o benevolencia, y que de ellos resulta a la persona con quien se ejercen alguna comodidad o placer, o el ahorro de una molestia cualquiera, estos actos son más universales y admiten menos variedad. 

16 — La multitud de cumplidos que hacemos a cada paso, aun a las personas de nuestra más íntima confianza, con los cuales no les proporcionamos ninguna ventaja de importancia, y de cuya omisión no se les seguiría ninguna incomodidad notable, son otras tantas ceremonias de la etiqueta, usadas entre las personas cultas y civilizadas de todos los países. 

17 — Es una regla importante de urbanidad el someternos estrictamente a los usos de etiqueta que encontremos establecidos en los diferentes pueblos que visitemos, y aun en los diferentes círculos de un mismo pueblo donde se observen prácticas que le sean peculiares. 

18 — El imperio de la moda, a que debemos someternos en cuanto no se aparte de la moral y de las buenas costumbres, influye también en los usos y ceremonias pertenecientes a la etiqueta propiamente dicha, haciendo variar a veces en un mismo país la manera de proceder en ciertos actos y situaciones sociales. Debemos por tanto, adaptar en este punto nuestra conducta a lo que sucesivamente se fuere admitiendo en la sociedad en que vivimos, de la misma manera que tenemos que adaptarnos a lo que hallemos establecido en los diversos países en que nos encontremos. 

19 — Siempre que en sociedad ignoremos la manera de proceder en casos dados, sigamos el ejemplo de las personas más cultas que en ella se encuentren; y cuando esto no nos sea posible, por falta de oportunidad o por cualquier otro inconveniente, decidámonos por la conducta más seria y circunspecta; procurando al mismo tiempo, ya que no hemos de obrar con seguridad del acierto, llamar lo menos posible la atención de los demás. 

20 — Las circunstancias generales de lugar y de tiempo; la índole y el objeto de las diversas reuniones sociales; la edad, el sexo, el estado y el carácter público de las personas; y por último, el respeto que nos debemos a nosotros mismos, exigen de nosotros muchos miramientos si al obrar no proporcionamos a los demás ningún bien, ni les evitamos ninguna mortificación. 

21 — Estos miramientos, aunque no están precisamente fundados en la benevolencia, sí lo están en la misma naturaleza, la cual nos hace siempre ver con repugnancia lo que no es bello, lo que no es agradable, lo que es ajeno a las circunstancias, y en suma, lo que en alguna manera se aparta de la propiedad y el decoro; y por cuanto los hombres están tácitamente convenidos en guardarlos, nosotros los llamaremos convencionalismos sociales. 

22 — Es muy importante que cada individuo sepa tomar en sociedad el sitio que le corresponda por su edad, investidura, sexo, etc., etc. Se evitarían muchas situaciones ridículas si los jóvenes fueran jóvenes sin afectación y los viejos mantuvieran en sus actos cierta prudente dignidad que es siempre motivo de respeto y no de burla. 

23 — A poco que se medite, se comprenderá que los convencionalismos sociales que nos enseñan a armonizar con las prácticas y modas reinantes, y a hacer que nuestra conducta sea siempre la más propia de las circunstancias que nos rodean, son muchas veces el fundamento de los deberes de la misma civilidad y de la etiqueta. 

24 — El hábito de respetar los convencionalismos sociales contribuye también a formar en nosotros el tacto social, el cual consiste en aquella delicada mesura que empleamos en todas nuestras acciones y palabras, para evitar hasta las más leves faltas de dignidad y decoro, complacer siempre a todos y no desagradar jamás a nadie. 

25 — Las atenciones y miramientos que debemos a los demás no pueden usarse de una manera igual con todas las personas indistintamente. La urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la naturaleza, la sociedad y el mismo Dios: así es que obliga a dar preferencia a unas personas sobre otras, según es su edad, el predicamento de que gozan, el rango que ocupan, la autoridad que ejercen y el carácter de que están investidas. 

26 — Según esto, los padres y los hijos, los obispos y los demás sacerdotes, los magistrados y los particulares, los ancianos y los jóvenes, las señoras y las señoritas, la mujer y el hombre, el jefe y el subalterno, y en general, todas las personas entre las cuales existen desigualdades legítimas y racionales, exigen de nosotros actos diversos de civilidad y etiqueta (...), basados todos en dictados de la justicia y de la sana razón, y en las prácticas que rigen entre gentes cultas y bien educadas.

27 — Hay ciertas personas para con las cuales nuestras atenciones deben ser más exquisitas que para con el resto de la sociedad, y son los hombres virtuosos que han caído en desgracia. Su triste suerte reclama de nosotros no sólo el ejercicio de la beneficencia, sino un constante cuidado en complacerlos, y en manifestarles, con actos bien marcados de civilidad, que sus virtudes suplen en ellos las deficiencias de la fortuna, y que no los creemos por lo tanto indignos de nuestra consideración y nuestro respeto. 

28 — Pero cuidemos de que una afectada exageración en las formas no vaya a producir un efecto contrario al que realmente nos proponemos. El hombre que ha gozado de una buena posición social se hace más impresionable, y su sensibilidad y su amor propio se despiertan con más fuerza, a medida que se encuentra más deprimida bajo el peso del infortunio; y en esta situación no le son menos dolorosas las muestras de una conmiseración mal encubierta por actos de cortesía sin naturalidad ni oportunidad, que los desdenes del desprecia a de la indiferencia, con que el corazón humano suele manchar en tales casos sus nobles atributos. 

29 — La civilidad presta encantos a la virtud misma; y haciéndola de este modo agradable y comunicativa, le conquista partidarios e imitadores en bien de la moral y de las buenas costumbres. La virtud agreste y despojada de los atractivos de una fina educación, no podría brillar ni aun en medio de la vida austera y contemplativa de los monasterios, donde seres consagrados a Dios necesitan también de guardarse entre sí aquellos miramientos y atenciones que fomentan el espíritu de paz, de orden y de benevolencia que deben presidirlas. 

30 — La civilidad presta igualmente sus encantos a la sabiduría. Un hombre profundamente instruido en las ciencias divinas y humanas, pero que al mismo tiempo desconociese los medios de agradar en sociedad, sería como esos cuerpos celestes que no brillan a nuestra vista por girar en lo más encumbrado del espacio; y su saber no alcanzarla nunca a cautivar nuestra imaginación, ni atraer aquellas atenciones que sólo nos sentimos dispuestos a tributar a los hombres, en cambio de las que de ellos recibimos. 

31 — La urbanidad necesita a cada paso del ejercicio de una gran virtud, que es la paciencia. Y a la verdad, poco adelantaríamos con estar siempre dispuestos a hacer en sociedad todos los sacrificios necesarios para complacer a los demás, si en nuestros actos de condescendencia se descubriera la violencia que nos hacíamos, y el disgusto de renunciar a nuestras comodidades, a nuestros deseos, o a la idea ya consentida de disfrutar de un placer cualquiera. 

32 — La mujer es merecedora de todo nuestro respeto y simpatía, por su importantísimo papel en la humanidad como esposa y sobre todo como madre. Su misión no se limita a la gestación Y crianza física del ser humano, que por sí sola le importa tantos sacrificios, sino que su influencia mental y moral es decisiva en la vida del hombre. 

33 — Piensen pues las jóvenes que se educan, la gran responsabilidad que Dios ha puesto en su vida. Ellas serán las sembradoras de las preciosas semillas de la moral y los nobles sentimientos; ellas darán a sus hijos la maravillosa ambición del saber. Detrás de todo gran hombre hay casi siempre una gran mujer, llámese ésta madre o esposa. Dénse cuenta pues de la gran importancia que tiene la cultura en la mujer, no solamente como adorno, sino como necesidad. El mejoramiento de la humanidad puede estar en las manos de las madres futuras con una sólida educación e instrucción apropiadas. 

34 — La mujer debe ser esencialmente femenina y orgullosa de serlo. Su instrucción, educación y finos modales la ayudarán en la vida en familia tanto como en sociedad. 

35 — Para llegar a ser verdaderamente cultos y corteses, no nos basta conocer simplemente los preceptos de la moral y de la urbanidad; es además indispensable que vivamos poseídos de la firme intención de acomodar a ellos nuestra conducta, y que busquemos la sociedad de las personas virtuosas y bien educadas, e imitemos sus prácticas en acciones y palabras. 

36 — Pero esta intención y esta solución deben estar acompañadas de un especial cuidado en estudiar siempre el carácter, los sentimientos, las inclinaciones de los círculos que frecuentemos, a fin de que podamos conocer, de un modo inequívoco, los medios que tenemos que emplear para conseguir que los demás estén siempre satisfechos de nosotros. 

37 — A veces los malos se presentan en la sociedad con. cierta apariencia de bondad y buenas maneras, y aun llegan a fascinarla con la observancia de las reglas más generales de la urbanidad, porque la urbanidad es también una virtud, y la hipocresía remeda todas las virtudes. Pero jamás podrán engañar por mucho tiempo, a quien sepa medir con la escala de la moral los verdaderos sentimientos del corazón humano. No es dable, por otra parte, que los hábitos de los vicios dejen campear en toda su extensión la dulzura y elegante dignidad de la cortesía, la cual se aviene mal con la vulgaridad que presto se revela en las maneras del hombre corrompido. 

38 — Procuremos, pues, aprender a conocer el mérito real de la educación, para no tomar por modelo a personas indignas, no sólo de elección tan honorífica, sino de obtener nuestra amistad y las consideraciones especiales que tan sólo se deben a los hombres de bien. 

39 — Pero tengamos entendido que en ningún caso nos será lícito faltar a las reglas más generales de la civilidad, respecto de las personas que no gozan de buen concepto público, ni menos de aquellas que, gozándolo, no merezcan sin embargo nuestra personal consideración. La benevolencia, la generosidad y nuestra propia dignidad, nos prohíben mortificar jamás a nadie; y cuando estamos en sociedad, nos lo prohíbe también el respeto que debemos a las demás personas que la componen. 

40 — Pensemos, por último, que todos los hombres tienen defectos, y que no por esto debemos dejar de apreciar sus buenas cualidades. Aun respecto de aquellas prendas que no poseen, y de que sin embargo suelen envanecerse sin ofender a nadie, la civilidad nos prohíbe manifestarles directa ni indirectamente que no se las concedemos. Nada perdemos, cuando nuestra posición no nos llama a aconsejar o a responder, con dejar a cada cual en la. idea que de sí mismo tenga formada; al paso que muchas veces seremos nosotros mismos objeto de esta especie de consideraciones, pues todos tenemos caprichos y debilidades que necesitan de la tolerancia de los demás.

Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres (Extracto), Manuel Antonio Carreño, 1853

martes, 24 de marzo de 2015

Obrar Sin Perturbarse


Obrar Sin Perturbarse


"Quien hace una obra por la sola gloria de Dios, aunque no prospere, no se perturba, pues ha obtenido el fin que pretendía, que era agradar a Dios, después de haber obrado con rectitud de intención"

(San Alfonso Mª de Ligorio: "Práctica del Amor a Jesucristo")

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